Como Julia Kristeva,
Tzvetan Todorov nació en Sofía, Bulgaria, el 1 de marzo de 1939 y llegó a
París en 1963. Después de obtener su primera titulación en Bulgaria, y armado
de una recomendación de la Universidad de Sofía, la primera percepción que
Todorov tuvo del carácter conservador de la Sorbona antes de 1968 se produjo
cuando indagó en la facultad de letras sobre la posibilidad de investigar en
teoría literaria. El decano de la facultad respondió «con frialdad» que «no se
hacía teoría literaria en su facultad y no iba a hacerse» (1). Sin desanimarse,
el joven Todorov empezó a estudiar en la biblioteca de la Sorbona y, a través
de sus empleados, acabó por entrar en contacto con Gérard Genette, que le
sugirió que asistiera al seminario de Roland Barthes en la École des Hautes
Études en Sciences Sociales.
El contacto con
Barthes –con quien completó un doctorat de troisième cycle en
1966– permitió que Todorov escribiera artículos para la influyente publicación
semiótica e interdisciplinaria Communications.
Destacan dos colaboraciones iniciales. Una, titulada «La description de la
signification en littérature», desarrolla los diversos niveles de análisis
estructural y subraya que la forma del objeto literario es prioritaria, en un
análisis estructural respecto a la sustancia del contenido, que está asociada a
la semántica (2). En esa época, Todorov, como otros teóricos estructuralistas
(por ejemplo, Barthes y Genette), relacionaba el estudio del significado con un
marco hermenéutico (y, por tanto, humanista). Hasta que la obra de A. J.
Greimas no se conoció mejor, no empezó a relacionarse un paradigma claramente
estructuralista con el campo de la semántica.
El otro artículo
importante de la primera época de Todorov –que mostraba la influencia de los
formalistas rusos– fue «Les catégories du récit littéraire» (3). En él, Todorov
reitera que «una descripción de la obra se refiere al significado de los
elementos literarios; el crítico literario pretende darles una interpretación»
(4). El significado de los elementos, de acuerdo con el principio saussuriano,
reside en las relaciones entre ellos. Sin embargo, si es así, ¿qué ocurre con
el significado (sens)
de la obra en su conjunto? Afirmar que el significado depende de las
relaciones es decir que los elementos del significado forman un sistema: están
ordenados de una manera concreta y no son un agregado ad hoc. ¿Se
escapa la obra entera a este principio, por lo que su significado es específico
de ella, en su particularidad y autonomía? No, asegura Todorov. El significado
de una obra (en contraste con su interpretación) deriva de su relación con
otras obras en la historia de la literatura. «El significado de Madame Bovary consiste
en su oposición a la literatura romántica» (5).
En el artículo
mencionado, Todorov refleja el trabajo de Genette sobre la narración (récit) y pasa a
analizar los planos de la «historia» (histoire) y el
discurso. Este enfoque conduce al tipo de estudio llevado a cabo en Littérature et
signification, el libro basado en la tesis doctoral de Todorov que
examinaba la novela epistolar de Laclos Las amistades
peligrosas del siglo xviii. En
todo relato narrativo hay acciones o sucesos. Pero no ocurren con arreglo a una
cronología ideal. Por el contrario, constituyen una red frecuentemente compleja
de hilos que sólo se unen en un punto determinado. Sólo estudiando los planos
de acción y los personajes se puede comprender cómo es la lógica de esa red de
hilos. Usando Las
amistades peligrosas como ejemplo, Todorov demuestra que: 1) las acciones
en una narración no son arbitrarias, sino que obedecen a cierta lógica; 2) una
narración tiene más de una estructura que se revela cuando en su análisis
pueden funcionar igualmente bien dos modelos diferentes, y 3) puede no ser
posible aislar para análisis el plano de acción cuando la «acción» de la
narración equivale a las vicisitudes del estado psicológico de los personajes,
como ocurre en Las
amistades peligrosas.
En términos
generales, Todorov pretende sacar a la luz los diversos procedimientos (procédés) de
elaboración de una narrativa. Dichos procedimientos deben permanecer
relativamente invisibles para el lector si se quiere que la narración logre
transmitir una historia con una intriga. Equivalen también a las funciones o
significados (sens)
de cada elemento en el conjunto de la narración. Igual que Genette, Todorov
está interesado en analizar, en un texto determinado, la narración, la subjetividad
(o el contexto, o el procedimiento de narración) y la objetividad (o la
narración como citación o acto lingüístico completo).
En su libro Littérature et
signification (1967), Todorov amplía el análisis de Las amistades
peligrosas iniciado en el artículo de 1966. El elemento fundamental de su
argumentación es que incluso un género cuyo éxito depende tanto de la
verosimilitud a través de la mímesis como la novela epistolar, está basado en
una serie de procedimientos internos de la estructura de la novela, como acto
de lenguaje (énonciation)
–en el que son visibles el estilo y la subjetividad– y como historia (énoncé).
Pero ¿cuál es la historia de toda novela? Es, a juicio de Todorov, la historia
de la propia creación de la novela. Al resumir su postura en Littérature et
signification, Todorov resume la posición de muchos teóricos
estructuralistas de la generación de los 60. Así, escribe que: «Toda obra, toda
novela relata, a través de una serie de acontecimientos, la historia de su
propia creación, su propia historia» (6). La búsqueda de un significado último
resulta vana, porque «el significado de una obra es pronunciarse, háblarnos de
su propia existencia» (7). En efecto, una novela comienza donde termina:
«porque la propia existencia de la novela es el último eslabón en la cadena de
su intriga.» Este punto se advierte con gran claridad en la última carta de Las amistades peligrosas, que explica cómo
llegó a publicarse la correspondencia que constituye la novela. En cierto
plano, el hecho de que haya una obra ficticia no es ficción; sin embargo, la
diferencia entre ficción y no ficción parecería problemática cuando se
considera que la obra ficticia es, en sí misma, el procedimiento de su propia
creación. Porque, entonces, el hecho de la
ficción (es decir, la no ficción) parece convertirse en el rasgo esencial de la
ficción.
Cuando Todorov habla
de la búsqueda, para toda obra, de un significado último fuera de ella misma
–es decir, la búsqueda de un significado más allá de la existencia de la
obra–, se está distanciando implícitamente del enfoque hermenéutico del texto,
el método que con frecuencia ha pretendido captar el mensaje definitivo (a
menudo, ideológico) del texto. Resulta interesante que, después de escribir una
serie de obras influyentes sobre el Decamerón, el
estructuralismo y la literatura fantástica –todas ellas, basadas en el concepto
de autonomía relativa del texto literario–, la dirección del trabajo de Todorov
empezase a cambiar con un estudio de la historia de la teoría del símbolo. Todorov
afirma que, incluso en la era del estructuralismo, la influencia del
Romanticismo es inevitable.
En 1981, Todorov
regresó a sus mentores, los formalistas rusos, esta vez, no tanto para asimilar
sus métodos formalistas como para interpretar su pensamiento. Su relectura de
la oeuvre de
Bajtin, en este sentido, supone un hito en su aproximación a la teoría
literaria. Si en los años 60 se había adherido al formalismo a través del
estructuralismo, como forma de rechazar el método ideológicamente correcto del
realismo socialista, a principios de los 80 Todorov empezó a elaborar un marco
más interpretativo dirigido a combatir lo que consideraba el enfoque
excesivamente apolítico del análisis textual formal. Lo que más valora Todorov
en Bajtin es la «antropología filosófica» que se interesa por la cuestión de la
«alteridad» (8). Para Todorov, el «otro» en la articulación que Bajtin hace del
principio dialógico, llega a asumir la máxima importancia. Asegura que la
principal intuición de Bajtin fue comprender que, después de Dostoievski,
ninguna obra artística digna de tal nombre podía dejar de enfrentarse a la
alteridad: «La renuncia de la unidad del "yo" tiene su contrapeso en
la afirmación de un nuevo estatus para el "tú" del otro» (9). Por
tanto, el otro deja de ser un objeto y se convierte en sujeto. Dostoievski
muestra a Todorov esta concepción a través de los escritos tardíos de Bajtin.
«Pero ¿acaso no es –pregunta Todorov– la característica esencial del
conocimiento en las ciencias humanas, como describe Bajtin, no ocuparse del
"objeto" mudo de las ciencias naturales y transformarlo en un diálogo
de textos, que conoce y debe ser conocido?» (10).
Partiendo de la
propuesta de que el investigador debe considerarse involucrado en el objeto de
estudio –tiene que entablar un diálogo con él–, Todorov inició una serie de
obras que examinaban cómo se han ocupado –o no– del otro la historia y la
cultura francesa y europea. Destacan, sobre todo, dos textos: La conquista de
América (1982) y Nous et les autres (1989).
En La conquista de
América, Todorov analiza e interpreta documentos de y sobre el
descubrimiento de América por Colón en 1492. Se trata de un estudio
comprometido, la obra de un moralista preocupado por las relaciones entre
europeos e indios, el yo y el otro, la identidad y la diferencia. Si, como
demuestra Todorov abundantemente, Colón tenía una forma muy concreta y fija de
entender la vida, tanto consciente como inconsciente (incluyendo una opinión
sobre lo que iba a encontrar al otro lado del mundo), lo importante es saber
cómo afectó este hecho a su contacto real con los pueblos de América Central.
En un sentido, significa que Colón se comportó de manera muy previsible: se encontró
con el otro a través del velo de sus propios prejuicios culturales (y, dentro
de ellos, religiosos). Se considera y se trata a los indios como animales, sólo
capaces de ser esclavos de los europeos. O, más bien, se viola al indio –se le
trata como a un «perro sucio»– llegado el momento del encuentro, mientras que
se le idealiza a distancia, se le llama noble salvaje, como habían ordenado las
escrituras. «La alteridad humana –afirma Todorov– se ve, al mismo tiempo,
revelada y negada» por los europeos (11).
Todorov quiere dejar
patentes dos aspectos de la conquista de América: en primer lugar, desea
mostrar que los signos y su interpretación –lenguaje y comunicación– cumplieron
un papel inmenso en el contacto entre españoles y aztecas en el siglo xvi, el siglo de la conquista. Todorov
explica que los españoles ganaron la guerra de conquista bajo los auspicios de
Hernán Cortés, en gran parte, porque el conquistador fue capaz de actuar con
arreglo a los conocimientos derivados de la observación: es decir, Cortés hizo
el esfuerzo de informarse sobre muchas de las costumbres del pueblo contra el
que luchaba, y así llegó a entenderlas. Moctezuma y los aztecas, por el
contrario, estaban paralizados por una visión del mundo que se basaba en una
lectura inflexible del presente a través del prisma del pasado. Los aztecas se
apoyaban en la profecía y la noción de destino que iba inextricablemente ligada
a ella. Por ejemplo, creyeron que la llegada de los europeos era un mal
presagio, y asumieron una actitud psicológica (negativa) frente a ella. En
cambio, Cortés, aunque estaba influido por sus creencias cristianas, intentó
aprender la lengua de los otros en más de un aspecto. No sólo prestó atención a
los datos que le suministraban los informadores, sino que utilizó los mitos
aztecas en una estrategia montada para engañar al enemigo. Así, Cortés alimentó
la fantasía azteca de que era un dios y, en cierto momento, engañó a los
habitantes de lo que hoy son las Bahamas para que pensaran que se dirigían a la
tierra prometida de sus antepasados cuando, en realidad, iban a ser explotados
como mano de obra. En resumen, Cortés reconoció la importancia del lenguaje y
el conocimiento de la cultura azteca y los utilizó para manipular la situación
en beneficio propio (12).
Pese a su genuina
comprensión de los elementos culturales del otro (y este es el segundo punto
importante que hay que subrayar a propósito de la conquista), Cortés participó
también en la destrucción de la cultura azteca. Los españoles –Cortés incluido–
sólo se interesaban por los objetos, especialmente el oro, y no lograron
reconocer a sus oponentes como seres humanos. El verdadero horror de tal
situación alcanza su máximo nivel durante la colonización española, cuando,
entre 1500 y 1600, no sólo se esclavizó al pueblo sino, según cálculos fiables,
una población de 80 millones para toda Sudamérica se redujo a un millón, en una
época en la que la población mundial era aproximadamente de 400 millones. Pese
a su capacidad de comprender al otro», la empresa de Cortés provocó la
destrucción de la civilización azteca.
En su conclusión,
Todorov reafirma su compromiso con el principio de diálogo de Bajtin. Sólo en
un diálogo verdadero, en el que la voz del otro es audible sin perjuicio de la
propia voz ni anulación de la voz opuesta, es posible una auténtica igualdad.
El diálogo es la confirmación del principio de Rimbaud, «yo es otra persona»,
en el que «yo» y «tú» estarían presentes simultáneamente. El diálogo implica
otra cualidad: cuanto más se elabora, más genera la capacidad de improvisación,
de abordar una situación tal como es y actuar conforme a ello. Lo que resulta
discutible en la postura de Todorov, sin embargo, es que nombra la civilización
occidental (es decir, Europa) como el origen del
diálogo y la escritura y, al menos por alusiones, como fuente de la capacidad
de improvisación que la escritura implica. Aunque la intención de nuestro autor
no es, desde luego, atribuir una superioridad intrínseca a la cultura europea
por encima de ninguna otra, no está claro si ha logrado expresar lo que quería.
En una obra posterior
–Nous et les autres (Nosotros y
los demás)–, sobre
el diálogo entre el yo y el otro, Todorov examina los temas de la raza, la
nación, lo universal y lo exótico en los textos de diversos autores:
Lévi-Strauss, Montaigne, Gobineau, Renan, Tocqueville, Chateaubriand, Artaud y
otros. Lo que más le interesa es cómo ciertos autores indican una vacilación,
en la reflexión francesa sobre la diversidad humana, entre el etnocentrismo
universal (el otro como mero objeto) y el relativismo universal (el otro es
todo y el yo no es nada). Renan y Barrès representarían la primera postura,
mientras que Lévi-Strauss, a juicio de Todorov, representaría la segunda.
Aunque Todorov tiene un cuidado significativo en no apresurarse a hacer juicios
sobre el racismo, el colonialismo o el universalismo, parece mucho menos cómodo
al abordar problemas filosóficos y morales que al hacer análisis semiótico de
textos. Por ejemplo, al hablar de su concepción de «un humanismo moderado», se
basa, sin reconocerlo, en la noción a priori de que
la libertad de la humanidad como especie es esencialmente un asunto individual:
«Se dice que la libertad es el rasgo distintivo de la especie humana. Es cierto
que mi medio me impulsa a reproducir la conducta que valora; pero también
existe la posibilidad de arrancarme de ella» (13). Aquí, Todorov suscita
numerosas preguntas: ¿se puede hablar de libertad en relación con la humanidad
como especie sin caer en el biologismo? ¿Cuál es exactamente la relación entre
humanidad e individuo? Si la libertad es peculiar del individuo, ¿no implica
que los individuos construyen su libertad en contra de la humanidad? Pero otra
cuestión más acuciante: ¿La libertad está inevitablemente opuesta a la
determinación, como afirma Todorov? ¿No podría haber, por ejemplo, un sentido
en el que el individuo decida asumir los valores comunitarios existentes? ¿No
es ése, precisamente, el carácter de una elección moral o política de tipo
conservador? En resumen, la cuestión no es que Todorov no plantee problemas
importantes en Nous
et les autres,
sino que, con frecuencia, las respuestas que ofrece a preguntas filosóficas
inmensamente complejas se quedan asombrosamente sin desarrollar en un libro
cuyo propósito declarado es el de ampliar la comprensión de la interacción
entre el yo y el otro en la experiencia contemporánea.
Entre La conquista de
América y Nous
et les autres, Todorov siguió publicando trabajos sobre la naturaleza de la
literatura y la crítica, como Critique de la critique (1984) [Crítica de la crítica] y La Notion de la
littérature (1987). Estos libros pueden contrastarse, en parte, con textos
más abiertamente comprometidos como Frêle bonheur: essai
sur Rousseau, (1985), que intenta capturar la intensidad del pensamiento de
este último, y
Face à l'extrême (1991), sobre el totalitarismo nazi y comunista.
En general, la
obra de Todorov es interesante e importante por la tensión que presenta entre
el rigor del análisis estructural y la escritura del compromiso moral, los
escritos de su fase postestructuralista, como si dijéramos. Una última cuestión
sería saber si dicha tensión es, o no, inevitable.
Todorov
recibió el Premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales en 2008. En 2010
dijo en tono profético, antes de la actual crisis de los refugiados, "este
miedo a los inmigrantes, al otro, a los bárbaros, será nuestro gran primer
conflicto en el siglo XXI". Murió en París, a los 77 años, el 7 de febrero
de 2017.
NOTAS
1. François Dosse, Histoire
du structuralisme, I: Le champ du signe, 1945-1966, París, La Découverte, 1991, pág. 240.
2. Tzvetan Todorov, «La description de la
signification en littérature», Communications, 4, 1964.
3. Tzvetan Todorov, «Les catégories du récit
littéraire», Communications, 8 (1966), págs. 125-151.
4. Ibíd., pág. 126.
5. Ibíd.
6. Ibíd.,
pág. 49.
7. Ibd.
8. Tzvetan Todorov, Mikhail Bakhtin: The Dialogical Principle, trad. de Wlad
Godzich, Manchester, Manchester University Press, 1984, pág. 94.
9. Ibíd., pág. 104.
10. Ibíd., pág. 107.
11. Tzvetan Todorov, The Conquest of America: The Question of the Other, trad. de Richard Howard, Nueva
York, Harper & Row, 1984, págs. 49-50.
12. Véase ibíd.,
págs. 98-123.
13. Tzvetan Todorov, Nous et les autres. La réflexion française sur la diversité humaine,
París, Seuil, 1989, página 428,
PRINCIPALES OBRAS DE TODOROV
Grammaire du Décaméron, La Haya, París, Mouton, 1969.
Crítica de la crítica (1984), Barcelona, Paidós, 1992.
Frágil felicidad (1985), Barcelona, Gedisa, 1986.
La Notion de la littérature el
autres essais, París, Seuil, 1987.
Teoría de los géneros literarios, Madrid, Arco libros, 1988.
Nous el les autres. La réflexion
française sur la diversité humaine (1989).
Las morales de la historia (1991), Barcelona, Paidós, 1993.
Face à l'extréme, París, Seuil, 1991.
El hombre desplazado, Taurus, 1997.
Memoria del mal, tentación del bien. Indagación sobre el siglo XX, Península, 2002
El miedo a los bárbaros, más allá del choque de civilizaciones, Galaxia Gutenberg, 2008.
Los enemigos íntimos de la democracia, 2012.
El hombre desplazado, Taurus, 1997.
Memoria del mal, tentación del bien. Indagación sobre el siglo XX, Península, 2002
El miedo a los bárbaros, más allá del choque de civilizaciones, Galaxia Gutenberg, 2008.
Los enemigos íntimos de la democracia, 2012.
Insumisos, 2016.
OTRAS LECTURAS
BANN, Stephen, «Structuralism and the revival of
rhetoric», Sociological Review Monograph,
25 (agosto de 1977), págs. 68-84.
BOTTOMLEY, Gill y LECHTE, John, «Nation and diversity
in France», Journal of Intercultural Studies, 11, 1 (1990), págs. 49-63.
Nota en diario Página 12 por la muerte de Todorov en febrero de 2017:
ResponderEliminarhttps://www.pagina12.com.ar/18784-un-intelectual-de-curiosidad-insaciable
Otra nota de Página 12 sobre Todorov:
ResponderEliminarhttps://www.pagina12.com.ar/19254-un-campesino-del-danubio
Link al libro "La conquista de América. El problema del otro":
ResponderEliminarhttps://edisciplinas.usp.br/pluginfile.php/7626054/mod_resource/content/1/TODOROV-La-Conquista-de-America.pdf