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domingo, 4 de noviembre de 2012

Kafka, Franz



La singularidad de Kafka deriva, en gran parte, de la intersección de la literatura y la experiencia vivida. Nacido en el seno de una familia judía de Praga el 3 de julio de 1883, Franz Kafka era hijo de un próspero hombre de negocios. Aunque sus padres hablaban checo en su aldea natal, hicieron todo lo posible para garantizar que su hijo tuviera una buena educación y, sobre todo, que pudiera hablar y escribir correcto alemán, como la minoría privilegiada germanohablante de Praga. El padre quería asimismo que su hijo conociera y apreciara el lado judío de la historia familiar, un factor que provocó conflictos habituales entre ambos; porque Franz tenía una idea muy distinta del judaísmo, como queda bien patente en la famosa carta a su padre, escrita en noviembre de 1919.
Entre 1893 y 1901, Kafka asistió al gimnasium alemán, y después estudió jurisprudencia en la Universidad Kari-Ferdinand. En 1906 se examinó de su doctorado en leyes. En 1902 se encontró por primera vez con el crítico y novelista Max Brod, que le introdujo en los círculos literarios de Praga. En 1907 entró a trabajar en una compañía de seguros italiana, antes de irse a trabajar, desde julio de 1908 hasta su retiro en 1922 por mala salud, a la Oficina de Seguro de Accidentes para los Trabajadores, semigubernamental. La empresa le concedió una baja prolongada de enfermedad, lo cual le dejó más tiempo libre para escribir.
En 1909, una publicación de Praga aceptó el primer relato de Kafka, y éste leyó a Brod capítulos de su novela Preparativos de boda en el campo. En 1910 empezó a llevar sus diarios y a relacionarse con la compañía de teatro en yiddish. En 1912 conoció a Felice Bauer, a quien estuvo prometido en dos ocasiones y con la que mantuvo una voluminosa correspondencia.  También escribió cartas, que están publicadas, a la traductora de sus relatos al checo, Milena Jeseska. En 1914, Kafka leyó el primer capítulo de El proceso a Brod, y en 1918, un año después de que se le diagnosticara tuberculosis, se prometió a Julie Wohryzek. En el invierno de 1920-1921, durante su estancia en un sanatorio para tratarse la tuberculosis, Kafka expresó a Bord su deseo de que toda su obra se destruyera tras su muerte, una petición que luego confirmó por escrito. Después de vivir en Berlín con una estudiante polaca de hebreo, Dora Dymant, Kafka murió de tuberculosis el 3 de junio de 1924.
  La influencia de Kafka ha sido muy profunda, al menos, desde dos puntos de vista. En primer lugar, sus textos –en los que parece haberse creado un mundo enigmático y espectral– han puesto el dedo en la llaga de la vida tal como transcurre en la sociedad industrial moderna. En ellos se esbozan el nihilismo de una sociedad sin Dios, el hiperracionalismo del dominio burocrático, que estrangula al inocente en su tela de araña, y el fin de todos los idealismos, incluyendo, quizá, el final del concepto de causalidad junto a todos los primeros principios. En la oeuvre de Kafka se encuentra la alegoría de una sociedad sin ningún fin determinado, pero que está claramente destinada a terminar en el sentido material. Joseph K no logra saber por qué crimen se le detiene en El proceso, del mismo modo que K, en El castillo, no puede entrar en él, pero no sabe por qué. En cierto plano, pues, Kafka ha asumido la función de revelador de los peligros en las relaciones sociales y psicológicas, que quedan reducidas a nada más que instrumentos. Y la creación de su mundo parece aún más lograda en la medida en que nunca lo describe ni caracteriza, sino que siempre se limita a sugerirlo o evocarlo. Es muy posible que los lectores que buscan en Kafka un mensaje sobre la modernidad sean capaces de hallarlo porque la sugerencia del mensaje es uno de los rasgos fundamentales de su estrategia literaria. Sugerir y evocar –avanzar a través de enigmas–, en vez de afirmar, otorga a las cosas un carácter profundamente caleidoscópico. La novedad de la escritura de Kafka, que pocos lectores anteriores a los años 80 pudieron dejar de advertir, debe encontrarse en este estilo minimalista de sugerencia. La novedad ha significado que cada lector puede empezar a ver en el texto algo para él. En otras palabras, la falta de definición y especificidad en el mundo de Kafka produce los elementos "kafkianos", el enigma, la oscuridad y el misterio en los que todos pueden hallar un lugar, por perturbador y deprimente que ello resulte.
El papel del enigma y la oscuridad no es, en absoluto, el claro resultado de una estrategia de escritor, sino que, en ocasiones, parece ser intrínseco del objeto que se describe. En ningún sitio se ve mejor que cuando se habla de las leyes en El proceso. La ley, que presuntamente debe iluminar el caso, al mismo tiempo lo oscurece. De hecho, parece tener un punto ciego en su propio centro. Porque no logra dar una respuesta definitiva a la pregunta de quién está dentro y quién fuera de ella. En principio, la ley no puede reconocer sus límites; pretende ser todopoderosa. En realidad, sin embargo, siempre existen áreas fuera de la ley, como son las áreas del placer, el horror y la muerte; precisamente las que obsesionan al texto de Kafka.
En segundo lugar, Kafka y su obra ofrecen una percepción del modo de ser de un escritor en el siglo xx. La vida de Kafka, en y para la escritura –una vida parcialmente revelada, con gran fuerza e intensidad, en sus Diarios–, suscita la cuestión de lo que podría significar verdaderamente para alguien el hecho de estar dedicado al arte en general, y a la literatura en particular, en el siglo xx. ¿Por qué es una pregunta tan difícil de responder? ¿Por qué no se puede decir, sencillamente, que algunas personas sienten la llamada de la vocación de "escritor", como otros son abogados o médicos? Una respuesta gira en torno a lo que el escritor se siente llamado a hacer, como escritor, en la sociedad moderna. Si se conforma con adaptarse a las normas convencionales sobre la escritura, no hay ningún problema; las puertas del periodismo y la escritura, en géneros muy establecidos (por ejemplo, la novela de detectives), están abiertas para él. Pero, con razón o sin ella, desde mitad del siglo xviii ha aparecido en la sociedad moderna la categoría de la literatura. La literatura, al menos desde un punto de vista determinado, es la "canonización" de la escritura verdaderamente extraordinaria. En el caso de Kafka, ello implica la consagración de su experiencia más íntima. Dicha consagración, el hecho de que la escritura se haga literaria, provoca una tensión muy profunda. Porque, cuando el escritor ha jugado sus cartas, ha quemado sus naves, lo ha arriesgado todo y ha preparado el escenario para desafiar las convenciones más arraigadas del arte de su tiempo, puede no lograr el reconocimiento; puede que todo ello no haya servido para nada. Es preciso contar con la posibilidad del mayor fracaso. Se ha apostado mucho, y la tentación de llegar a un compromiso es muy fuerte.
  Desde esta perspectiva, un autor no sólo vive para su escritura, sino, más profundamente, vive en su escritura, e incluso está formado por ella en sentido físico. Es la escritura como gasto de cierta cantidad de energía sin obtener nada a cambio. Algunos elementos de la biografía de Kafka confirman e ilustran lo que está en juego. Por ejemplo, en lugar de convertirse en un escritor profesional y vivir de ello, Kafka siguió trabajando en la oficina de seguros del gobierno durante el día y escribiendo sólo de noche, o al final de la tarde. En segundo lugar, como es bien sabido, Kafka declaró a su albacea literario, Max Brod, que quería que se quemaran todas sus obras (con ciertas excepciones). Del mismo modo que el origen de los hechos en sus obras de ficción está envuelto en las brumas del enigma, también lo está dicha solicitud. ¿Por qué habría hecho tal petición Kafka, que en su lecho de muerte seguía corrigiendo las pruebas de uno de sus libros? Gracias a que Max Brod se negó a cumplir el deseo de su protegido en este aspecto tan importante y, por el contrario, se propuso publicar sus obras completas en cinco volúmenes, Kafka se ha hecho inmortal; su escritura ha pasado a ser literatura. Por fin obtuvo reconocimiento con arreglo a sus propios términos, pero, trágicamente, no vivió para verlo.
  Aunque indudablemente hay elementos en la ficción de Kafka que se prestan a una lectura alegórica y, por tanto, a una utilización política, se puede decir que la obra de Kafka tiene consecuencias políticas, sobre todo, de una forma más indirecta, mediante la valoración del ejercicio de la escritura. La escritura de Kafka no es comprometida como la de Sartre; la verdad ideal necesaria para esa posición política está ausente en la ficción de aquél. En realidad, la imposibilidad de ese compromiso está más cerca de la orientación de Kafka. El ejercicio de la escritura es una escritura producida a pesar de la desesperación y la oscuridad del mundo, a pesar de la ausencia de protocolos racionales que puedan seguirse con algún grado de certeza. En este sentido, la escritura de Kafka es una escritura de sacrificio. Sus enigmas le son esenciales, como también lo es el esfuerzo que le cuesta: Kafka se agota cuando escribe. En una ocasión, ahora famosa, escribió su relato La condena de una sentada, la noche del 22 al 23 de septiembre de 1912. Observa en su diario:

Casi no podía sacar mis piernas de debajo de la mesa, por la rigidez que habían adquirido de estar sentado. El miedo y la alegría, cómo se desarrollaba la historia ante mis ojos, como si caminara por encima del agua. Varias veces durante la noche sentí mi propio peso sobre mi espalda... A las dos miré el reloj por última vez. Cuando la doncella atravesó por primera vez la alcoba, estaba escribiendo mi última frase... Los ligeros dolores en torno a mi corazón. El cansancio que se desvaneció en mitad de la noche. (1)

  Aunque Deleuze y Guattari no creen, tampoco, que el efecto político de la escritura de Kafka sea un compromiso en el sentido sartriano, afirman que su ficción es política en el sentido de que constituye una escritura "menor" dentro de una gran formación lingüística (2). Como judío checo –es decir, miembro de una minoría– que escribía en alemán, Kafka logra abrirse paso en la lengua dominante construyendo un idioma menor dentro de ella. Kafka juega con la tonalidad del alemán; rechaza las metáforas; escribe para desfamiliarizar (desterritorializar) el lenguaje; desecha las conexiones genealógicas y se centra en las cosas pequeñas que le rodean; produce una riada de cartas en vez de una visión global. Es decir, Kafka transforma significativamente, aunque de manera imperceptible, la naturaleza del alemán y se labra en él un hueco extraordinario, un lugar que no anticipaba, en absoluto, el uso corriente de la lengua en la época en la que escribió.
Sin desarrollar más el análisis de estos hechos, baste decir que la vida de Kafka puso sobre el terreno una nueva forma de entender el vínculo entre la escritura y la vida. Se puede resumir de esta forma: Kafka demostró con su trabajo que escribir es un modo de vida, que exige la concentración de fuerzas (3); además hizo que se viera lo que estaba realmente en juego al construir el objeto literario; y, por último, mediante el uso del enigma, liberó la escritura de un determinismo sociológico o psicológico que pretendiera explicar la escritura en función de las condiciones materiales o la biografía de un autor. Después de Kafka, la escritura (la literatura) ya no es resultado de unas condiciones, sino que ayuda además a constituir esas condiciones.
Según la crítica francesa Marthe Robert, Kafka emplea el anonimato de sus principales personajes, como K, para sacar a la luz su cualidad trascendente (4). En otras palabras, se liberan del entorno en el que pueden haber aparecido y son capaces de arraigar en muchos entornos diferentes. El personaje es entonces un exiliado –como los judíos (aunque no se dice jamás en ningún punto de su ficción)–, capaz de transgredir límites de todo tipo, morales, legales, culturales, psicológicos. El personaje es la persona anónima y desarraigada que está siempre en busca de una comunidad, como se encuentran muchas personas desplazadas en la Europa de finales del siglo xx. La vida del propio Kafka, mitad judío, mitad alemán, encarna asimismo el tema del exilio y la "extraterritorialidad".
Desde otra perspectiva, la ausencia de límites fijos puede considerarse un rasgo de las novelas de Kafka. Esta vez, la caída de esos límites evoca la falta de trascendencia. La fuente, el origen, desaparece: el origen de la ley, el origen del cambio, de la sexualidad, la causa en la relación de causa y efecto, todo se evapora en un enigma. "Por qué" no tiene respuesta. En este sentido, Kafka se vuelve nietzscheano y radicalmente antiidealista. Como explica Georges Bataille (5), en Kafka no existe tierra prometida; el objetivo de Moisés es inalcanzable porque estamos hablando de la vida humana –el mundo fisico y material–, no de un ámbito trascendente. Sin duda, Kafka tiende a encajar en algunas de las características definidas como "postmodernas", por su esfuerzo para dar más fluidez a todos los límites y, por tanto, todas las identidades.
La ficción de Kafka está impregnada del espectro de la muerte, junto con la angustia y la desesperación. Se puede excluir la fe, pero no la búsqueda de la fe. Como ha explicado Maurice Blanchot, existe la incertidumbre del significado porque la desesperación y la ansiedad son los equivalentes de la muerte en la vida (6). La desesperación surge porque la existencia es un exilio; no existe un verdadero hogar en el que se pueda evitar la ansiedad de la vida moderna. Ser moderno es, en cierto modo, ser judío. Pocos han resumido mejor la singularidad de Kafka que Blanchot, cuando afirma que la obra de aquél reluce a pesar de sí misma, es decir, a pesar de su preocupación por la muerte: "Ésa es la razón de que sólo entendamos [la oeuvre de Kafka] cuando la traicionamos; nuestra lectura gira ansiosamente en torno a un malentendido" (7).


NOTAS

1. Franz Kafka, The Diaries of Franz Kafka 1910-1923, ed. de Max Brod, trad. de Joseph Kresh y Martin Greenberg, Harmondsworth, Peregrine/Penguin, 1964, pág. 212.
2. Gilles Deleuze y Félix Guattari, Kafka: Toward a Minor Literature, trad. de Dana Polan, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1986, 16-18.
3. Sobre este aspecto, véase Franz Kafka, The Diaries of Franz Kafka 1910-1923, pág. 163.
4. Marthe Robert, Franz Kafka's Loneliness, trad. de Ralph Manheim, Londres, Faber & Faber, 1982, pág. 5.
5. Georges Bataille, "Kafka", en La littérature et le mal, en Oeuvres complètes, IX, París, Gallimard, 1979, página 272. (Trad. esp.: La literatura y el mal, Madrid, Taurus, 1987.)
6. Maurice Blanchot, De Kafka à Kafka, París, Gallimard/ldées, 1981, página 66.
7. Ibíd., pág. 74.



PRINCIPALES OBRAS DE KAFKA

La metamorfosis (1919), Madrid, Cátedra, 1985.
El proceso (1925), Madrid, Cátedra, 1995. 
América (1927), Madrid, Alianza, 1993.
El castillo (1926), Madrid, Alianza, 1984.
La muralla china (1931), Madrid, Alianza, 1990.
Diarios 1910-1913 (1948), Barcelona, Lumen, 1991.
Carta al padre (1953), Madrid, Debate, 1994.
Cartas a Felice, 3 vols., Madrid, Alianza, 1977.
Escritos sobre sus escritos, Barcelona, Anagrama, 1983.
Informe para una academia, Madrid, Akal, 1985.
Cartas a Milena, Madrid, Alianza, 1991.
La condena, Madrid, Alianza, 1994.
Meditación, Madrid, M. E., 1994.


OTRAS LECTURAS

ANDERSON, Mark (ed.): Reading Kafka: Prague, Politics and the Fin de siècle, Nueva York, Schocken Books, 1989.
BATAILLE, Georges: "Kafka", en Littérature and Evil, trad. de Alastair Hamilton, Londres, Calder & Boyars, 1973.
BENJAMIN, Walter: "Franz Kafka on the tenth anniversary of his death", en Illuminations, trad. de Harry Zohn, Glasgow, Fontana/Collins, 3ª.impr. 1979, págs. 111-140.
BLANCHOT, Maurice: De Kafka à Kafka, París, Gallimard/Idées, 1981.
DELEUZE, Gilles y GUATTARI, Félix: Kafka: Toward a Minor Literature, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1986.
ROBERT, Marthe: Acerca de Kafka. Acerca de Freud, Barcelona, Anagrama, 1980.



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