En el Fontana
Dictionary of Modern Thinkers (1983), hay artículos para François
Mitterrand y Michel Foucault (así como para Marilyn Monroe), pero no para
Maurice Blanchot, uno de los principales escritores y críticos franceses de la
posguerra y un pensador que ha ejercido enorme influencia sobre Foucault y
otros muchos. De sus textos críticos podemos deducir que a Blanchot no le
preocuparía en absoluto; considera que la escritura es autónoma y resultado de
una profunda soledad, por lo que una biografía o un currículum vitae tienen
poca importancia a la hora de ayudar al lector a capturar los enigmas de una
obra verdaderamente literaria. De hecho, el silencio de Blanchot sobre aspectos
biográficos constituye una parte importante de su proyecto literario. Para él,
el objeto literario es, al mismo tiempo, irreductible (a explicaciones
psicológicas o sociológicas) e indeterminado (no es posible nunca recuperar
todo el significado y la importancia de un texto literario). Saber si ello
equivale, como afirma Tzvetan Todorov, a una continuación del Romanticismo es
quizá una de las cuestiones clave para comprender la oeuvre de Blanchot.
A pesar de cierta
oposición enérgica, Blanchot –que nació en Quain, el 22 de setiembre de 1907 y dedica su vida por completo a
la literatura (1), hasta su muerte el 20 de febrero de 2003–, ha adquirido la reputación de escribir una prosa que se
encuentra entre las más enigmáticas del francés moderno. Teniendo en cuenta que
él mismo ha aclarado de forma indirecta parte de las motivaciones de su obra
literaria en sus textos críticos (2), ésa es indudablemente una afirmación
excesiva. Por otro lado, dado que hay una fuerza que arrastra hacia un centro
de atracción desconocido –sólo vagamente perceptible para quien escribe–,
parece haber cierto grado de oscuridad integrado en el proyecto de Blanchot.
Aunque existen buenas razones para rechazar el epíteto de romántico en su caso
(entre ellas, su no aceptación del concepto de autor como origen), hay muchos
más motivos para afirmar que Blanchot es un lúcido defensor del modernismo
artístico. Ello no implica aceptar una versión concreta del principio de
creatividad original. En realidad, Blanchot ha tenido en cuenta la advertencia
que representa la dialéctica hegeliana, en la que, al final, todo se recupera
dentro del marco del Conocimiento Absoluto. Con el tiempo, asegura Hegel, la
historia llegará a su fin; el objetivo del sistema se unificará en el proceso
de llegar a él. Toda la obra de Blanchot puede juzgarse una negativa a aceptar
la base de la filosofía de Hegel sobre lo inevitable de la homogeneidad
implícita en el final de la historia.
A diferencia de Joyce,
Blanchot no escribe prosa «ilegible»; tampoco compone textos explícitamente
musicales, como Mallarmé, aunque el autor de Un Coup de dés es un punto de referencia importante para él. Por el
contrario, la limpidez inmediata de los textos de ficción de Blanchot empuja al
lector a esperar que su significado sea igualmente accesible. La primera frase
de L'arrêt de mort (La sentencia de muerte) es ejemplar: «Estas
cosas me ocurrieron en 1938» (3). Gradualmente, esta limpidez de estilo y
significado deja paso a una profunda oscuridad. Los nombres están borrados,
como en Kafka; el lugar donde ocurren los hechos parece ser París, pero nunca
se ofrecen direcciones precisas: «J» es una mujer con una enfermedad terminal,
que parece morir por deseo propio y a la que, más tarde, parece ayudar a morir
el narrador, que le administra un cóctel letal de morfina y sedante. Los
sucesos parecen ocurrir en la época de la crisis de Munich, pero el narrador da
también la impresión de que los «hechos» involucrados son los relativos a la
propia escritura del relato, una escritura que el narrador se niega
continuamente a asumir, puesto que, en efecto, el tiempo de la redacción es
ambiguo. Un borrador inicial de la narración ha sido destruido y ello temite el
momento de la escritura a un pasado distante, mientras que, en el momento de la
muerte de «J», el narrador dice que los hechos que relata no han ocurrido aún.
Los rasgos de este tipo en la obra de Blanchot han fomentado su definición como
elementos confusos e indeterminados. Y la propia teoría literaria de Blanchot
ofrece cierta base para ello.
De sus textos críticos de
los años 50, resulta claro que Blanchot se opone a cualquier apropiación fácil
del texto auténticamente literario. Sin embargo, así ocurre con frecuencia,
porque pocos críticos leen de verdad lo que aseguran haber leído. Prefieren,
más bien, escribir sus comentarios basándose en lecturas que incorporan las
obras nuevas a categorías ya existentes; cuando el crítico ve que no se puede
interpretar así una obra, es demasiado tarde para leerla; porque el crítico es
ya un autor y, por tanto, incapaz de convertirse en lector. La verdadera
lectura, implica Blanchot, es la que respeta la singularidad de la obra literaria.
La verdadera lectura es una crisis en la lectura. Éste sería el ímpetu
modernista y vanguardista en el enfoque de Blanchot durante los años 50. Lo
acompañan otras características que siguen figurando, en gran parte, en su obra
reciente. En primer lugar, contra quienes tachan fácilmente a Blanchot de
romántico, podemos advertir que, para él, toda obra verdaderamente literaria o
artística es anónima. Ello no significa que el autor esté simplemente
intentando esconderse en su obra; lo que quiere decir es que la fuerza creadora
de la obra borra, por sí sola, la presencia del autor. Desconocer totalmente la
obra es desconocer totalmente a su autor. En realidad, aunque un autor puede
vincularse conscientemente a un libro o a un cuadro, su verdadero mérito
artístico es apreciable sólo en la variedad de sus obras, en su oeuvre. Sin embargo, dados los cambios
que se producen en la orientación creativa a lo largo del tiempo, el carácter
exacto de la oeuvre no está jamás
presente para ningún autor. Para comprender una obra en su singularidad es
preciso entender el movimiento que la ha producido. Así, para entender la obra
escrita, es necesario entender las condiciones de posibilidad de la escritura.
Ello significa, casi de forma inevitable, que el carácter de la determinación
de cualquier obra individual no esté nunca inmediatamente presente.
En relación con la obra
literaria en particular, la naturaleza de la determinación adopta otro giro,
que parece ser un elemento importante en el ejercicio de la escritura de
Blanchot. Se trata de que «la esencia de la literatura es escapar a cualquier
determinación esencial o afirmación que la estabilice o incluso la concrete:
nunca está ya allí, siempre tiene que hallarse o ser reinventada» (4). En otras
palabras, el impulso modernista de Blanchot implica que no haya certeza, ni
mucho menos, de que exista una cosa llamada institución artística, un mecanismo
que estaría esperando para recibir la nueva obra en el marco previamente
existente. Dar prioridad a la institución artística por encima de la
singularidad de la obra de arte es, en realidad, eliminar esa singularidad al
convertir cada obra –por diferente que pueda ser de las demás– en una
repetición de la institución. Ésa es la razón de que Blanchot afirme que no
existe nada con anterioridad a la obra y que toda la obra es una reinvención
del ejercicio de la escritura. Por consiguiente, desde el punto de vista de la
institución literaria, toda obra individual se caracteriza por su carácter no
literario.
Dada la singularidad de la
obra literaria, podemos ver por qué, en la primera etapa de su carrera,
Blanchot había hablado sobre la importancia de la soledad del escritor. La
soledad se refiere a la forma en que una obra literaria y su proceso de
elaboración están aislados de todo lo demás, incluso si, como ocurre a menudo,
alude a otras obras. La soledad significa que quien lea la obra va a
experimentar su carácter único. La soledad es la forma en que habla la obra,
una forma de hablar que es también el silencio del escritor. Blanchot varía
ligeramente la frase y dice que la obra es el medio para que tome forma el
silencio del escritor. De acuerdo con su afición a la figura retórica del
oxímoron, el silencio se convierte en la forma de hablar del autor. Como éste
se encuentra dentro de una oeuvre, en
parte producida por su deseo consciente o inconsciente, el descubrimiento de la
forma de esa oeuvre es interesante
para el autor y para el lector. La obra es una fuente de fascinación del
escritor, precisamente porque no está determinada de manera consciente. Sólo lo
está la obra específica. La fascinación es la mirada de la soledad en la oeuvre. La fuente de fascinación por
excelencia es la imagen; y resulta interesante que Blanchot no acepta
automáticamente que la imagen sea un reflejo sin problemas del objeto. La
imagen, que es esencialmente visual, es una forma de capturar el objeto
mediante el distanciamiento, o cosificación.
Muchas de las obras de
ficción de Blanchot juegan con el carácter paradójico de la imagen que
transmite la mirada. La imagen es una proximidad producida por el
distanciamiento. La soledad, la fascinación, la imagen y la mirada forman,
pues, una serie fundamental de conceptos que impregnan su escritura. Esta
escritura provoca indeterminación. Quien está fascinado no ve un objeto o
figura real, «porque lo que se ve no pertenece al mundo de la realidad, sino al
medio no determinante de la
fascinación» (5). Con un paso característicamente enigmático, Blanchot separa
también la imagen del significado y la relaciona, en cambio, con el éxtasis.
Muchos afirmarían que esta idea no se transmite apenas en el hecho más bien
melancólico de la ficción de Blanchot.
Aunque es imposible
afirmar que es posible excavar toda la profundidad del proyecto modernista de
Blanchot, es evidente que la muerte, el olvido, la espera y la finalidad
constituyen otra serie importante de conceptos sobre los que se apoya gran
parte de su escritura. La muerte, según la famosa declaración de Blanchot, no
puede experimentarse. En lugar de pretender convertirla en el sujeto de una
proyección imaginaria o intentar una reconstrucción fenomenológica de la
muerte, Blanchot escribe la experiencia de la imposibilidad de la experiencia
de la muerte. Sin duda es éste el sentido que tiene la vuelta a la vida de «J» en
La sentencía de muerte. Tanto L'attente l'oubli como Au moment voulu exploran las
complejidades de la espera y el olvido. Esperar es algo que sucede, se hace
imposible, mientras que el olvido está atrapado entre el momento determinado y
el momento deseado; olvidar es siempre, en este sentido, una forma de recordar.
Teniendo en cuenta la
tendencia de Blanchot a indicar formas en las que no se produce la finalidad o,
al menos, no puede experimentarse, vemos que el último hombre, en el libro del
mismo título, es en realidad como todos los demás hombres; es como si el último
hombre –que debería ser totalmente singular– fuera, de hecho, un hombre
corriente. Del mismo modo, la «última palabra» es una variación de «hay», que
no es una palabra realmente, sino lo que indica el ser del mundo en general. La
última palabra sugiere algo reconocido. La última palabra requiere explicación,
es decir, más palabras.
En la época de las etapas
intermedia y última de Blanchot (los textos posteriores a los años 60), el azar
asume una presencia más visible. La muerte adquiere toda su significación sólo
en relación con el azar. En Le pas au-delà, Blanchot se refiere
a lo impredecible de la muerte (6). Pero su elaboración más sistemática del
azar se encuentra en un ensayo sobre André Breton y el surrealismo (7). En él,
Blanchot habla del azar como un tipo de experiencia particular, en el que el
sistema predominante de pensamiento se ve sacudido. El azar es lo que deja
fuera el pensamiento existente; es lo que deja de lado, sin que, por ello, deje
de tener efecto. La muerte llega, pero el momento exacto en el que llegará es
cuestión de azar. Por consiguiente, en la medida en que no se tenga en cuenta
el azar, la muerte no llega; flota en la indeterminación. En este sentido tan específico,
por el que se interesaban los surrealistas, la muerte escapa a una lógica de
causa y efecto porque la causalidad es la marca de la determinación. Así, pues,
Blanchot procede en su escritura con arreglo al principio de que el azar
produce incertidumbre e indeterminación. Aquí está implícita una conexión entre
indeterminación, y la reversibilidad del tiempo, e indeterminación, que
corresponde al tiempo irreversible. Muchos de los textos de ficción de Blanchot
plantean la cuestión de si algo ha ocurrido o no: por ejemplo, la muerte de «J»
en La sentencia de muerte.
O, una vez más, por el azar,
hay un momento que llega y se va. En cierto momento de Au moment voulu, Claudia parece detenerse y mirar al narrador, como
invitada «por azar» a hacerlo. Poco despues, el azar y el momento vuelven a
estar presentes: «en ese momento» el narrador ve el rostro de Claudia «por
azar». «¿En ese momento? –pregunta el narrador–. ¿Y cuándo era ese momento?».
Existen dudas de que algo haya ocurrido realmente. Es una escena de
indeterminación. El azar no puede considerarse simplemente un suceso aislado y
diferenciado, sino que extiende su manto por encima del conjunto, como la tinta
de un pulpo.
Si el verdadero suceso es
el azar, escribirlo equivaldrá, por supuesto, a explorar la indeterminación.
Blanchot plantea la perspectiva de que la propia escritura sea un suceso y, por
tanto, esté sujeta a la indeterminación. Ya hemos visto que esta posibilidad se
anunciaba en la idea de la oeuvre
como producto del deseo inconsciente del escritor. Hay un sentido en el que el
escritor no va donde le lleva su escritura. El escritor escribe en el vacío: la
página blanca, en palabras de Mallarmé. Así, en gran parte como una exploración
del azar, la escritura de Blanchot presupone que no existe nada anterior a
ella; éste es el sentido más profundo de la noción de soledad y autonomía en la
escritura.
En sus últimos trabajos,
la forma elemental y fragmentaria de narrativa (récit) deja paso a una
serie de fragmentos marcados, como si el orden pudiese reconstituirse si lo
desea el lector. Aquí, Blanchot está escribiendo, en realidad, para dar el
mayor poder posible a la indeterminación. Desde el punto de vista del lector,
ello implica dar poder a la mayor variedad posible de significados. Sería apartarse
de la lógica de Blanchot pretender ser capaces de explicar su funcionamiento
más oculto. Por el contrario, es preferible ser prudentes y, de esa forma,
acercarse más quizá a la genuina comprensión.
Brevemente, y para
terminar, es necesario hacer referencia al interés de Blanchot por el concepto
de comunidad. El argumento en el que quiere insistir es que una verdadera
comunidad no tiene más fin que su propia existencia. En la medida en que es
así, la comunidad es indeterminada, imposible de representar o simbolizar. No
es posible comunicar su carácter. Para el escritor, esa comunidad es el público
compuesto de lectores desconocidos sin los que él no podría existir, pero que
no poseen una identidad definible. Para Blanchot –como para Bataille–, el lector
indeterminado y desconocido constituye el vacío en el que debe aventurarse todo
escritor.
NOTAS
<!--[if !supportLists]-->1.
<!--[endif]-->Esta es,
en esencia, la nota del editor relativa a Blanchot.
<!--[if !supportLists]-->2. <!--[endif]-->Sobre todo, en La Part du feu, L'Espace littéraire, Le Livre à venir y L'Entretien infini.
<!--[if !supportLists]-->3. <!--[endif]-->Maurice Blanchot, L'arrêt de mort (Death Sentence), trad. de Lydia Davis,
Nueva York, Station Hill, 1978, página 1.
<!--[if !supportLists]-->4. <!--[endif]-->Maurice Blanchot, Le Livre à venir, París, Gallimard, «Idées», 1959, páginas 293-294.
<!--[if !supportLists]-->5.
<!--[endif]-->Maurice
Blanchot, L'Espace littéraire, París,
Gallimard, «Idées», 1955, página 26. La cursiva es nuestra.
<!--[if !supportLists]-->6. <!--[endif]-->Maurice Blanchot, Le pas au-delà, París, Gallimard, 1973, pág. 133.
<!--[if !supportLists]-->7.
<!--[endif]-->Maurice
Blanchot, «Le demain joueur (sur l'avenir du surréalisme)», en La
Nouvelle Revue
Française, 172 (abril de 1967), págs. 283-308.
PRINCIPALES OBRAS DE BLANCHOT
Thomas
l'Obscur, París, Gallimard,
1941.
Aminadab,
París, Gallimard, 1942.
La
sentencia de muerte (1948),
Valencia, Pre-Textos, 1985.
Tomás el
oscuro (nueva versión) (1950),
Valencia, Pre-Textos, 1982.
El
espacio literario (1955),
Barcelona, Paidós, 1992.
L'Attente
l'oubli, París, Gallimard, 1962.
El paso
(no) más allá (1973), Barcelona,
Paidós, 1994.
La risa
de los dioses, Madrid,
Taurus, 1976.
Falsos
pasos, Valencia, Pre-Textos, 1977.
Michel
Foucault tal y como yo le imagino, Valencia, Pre-Textos, 1992.
OTRAS LECTURAS
CLARK, Timothy, Derrida,
Heidegger, Blanchot: sources of
Derrida's notion and practice of
literature, Cambridge y Nueva York, Cambridge University Press, 1992.
FOUCAULT, Michel y BLANCHOT, Maurice, Maurice Blanchot, The Thought from the Outside, de Michel Foucault, trad.
de Brian Massumi; Michel Foucault as I
Imagine Him, de Maurice Blanchot, trad. de Jeffrey Mehlman, Nueva York,
Zone Books, 1987.
GALLOP, Jane, Intersections:
A Reading of Sade with Bataille, Blanchot and Klossowski, Lincoln, University of
Nebraska Press, 1981.
HARTMAN, Geoffrey H., Beyond Formalism: Literary Essays, 1958-1970, New Haven, Yale University Press, 1970.
LIBERTSON, Joseph, Proximity, Levinas, Blanchot,
Bataille and communication, La Haya-Boston , M. Nijhoff, 1982.
SHAVIRO, Steven, Passion
and Excess: Blanchot, Bataille and Literary Theory, Tallahassee,
Florida State University, 1990.
que buena explicacion a lo dificil que es explicar a Blanchot
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