París,
Francia, 23 de abril de 1929. Novelista y ensayista, hijo de judíos austríacos y educado en la Sorbona , Harvard y Oxford.
Era ciudadano de Estados Unidos y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Ginebra
y en Cambridge. Su obra ha sido traducida a múltiples idiomas. Es considerado
uno de los eruditos más grandes de Europa, aunque él se consideraba más que nada
un "profesor no numerario" y, al mismo tiempo y políticamente, un
"superviviente" que escribe en la condición de tal. Por otra parte,
afirmaba en algún lado que no era un "filósofo profesional". De ahí, quizá, su admiración por Nietzsche,
Heidegger y Wittgenstein, pero también por la música, el ajedrez y las
matemáticas. Falleció en Cambridge, Reino Unido a los 90 años, el 3 de febrero de 2020.
La
filosofía de Steiner se mueve, según él mismo confiesa, entre la poética, la
metafísica y la política. En realidad, es el lenguaje el eje temático ordenador
de toda su vasta obra. Su punto de partida es, en cambio, la condición trágica
de la vida humana. En efecto, la tragedia postula la existencia de lo
insoluble, de las preguntas sin respuesta. La muerte y lo absurdo tienen razón
ante cualquier otra instancia. Por eso el pensar de Kierkegaard, Nietzsche,
Pascal y Heidegger es privilegiado por Steiner en este peculiar sentido. Es
necesario no pasar por alto que, a fines del siglo xvii, la consagración de la metafísica secular y el triunfo
del racionalismo, obligan a formas lingüísticas diferentes. El ascenso de la
burguesía, el traslado del centro de interés de lo público a lo privado, el
desarrollo de la ciencia, eclipsan las voces de la tragedia poética, la cual
reclama no sólo el logro de un estilo sino una cierta mitología común entre el
autor y su público: esa mitología ya no existe pues si se puede hablar de mitos
–la esperanza utópica,
el "cielo compensador" del Fausto de Goethe por ejemplo–, son
mitos antitrágicos. Con todo, como la falta de esperanza es difícil de mantener
tanto filosófica como literariamente, la pregunta que cabe hacerse es qué forma
de arte puede responder al terror político de nuestro siglo. Aparece entonces
una posibilidad no desdeñable: el
silencio.
Educado como trilingüe en una cultura de la
palabra escrita, Steiner reconoce el carácter verbal de la civilización
occidental. Sin embargo, hay otras formas de la realidad intelectual y sensual
que no se basan en el lenguaje, sino en la imagen o en las notas musicales. Y
otras enraizadas en el silencio. Estas últimas nos desconciertan: ¿cómo puede
el habla comunicar la vitalidad del silencio? Y, sin embargo, hay
trascendencias hacia el silencio en el iniciado o en el santo. Estas formas de
vida desmienten la idea de que toda la verdad y todo lo real pueden y deben
alojarse dentro de las paredes del lenguaje. Además, ¿no hubiera sido lo más
adecuado que el hombre callara después de Auschwitz? Este tema del silencio y
de lo inhumano lo conduce a Steiner a
interesarse por el silencio en el arte, tanto en la música como en la plástica
(también la materia de esta última puede caer en el silencio: Klee y Kandinsky
son los ejemplos nombrados por el autor), silencio sonoro que imita al lenguaje
verbal revelándose como una sintaxis más pura y flexible. La música quizá sea
la aspiración de toda palabra poética. Y lo conduce también a una
característica de nuestra cultura del ruido: la imposibilidad de hallar un
lugar de silencio, aquel que reclama la lectura: sabemos, dice
Steiner, que el objetivo de toda educación consiste en no tener miedo de
permanecer sentado en una habitación silenciosa. La nostalgia del autor se
expresa en la siguiente afirmación contraculturalista: la palabra "se
retira" y es reemplazada por la música rock
y el heavy metal, esperanto universal, otra forma de
silencio, en este caso silencio indeseable, negativo y que se configurará en
las nociones de "post-palabra", "post-libro", "post-cultura".
Después
de Spinoza los filósofos saben que utilizan el lenguaje para clarificar al
lenguaje mismo. Éste ya no es camino a la verdad sino galería de espejos que
hacer volver al intelecto a su punto de partida, a sí mismo. Con Spinoza la
metafísica pierde su inocencia, y, con ello, su potencia humana. Y con
Wittgenstein caemos en la cuenta de que el lenguaje puede ser una especie de
regresión infinita, palabras que hablan de otras palabras, signos que remiten a
otros signos. De ahí el subtítulo de una de las últimas obras de Steiner: ¿Hay
algo en lo que decimos? La cuestión
del significado del significado y la crisis moderna del significado es lo
cartografiado como problema en esa pregunta. De Kooning no intenta significar,
ilustrar un concepto verbal, sino adornar y desconcertar. Y en general el
"arte no objetivo" por llamarlo de alguna manera, no comunica nada,
permanece mudo o "intenta gritarnos algo en una especie de galimatías
inhumano". Aquí encontramos de nuevo el sentido negativo del silencio, su
inhumanidad. No aquél positivo que incluso nos acorrala en la conveniencia de
callar como alternativa ética frente a la barbarie y a la inhumanidad política,
enfrentándonos a la cuestión de ¿Cómo y
cuándo callar? En relación
con esta alternativa Steiner nos advierte que mientras no podamos devolver a
las palabras en los periódicos, en las leyes y en nuestros actos políticos
cierta claridad y seriedad en su significado, nuestras vidas se irán acercando
cada vez más al caos. Cuando las palabras están llenas de salvajismo y mentira,
nada más resonante que el "poema no escrito". Con todo, esto no
implica un llamado al silencio como actitud definitiva.
Steiner
insiste en la necesidad de reconstruir el "arte de la lectura",
lectura que es, al mismo tiempo, un modo de acción y, por tanto, susceptible de
consideración ética. Cuando leemos, y toda lectura paga una deuda de amor,
conjuramos la presencia, la voz del libro, permitiéndole la entrada a nuestra
más honda intimidad. Por eso leer bien es arriesgarse mucho. La gran literatura
sólo puede leerse como si fuera un apremio. Como decía Kafka lo que debemos
tener son esos libros que se precipitan sobre nosotros como la mala suerte.
En
los comienzos de la década del setenta pensadores como Steiner señalaron la fragilidad
de la idea y del ideal de cultura, dibujaron la noción de contracultura y
abrieron un abanico de temas propios del carácter contestatario de esa posición
propia, por otra parte, de toda la obra de Steiner y no sólo la de ese período.
¿Qué cosa buena hizo el humanismo por las masas oprimidas? ¿Qué poema detuvo
alguna vez la barbarie de los campos de concentración y el terrorismo? Un
pensamiento filosófico o un teorema matemático, ¿no ayudan, acaso, a los que
arrojan napalm a mirar hacia otra parte?
Pues
bien, esta aproximación a la noción clásica de cultura que considera que ésta
se halla como la Judith
de El Castillo de Barba Azul de
Bártok, cuando pide que se abra la última puerta que da a la noche, es uno de
los hitos que conducen a otra época, la nuestra, la de la modernidad tardía, la
de la disolución de categorías y principios que ordenaron la vida del hombre
occidental, la que puede hacer suya la pérdida de la capacidad metafísica de
"soñar hacia adelante" y de asumir la helada frase de Anouilh, en su Antígona: "la sucia
esperanza". Hoy la filosofía traiciona a todo un pasado: el que creyó en
un programa mesiánico y utópico. Por eso, en definitiva, donde existe o existió
la esperanza no está lejos la tragedia.
Provocativa
es la temática de la traducción y el poder creador de la mentira. Las lenguas
están animadas por un impulso centrífugo que genera diferencias dialectales y
aquellas que remiten al estrato social, la ideología, la profesión, la edad, el
sexo. Y después están las privacidades del habla que son también como las
diferencias recién nombradas, traducciones: hablar es traducir, entender es
traducir, enseñar es traducir. Y no de una lengua a otra, como es obvio por lo
dicho, sino dentro de la misma lengua. Hacer un poema es traducir: abandonando
las habitualidades del habla, el poeta cae en el silencio. En este caso, el
silencio es el uso de palabras liberadas de las restricciones de la voluntad y
de la significación pública. De este modo, el arte es lógica ascética y
honestidad ética.
El
lenguaje que nos aprisiona en una visión estandarizada de la realidad, es
también el camino gracias al cual el hombre se niega a aceptar el mundo tal
como es. Esto es también traducción: desdecir el mundo, imaginarlo y hablarlo
de otro modo. Y hacerse cargo, entonces, de que la verdad es responsabilidad
lingüística. Sin embargo, y sin abandonar esa relación estrecha entre verdad,
ética y lenguaje, Steiner le da un lugar privilegiado a la no-verdad o a la antiverdad. El genio del artificio artístico de
decir "lo que no es" es el instinto irreprimible inherente a cada
acto donde entra en juego la forma, trátese de las artes visuales, la música o
de las defensas que opone el cuerpo humano a la gravedad y el reposo de una
lengua. Traducir en este caso es darle un lugar a la alteridad, al
extrañamiento.
Este
desdecir o decir de otro modo o inventar una alternativa es consecuencia del poder creativo de la mentira, de la potencia de lo falso. Por eso
las lenguas no son simplemente innovadoras, como lo sostienen las gramáticas
generativa y transformacional, sino que son imperativamente creadoras:
utilizando una metáfora tomada de la física, Steiner afirma que todo acto
verbal tiene el potencial de construir "antimateria". Creación
responsable, con todo, éticamente comprometida como lo es la lectura bien hecha
o el análisis de la tragedia o el acto de escribir. Aprovechemos para resaltar
que si Steiner no se considera un autor comprometido políticamente, este
compromiso deviene responsabilidad ética para este "maestro de la
lectura". Pues bien, la mentira creadora del artista también es ejercicio
ético.
Pero
la lengua está también contaminada por la política, o mejor dicho, el lenguaje
de la política contamina a las palabras. Todo lo escrito en el libro dedicado
al lenguaje y a la traducción, Después de
Babel, se refiere, según
confiesa el mismo autor, a este problema: la traducción o la lengua en general
es la capacidad de contradecir contrafácticamente y advertir, entonces, con
respecto a la locura y al horror de una época. Por nombrar un caso, cuando
apareció Dadá en medio de la demencia de la primera guerra mundial, este
movimiento artístico trató de sacar a la gente del estupor paralizante en que
se hallaba. Por eso mismo, el lenguaje utilizado no podía ser tomado del
corrompido por las mentiras de la política y la retórica de las matanzas, sino
de una "poesía sin palabras", de un "arte elemental".
En relación con lo anterior, parte de la
coherencia de la obra de Steiner es su asunción de judío hijo de este siglo y
de su carácter de superviviente de los campos de exterminio nazis: hablar para
y desde los que no tuvieron su suerte es un acto ético dramático, pues el
dilema siempre presente es aquel formulado así: ¿cuál será mi comportamiento
cuando llegue el momento? Por otra parte, el nazismo convirtió el idioma alemán
en un bramido acompasado por un millón de gargantas. Las palabras fueron
forzadas a decir lo que nunca debió haberse pronunciado. Faltó el silencio.
En su libro Presencias reales, Steiner
afirma que la capacidad del lenguaje para comunicar significado está
garantizada por el supuesto de la presencia de Dios. La obra estética apuesta a
favor de la significatividad, es decir, de la trascendencia. Quien interpreta
una obra, a diferencia de un comentarista, reseñador o crítico, no realiza un
mero examen externo. Su aprehensión, aunque interna, es activa y como un
ejecutante involucra a su propia persona en la comprensión. Ésta resulta una
responsabilidad la cual responde a la voz que se dirige a ella. Este aspecto
moral está ausente por completo en la crítica o exégesis habitual. En nuestros
días, dice Steiner, la experiencia de comprensión del sentido de una obra de
arte está apagada. Los modos habituales de experiencia de lo estético en la
cultura del siglo xx y los modos
de verbalizar esa experiencia se oponen a los ideales de inmediatez y
compromiso personales expuestos. La sobreabundancia de lo secundario, del
comentario crítico académico o periodístico se interpone entre nosotros y el
sentido estético. Este dominio del discurso parasitario sobre la inmediatez, de
lo crítico sobre lo creativo, constituye para el autor un síntoma del temor al
encuentro con la presencia o ausencia reales que una experiencia del sentido
estético debe reforzar. Buscamos las inmunidades de lo indirecto escondiéndonos
detrás de quienes pueden secularizar el misterio, la llamada de la creación y
disimular, al mismo tiempo y como conclusión, la barbarie política y la
servidumbre tecnocrática.
La existencia del arte pende de la
existencia de un otro. Somos esos otros a quienes buscan los significados vivos
de lo estético. Esto es relacionado por Steiner con otras afirmaciones, también
apuestas y nada más que apuestas. En primer lugar, toda buena lectura se queda
corta respecto del texto. Esa distancia de inadecuación garantiza la otredad.
En segundo lugar, todo acto estético es una contracreación, contiene algo que
desafía la incorporación definitiva, presenta una alteridad irreductible,
vestigio siempre renovado del momento original de la creación. Percibimos en y
detrás de lo presente ese indómito "estar allí" de un partícipe
secreto, de una creación anterior contra la cual la obra se ha realizado. Esta
"presencia real" no puede probarse ni reputarse. Sabe que la negación
nihilista o irónica están siempre a mano. Esta apuesta por la trascendencia es
inaceptable en la era de la "pospalabra", modo steineriano de
caracterizar nuestro fin de siglo. A pesar de ello, en el arte contemporáneo
opera un sentimiento particularmente intenso de la ausencia de Dios. El Otro ha
retrocedido dejando un vacío que resuena. Nuestras formas estéticas exploran
ese vacío.
Bibliografía:
Tolstoy or
Dostoievsky. An
Essay in the Old Criticism, 1959
(trad. esp., Tolstoi o Dostoievski, 1968).
The Death
of Tragedy, 1961
(trad. esp., La muerte de la tragedia, 1970).
Language
and Silence. Essays on Language, Literature, and the Inhuman, 1967 (trad. esp., Lenguaje
y silencio. Ensayos sobre la
literatura, el lenguaje y lo inhumano,
1982). Extraterritorial. Papers on
Literature & the Language
Revolution, 1971 (trad.
esp., Extraterritorial. Ensayos sobre literatura y la revolución lingüística, 1973).
In
Bluebeard's Castle: Some Notes Towards the Re-Definition of Culture, 1971 (trad. esp., En el
castillo de Barba Azul, 1976).
The
Sporting Scene: White Knights of Reykjavik, 1972.
After
Babel. Aspects of Language and Translation, 1975 (trad. esp., Después de Babel. Aspectos
del lenguaje y la traducción,
1980).
Heidegger, 1978 (trad. esp., Heidegger, 1983).
On
Difículty and
other Essays, 1980.
Antigones,
1984 (trad. esp., Antígonas. Una poética
y una filosofía de la lectura,
1987). George Steiner, a Reader, 1984 (trad. esp., Lecturas, obsesiones y otros ensayos, 1990). Dialogues sur le mythe d'Antigone, sur le sacrifice
d'Abraham, 1987, con Pierre
Boutang (trad. esp., Diálogos sobre el mito de Antígona y el sacrificio de Abraham, 1994).
La sens du
sens: présences
réeles, Real Presences, Realpräsenz, 1988 (ed. inglesa, Real Presences, 1989; trad. esp., Presencias reales, 1991).
Proofs and
Three Parables, 1992.
OBRAS DE
FICCIÓN:
Anno Domini, 1963 (tres relatos).
The Portage to San Cristobal of AH, 1979 (trad. esp., El traslado de A. H. a San Cristóbal, 1985).
Nota sobre su muerte: https://www.pagina12.com.ar/245934-adios-a-george-steiner
No hay comentarios:
Publicar un comentario