Poitiers, Francia, 15 de octubre de 1926. Estudia en la
École Normale de París, donde recibe con entusiasmo las clases de Jean
Hippolite sobre Hegel. Se licencia por la Sorbona en Filosofía en 1948, en Psicología en
1949 , y en 1952 obtiene el diploma en Psicología Patológica. Se doctora en
1961 con su trabajo Locura y sinrazón.
Historia de la Locura
en la época clásica. Fue profesor de
filosofía en las facultades de Letras de Clermont-Ferraud y Paris-Vincennes. En
1970 dictó la clase inaugural en el Collège de France, donde trabajó hasta su
muerte en la cátedra de Historia de los Sistemas de Pensamiento. Murió el 24 de
junio de 1984 en La
Salpêtrière , el mismo hospital en el que había realizado las
prácticas que sirvieron de base a su Historia
de la locura.
Influido por Lacan, Bachelard,
Blanchot, Dumézil, Barthes, amigo intelectual y político de Deleuze, Foucault
pertenece a la generación de jóvenes franceses que con las armas de Marx,
Freud, Nietzsche y Heidegger intentan "olvidar" a Hegel y elaborar
ese "olvido". Entre las influencias recibidas no hay que olvidar
tampoco su contacto como alumno con Georges Canguilhem y Louis Althusser, y la
impronta que dejaron en su pensamiento las lecciones, lecturas o encuentros con
Beaufret, Jean Wahl, Merleau-Ponty y Sartre. Interesado en la historia y las
ciencias sociales -imbricadas profundamente en su obra-, pero también en la
literatura, sus lecturas abarcan un amplio campo que va desde Platón hasta
Julio Verne.
Su
primer libro será Enfermedad mental y
personalidad. En este caso su deuda reconocida es con Ludwig Binswanger,
quien le permite descubrir la "profundidad" de la locura, pero al
mismo tiempo le señala, sin quererlo, el nuevo lugar teórico en el que ha de
ubicarse: no ya el del análisis existencial que supone un objeto preexistente,
sino el del pensar de corte nietzscheano capaz de poner al descubierto la
historicidad de la locura. A partir de su trabajo en centros penitenciarios y
hospitales psiquiátricos, pisa el terreno áspero que convertirá en genealogías históricas. A propósito de
éstas, téngase presente que se alimentan más de documentos de archivo que de
textos canónicos. En 1971, movido por una problematización cuya emergencia
nuestro horizonte cultural hace posible -a saber, el carácter no natural sino
histórico de hospitales, manicomios, tribunales y prisiones-, habrá de
organizar el GIP (Grupo de Información sobre las Prisiones).
La
obra de Foucault se estructura como pensamiento del presente, que si
recurre al pasado, si hace historias, es
para entender la contemporaneidad. Cuando Kant se pregunta en 1784 qué es la Ilustración , esa
pregunta se puede traducir por estas otras:
¿qué es lo que pasa en el presente?, ¿quiénes somos nosotros, los
ilustrados?. Inaugura así la modernidad,
uno de cuyos rasgos es convertir la razón, y a sí misma, en problema histórico.
Por eso, si por un lado Kant abre el tema de lo analítico de la verdad o de las
condiciones de posibilidad del conocimiento legítimo, por otro inicia una
interrogación crítica distinta, la de una ontología
del presente, una ontología del nosotros, de nuestra contingencia
histórica. Foucault confiesa que intenta trabajar, junto con Hegel, Nietzsche,
Weber y la Escuela
de Francfort, en esta última dirección; o como dice en alguna oportunidad, en
una genealogía de la moral que
atiende ante todo al surgimiento del sujeto moderno a partir de tres ontologías históricas. En primer
término, una de nosotros mismos en relación a la verdad que nos constituye como
sujetos de conocimiento; luego, una de nosotros mismos en las relaciones de
poder, que nos constituye como sujetos actuando sobre los otros; por último,
una de nosotros mismos en la relación ética, que nos constituye en sujetos
morales. A propósito del poder, conviene aclarar que no sólo es represivo sino
también productivo, positivo; y que no proviene exclusivamente del Estado y la
ley, sino de una red compleja que atraviesa al cuerpo social entero: la microfísica del poder.
El
segundo corte tiene lugar a fines del siglo XVIII, cuando se produce la
patologización de la locura. El médico ingresa en el asilo curiosamente no como
sabio sino más bien como "hombre prudente". La locura ya no obliga a
un enfrentamiento absoluto entre razón y sinrazón. Se trata ahora de un juego,
siempre relativo, siempre móvil, entre la libertad y sus límites; cuando se
lesiona la razón la libertad debe ser coartada. Por eso se confronta al loco
con el criminal, de lo cual resulta una sustancial modificación de la
responsabilidad penal. Se patologiza también el crimen, encrucijada en la que
se hallan aún el pensamiento jurídico y médico. Con el mismo propósito
historizante que niega todo "naturalismo", tono parecido e igual
recorrido temporal, el Nacimiento de la
clínica hará la arqueología de la "mirada médica" a partir de
tres cesuras que configuran tres
formas de la medicina: la que clasifica las enfermedades en especies, la de los
síntomas y la anátomo-clínica del siglo XIX.
Las palabras y las cosas. Una
arqueología de las ciencias sociales nace de un texto de Borges, "El
Idioma Analítico de John Wilkins", que en su referencia a la enciclopedia
china, suscita el asombro de una taxonomía imposible de pensar. Nace así la
interrogación foucaultiana sobre qué es imposible pensar y de qué imposibilidad
se trata, y con ella la sospecha de un desorden que exige ordenamientos
empíricos dentro de los cuales los hombres sepan a qué atenerse y se reconozcan
a sí mismos. Esos ordenamientos que nada tienen que ver con una presunta razón
universal son lo que Foucault llama epistemes,
positividades que si son condiciones de posibilidad del decir y conocer, tienen
una historia que se tratará de sacar a la luz. En este texto Foulcault reitera
el esquema de periodización de los anteriores, pero su hilo conductor es
diferente puesto que en él se entrelazan, en un juego singular según las
épocas, sujeto-episteme-lenguaje. En la época clásica la soberanía de la
palabra y el entrecruzamiento espontáneo entre ésta y la representación de las
cosas no deja lugar para la existencia humana como posible objeto de saber. Es
a partir de la modernidad cuando el lenguaje se separa de la representación y
se produce la ruptura del orden del discurso; que aparece el
"hombre", figura ambigua que es al mismo tiempo objeto del saber y sujeto que
conoce. De esa "ambigüedad humana" nacerán las ciencias sociales,
todos los equívocos que le son propios y su fin previsible. Ocurre que desde la
etnología, el psicoanálisis y la lingüística reaparece hoy la cuestión del ser
del lenguaje con carácter imperativo, y ninguna de las tres disciplinas hablan
ya paradójicamente del hombre mismo.
La arqueología del saber juega con la
posibilidad de un saber sin sujeto, ni trascendental ni empírico, sin
fundamentos ni opiniones; con la posibilidad de un saber que pende de
apriorismos no universales sino históricos; con la posibilidad de un saber al
que le son ajenas las continuidades "forzadas" de la razón, y que se
alimenta en cambio de un archivo
temporal que reúne el producto de las prácticas discursivas, los enunciados que
no son "ideas" sino acontecimientos
y, como tales, "manipulables". El archivo no es pues una biblioteca
atemporal, como toda biblioteca. Es, por el contrario, el sistema que regula la
formación y transformación de los enunciados en una contingencia histórica
determinada. El orden del discurso
-la clase inaugural de Foucault en el Collège de France- insiste en el régimen
y en las estrategias de las eventuales prácticas discursivas autorizadas y
legitimadas institucionalmente.
Aunque
el tema de Vigilar y castigar es el
nacimiento de la prisión, de acuerdo con el subtítulo el problema central es el
poder de normalización de la sociedad disciplinaria moderna. Este panoptismo generalizado es ejercido por
"dispositivos carcelarios" enmascarados, pues en apariencia están
destinados a socorrer, curar, educar. Por eso no son las prisiones en Francia
entre los siglos XVIII y XIX lo que constituye su tema. Algo de más alcance
está presente en este texto: el cálculo, la ratio,
que ha sido puesta en obra en la reforma del sistema penal cuando se introdujo
en él, aunque modificada, la vieja practica del encierro. Se trata así de una
historia de la razón punitiva moderna, que deja claro como las
"luces" encubren, bajo el ideal de emancipación humana, el conjunto
de tecnologías sociales a partir de las cuales se ejerce un control más
estricto que el ejercido por las sociedades tradicionales. Los dispositivos del
orden burgués “carcelario” hacen de la vigilancia la clave de las instituciones
en sentido moderno.
De
la Historia de
la sexualidad Foucault alcanzó a publicar tres volúmenes: La voluntad de saber, y El uso de los
placeres y La inquietud de sí. (El
cuarto, Las confesiones de la carne, permanece inédito). No se trata
de una unidad tripartita, sino que, por el contrario, existen marcadas
diferencias entre el primer tomo y los otros dos. En La voluntad de saber el
autor se propone construir una historia de la sexualidad -desde el siglo XVII
al XIX- como experiencia históricamente singular, es decir, como el correlato
dentro de la cultura occidental entre campos del saber, tipos de normatividad y
formas de subjetividad. Sin embargo, este mismo objetivo lo detiene en la indagación
sobre las formas por medio de las cuales los individuos pueden y deben
reconocerse como sujetos morales (modos de subjetivación). Es así como el autor
se ve obligado a trastocar el proyecto del primer volumen, y con ello su
lineamiento cronológico. El uso de los
placeres y La inquietud de sí constituyen una historia del hombre de deseo que
parte de la pregunta: ¿por qué en la antigüedad grecorromana el comportamiento
sexual fue objeto de una preocupación moral, precisamente allí donde no regía
sistema de prohibición alguno, sea por código religioso o político?. La
historia de los sistemas de moral, que había de hacerse a partir de las
prohibiciones impuestas a la sexualidad, queda sustituida por una historia de
las problematizaciones éticas a partir de
las prácticas de sí. Guiado por
la inquietud de definir las estrategias de poder inmanentes en la voluntad de
saber en lo que al sexo se refiere, Foucault desafía la “hipótesis represiva”
inspirada por la moral del siglo XVII. Alega que si bien la represión
constituyó el modo en que se relacionaron poder, saber y sexualidad, caben aún
preguntas en cuanto a si la represión del sexo es una evidencia histórica o si
la mecánica del poder pertenece sólo al orden de la represión. Estos
interrogantes no intentan demostrar la falsedad de la hipótesis represiva, sino
más bien advertir que nuestro discurso sobre el sexo, institucionalizado a
partir del siglo XVIII por la pedagogía, la medicina y la justicia, se sostiene
gracias a instancias de poder dispuestas para hablar de él. A partir del siglo
XIX estas mediaciones de control se perfeccionan en una terapéutica. La
medicina inventa una patología orgánica y disciplina las rarezas del sexo desde
una scientia sexualis de la salud y
de la enfermedad. Se inicia entonces la era de un biopoder que, como tecnología -de poder- centrada en la vida,
conduce a la sociedad normalizadora. En
la antigüedad grecolatina, del siglo IV a.C. al II de nuestra era, la sustancia
ética, es decir, la parte del “sí mismo” que concierne a la conducta moral, es
la afrodisia y lo asombroso es que la
problematización de la actividad sexual, por estar al margen de las
prohibiciones, no define un dominio de reglas válidas de conducta sino que, por
el contrario, su blanco principal es estético,
se limita a un problema de elección personal cuyo motivo es la voluntad de
vivir una “bella existencia”. Tanto de El
uso de los placeres como de La
inquietud de sí emanan prescripciones de filósofos y médicos: Platón,
Aristóteles, Hipócrates, Séneca, Epicteto, que tienen por objeto hacer que los
individuos se interroguen sobre su propia conducta y se formen a sí mismos como
sujetos éticos. Se trata en el caso de los griegos de consejos de prudencia y
economía en el uso de los placeres sexuales. En los romanos, la severidad es
aún mayor. Una paideia que implica un
“aprender a vivir toda la vida” es un ejercicio permamente del cuidado de sí
mediante el sojuzgamiento de las perturbaciones del cuerpo y del alma. Es
interesante observar que los temas morales no han cambiado demasiado. La
novedad entre la moral antigua y la judeocristiana no está en los códigos, sino
en lo que Foucault llama “ética”: la relación con uno mismo.
Bibliografía:
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mentale et personalité,
1954 (trad. esp., Enfermedad mental y
personalidad, 1984,
reimp.); ed. revisada, Maladie mentale et
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de la folie à l'âge classique, 1961; 2ª. edición revisada, 1966 (trad. esp. completa, Historia de la locura en la época clásica, 1976).
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1976 (trad. esp., Historia de la
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Histoire de la
sexualité II. L'usage des plaisirs, 1984 (trad. esp., Historia de la sexualidad II. El
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Histoire de la
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Escritos
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La genealogía, la historia, 1988.
Tecnologías
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Espacios
de poder, 1991.
Saber y
verdad, 1991.
Microfísica
del poder, 1992.
Oeuvres complètes, 1994.
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