Como Georg Simmel es contemporáneo directo de Ferdinand de Saussure, Sigmund Freud y Émile Durkheim, muchas tendencias dentro de sus ideas se cruzan con temas de los pensadores de su tiempo. Sus escritos sobre la sexualidad, en los que considera que la objetividad es masculina, evocan las preocupaciones feministas de Irigaray; sus textos sobre dinero e intercambio reproducen algunos de los intereses de Mauss y Bataille; y su teoría del suceso y la crítica del realismo en la modernidad recuerda al primer Barthes.
Aunque muchos de sus contemporáneos le consideraban
un académico idiosincrásico y una afrenta para la universidad por su estilo de
ensayo indocumentado y su elección de materias «prosaicas», visto
retrospectivamente, Simmel resulta un pensador innovador y original que vio la
necesidad de analizar los fenómenos sociales contemporáneos y estar informado
filosóficamente. Aún más; para Simmel, escribir sobre la sexualidad, el dinero
y la sociabilidad era también un modo de vivir dichos fenómenos. A través de
sus análisis –sobre todo, Philosophie des
Geldes (La filosofía del
dinero) y «La metrópolis y la vida mental»–, Simmel se hizo famoso por su
retrato sociológico de la conciencia en la modernidad, una conciencia que se
sabía individualidad autónoma.
Nacido en Berlín en 1858, Simmel fue el menor de
siete hijos. A lo largo de su vida insistió en que nadie, en casa de sus
padres, tenía idea de una cultura genuinamente intelectual, y que fue un amigo
cercano de la familia, el editor musical Julius Friedländer, quien le mantuvo
durante gran parte de su vida académica. En la Universidad de Berlín,
a la que llegó en 1876, Simmel estudió psicología, historia, filosofía e
italiano. En 1881 obtuvo su doctorado con un ensayo titulado «Descripción y valoración
de distintas opiniones de Kant sobre la naturaleza de la materia». Durante
quince años, hasta 1900, Simmel enseñó como Privatdozent
en la Universidad
de Berlín, con los honorarios de sus alumnos como base de ingresos. Aunque
concursó para una serie de puestos en la universidad (uno de ellos, en la Universidad de
Heidelberg, donde le apoyó Max Weber), una conjunción de antisemitismo y
conservadurismo académico provocó que hasta los últimos tiempos de su carrera,
en 1914, no le llegara el nombramiento para la cátedra de filosofía en la Universidad de
Estrasburgo, a los cincuenta y seis años. Cuatro años más tarde moría.
En «La metrópolis y la vida mental», Simmel ofrece
un esbozo analítico de la interacción entre conciencias individuales y la
ciudad moderna. Como Ferdinand Tönnies y otros antes que él, Simmel llama la
atención sobre cómo contrasta la vida urbana, en su sentido moderno, con la
tradición. En la ciudad, los lazos formales entre los individuos sustituyen a
los vínculos efectivos más tradicionales; con el ascenso de la burocracia y la
ciencia, la vida se hace muy diferenciada, ya no tiene un contenido fijo, sino
que se caracteriza por formas abstractas, de las que la principal es el dinero.
Antes de entrar en más detalles, advirtamos que, en la metrópolis, el dinero,
como instrumento de intercambio, permite la transferencia de la mayor variedad
imaginable de mercancías porque representa una medida común a todas ellas; por
tanto, es un gran elemento nivelador.
Con el dinero como ejemplo, el ensayo de Simmel
sugiere que la ciudad está, en principio, tejida por formas y mediaciones de
todo tipo. Los vínculos efectivos en y entre grupos dejan paso a lazos formales
entre individuos; y Simmel cree que ello permite una mayor libertad. Porque, del mismo modo que el vendedor de
productos puede traer al mercado gran variedad de mercancías cuando el dinero
sustituye a las transacciones de trueque, así el impulso intelectualizado
permite que el individuo se constituya mediante una variedad de acciones e interacciones
y, por tanto, no se limite a las rutinas y los rituales fijos de la tradición.
Aunque quizá Simmel concede un nuevo sabor y un nuevo aire a la ruptura con la
tradición, ése no es el factor por el que resulta más original. Su principal
aportación es, más bien, proponer que la vida urbana genera una actitud
psicológica fundamentalmente nueva: el estar «de vuelta de todo». Ello se debe
a que, una vez liberada del tiempo reversible de la tradición –en el que se
considera que la vida es eminentemente repetitiva–, la conciencia individual se
sumerge en el flujo del tiempo irreversible de la ciudad. La experiencia pasa a
estar dominada por la expresión de Baudelaire: «Lo transitorio, lo fugitivo, lo
contingente».
Aunque Simmel no lo sitúa exactamente en esos
términos, claramente implica que la experiencia moderna es inseparable de una
transformación de la conciencia en la que el yo se hace casi hipersensible a
cada detalle de la existencia, y la conciencia se basa en el carácter
transitorio de la existencia. Por tanto, de una forma extraña, la conciencia
moderna es una conciencia de la muerte, no como un suceso definitivo que se repite, sino como algo desplazado,
mediado a través de las múltiples facetas de la existencia efímera. Esta
hipersensibilidad ante la vida moderna y su complejidad, afirma Simmel, produce
la necesidad de no dejar pasar más que un volumen controlable de estímulos
intelectuales y sensoriales. Más allá de cierto punto, el mecanismo psíquico
deja de responder al estímulo y ejemplifica la actitud «hastiada» del paisaje
urbano moderno. Después de dejarse arrebatar por todo tipo de distinciones,
dicha actitud se convierte en «una indiferencia» ante ellas (1). Empieza a
descender sobre la ciudad una especie de monotonía, cuando inicialmente
(¿históricamente?, ¿psicológicamente?; Simmel no lo explica) había un sentido
de fascinación y participación.
Como Marx y Durkheim, Simmel reconoce la aparición
de la división del trabajo y la correspondiente diferenciación económica y
social. Sin embargo, a diferencia de Marx, intenta perfilar sus efectos
culturales. En concreto, Simmel llama la atención sobre lo que llama «el
predominio del espíritu objetivo sobre lo subjetivo» en la sociedad moderna. En
términos generales, el «espíritu objetivo» equivale al impulso de cosificar la
vida social. La cosificación es el resultado de las mediaciones, desde el
dinero, las leyes y la escritura hasta el crecimiento de los medios de
comunicación. Cosificar un objeto es liberarlo de su contexto «original» y traducirlo
a varias formas simbólicas. Para Simmel, por tanto, la diferenciación es
inseparable de la cosificación y, en menor medida, de la representación.
En el libro de Simmel La filosofía del dinero, que pasamos ahora a revisar, la
cosificación se explica con referencia al arte. En un contexto tradicional, el
arte se encarna casi por completo en una técnica (artesanal). Con la
modernidad, en cambio, aparece el objeto artístico, el objeto separado de la
técnica que lo ha producido. Sólo como objeto puede tener la obra de arte un
valor monetario o de cambio. Y tener valor de cambio significa, en el sentido
más general, que el arte –como tantas otras cosas en la vida moderna– entra en
el ámbito de la ley de lo Mismo. Porque el dinero es el instrumento de la equivalencia:
el valor de cambio –lo que Simmel llama también la reducción de la calidad a la
cantidad– es un principio general que destruye la «forma» específica del
objeto. Por esta razón, es frecuente que a la gente no le agrade que se dé
valor monetario a una gran obra de arte (la
Mona Lisa, por
ejemplo). O, al menos, si hay que atribuir un precio a una obra genial, debe
ser tan alto que resulte casi inimaginable. Porque el carácter extraordinario y
original de la obra constituye la base de su importancia. Su naturaleza
irreproducible es lo que la distingue de un objeto artesanal, en el que la
peculiaridad reside en la técnica. Pero lo que resulta oportuno para el terreno
del arte sirve también para otros ámbitos de la vida moderna, en relación con
el dinero.
Por ejemplo, en su conocido estudio de la
prostitución, Simmel dice que evoca la degradación humana porque los seres
humanos se convierten en un medio (cuando Kant afirma que el imperativo
categórico es que siempre hay que tratar a las personas como un fin en sí
mismas) y porque lo que, en esencia, debería ser la posesión más personal de
una mujer en una relación humana, se convierte, en realidad, en propiedad
pública. Simmel reconoce, no obstante, que puede existir un aspecto cultural a
la hora de entender la prostitución, porque ésta no tiene en todas partes el
carácter negativo que ha adquirido en Occidente. Desde un punto de vista
ligeramente distinto, podríamos preguntar en qué sentido la economía muy
desarrollada puede hacer que la prostitución se convierta en modelo de las
relaciones humanas. Esta noción parece excesiva: se basa en la idea de que toda
relación impersonal es, en potencia, una relación de medios, mientras que otra
forma de abordar la cuestión es decir que el concepto de profesionalización
–vivir gracias al propio talento– es un proceso general igualmente plausible y
producido por la economía de dinero.
Dentro de un gran volumen de referencias históricas,
etnográficas y psicológicas, Simmel destaca las que considera características
fundamentales del dinero. Lo más importante es que el dinero, como ya hemos
dicho, es el principio de equivalencia o mediación, que por sí solo no tiene
valor. Su significado se halla en lo que puede comprar. Ello no quiere decir
que el dinero, mal empleado, no pueda convertirse en un fin. Pero una economía
monetaria plenamente desarrollada es la que está siempre en movimiento, y en la
que rara vez se acumula el dinero.
Otro rasgo clave del dinero en el análisis de Simmel
es que, como principio de equivalencia, es totalmente abstracto, una pura
forma. Como tal, puede tener infinitos contenidos. En este sentido es un
instrumento de libertad, porque, al contrario que en una situación de trueque,
muchas cosas diferentes pueden tener el mismo valor de cambio. Como el dinero
es también una forma de cosificación, es un conocimiento del valor a través del
precio.
El dinero sirve también para nivelar. Destaca lo que
las cosas tienen en común. Por consiguiente, puede conducir a la actitud
hastiada en la que se ha perdido el sentimiento del valor: «Aquel de quien se
ha apoderado el hecho de que la misma cantidad de dinero puede procurar todas
las posibilidades que ofrece la vida puede también acabar de vuelta de todo»
(2).
Por la misma razón, también es posible el cinismo,
la sensación de que no existen valores elevados. Es típica de la actitud cínica
la convicción de que todo se puede comprar.
Como el dinero está privado de cualidades, actúa de
estímulo para todo tipo de posibilidades. En el escenario moderno, éste es el
sentido en el que el dinero permite una mayor libertad. Como instrumento
liberador, el dinero produce la despersonalización porque tiende a arrancar a
las personas de los profundos lazos efectivos que les hacen más conscientes de
su «libertad personal». Paradójicamente, Simmel dice que la independencia de
los lazos efectivos que inicia el dinero provoca también cierta dependencia
respecto a los demás. Porque el dinero «nos ha dado la única posibilidad de
unir a las personas excluyendo todo lo personal» (3). Así, aunque hay cierta
sensación de soledad en la ciudad moderna, engendrada por la ruptura de los
lazos afectivos, informales y sociales, cuando se lleva el individualismo a su
forma más compleja y desarrollada, incrementa el contacto con los demás y, por tanto,
puede aumentar la probabilidad de que se formen vínculos emocionales con un
círculo de gente más amplio.
Con el desarrollo de la economía monetaria, la
condición de la mujer se transforma. Con la eliminación del carácter cerrado de
la vida familiar, las mujeres pueden entrar en la esfera pública como
trabajadoras remuneradas. El auge del movimiento feminista, afirma Simmel, se
debe indudablemente al hecho de que los avances tecnológicos, acompañados de
una división del trabajo más intensa, han hecho que gran parte del trabajo de
las mujeres en el hogar sea redundante. En efecto, cuanto más se diferencian
las tareas en el conjunto de la economía, menos justificada está la división
del trabajo en función del sexo. Aunque Simmel (siguiendo una vieja tradición)
cree que las mujeres están más cercanas a la «naturaleza», que los hombres, las
«formas y costumbres fijas de la vida matrimonial que se imponen a los
individuos van en contra del desarrollo personal de la pareja» (4). Dado que el
matrimonio sigue incluyendo elementos de la tradición (es decir, dado que
todavía hay mucho que cosificar), limita el desarrollo personal de las mujeres,
especialmente, porque ellas, más que los hombres, se han visto obligadas a
soportar la carga de ser las transmisoras de la tradición.
Como queda perfectamente claro en sus otros textos,
Simmel creía que las mujeres debían obtener su libertad, igual que los hombres;
aquí hay que interpretar libertad en el sentido moderno de libertad de los
vínculos tradicionales. A este respecto, Simmel afirma que las mujeres deben
ser capaces de incorporarse a la cultura objetiva. Aunque ésta asume el aspecto
de la cultura en general y, por tanto, se considera neutral en materia de
sexos, Simmel no duda en designarla como masculina. De hecho, la oposición que
muestran a veces las mujeres contra la ley no debe, asegura Simmel,
interpretarse como una oposición contra la ley en sí, sino contra la ley que ha
acabado por encarnar eficazmente los intereses masculinos. La ley sigue
teniendo vestigios de un propósito reconocido detrás de ella, pese a que
debería ser, en su calidad de instrumento abstracto, una forma pura como el
dinero.
En términos generales, pues, el apoyo que Simmel da
a las mujeres –en la familia, en relación con la ley y la justicia, en el arte,
el amor y la economía– es inseparable de una concreción total del proyecto de
la modernidad. No obstante, su sutileza consiste en proponer que las mujeres se
incorporen a la esfera pública en sus propios términos, en función de sus
capacidades específicas como mujeres. Así, las mujeres son mejores en el
diagnóstico médico que los hombres porque tienen la capacidad de empatía con
otros. Por el contrario, la ceguera de Simmel es quizá que, para atribuir a las
mujeres una identidad que sea sólo suya, con frecuencia naturaliza sus
cualidades, con lo que corre el riesgo de elaborar una psicología femenina (por
ejemplo, la periferia de la naturaleza de una mujer está supuestamente más
conectada con su centro; la naturaleza de la mujer es más homogénea que la del
hombre, etc.). A pesar de ello, tendríamos que preguntar si se puede acceder a
las limitaciones de Simmel por otra vía que no sea la raíz de la cosificación
que él señala. Después de todo, es también el teórico de la sociedad
conflictiva y heterogénea, temas que expresan el tono de los tiempos
postmodernos al acabar el siglo xx.
Una limitación más grave del método de Simmel que la
que muestra su análisis de la condición femenina es su insistencia en la
oposición entre tradición y vida moderna. Como consecuencia, la libertad, la
ciudad, el dinero, la sexualidad y el amor, el trabajo, etc., se consideran
modernos (es decir, opina que son predominantemente formas de mediación) porque
se han liberado de las restricciones tradicionales. Sin embargo, ahora han
surgido dudas sobre si hay casos empíricos de sociedades en las que las
mediaciones, en el sentido moderno, no existan previamente. En otras palabras,
lo que hay que preguntar a Simmel es si la propia modernidad no es más mítica
(y, por tanto, tradicional) que real.
NOTAS
1. Georg Simmel, «The metropolis and mental life», trad. de Edward A.
Shils en Donald Levine (ed.), Georg
Simmel, On Individuality and Social
Forms, Chicago y Londres,
University of Chicago Press, 1971, pág. 329.
2. Georg Simmel, The Philosophy of
Money, trad. de Tom
Bottomore y David Frisby, Londres, Routledge, 2ª. ed. 1990, pág. 256.
3. Ibíd., pág. 345.
4. Ibíd., pág. 464.
PRINCIPALES
OBRAS DE SIMMEL
Sociología, 2 vols., Madrid,
Alianza, 1986.
Philosophie des Geldes, Leipzig,
Duncker und Humblot, 1900.
Hauptprobleme der
philosophie, Leipzig, Göschen, 1910.
Das Problem der historischen
Zeit, Berlín, Reuther und Reichard, 1916.
Der Konflikt der modernen
Kultur: Ein Vortrag, Munich, Duncker und Humblot, 1918.
El individuo y la
libertad: ensayos de crítica de
la cultura, Barcelona, Ed. 62, 1986.
Sobre la aventura: ensayos
filosóficos, Barcelona, Ed. 62, 1988.
OTRAS LECTURAS:
FRISBY, David, Fragmentos de la
modernidad, Madrid, Visor,
1992.
Benjamin, Cambridge, Polity Press, 1985.
FRISBY, David, Georg Simmel,
Londres, Tavistock, «Key Sociologists», 1984.
KAREN, Michael et al. (eds.), Georg Simmel and Contemporary Sociology, Dordrecht, Boston, Kluwer Academic Publications, 1990.
RAY, Larry (ed.), Formal Sociology:
The Sociology of Georg Simmel, Brookfield, Edward Elgar
Publishing Co., 1991.
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