Budapest, Hungría, 12 de mayo de 1929. Estudia filosofía en
su ciudad natal, teniendo como profesor a G. Lukács, de quien fue ayudante de
cátedra entre 1955 y 1958. Formó parte de la llamada Escuela de Budapest. Fue
docente en el Departamento de Sociología de la universidad australiana de La Trobe. Actualmente
trabaja en el Departamento de Filosofía de la New School Grad. Social
Sciences de Nueva York.
Para acercarse a la filosofía de Agnes
Heller, tan prolífica y compenetrada con los acontecimientos políticos y las
evoluciones sociales de su patria y de su tiempo, conviene proceder
históricamente, rastreando la evolución de su pensamiento. Durante su período
de estudiante universitaria, la enseñanza en su ciudad natal estaba centrada
exclusivamente en la historia de la filosofía hasta Feuerbach y en la
interpretación dialéctico-materialista del marxismo (Diamat), esquemática y
ortodoxa. Pero sobre Heller habrá de tener una gran influencia el contacto con
Lukács, con quien compartió el alejamiento de la universidad como consecuencia
de las depuraciones que resultaron de la revolución húngara de 1956. En estos
años de ostracismo se forma entre los discípulos de aquél la denominada Escuela
de Budapest, que integran Heller, su marido Ferenc Fehér, Vajda, Bence, Hegedus
y otros, quienes, desde diversos ángulos y con un pluralismo y una
independencia del maestro notables, repiensan el marxismo devolviéndole su
potencial crítico.
Según la propia Heller, 1956 es el año decisivo de su vida, ya que la
vivencia de la revolución –sumamente contradictoria para una marxista
convencida– le da "la sensación y la conciencia de hacer nosotros mismos
nuestra historia". El 56 es el año en el que madura toda una generación, y
si bien el desenlace de la revolución es funesto, significa la pérdida total y
definitiva de legitimidad del totalitarismo bolchevique y la iniciación gradual
pero definitiva de su derrumbe. Después de distanciarse progresivamente del
materialismo dialéctico y bajo la vivencia de la "dialéctica negativa"
que significó la revolución, Heller se dispone a configurar una teoría moral
marxista a partir de una "utopía social positiva" basada en una
interpretación hegeliana de Marx, posición que abandona muy pronto bajo la
influencia de Leszek Kolakowski. Este abandono definitivo de concepciones
deterministas de la historia la conducen al joven Marx al mismo tiempo que se
intensifica su preocupación básicamente ética, su búsqueda "del mundo
perdido de la eticidad". Esto la lleva –como buena lukacsiana– a rastrear las
tradiciones de su utopía socialista en la historia. Frutos de esta búsqueda son
La ética de Aristóteles, un ensayo extenso sobre Rousseau, y
El hombre del Renacimiento. Heller encuentra en los singulares
momentos históricos que significaron la democracia ateniense y la Florencia renacentista
algo así como destellos de la "prehistoria" de la utopía y en este
contexto define su concepto de la eticidad como "forma de vida, pluralidad
del mundo ético... pluralidad de las formas de vida". La utopía buscada es
"una vida llena de sentido", en la que no hay contradicción entre lo
cotidiano por un lado y política, ciencia y filosofía por el otro, una vida en
la que se concretiza la unidad de creatividad y receptividad, una vida no
alienada, en el estricto sentido marxiano del término. Queda claro desde su
análisis de la "prehistoria" que las condiciones previas
indispensables para la concreción de la utopía en la historia son el pluralismo
que garantiza la democracia política y el reconocimiento no mediatizado del
individuo que sólo es posible dentro de comunidades concretas.
Con
el libro sobre el Renacimiento, fruto de su primer viaje a Occidente, Heller
trasciende la problemática europeo-oriental centrada en la liberación de la
sociedad civil, problema que filosóficamente ya había sido solucionado
doscientos años atrás. En esa época empieza también a conocer la filosofía
moderna posterior a Marx y las interpretaciones marxistas occidentales, sobre
todo las de la Escuela
de Francfort. Los años precedentes a 1968 están signados en la historia de la
filosofía por una fructífera discusión que reinterpreta a nivel global el
marxismo como teoría pluralista. Junto con los francfortianos, Ernest Bloch, el
grupo yugoslavo alrededor de la revista Praxis
y Lucien Goldmann, para nombrar sólo a algunos, Agnes Heller ya participa
en la discusión con voz propia.
El
segundo año clave es 1968, tanto para ella como para el sistema comunista y la
revolución en Occidente: la liberación en el Este, sobre todo en Hungría y
Checoslovaquia, y el movimiento estudiantil antibélico y antiautoritario en
Occidente culminan en la intervención soviética en Praga y la revuelta
parisiense de mayo: de la euforia a la resaca, el año lo abarca todo. Pero así
como los resultados de la revolución del 56 le habían enseñado el carácter
dialéctico inmanente a las victorias y las derrotas, esta nueva lección de la
historia le muestra que la revolución no es meramente un acontecimiento
histórico-político de toma del poder, sino un proceso prolongado que "revoluciona"
la sociedad civil entera y transforma todas sus formas de vida. Este concepto
de praxis revolucionaria se remonta al propio Marx, para quien la toma del
poder era sólo un momento de la revolución, "la abolición negativa de la
propiedad privada", condición previa necesaria, eso sí, para la otra fase,
la "abolición positiva", que quiere decir abolición de la alienación.
Es en este contexto donde hay que entender la temática que forma tal vez el
núcleo del pensamiento filosófico helleriano y que desarrolla en obras como Sociología de la vida cotidiana, La
revolución de la vida cotidiana y Teoría de las necesidades en Marx.
Heller parte de una realidad económico-social muy diferente del punto de
partida de Marx: la sociedad occidental del capitalismo avanzado y la sociedad
del socialismo real existente. A pesar de sus enormes diferencias y de que en
la primera está garantizado el pluralismo democrático, ambas son sociedades en
las que el individuo está altamente alienado. Al contrario de lo que pensaba
Marx, Heller diagnostica que el desarrollo de las fuerzas productivas de
ninguna manera había conducido ni conduciría a la revolución. Así abandona todo
determinismo marxista y considera también que no son en primer lugar los
intereses de clase la fuerza motriz de la historia sino que la base material de
transformación es el sistema de las necesidades humanas, por ejemplo en cuanto
a las relaciones de propiedad, las relaciones humanas y las formas de vida.
Cabe acotar que esta teoría tampoco es ajena al pensamiento de Marx y que se
condice mejor con su antropología, como lo demuestra Heller en La teoría de las necesidades. Ahora
sí que el sujeto revolucionario, para Heller, no es ya la clase obrera sino el
individuo. Éste es, en oposición al particular, el ser humano que posee
autoconciencia, "la conciencia del yo mediada por la conciencia de la
especie", lo que le permite impregnar su cotidianidad con su
individualidad y elegir valores en relación consciente con las objetivaciones
de la especie, y por lo tanto forjar su vida, tener una "conducta de
vida", una Lebensführung en el
sentido goetheano. Se llaman necesidades radicales las que surgen de la
conciencia de alienación de los individuos y la satisfacción de ellas –la
praxis revolucionaria– significa la abolición de la alienación, "del mundo
de la explotación, de la dominación en general y por lo tanto también una nueva
configuración de las relaciones humanas y sociales", en definitiva la
transformación de la sociedad burguesa y la formación de nuevas comunidades y
nuevas formas de cotidianeidad.
Como
ya hemos visto, la condición previa a esta revolución de los individuos
autoconscientes y comunitarios es la existencia del Estado de derecho
pluralista-democrático que garantiza, aunque sea formalmente, la comunicación
racional y sin dominación que es el vehículo de cualquier revolución de la vida
cotidiana. Ahora bien, la necesidad radical en sí es una negación, una crítica
del mundo en la que no puede ser satisfecha. Por lo tanto es valorativa, establece
una diferencia entre lo que es y lo que debería ser, presupone la posibilidad
de trascender el mundo en dirección a otro en el que esta necesidad puede ser
satisfecha. Ese mundo, esa utopía si se quiere, es "el valor que guía
nuestras acciones, actos y aspiraciones". Sin una teoría de los valores,
sin una respuesta a la pregunta ¿a qué aspiramos?, sin una definición clara
sobre el contenido valorativo de la utopía revolucionaria, cualquier tiranía y
cualquier disparate podrían justificarse. De ahí su vehemente crítica a la
desvinculación axiológica que realiza el positivismo, tanto en su versión
burguesa como en la marxista, que concibe, como toda teoría determinista, la
sociedad como cuasinaturaleza y reduce por lo tanto la praxis humana a mero pataleo.
El individuo autoconsciente elige racional y libremente su valor guía, y Heller
en todo momento tuvo muy en claro que su valor guía es la sociedad socialista.
Falta definir el contenido valorativo de lo que es socialismo: conceptos
como libertad, igualdad, fraternidad, comunidad, paz, etc., tienen que ser
redefinidos racionalmente como valores en base a una antropología que pudiera
responder a la pregunta ¿quiénes somos? para poder responder en el marco de una
teoría ética a la pregunta ¿qué debemos hacer? Esto significa todo un programa
que Heller está materializando en libros como Instinto, agresividad y
carácter y Teoría de los sentimientos, además
de otras publicaciones previstas. Se trata sin duda de un proyecto ambicioso
que conformaría una teoría de antropología social coherente, de inspiración y
fundamento marxista, en permanente discusión con las concepciones
antropológicas dominantes en este siglo, desde el conductismo hasta la teoría
freudiana. Se trata de dar una visión de unidad de los instintos, los
sentimientos, los pensamientos, la personalidad y la moralidad humanos, una
visión que concibe al hombre como un ser capaz de autoconciencia y partícipe de
la libertad, el hombre como sujeto responsable de sí y de la historia, ese ser
que se orienta hacia "una vida plena, una vida activa, racional, orientada
al mundo, en la que se aprenda a distinguir entre lo importante y lo accesorio
pero que no se renuncie a la autorreflexión ni al goce de uno ni al placer de
vivir, para que tampoco se suma uno en la desesperación cuando algo se hunde,
porque no se ha alcanzado un objetivo". Estas frases trasuntan un clima
ético de indudable sabor estoico-epicúreo que Heller ya había propuesto en su
libro sobre el Renacimiento, donde buscaba una filiación justamente tradicional
para la moral marxista. Y de ahí parte la teoría ética que desarrolla en Más allá de la justicia,
una obra de aliento verdaderamente aristotélico, que culmina en el concepto
de "la vida buena de la persona recta", vida que está más allá de la
justicia y sus normas y que se compone de la rectitud, del desarrollo de las
dotes y de la profundidad emocional de las relaciones personales.
Embarcada en su proyecto antropológico-ético, Heller sigue filosofando.
Desde que abandonó su patria en 1977 para por fin volver a enseñar, primero en
Australia y luego en Estados Unidos, el mundo ha cambiado sustancialmente. Ha
caído el Muro de Berlín y el socialismo real existente prácticamente ha
desaparecido, lo que ha sorprendido a muchos, pero seguramente no a Heller. El
pensamiento de la izquierda radical, a la que ella pertenece, está estancado o
se esconde avergonzado, cosa que tampoco debe sorprenderla si tomamos en cuenta
su libro Anatomía de la izquierda occidental. Heller sigue filosofando como siempre,
sin dejarse influir por las modas o los vientos en contra. Su obra demuestra la
vitalidad y viabilidad del pensamiento marxista y de izquierda radical como uno
de los últimos refugios de la tradición humanista occidental en un contexto
histórico cada vez más deshumanizante y un clima intelectual que le es
francamente hostil.
En
su ensayo "Sentirse satisfecho en una sociedad insatisfecha"
(incluido en Políticas de la
posmodernidad), Heller
habla de la persona, el individuo que logra la transformación de su
contingencia en destino. Y en este contexto cita a Lutero, que decía:
"Aquí estoy y no podría estar de otra forma". Este es el ideal del
hombre coherente y "consciente de que su existencia crea una diferencia,
que deja una huella en el mundo". Y prosigue: "Las tranquilas
palabras de Rosa Luxemburgo en prisión, poco antes de su violenta Muerte: Ultra posse, nemo obligatur, transmiten precisamente este
significado. Estaba satisfecha con su vida aunque no tuviera razón alguna para
sentirse satisfecha con el estado del mundo que estaba a punto de abandonar, o
en cuanto a ello con su hado personal. Sin embargo no es el hado sino el
destino lo que compensa nuestra contingencia". La vida plena como praxis
totalizadora de la revolución, la autoconciencia autorrealizada en la
autodeterminación, "la experiencia personal que acompaña el proceso de
liberación", o ese algo que Heller llama metafóricamente "un tónico,
algo que hace que la vida sepa bien": palabras que, dada la coherencia de actitud
y pensamiento que la caracteriza, también podemos relacionar con la propia
Agnes Heller.
Bibliografía:
Hipótesis para una teoría marxista de los valores, 1974.
Sociología de la
vida cotidiana, 1977.
Teoría de las
necesidades en Marx, 1978.
Por una filosofía
radical, s. a. [1980]
Instinto,
agresividad y carácter, 1980.
Teoría de los
sentimientos, 1980.
El hombre del
Renacimiento, 1980.
Para cambiar la vida, 1981.
La revolución de
la vida cotidiana, 1982.
Teoría de la Historia, 1982.
Aristóteles y el
mundo antiguo, 1983.
Mensaje de la
revolución húngara, 1983 (con Ferenc Fehér).
Crítica de la Ilustración,
1984.
Anatomía de la
izquierda occidental, 1985 (con Ferenc Fehér).
Sobre el pacifismo,
1985 (con Ferenc Fehér).
General Ethics, 1988 (trad. esp., Ética general, 1995).
Políticas de la postmodernidad, 1989
(con Ferenc Fehér).
Más allá de la
justicia, 1990.
Historia y futuro,
1991.
De Yalta a la
glasnost, 1992 (con F. Fehér).
El péndulo de la
modernidad, 1994 (con F. Fehér).
Biopolítica, 1995 (con F. Fehér).
An Ethics of Personality, 1996.
A theory of modernity, 1999.
Una filosofía de la historia en fragmentos, 1999.
The time is out of joint: Shakespeare as philosopher of history, 2000
Immortal comedy: the comic phenomenon in art, literature, and life, 2005.
Me encantó el arículo, una descripción clara, precisa de la filosofía de Agnes Heller, fue y será una de las grandes pensadoras del siglo XX
ResponderEliminarLink al libro "Sociología de la vida cotidiana":
ResponderEliminarhttps://fundacion-rama.com/wp-content/uploads/2023/01/2489.-Sociologia-de-la-vida-cotidiana-Heller.pdf