En su libro sobre Ulysses y Finnegans Wake (1), Jacques Derrida relata que Joyce estaba presente en su primer libro, la introducción al Origen de la geometría de Husserl (1962), y también en un ensayo fundamental, «La farmacia de Platón», publicado por primera vez en 1968 (2). Derrida confirma además la importancia de Joyce para entender sus obras Glas (1974) y La tarjeta postal (1980). Frente al significado unívoco de Husserl, Derrida presenta el «equívoco generalizado» de Joyce (3). «La farmacia de Platón» se refiere a Thot (presente en Finnegans Wake), el dios egipcio de la escritura, que, según Platón, fue el inventor del falso recuerdo, el recuerdo como nemotecnia (en oposición al recuerdo vivido). Thot estaría presente como inspiración del procedimiento mnemotécnico en el que se pueden forjar nexos entre los elementos más diversos. En dicho procedimiento, lo importante es no crear el propio objeto en la memoria, sino elaborar un procedimiento que permita recordar. Platón, en Fedro, llama a la mnemotecnia memoria defectuosa, sin admitir, al parecer, que no sería necesaria si la memoria no fuera ya defectuosa. La mnemotecnia es, pues, una confirmación del carácter arbitrario del signo que propone Saussure. Glas, afirma Derrida, es también una especie de velatorio, de duelo. Por último, Derrida asegura que La tarjeta postal está «impregnada de Joyce»: «Es sobre todo el motivo de Babel, que obsesiona los Envois» (4), en el sentido, entre otras cosas, de significado como multiplicidad de voces, significado siempre abierto.
La referencia a Derrida nos recuerda que, además de constituir una
influencia fundamental en la literatura y la crítica literaria del mundo
anglosajón y otros lugares, Joyce ha sido asimismo fuente de inspiración para
nuevas ideas, el centro para una nueva comprensión de la escritura en el siglo xx: una fuerza que ha producido la
reevaluación de la relación entre arte y realidad. La referencia a Derrida nos
recuerda también que existen pocos filósofos o escritores en la última parte
del siglo xx en quienes no haya
influido –consciente o inconscientemente– Joyce. Aunque éste escribió varias
obras importantes –como Dubliners
(Dublineses) y A Portrait of the Artist as a Young Man (Retrato del artista adolescente)–, además de Ulysses y Finnegans Wake, aquí vamos a centrarnos
esencialmente en estos dos últimos textos, porque son los que han ejercido
mayor influencia en el pensamiento y la literatura.
James Joyce nació en Dublín el 2 de febrero de 1882. Asistió a la Clongowes School
y el Belvedere College de dicha ciudad, antes de obtener un título de lenguas
modernas en University College, también en Dublín. Cuando se graduó, en 1902,
Joyce hablaba italiano, francés, alemán, noruego literario y latín. Para su
disgusto, Joyce nunca estudió griego antiguo, pese a que le fascinaban los
mitos de Grecia. Decidido a hacerse un nombre, Joyce dejó Dublín para ir a
París poco después de graduarse, con el fin de estudiar medicina en la Sorbona.
En 1904, Joyce vivía en Martellow Tower, famosa gracias a su novela Ulysses, y empezó a escribir Stephen Hero (Stephen el héroe), el antecedente de Retrato del artista adolescente, que apareció por primera vez como serial en Egoist, en 1914. Esta última obra se
publicó mientras Joyce vivía en Trieste con su esposa, Nora Banacle, con la que
se había fugado en 1904. También en 1914 publicó, tras grandes dificultades con
el censor, Dublineses, una colección
de relatos cortos de los que cada uno presenta un aspecto concreto de la
«parálisis» (Joyce) de la vida en Dublín. Como dice un crítico, «Dublineses
es, en cierto sentido, la explicación del exilio de Joyce» (5). Después de
pasar el resto de la guerra en Zúrich, Joyce y su familia llegaron a París en
1920. Fue allí donde Sylvia Beach publicó Ulysses
en 1922, en una edición de 1.000 ejemplares, y fue también allí donde Joyce
escribió Finnegans Wake entre 1923 y 1938. En mayo de 1939,
la obra fue publicada, por fin, por la editorial de T. S. Eliot, Faber &
Faber, y el primer ejemplar llegó a manos de Joyce a tiempo para su quincuagésimo
séptimo cumpleaños, el 2 de febrero.
Un año después de que estallara la guerra, Joyce seguía indeciso sobre
qué hacer. Tuvo la oportunidad de ir a América, pero decidió solicitar visados
suizos para él y su familia y, en diciembre de 1940, los Joyce llegaron a
Zúrich, donde habían vivido durante la Primera Guerra
Mundial. Con la sospecha de que tenía una úlcera de estómago, la salud de Joyce
se deterioró progresivamente. El 13 de enero de 1941 murió de una úlcera perforada de
duodeno y fue enterrado en el cementerio de Fluntern, en Zúrich.
Ulysses es un
día (16 de junio de 1902) en la vida de Molly y Leopold Bloom, presentado con
arreglo a la versión popular y romanizada del poema de Homero y que contiene,
desplazados, elementos biográficos y numerosos detalles extraídos de la
historia de Dublín y de la literatura inglesa (por ejemplo, Shakespeare). Si
bien es cierto que el poema de Homero y la biografía de Joyce proporcionan al
lector puntos de referencia relativamente fijos para entender muchos de los detalles
de la novela, la contingencia es también un aspecto esencial. Recordemos que la
contingencia fascinaba a Baudelaire y le dio pistas sobre el carácter de una
experiencia genuinamente moderna, centrada en la conciencia. «Estar lejos de
casa y, sin embargo, sentirse en casa»: esto era, a juicio de Baudelaire, lo
que distinguía la experiencia moderna de todas las demás (6). Estar lejos de
casa significa estar abierto a lo nuevo y efímero, lo flotante y lo transeúnte.
Antes de la modernidad, la experiencia podía ser «hogareña», es decir,
predecible y conocida. La experiencia moderna se enfrenta a lo impredecible, lo
desconocido, el cambio y la novedad, cuando no lo busca activamente (como hace
Baudelaire). En cambio, quedarse en casa es estar en un sistema cerrado, en el
que el equilibrio y la repetición (de lo conocido) siempre predomina y lo nuevo
se ve excluido o reprimido.
¿Cómo puede aplicarse un marco baudelairiano al Ulysses de Joyce si, al hablar de la novela, acabamos de señalar
que Homero y la biografía son dos puntos de referencia estables y bastante
«hogareños»? El intento de responder a esta pregunta debería permitir una mayor
comprensión del proyecto de Joyce.
Aunque la Odisea de Homero –y el catolicismo– ofrecen
una especie de ancla para el texto, es completamente provisional. Lo que tiene
importancia en Homero, para Joyce, es que el héroe de la Odisea deja su hogar, deambula, toma
direcciones indeterminadas, pese a que, al final, también lucha para regresar.
Así ocurre con Leopold Bloom. Sale de 7 Eccles Street y no vuelve hasta el
final de la novela, un regreso que no es nada predecible. En realidad, aparte
del título (lo que Genette llamaría el «paratexto») y la estructura, no se
observa ninguna otra evocación explícita de Homero, y Joyce eliminó, en la
versión definitiva del libro, los títulos homéricos de los capítulos. Gran
parte de Ulysses es «coincidencia de
encuentros, discusiones, bailes, peleas, la vieja sal del tipo hoy aquí y
mañana en otro sitio, vagos nocturnos, toda la galaxia de acontecimientos» (7),
hechos que sirven para crear «un medallón en miniatura del mundo en el que
vivimos» (8). El azar cumple, pues, un papel. El texto de Joyce está situado en
un punto en el que el azar –o la contingencia– y la estructura coinciden. Ésta es
su gran aportación a la literatura del siglo xx
y, desde luego, a la de lengua inglesa.
El problema de la escritura que resulta evidente en un texto como Ulysses es cómo dar forma literaria
–escrita– al azar y la contingencia; en otras palabras, a los hechos del aquí y
ahora. Kristeva ha llamado a este aspecto de la escritura de Joyce una
«revelación», con lo que quiere decir que el texto es la escritura de lo que no
puede predecirse mediante una estructura o marco (simbólico). Puede resultar
extraño, dado que la escritura de Joyce parece ocuparse precisamente de la
vulgaridad de la existencia, es decir, de las cosas que parecen estar lo más
lejos posible de lo exótico y lo heroico. El tipo de fragmento que centra
claramente la cuestión sería como el siguiente, del principio del capítulo 5:
Mr.
Bloom pasó circunspecto al lado de camiones en el muelle de sir John Rogerson,
pasado Windmill Lane, el triturador de semilla de lino de Leask, la oficina de
correos y telégrafos. También podría haber dado esa dirección. Y pasado el
hogar de los marineros. Se apartó de los ruidos matutinos del muelle y avanzó
por Lime Street. Al llegar a las cabañas de Brady un chico estaba recostado
contra las pieles, su cubo de asaduras atado, fumando una colilla mordisqueada.
Una niña más pequeña con cicatrices de eczema en su frente le miraba mientras
sostenía sin fuerzas el aro golpeado del barril. Dile que si fuma no crecerá.
¡Déjalo! Su vida no es un lecho de rosas (9).
El paseo de Bloom consiste, casi de manera surrealista, en una serie de
encuentros fortuitos. Es un paseo de contingencia casi pura. «Casi», porque hay
que escribir el texto. Es necesario convertir el detalle insignificante e
impredecible en un signo para que pueda abandonar parte de su condición efímera
y comunicarse, es decir, pasar a forma parte de la novela de Joyce. Con el fin
de evitar, en fragmentos como el que citamos, que la denotación se convierta en
un mero inventario, aparecen dos estrategias: 1) el desarrollo de una
estructura narrativa mínima; y 2) el desarrollo de un estilo definido. Para
Joyce, el estilo hace que las palabras –o las unidades concretas de la
escritura, como las frases– cuenten por sí mismas en su relación con otras. En
este sentido, la poesía es la presentación definitiva de un estilo. Si Homero
constituye un telón de fondo estructural o narrativo para Ulysses, es preciso interpretarlo como una
estructura abierta capaz de acomodar una serie casi infinita de hechos. Y pocos
comentaristas han dejado de señalar la cualidad poética de la escritura de
Joyce; un ejemplo fundamental que se cita es el monólogo de Molly Bloom en el
último capítulo. Sin embargo, son menos los que han sido capaces de vincular el
estilo de Joyce al problema de la escritura con el que luchaba. El estilo es su
respuesta a la cuestión de cómo hacer que aparezca la contingencia en la
novela. Si los autores realistas del siglo xix
se esforzaron por hacer que los detalles contingentes parecieran necesarios
para el conjunto del tejido narrativo de la novela, la estrategia de Joyce es,
por el contrario, poner en peligro la posibilidad misma de la narración,
haciendo que los detalles contingentes sean relativamente autónomos,
subordinados a nada más que su propia existencia (poética). Para una
sensibilidad decimonónica, Joyce hace lo imposible: basa sus novelas en la
contingencia y la indeterminación. Ésta surge precisamente porque la estructura
narrativa completa, fundada en una lógica de causalidad, no es nunca más que
parcialmente visible. Los hechos que ocurren por azar, de forma contingente e
impredecible, no tienen un origen discernible. Joyce desarrolla el aspecto
activo y hablado del lenguaje, más que, en terminología de Saussure, el lado de
la langue, el sistema fijado. Los
hechos de habla son en principio, como el azar, únicos. Desafían la lógica de
la causalidad. Eso es lo que les hace indeterminables. La narrativa clásica del
siglo xx sigue el principio de
causalidad como verosimilitud al pie de la letra. Todo tiene una razón y hay
una razón para todo. Aunque Joyce, en parte, también apoya la verosimilitud en
Ulysses, la mayor parte de la novela –su aspecto
más innovador– la desafía. Cualquier duda sobre la postura de Joyce se
desvanece en Finnegans Wake.
Ulysses, como
proclamó constantemente Joyce, es el «relato» del día. Pero no se refería
simplemente a que los hechos de la novela ocurran durante el día. Tampoco
quería decir que la vista sea el sentido más usado en la obra. También quería
explicar que, en cuanto a su sintaxis, su gramática, su vocabulario y su estructura
oracional, Ulysses es perfectamente
legible. Es decir, en un nivel inmediato, Ulysses se comunica con el lector. Para
mejor comprender lo que está en juego en Finnegans
Wake, debemos regresar previamente a un fragmento clave de la novela
anterior. En ella, Stephen Dedalus reflexiona sobre un tema que también es
importante para Homero: la naturaleza de la paternidad. «La paternidad –afirma
Stephen– puede ser una ficción legal. ¿Quién es el padre de cualquier hijo para
que cualquier hijo le ame o él ame a cualquier hijo?» (10). Stephen prepara el
terreno para la idea de que la paternidad está llena de incertidumbre, aunque
sólo sea porque, para empezar, nadie puede estar absolutamente seguro de quién
es su padre. Si, en segundo lugar, es a través del principio del padre como se
da un nombre, la incertidumbre mencionada se vuelve incertidumbre respecto a la
propia identidad. Como ha destacado el psicoanálisis, el principio del padre
–el nombre del padre– es
crucial para la función comunicativa del lenguaje. El principio del padre,
pues, es el principio de determinación, significado y causalidad. Joyce desafía
este principio en Finnegans Wake al
hacer que el significado sea totalmente fluido. El escenario que le permite
hacerlo es la noche, el mundo de los sueños. Una técnica que utiliza es la de
aglutinación: palabras y frases que corren juntas de forma que pasan a ser
ambiguas. Los significados posibles se multiplican, como en «meandertal» (11),
«automutación» (12), «caosmos» (13) y «continuarración» (14); lo que podría
denominarse, con arreglo a Finnegans
Wake, una técnica «poliglutural» (15). Además, vemos que contribuye a la
distorsión, o «proceso de deformación» (16) (= una obra en progreso): una
escritura que utiliza ritmos, entonaciones y modulaciones para dar fluidez a
todas las formas fijas de comunicación. Sin embargo, dar fluidez a los
significados no es despojar de significado al texto. Sí es llegar a conocer el
plano semiótico (Kristeva) y reprimido del lenguaje. Una vez sumergido en el
texto, el lector se encuentra frecuentemente con que aquél se apodera de él,
que el tipo normal de crítica –en el que el crítico comenta el texto– se hace
muy difícil, si no claramente imposible. En pocas palabras, se hace difícil
cosificar Finnegans Wake, precisamente aquello para lo que el
«principio del padre» sería el requisito previo.
Por consiguiente, las preguntas sobre qué ocurre en la novela, quiénes
son los principales protagonistas, quién es el que sueña realmente esos sueños,
son imposibles de responder con certeza, aunque muchos lo han intentado. El
propio Joyce predijo que, con Finnegans
Wake, había preparado a los críticos una tarea que duraría trescientos
años. Dicha afirmación resulta confusa –al menos en cierto sentido– porque
suprime la posibilidad de que, al final, Finnegans
Wake sea un texto indeterminado que, como tal, no posee significado
definitivo. Es, más bien, la función poética la que hace que el significado sea
indeterminado; definitivamente es un desafío al padre. Es análoga al principio
de que el lenguaje no posee un núcleo esencial, sólo un sistema de diferencias.
NOTAS
- Jacques Derrida, Ulysses, Gramophone. Deux mots pour Joyce, París, Galilée, 1987. La segunda parte de este libro figura en inglés como «Two words for Joyce», trad. de Geoff Bennington, en Derek Attridge y Daniel Ferrer (eds.), Post-Structuralist Joyce, Cambridge, Cambridge University Press, 1984, páginas 145-159.
- Véase Jacques Derrida, «Plato's pharmacy», en Dissemination, trad. de Barbara Johnson, Chicago, Chicago University Press, 1981, págs. 61-171.
- Derrida, Ulysses, Gramophone. Deux mots pour Joyce, pág. 28.
- Derrida, «Two words for Joyce», en Attridge y Ferrer (eds.), Post-Structuralist Joyce, pág. 151.
- Armin Arnold, James Joyce, Nueva York, Frederick Ungar, 1969, pág. 26.
- C. Baudelaire, The Painter of Modern Life: Selected Writings on Art and Artists, trad. de P. E. Charvet, Harmondsworth, Penguin, 1972, págs. 399-400.
- James Joyce, Ulysses (The Corrected Text), Londres, The Bodley Head, 1986, pág. 528.
- Ibíd.
- Ibíd., pág. 58.
- Ibíd., pág. 170.
- James Joyce, Finnegans Wake, Londres, Faber & Faber, 1939, 3a. ed., reimpr. 1971, pág. 19.
- Ibíd., pág. 112.
- Ibíd., pág. 118.
- Ibíd., pág. 205.
- Ibíd., pág. 117.
- Ibíd., pág, 497.
PRINCIPALES OBRAS DE JOYCE
Música de cámara (1907),
Madrid, A. Corazón, 1979.
Dublineses (1914), Madrid,
Cátedra, 1993.
Retrato del artista adolescente (1916), Madrid, Alianza, 1994.
Exiliados (1918), Madrid, Cátedra, 1990.
Ulysses, París, Shakespeare
& Co., 1922; Ulysses (The Corrected
Text), Londres, The Bodley Head, 1986. Ulises, Barcelona, Tusquets, 1994.
Finnegans Wake (1939),
Barcelona, Lumen, 1993.
Stephen el héroe (1944),
Barcelona, Lumen, 1984.
Cartas escogidas, 2
vols., Barcelona, Lumen, 1982.
Escritos críticos, Madrid,
Alianza, 1983.
Poesía completa, Madrid,
Visor, 1987.
Anna Livia Plurabelle, Madrid,
Cátedra, 1992.
Epifanías, Barcelona,
Montesinos, 1992.
OTRAS LECTURAS
ATTRIDGE,
Derek y FERRER, Daniel, Post-Structuralist
Joyce, Cambridge, Cambridge University Press, 1984.
BENSTOCK,
Barnard, The Augmented Ninth, Proceedings of the Ninth International James Joyce Symposium, Frankfurt, 1984,
Syracuse, Syracuse University Press, 1988. (Véanse las
contribuciones de Kristeva y Derrida.)
ELLMANN,
Richard, Utysses on the Liffey,
Londres y Boston, Faber & Faber, 1972. Edición corregida,
1984.
ELLMANN,
Richard, James Joyce, Barcelona,
Anagrama, 1991.
HART,
Clive y HAYMEN, David, James Joyce's «Ulysses»: Critical Essays, Berkeley, Los Ángeles, University
of California Press, 1977.
LERNOUT,
Geert, The French Joyce, Ann
Arbor, University of Michigan Press, 1990.
LITZ, A.
Walton, The Art of James Joyce. Method
and Design in Ulysses and Finnegans
Wake, Londres, Oxford University Press, 1964, reimpr. 1968.
No hay comentarios:
Publicar un comentario