Florencia,
Italia, 13 de mayo de 1924. Trabajó durante veinte años (1956-1976) como docente de Ciencias
Políticas, Sociología e Historia de la Filosofía en la Universidad de
Florencia. Luego fue profesor en las universidades norteamericanas de Stanford,
Yale y Harvard, siendo actualmente titular de la prestigiosa cátedra Albert
Schweitzer de la
Universidad de Columbia. Es asimismo editor del Corriere della Sera y director de la Rivista Italiana di Sciencia Politica, consultor de los gobiernos de Italia y
México, y miembro de la
Academia Americana de Artes y Ciencias.
Hasta los
años cincuenta el concepto de democracia no había sido problemático, en el
sentido de que existía un amplio consenso entre amigos, escépticos y
detractores de la democracia sobre su contenido conceptual. En este contexto
Giovanni Sartori, cuyo pensamiento como politólogo versa sustancialmente
alrededor del concepto de democracia,
publica su primera obra sobre la teoría democrática: Democrazia e definizioni.
Las décadas posteriores cambiaron radicalmente el medio ambiente de las
ciencias sociales. La discusión científica de este período, lejos de aportar
algún progreso al tema, vino a enturbiar el consenso y la claridad, y a
confundir el concepto. Así se dio el fenómeno paradójico de que la democracia
fue ganando adeptos hasta el punto de ser unánimemente reconocida por todos los
interlocutores científicos y todos los actores en la arena política como la
única forma de gobierno deseable, y al mismo tiempo fue despojándose prácticamente
de todo contenido, convirtiéndose cada vez más en una fórmula vacía aplicable a
cualquier cosa. Este fenómeno, de vastísima aceptación y vaciamiento conceptual
al mismo tiempo, se debe a una profunda transformación del lenguaje político
causado por tres tendencias filosóficas influyentes en el período: el marxismo, sobre todo la
Escuela de Francfort, que se apropia del término y lo
ensancha indebidamente al mismo tiempo que impregna la discusión con su
concepción político-económica e ideológica; el
estipulativismo, según el
cual las palabras poseen significados arbitrarios y que en última instancia
niega la posibilidad de comunicación inteligente dejando cualquier concepto a
merced de la arbitrariedad y en definitiva de la manipulación; y el behaviourismo que excluye con su empirismo dogmático toda oportunidad de
teorización. Estas tres tendencias y su impacto sobre las ciencias sociales
cortan el hilo argumentativo de la discusión sobre la democracia proveniente de
una corriente central de la tradición filosófica occidental. La discusión se
encuentra entonces, a pesar de haber sido intensa como nunca en la historia,
ante una tabla rasa. Lo que se propone Sartori en su Theory of Democracy Revisited –libro fundamental y quintaesencia de
décadas de dedicación al tema– es recoger el hilo de la tradición y reconstruir
la perdida teoría de la democracia. Dada la situación es necesario partir desde
lo más elemental, reunir todos los datos esenciales, y revisar y depurar todos
los conceptos. Sartori pretende entonces un trabajo de limpieza, revisión y
reconstrucción, una obra fundamental –en el más estricto sentido de la palabra–
sobre la teoría democrática.
Esto es posible porque
"democracia" significa algo –algo muy preciso– y esto es pensable,
expresable y comunicable en términos claros radicados en la tradición y en la
experiencia. Y es necesario porque la democracia, a pesar de su larga historia
y de su aceptación generalizada en nuestro tiempo, sigue siendo propensa al
fracaso al ser "de todos los sistemas políticos el que más crucialmente
depende de la inteligencia (de la mentalidad lógica)"; y porque "las
democracias carecen de viabilidad si sus ciudadanos no la comprenden".
Para abordar el tema y organizar el enorme
material, Sartori investiga en dos direcciones diferentes pero complementarias:
la tensión entre hechos y valores por un lado, y los procedimientos de prueba y
error por el otro. Sorprendentemente inicia su investigación en la primera
dirección y la titula El debate
contemporáneo, para seguir
en la segunda parte con Los problemas
clásicos. Era de esperar el orden inverso, que comenzara con la
argumentación histórica para abordar después la problemática contemporánea;
pero sucede que Sartori se propone en primer lugar como hemos visto, hacer una
limpieza conceptual dada la situación de las ciencias sociales contemporáneas.
Es pues por razones de urgencia que Sartori se sumerge prioritariamente en el
debate contemporáneo. Éste se puede esencializar en el conflicto existe entre
los valores y los hechos de la democracia, entre lo ideal "y lo real, o
entre la teoría de la democracia y la realidad política de los estados
concretamente gobernados en forma democrática. Si bien la historia de la
democracia se remonta a la
Grecia , las experiencias democráticas efectivas fueron en
realidad muy breves y poco concluyentes hasta el siglo xix. Por eso en el debate clásico –y Sartori sostiene que
hasta los años cuarenta del siglo xx–
no hay división sistemática entre teoría normativa y teoría empírica de la democracia,
mientras que la escisión entre lo ideal y la realidad se tematizaba nada más
que ocasionalmente y de paso. La experiencia democrática moderna en cambio –la
historia de crisis y fracasos pero también de aciertos y afirmaciones– que
significan dos siglos de vivencia democrática, hacen al hombre contemporáneo
especialmente sensible a esta escisión. El debate se puede por lo tanto centrar
en ese conflicto de teoría prescriptiva o normativa, la "que se aplica a,
y explica, los ideales y valores de la democracia", y en la teoría
descriptiva o empírica "que se aplica a, y generaliza los hechos: cómo
funcionan... y qué son en realidad las democracias". El conflicto se deja
interpretar como "un debate entre idealistas y realistas, entre
perfeccionistas y factualistas, entre racionalistas y empíricos". Ya
veremos de qué lado y en qué forma se posiciona Sartori.
En todo caso esta antinomia le sirve como
hilo conductor para revisar la vasta literatura existente y para reconstruir el
universo conceptual que discute sobre la democracia, devastado en gran medida
por esta misma discusión. Sartori parte de la premisa de que sobre la
democracia se puede hablar inteligentemente, que "no es cualquier
cosa", que es definible y analizable racionalmente y que por lo tanto es
delimitable en relación a todo lo que no es. Por consiguiente pone gran énfasis
en contrastar la democracia contra todo lo que no puede llamarse democrático:
cualquier tendencia de índole autoritaria, totalitaria, dictatorial o
autocrática. El discurso sobre la democracia tiene que defender a ésta contra
los abusos que provoca su progresiva desemantización. La cuestión es devolverle
sus contenidos al concepto de democracia y a los que la definen y giran a su
alrededor. Así Sartori aborda el problemático concepto de pueblo y tantos otros
términos y temas controvertidos como los de autogobierno y de opinión pública.
Así también se detiene en temas como la escala de la democracia
(micro/macrodemocracia), en su horizontalidad o verticalidad, y define claramente
términos tan cruciales como democracia política, democracia social y democracia
económica. Sus consideraciones desembocan en una minuciosa teoría decisional de
la democracia que analiza la naturaleza y las reglas de las tomas de decisiones
dentro de este sistema.
Toda esta discusión y este rastreo van
definiendo a lo largo del trabajo la posición que Sartori asume en el debate
contemporáneo sobre la democracia: para él los fenómenos o hechos que pueden
llamarse democráticos, en definitiva son "pautas de conducta moldeadas por
ideales", o "hechos moldeados por valores". Diagnostica y
postula pues para la democracia una fuerte e importante autonomía de la teoría
normativa por sobre la praxis heterónoma, moldeada por los ideales. Así es de
hecho y así tiene que ser. Sólo en segundo lugar hay una retroalimentación de
la normatividad por parte de la teoría empírica que a su vez se basa en la
praxis (es el caso por ejemplo del problema de los partidos políticos, que
constituyen uno de los campos más importantes de la investigación sartoriana).
En la segunda parte de la obra, que denomina
Los problemas clásicos,
Sartori enfoca el tema de la democracia desde otra perspectiva: ahora no es
la antinomia entre teoría y praxis la que interesa, sino una revisión de la
teoría de la democracia que se interpreta como un concepto forjado por una
sucesión histórica de procedimientos de ensayo y error.
Contra el estipulativismo oxfordiano el
autor sostiene que las definiciones, si bien en rigor lógico y en definitiva
siempre son estipulaciones, no pueden serlo en forma arbitraria o meramente
convencional, si se quiere preservar la comunicabilidad y no destruir la
intersubjetividad. Esto no significa que se pretenda resucitar las esencias
metafísicas detrás de las palabras. No se niega la convencionalidad última de
las palabras pero se sostiene que ésta es resultado de un largo proceso
reflexivo que elige y descarta entre significados posibles, e innova basándose
en experiencias y argumentos. Lo que tiene que hacer una buena definición es
atenerse al campo semántico del concepto y mantenerse dentro de él, tratando de
disolver, hasta donde sea posible, la ambigüedad del campo, es decir su
confusión, su desorden y su ilimitación. Una definición nueva es buena si no
arroja arbitrariamente por la borda parte o partes del campo semántico y si no
aumenta sino que reduce la ambigüedad de éste, que no es otra cosa que el
resultado de los procedimientos de ensayo y error que significan su historia,
es decir el conjunto de experiencias que se han acumulado alrededor de lo que
está por definirse.
Así la democracia es un concepto que tiene
una historia de dos mil cuatrocientos años desde que aparece por primera vez
–aunque sea implícitamente– en el tercer libro de la Historia de Heródoto. Desde ese momento el
término empieza a recorrer la historia y a cargarse de experiencia "en el
sentido de que sus significados esenciales se van determinando a través del
éxito y del fracaso, incorporándose así al saber histórico".
Las palabras son "recordatorios de la
experiencia" y lo que hace Sartori en el caso de la democracia es rastrear
minuciosamente esta experiencia desde los griegos hasta nuestros días,
deteniéndose en los conceptos clave que hacen al campo semántico de lo que está
por definirse: poder, coacción, libertad, igualdad, opinión pública. Este
rastreo lleva a comprender que la corriente principal del pensamiento sobre la
democracia conduce a la democracia liberal. Es el sistema político que armoniza
los contradictorios postulados de libertad e igualdad, pero no en forma
definitiva sino siempre crítica. Sartori compara la democracia liberal con una
madeja de dos hilos: "mientras no se tocan todo anda bien". Pero los
dos hilos siempre están al borde del divorcio. En la democracia y especialmente
en la democracia liberal nada puede darse por supuesto. Es una conquista y
reconquista permanente. Si bien todos los sistemas políticos modernos son
intencionados, es decir están guiados por el propósito de lograr una vida mejor
para sus ciudadanos, el único que no ha traicionado sus fines es la democracia
liberal. Puede decepcionar, tiene sus flaquezas, pero no traiciona. Esto es así
porque es la única forma política que comprende una teoría de su práctica, que
incluye medios y fines. Quiere decir que prevé en sus procedimientos la
corrección del fracaso. A pesar de esto es un equilibrio crítico el que
consigue la democracia liberal, "que funciona sobre una base delicada de
ideales y retroalimentaciones procedentes del mundo real que de alguna forma se
sostienen mutuamente y contribuyen a sus respectivas realizaciones", un
"cuasimilagro", un "círculo virtuoso", pero siempre lábil.
Tanto la libertad como la igualdad están siempre en peligro.
En La
democracia después del comunismo,
obra concebida como complemento a la Theory of Democracy Revisited,
Sartori reflexiona sobre los acontecimientos vividos en Europa a partir de
1989 y su repercusión sobre la teoría de la democracia. La caída de los
regímenes comunistas y de su ideología hicieron colapsar la tesis marxista de
la existencia de dos democracias: una occidental
y burguesa, en la que sólo se garantizaban las libertades formales, y otra comunista y auténtica, identificada con los regímenes
políticos de los países de Europa del Este. El ocaso del punto de vista
marxista no modifica en absoluto la teoría anterior, que por otra parte había
resistido perfectamente el ataque, encontrándonos en este momento, según
Sartori, frente a un absoluto vencedor: la única democracia "real"
que ha existido sobre la tierra, que no es otra que la democracia liberal.
Si bien la victoria espacial de la
democracia dista bastante de ser global, puesto que poco más de la mitad del
planeta todavía está gobernado por regímenes no democráticos, se hace cada vez
más cierto "que el único poder legítimo –el único poder al que se le debe
libre obediencia– es el poder con una investidura popular, elegido desde
abajo".
Uno de los grandes desafíos que tiene que
afrontar la democracia en la actualidad, proviene del profundo cambio
estructural en la cultura mediática que produce la televisión. Sartori
considera que desde la invención de Gutenberg ésta es la primera revolución de
alcances verdaderamente antropológicos: el hombre de Gutenberg –el que lee,
abstrae, conceptualiza y racionaliza– se está convirtiendo en el hombre de
McLuhan, el "hombre ocular". Esto conlleva cambios igualmente
fundamentales en la cultura política, cambios que hasta ahora se pueden
observar con mayor claridad en Estados Unidos, pero que se están produciendo
tendencialmente en todas las sociedades. El videopoder
cambia las condiciones básicas de la formación de la opinión pública, tan
esencial para el funcionamiento de la democracia –que es el "gobierno de
la opinión"– y pone en peligro su autonomía. Las características más
evidentes de la videopolítica son la desconceptualización del discurso
político, la reducción del problema a la imagen que conduce a un paradójico
localismo político, la conversión de lo político en show business, el
culto a una engañosa seudoobjetividad de la imagen, y la "dramatización de
lo trivial unida a la castración de la comprensión". El poder manipulador
y la consiguiente amenaza para la cultura democrática son evidentes. La
revolución parece incontenible y el horizonte que se presenta es francamente
desalentador. Sin embargo, Sartori considera que un sistema de partidos sólido
y una prensa escrita fuerte pueden contrarrestar la tendencia, y ante todo no
es totalmente pesimista en cuanto a las posibilidades de una televisión
diferente, más estimulante, más conceptual, más crítica.
Así y todo, tampoco en el futuro podremos
prescindir de los procedimientos de ensayo y error, pero debemos tener en
cuenta que los costos serán cada vez mayores: "ahora los errores pueden
ser horrores". Por lo tanto hay que encontrar un método, si no para
evitarlo, al menos para reducir al mínimo la probabilidad del error mediante un
examen cuidadoso y previsor de los mecanismos que están entre los medios y los
fines, y de la aplicabilidad de nuestros programas, es decir de lo que creemos
deseable. En esta dirección tendría que proyectarse la investigación
politológica futura.
Bibliografía:
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Homo
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Mala
Tempora, 2004.
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