Chicago, Estados Unidos, 27 de octubre de 1952. Realizó sus
estudios en las universidades de Harvard y Yale, doctorándose en Filosofía y
Letras. Ha sido Director Adjunto de Planificación Política en el Ministerio de
Asuntos Exteriores de Estados Unidos. Actualmente es asesor residente de la Corporación Rand,
en Washington.
Las reflexiones que Francis Fukuyama hace
alrededor de la Historia
parten de la experiencia vivida en los últimos quince años: el fin de los
regímenes dictatoriales de derecha, el colapso casi total del comunismo, y la
victoria rotunda de la democracia liberal que ha quedado sin ningún rival que
le dispute su lugar en el plano político y económico, o que la discuta en el
plano ideológico. El convulsionado siglo termina en cuanto a las ideas y en
cuanto a los hechos políticos con la hegemonía prácticamente absoluta del
liberalismo económico y la democracia política, una evolución que pocos habían
previsto.
El pensamiento sobre la Historia que caracteriza
toda la discusión sobre el tema en los dos últimos siglos, y que forma parte de
nuestro bagaje intelectual común, es el historicismo
de Hegel, sin duda uno de los filósofos más influyentes de todos los
tiempos. Apoyado en la interpretación de Alexandre Kojève, Fukuyama concibe el
historicismo hegeliano como una teoría sobre un proceso único, evolutivo y
coherente, "con un comienzo, un curso medio y un fin": la Historia. Ella es
el camino de la humanidad a través de una serie de etapas de conciencia que se
concretan en formas correspondientes de organización social cuyas
contradicciones internas a su vez generan nuevas conciencias que chocan con las
establecidas y provocan nuevas formas de organización, y así sucesivamente.
Hasta que la Historia
culmina en un momento absoluto, en el cual deviene en victoriosa una forma
final y racional de Sociedad y Estado: la identidad de Idea Absoluta –guía
rectora del proceso histórico– y Estado Absoluto. En la Fenomenología del Espíritu, Hegel sostenía que ese momento del fin de la Historia había llegado con
la victoria de Napoleón en la batalla de Jena, en 1806; el Antiguo Régimen
había sido derrotado por los ideales de la Revolución francesa y
los estados particulares se disolverían poco a poco en un Estado Universal
regido por los principios de igualdad y libertad. Claro que Hegel
posteriormente nunca volvió a insistir sobre la fecha que había proclamado en
un momento de exultación; incluso en su madurez llegó a identificar el Estado
Absoluto con el Estado prusiano, bastante reaccionario por cierto, surgido
después de la derrota definitiva de Napoleón, dejando a un lado sus anteriores
invocaciones liberal-democráticas.
En realidad no hay una
interpretación única del concepto de fin
de la Historia
en la obra de Hegel, e incluso hay pasajes que sugieren que la Historia es un proceso
dialéctico infinito y que por lo tanto tal fin no llegará.
En todo caso, Kojève y Fukuyama
se atienen al pasaje de la
Fenomenología que identifica el fin de la Historia con la victoria
de los ideales de la
Revolución francesa. Kojève sostiene (¡contemporáneo de
Hitler y Stalin!) que el diagnóstico de Hegel era esencialmente correcto, que
la batalla de Jena significó, aunque fuera simbólicamente, el punto en que
"la vanguardia de la humanidad actualizó los principios de la Revolución
francesa" y que los principios básicos de la idea que había triunfado, la
democracia liberal, no podían ser mejorados.
Para Kojève-Fukuyama, Jena
significa una victoria simbólicamente decisiva en una guerra que
inevitablemente tenía que ganarse. Y el momento histórico que le toca vivir a
Fukuyama es el momento en que esta inevitable victoria final se concreta.
El "Estado Absoluto"
de Hegel, el "Estado homogéneo universal" de Kojève, o sea, la
democracia liberal, significan la forma final de gobierno, el punto final de la
evolución ideológica de la humanidad y por lo tanto el "fin de la Historia". Todos
estos conceptos son para Fukuyama idénticos y cada uno realza aspectos de una
realidad coincidente. Entiende el "fin" no como fin de los
acontecimientos que llenan los diarios, sino como el del proceso ideológico que
motivaba la evolución histórica. Las ideologías ceden a la Idea Absoluta que
finalmente se realiza, se impone y se encarna en la democracia liberal.
Mientras todas las demás formas anteriores de gobierno adolecían de graves
contradicciones internas y de defectos e irracionalidades que inevitablemente
conducían a su colapso, la democracia liberal está libre de esas
contradicciones, mejor dicho resuelve todas las contradicciones anteriores,
reconoce y protege el derecho del hombre a la libertad y existe por el consenso
libre e igualitario de los gobernados. En definitiva, satisface todas las
necesidades humanas. Esto se logra porque la democracia liberal, después de
haber satisfecho por ella misma los anhelos más profundos y fundamentales de la
humanidad (la libertad y la igualdad), se asocia inevitablemente con el
liberalismo económico, que es capaz de crear una cantidad infinita de bienes,
los que pueden a la vez satisfacer y crear una cantidad infinita de
necesidades.
La concepción fukuyamiana del
fin de la Historia
no puede dejar a un lado, por supuesto, el pensamiento del hegeliano Marx sobre
el tema. El concepto de fin de la
Historia es fundamental en Marx y a su respecto éste es mucho
más concluyente que su maestro, y tanto como Fukuyama: el fin de la Historia surgirá después
de la superación de las contradicciones de la democracia liberal, que Marx
llama capitalismo, fundamentalmente la contradicción entre trabajo y capital; y
este estado final –el comunismo– satisfará finalmente todas las necesidades
humanas. Pero más acá de estas conclusiones, Marx critica los fundamentos del
idealismo hegeliano y reclama como mérito propio "haber puesto a Hegel
cabeza arriba", es decir, dentro de la misma concepción historicista,
haber sustituido la primacía de la
Idea por lo real, el idealismo por el materialismo.
Contra este "prejuicio
materialista" arguye Fukuyama una interpretación minuciosa de la caída del
fascismo y del comunismo –últimos grandes rivales de la democracia liberal–
como consecuencia del agotamiento de sus ideas e ideales en la confrontación
con la realidad. El fascismo perdió todo su atractivo después de la derrota
militar del Eje, lo que no es necesariamente una explicación idealista de su
desaparición. Y el comunismo fue perdiendo su atractivo en la medida en que las
contradicciones del capitalismo señaladas por Marx se iban disolviendo,
mientras la ideología marxista-leninista se iba convirtiendo en una invocación
mágica cada vez más distante de la realidad política, económica y social de las
sociedades existentes de socialismo real. Las contradicciones ideológicas del
comunismo mismo han llevado a su inevitable caída. Este análisis es
esencialmente correcto y demuestra que Marx se equivocó en cuanto a las
consecuencias de su concepción, y más aún el marxismo-leninismo en su praxis,
pero esto en ningún momento invalida la crítica marxista al idealismo hegeliano
ni su fundamento materialista. La duda que queda es si Fukuyama realmente recupera
el idealismo hegeliano o si sólo lo invoca en forma más mágica que científica.
En todo caso, él mismo no puede dejar de recurrir al "prejuicio
materialista", como cuando explica la futura estabilidad de la democracia
con el argumento idealista de la realización de los principios de la Revolución francesa,
más el argumento menos idealista de la satisfacción de todas las necesidades
materiales mediante una cultura de consumo universal. La fórmula contundente,
pero no por eso menos problemáticamente híbrida, es "democracia liberal...
con fácil acceso a vídeos y estéreos".
Para explicar la actuación
coherente del Weltgeist hegeliano en la Historia, es decir para
poder replantear –después de Hitler e Hiroshima– la posibilidad de una historia
universal direccional y optimista, Fukuyama emprende dos caminos que
corresponden a la fórmula que acabamos de comentar.
El primero es la explicación del
carácter orientador de la
Historia por medio de la actuación de la ciencia natural
moderna. Esta ciencia que culmina en la tecnología sería el estado de
realización último de la racionalidad como rectora del proceso histórico, y su
carácter sería a la vez orientador y acumulativo. En la medida en que confiere
"la ventaja militar decisiva" sobre otras sociedades, y la posibilidad
de acumulación ilimitada de riquezas –y por lo tanto la satisfacción de una
cantidad ilimitada de deseos humanos a las sociedades que la poseen– la
tecnología tiene un efecto uniforme y uniformador sobre ellas y las lleva a una
cultura universal de consumo, creando un mercado global y desactivando y
borrando estructuras y creencias tradicionales.
Esta primera explicación de la
actuación coherente del Weltgeist no puede satisfacer sino una parte de
lo que quiere abarcar; puede explicar el lado material, es decir el triunfo del
liberalismo económico, pero no el de la libertad y la igualdad como categorías
políticas. Para esto Fukuyama recurre una vez más a la Fenomenología de Hegel y a su concepto de la
"lucha por el reconocimiento" que se remite al thymos (ánimo, coraje) de La República de Platón. Esta fuerza, que no es
netamente racional sino que incurre en la irracionalidad, es dentro del hombre
el motor que mueve la
Historia, o dicho de otra manera, la realización psicológica
del Weltgeist.
El hecho de que el hombre quiere
que lo reconozcan en su calidad de ser humano, en su dignidad y su valor, es lo
que lo diferencia del animal y lo que impulsa la Historia, más allá de la
simple lucha por alimento, abrigo y seguridad; es la ambición que busca el prestigio
personal y el del grupo social lo que embarca a la humanidad en esa sangrienta
epopeya llamada Historia. Pero como el prestigio de uno siempre choca y se
contradice con el desprestigio del otro, la solución sólo puede llegar con una
sociedad igualitaria que reconozca la dignidad de todos los individuos que la
integran, y un sistema universal de sociedades que se reconozcan mutuamente: la
democracia liberal y el estado homogéneo universal disuelven en última
instancia toda lucha por el reconocimiento, toda contradicción. Para
Hegel-Fukuyama, en contraste con la tradición anglosajona, los derechos por lo
tanto no son sólo medios sino fines en sí mismos, porque la última satisfacción
del ser humano no es la prosperidad material sino el reconocimiento recíproco
entre los congéneres.
Al final de su famoso artículo
"The End of History", Fukuyama no puede dejar de reconocer que
"el fin de la historia será un tiempo muy triste". Como la lucha por
el reconocimiento habrá terminado, no habrá ni coraje, ni imaginación, ni
idealismo, ni filosofía; sólo cálculo económico y "vigilancia del museo de
la historia humana". La interpretación optimista de la historia universal
termina pues en la ambivalencia, en la duda, en el pesimismo y en la esperanza
de que "la historia comience una vez más". En su libro The
End of History and the Last Man, Fukuyama profundiza este particular. La cuestión que se plantea
después de haber diagnosticado que la democracia liberal se ha quedado sin
rivales, y que es perfectamente capaz de solucionar los problemas que la acosan
y que previsiblemente la acosarán en el futuro, es la de la bondad inherente a
la democracia y la de su perdurabilidad, e incluso si es deseable –o no– que
perdure. Hegel –y con él Kojève– daban por supuesto que con la democracia el
hombre quedaría "completamente satisfecho". Satisfecho, pero
desprovisto de lo que había constituido su humanidad, de lo que lo había
diferenciado de los otros animales y lo había motivado en los milenios de la Historia: el thymos. El hombre del fin de la historia tendrá que ser
inevitablemente un hombre "sin pecho", sin aspiraciones más allá de
la satisfacción de lo material, un hombre castrado de su humanidad. Tocqueville
advirtió esto muy temprano pero se resignó a su inevitabilidad y a su condición
de mal menor. Hasta el ultrahegeliano Kojève no podía dejar de verlo, y lo
formuló con toda crudeza y arrojo; el hombre volvería a ser lo que antes de la Historia siempre había
sido: un animal, ahora definitivamente satisfecho. Nietzsche en cambio, el más
acre de los críticos de Hegel y un declarado enemigo de la democracia, se
rebela contra la perspectiva de que nos convirtamos en lo que él llama "el
último hombre", que, satisfecho como un perro tirado al sol, no sólo se
resigna a no seguir siendo humano sino que todavía se ufana de ello.
Así Fukuyama termina sus
consideraciones, aparentemente tan optimistas y tan confiadas en el Weltgeist, con una profunda duda y una serie de interrogantes, temores y
esperanzas que de alguna manera invalidan, o al menos cuestionan, todo su
discurso anterior. Más que en el hecho de haber reflotado el optimismo
fatalista de Hegel en un momento históricamente oportuno, el mayor mérito de
Fukuyama es haberlo puesto de nuevo, y radicalmente, en duda.
Bibliografía:
The End of History
and the Last Man, 1992 (trad. esp., El Fin
de la Historia y el último hombre, 1992).
Trust. The Social
Virtues and the Creation of Prosperity, 1995.
The Great Disruption: Human Nature and the Reconstitution of Social Order, 1999.
Our Posthuman Future: Consequences of the Biotechnology Revolution, 2002.
State-Building: Governance and World Order in the 21st Century, 2004.
After the Neocons: America at the Crossroads, 2006.
The Great Disruption: Human Nature and the Reconstitution of Social Order, 1999.
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After the Neocons: America at the Crossroads, 2006.
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