Nueva York, Estados Unidos, 3 de octubre de 1928. Se
licenció en la Universidad
de Nueva York en 1949, y si bien no desarrolló una carrera académica, es doctor
honoris causa por varias
universidades de todo el mundo. Ha tenido una destacada actuación como
periodista en publicaciones como Fortune,
Horizon, Life, entre otras, y asimismo como conferenciante. Es asesor de
importantes empresas, entre las que se encuentran la Rockefeller Brothers
Found y la IBM
Corporation.
Como investigador de las transformaciones que se viven en el
mundo contemporáneo, Alvin Toffler ha indagado sobre el sentido y la naturaleza
de esas transformaciones, y sobre el contenido de las reformas que resulta
imprescindible materializar para adaptarse a aquéllas. En tal sentido su obra se centra en tres
libros principales: El shock del futuro, La Tercera ola y El cambio
del poder. El mismo autor los caracteriza señalando que el primero de ellos
contempla el proceso de cambio y la forma en que éste afecta a las personas y
las organizaciones; el segundo se ocupa de las orientaciones de ese cambio,
refiriéndose el último al control de los cambios que han de sobrevivir y a
quiénes habrán de darles forma y cómo.
Para Toffler, la humanidad ha experimentado hasta ahora dos
grandes "olas" de cambio. La primera –denominada revolución agrícola–
tardó miles de años en desplegarse, mientras la segunda –llamada civilización
industrial– necesitó sólo tres siglos. Sostiene también que la Historia experimenta en
la actualidad un marcado proceso de aceleración, siendo así probable que lo que
él mismo denomina "tercera ola" se complete en unas pocas décadas.
Después de destacar que toda civilización tiene un código
oculto, un conjunto de reglas que preside todas sus actividades, desde el sexo
y las diversiones hasta el trabajo y la guerra, Toffler formula una enumeración
de los principios en los que se sustenta la sociedad industrial:
1) Uniformización.
Uno de los grandes cultivadores de
este principio fue el ingeniero Frederick W. Taylor, que creía que se podía dar
un carácter científico al trabajo haciendo que cada uno de los pasos en que
éste se realizaba fuese uniforme para todos los obreros. La uniformización dio
un impulso decisivo a la fabricación de productos en serie, procurándose lograr
por medio de ella el máximo ahorro de tiempo posible y la mayor destreza del
obrero aplicado a la repetición incesante de una misma operación dentro de la
cadena de producción.
2) Especialización. Este segundo principio es una consecuencia directa del
anterior. El obrero dedicado a repetir una misma operación alcanzaba una
notable habilidad en su desempeño, lo que redundaba en el aumento de la
productividad del trabajo, transformándose así el operario en un especialista
en su labor. La destreza adquirida hacía muy difícil asignarle otra tarea, pues
el período que demandaba el aprendizaje implicaba un deterioro de la
productividad, por lo que esa habilidad derivada de la especialización llevaba
en sí misma una condena para el operario, limitándolo a realizar un trabajo
rutinario.
3) Sincronización. Al extenderse la producción fabril, el elevado costo de la
maquinaria y la estrecha interdependencia del trabajo exigían una mayor
sincronización. Así la puntualidad se convirtió en una necesidad social y
empezaron a proliferar los relojes, supeditando no sólo la vida laboral sino
también la social.
4)
Concentración. El auge del mercado derivó en la concentración, que no
solamente se dio en cuanto a la población (grandes aglomeraciones urbanas),
sino también en el trabajo (fábricas que concentraban a miles de trabajadores)
y en la aportación de capitales, surgiendo así la corporación gigante, el trust
o monopolio.
5) Maximización. La mayor producción en serie permitió reducir los costos
provocando un aumento de la productividad. De esta manera, destaca Toffler, lo
grande se convirtió en sinónimo de eficiente.
6) Centralización. La concentración y la maximización desembocaron en la
conducción centralizada de la actividad productiva. Las tendencias
centralizantes en la gestión económica se proyectaron sobre la actividad
política generando un aumento de las competencias del gobierno central en
perjuicio de la descentralización que suponía una organización federal. Así, la industrialización impulsaba el
incremento de la centralización del sistema político.
Todos los principios enumerados condujeron –acota Toffler– al
auge de la burocracia y a la masificación. Agrega que formaron un código de
conducta, que prestaron un sello distintivo a la sociedad industrial, y que
ahora sufren los embates de lo que llama "la tercera ola".
Toffler se explaya además tratando de demostrar que el
despliegue científico-tecnológico que acompaña a la nueva sociedad posibilitará
que predominen en ésta valores y principios diferentes a los imperantes en la
sociedad industrial, señalando los siguientes:
1) Mayor
diversidad y desarrollo de la personalidad. El avance técnico-científico permitirá que un producto pueda ser elaborado
teniendo en cuenta si no todas, por lo menos algunas de las preferencias del consumidor.
La fabricación en serie se sustituirá entonces por una mayor diversidad.
También la tecnología posibilitará superar la tiranía de los horarios
uniformes, puesto que la automatización expandida en los procesos productivos
hará innecesaria la concurrencia de todos los operarios en el mismo horario. Se
podrá hacer así una distribución del tiempo de asistencia que evite la
concentración y que, dentro de ciertos límites predeterminados, contemple las
necesidades y características de la personalidad de los miembros de la empresa.
Es decir que la sincronización de las personas con las máquinas, que
aprisionaba a los hombres sumiéndolos en una permanente y alienante repetición
de tareas, será superada en el futuro por la velocidad de las computadoras, las
que harán posible que muchas operaciones puedan cumplirse durante las
veinticuatro horas del día, o sea que podrán realizarse en el momento que elija
el usuario del servicio. Esto constituye ya una realidad en la práctica
bancaria electrónica mediante el empleo de los denominados cajeros automáticos.
2) Participación,
descentralización y dinamismo de los procesos. En el plano estrictamente político la participación del ciudadano podrá
ampliarse alcanzando niveles inimaginables hasta el presente, ya que mediante
computadoras y pantallas de televisión, aquél podrá intervenir en una asamblea,
hablar y ser escuchado sin salir de su hogar y emitir su voto sobre cualquier
cuestión, pudiéndose conocer el resultado de la consulta en forma inmediata. Así, los impulsos renovadores provenientes de
una tecnología que crea permanentemente nuevas posibilidades, impregnan de un
dinamismo creciente a los procesos económicos, sociales y políticos.
3) Las características de la sociedad de la
tercera ola. La nueva etapa trae consigo
una forma de vida auténticamente distinta, basada en fuentes de energía
diversificadas y renovables, en métodos de producción que tornan anticuadas las
cadenas de montaje de la mayoría de las fábricm, en nuevas familias no
nucleares, en una nueva institución que se podría llamar el "hogar
electrónico", y en escuelas y corporaciones del futuro radicalmente
modificadas. La civilización naciente escribe un nuevo código de conducta que
nos lleva más allá de la información, la sincronización y la centralización,
más allá de la concentración de energía, dinero y poder. Esta nueva
civilización reducirá el papel de la nación-estado y dará nacimiento a
economías semiautónomas, en un mundo postimperialista.
En su concepción sobre el cambio
del poder, Toffler hace considerables aportes. Sostiene al respecto que éste no
es bueno ni malo y que constituye un aspecto ineludible de la comunicación
humana, puntualizando que sus viejas formas se están desgarrando, y que un
cambio de poder no es una mera transferencia del mismo sino una verdadera
transformación. Señala asimismo que la
fuerza, la riqueza y el conocimiento son las palancas esenciales que forman la
tríada del poder. En la tercera ola, más que la cantidad interesa la calidad
del poder, siendo éste el factor más relevante. Con respecto a la fuerza
asevera que su principal inconveniente es su absoluta inflexibilidad, ya que su
uso como castigo supone un poder de mala calidad. En cuanto a la riqueza afirma
que como se la puede usar en forma positiva o negativa, es más flexible que la
fuerza, siendo entonces un poder de mediana calidad. Sostiene así que el poder
de mejor calidad se deriva de la aplicación del conocimiento, que ha pasado a
ser el ingrediente más importante, la clave del cambio y la fuente más
democrática del poder –puesto que todos pueden adquirirlo– ocupando la fuerza y
el dinero un lugar accesorio. El poder está cambiando en todos los niveles de
la vida: en las empresas, en los asuntos de gobierno y en la comunidad
internacional. Nada escapa al impacto de la transformación que trae la tercera
ola.
Relacionado con la intensidad de poder que debe ejercer el
Estado para asegurar el orden, Toffler distingue entre el "orden
socialmente necesario" y el "orden sobrante". Este último sería
el exceso de orden impuesto, no en beneficio de la sociedad, sino de aquellos
que controlan el Estado.
El autor puntualiza una serie de supuestos de los que parte el
cambio del poder, entre los que merecen destacarse los siguientes:
1) El sistema de poder de cualquier
sociedad está dividido en subsistemas y la realimentación enlaza estos
subsistemas.
2) Como las relaciones humanas
están cambiando constantemente, las relaciones de poder también están en
constante proceso de cambio.
3) El conflicto es un hecho social
inevitable. Las luchas por el poder no son necesariamente males.
4) Si muchos de los subsistemas de
poder que comprende un sistema superior están en equilibrio relativo, otros
subsistemas se hallan en estado de desequilibrio. El equilibrio no es necesariamente
una virtud, siendo prácticamente imposible que todos los sistemas y subsistemas
sociales estén simultáneamente en equilibrio perfecto.
5) La total igualdad implica la
ausencia de cambio y no sólo es imposible sino que además es indeseable. La
existencia de un cierto grado de desigualdad no es inmoral; lo que es inmoral
es un sistema que consagra la mala distribución de aquellos recursos (fuerza,
riqueza y conocimiento) que confieren poder.
6) Tanto la escasa como la excesiva concentración del poder
son peligrosas. La inexistencia de un gobierno efectivo desemboca en la
violencia anárquica, y la presencia de un gobierno omnímodo en el
totalitarismo.
7) El poder que se confiera a un régimen deberá ser el
estrictamente suficiente para que ofrezca un grado adecuado de seguridad. El
orden impuesto por encima de lo estrictarnente necesario es inmoral.
8) Hay una base moral para oponerse –e incluso derrocar– al
Estado que imponga un "orden excesivo".
Toffler también ha dedicado especial atención a la
organización y funcionamiento de la empresa. Al respecto sostiene que los
problemas que pueden afectarla provienen principalmente de los cambios
radicales producidos en su medio ambiente externo. Por consiguiente, la
estructura de cualquier empresa debe adecuarse a las transformaciones ocurridas
en el entorno. Esta concepción recoge el principio central del enfoque
sistémico consistente en marcar la interdependencia que existe entre los
subsistemas parciales (entidades de todo tipo: sociales, económicas y políticas)
y el sistema global que configura la suma de todas las parcialidades. De
acuerdo a esto afirma que los ejecutivos comerciales, economistas y
proyectistas suelen definir el medio ambiente corporativo en términos
estrictamente económicos, cuando deberían incluir una gran variedad de factores
políticos, sociales, culturales y otros que habitualmente se suelen descartar.
Agrega que las compañías que no sepan adecuarse a las condiciones ambientales
desaparecerán, por lo que, para evitarlo, deberán incorporar una conducción
formada por "gerentes adaptables" que piensen en términos no
lineales, busquen soluciones que escapen a la simple previsibilidad y computen
la adaptación al cambio como un elemento imprescindible para la sobrevivencia.
La de la tercera ola será una empresa flexible con aptitud para responder a las
demandas de una sociedad cada vez más compleja y diversificada.
La expansión y el consumo de
cultura han sido considerados por Toffler como un auspicioso acontecimiento que
se consolidará en la civilización de la tercera ola. Al consumidor de cultura
se le había imputado ser un agente secreto de la mediocridad. Esta visión
elitista ha sido superada aceptándose que tal consumidor no compromete la
integridad ni la convicción del arte. Más aún, estos consumidores han
desarrollado una sensibilidad, una curiosidad y un espíritu abierto por la
innovación en las artes. De esta forma el consumo creciente de cultura rompió
la barrera del aislamiento en que lo había colocado la concepción elitista. La
finalidad del arte no es servir a un círculo estrecho ni provocar el deleite de
unos pocos, sino que el arte debe hallar un camino que llegue a todos los seres
humanos. De este modo una comunidad no tendría una cultura sino que sería una cultura.
Por otra parte Toffler es
esencialmente un optimista. Confía en las fuerzas del hombre y en el progreso
de la humanidad, aunque también pone de manifiesto las dificultades que existen
para alcanzar las metas propuestas. Así, sin pecar de ingenuidad, sus reflexiones
son un mensaje positivo, pletórico de esperanza. Es éste quizá uno de sus
mayores logros.
Bibliografía:
The Culture Consumers, 1964 (trad. esp., Los consumidores de
cultura, 1967).
The Future Shock, 1970 (trad. esp., El shock del futuro, 1971).
The Third Wave, 1980 (trad. esp., La tercera ola,
1980).
Previews & Premises, 1983 (trad. esp., Avances y premisas, 1983).
The Adaptative Corporation,
1984 (Trad. esp., La empresa flexible, 1985).
The Power Shift,
1990 (trad. esp., El cambio del poder,
1990).
War and Anti War, 1993.
La biblioteca de Alvin Toffler, 1993.
Las guerras del futuro, 1994 (con Heiddi Toffler).
Creating a New Civilization. The Politics of the Third Wave, 1995.
La creación
de una nueva civilización: la política de la tercera ola, 1996.
La
revolución de la riqueza, 2006.
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