París,
Francia, 8 de julio de 1921. Su verdadero nombre es Edgar Nahum. Licenciado en Geografía e Historia y en Derecho por la Universidad de
Toulouse, realizó además estudios en Ciencias Políticas y en Filosofía. En
1942, la Resistencia
lo convierte en "universitario incompleto", según sus palabras.
Después de la Liberación
es nombrado jefe de propaganda del ejército francés de ocupación en Alemania
(1945-1946). Investigador del Centre National de la Recherche Scientifique
(CNRS) desde 1950, accede al cargo de Director de Investigaciones en 1970. En
1977 fue nombrado director del CETSAP, Centre d'Études Transdisciplinaires
(Sociologie, Anthropologie, Politique) de la École des Hautes Études en
Sciences Sociales. Formó parte asimismo del Centro Internacional de Estudios
Bioantropológicos y de Antropología Fundamental (CIEBAF).
La
preocupación de Edgar Morin por los temas sociales va unida al compromiso
político; así, por ejemplo, el vacío de una Alemania destruida y devastada lo
incitará a escribir su primer libro, L'an
zéro de l'Allemagne. Como dirá en Para salir del siglo xx,
todo lo que no es político comporta al menos una dimensión política.
Afiliado al Partido Comunista Francés, sus críticas a lo que denominó
"comunismo de aparato" bajo el stalinismo provocan su expulsión en
1951. Su autobiografía política correspondiente a esta experiencia da lugar a Autocrítica; pero en el prefacio a la tercera edición de este libro, de
1974, considera que los problemas fundamentales abordados en él continúan
abiertos. En efecto, observa que la dialéctica petrificada, el dogmatismo, la
creencia en un progreso inscrito en la temporalidad histórica, la
racionalización burocrática, son rasgos del presente, que califica de edad de hierro planetaria. El impulso por superar esta etapa
será una constante en su pensamiento.
En 1951 publica El hombre y la muerte, libro en el que aborda el tema de
la muerte con un enfoque a la vez antropológico, social, histórico y biológico,
es decir, considerando la muerte como un fenómeno humano total. Su interés no
se refiere solamente a la muerte en sí, sino al hombre sujeto de la muerte.
Pero a partir de este tema descubre que para entender cualquier realidad humana
es preciso integrar los distintos niveles, desde la realidad biológica hasta la
mitológica, surgiendo en él también la necesidad de integrar la información de
diversas disciplinas, desde la etnografía hasta la historia de las religiones.
Esta temática bioantroposocial será más adelante recogida en El paradigma perdido, donde se propone
superar la oposición naturaleza-cultura, intentando la articulación entre la
esfera biológica y la esfera antroposocial sin caer en reduccionismos
simplistas, sino apelando al principio de explicación de autoorganización. Este
esfuerzo integrador interdisciplinario va tomando forma en distintos proyectos:
en 1959 funda, con algunos amigos, la revista Argumentos, inspirada
en una antroposociología abierta; de 1951 a 1957 se ocupa, desde el CNRS, de una
antropología del cine y publica El cine
o el hombre imaginario y
Las estrellas de cine. En 1968 se integra en el Grupo de los Diez, formado
principalmente por biólogos y cibernéticos. Desde allí, Jacques Sauvan y Henri
Laborit lo inducen a ver en la cibernética, no una reducción simplista de
esquemas mecánicos, sino una introducción a la complejidad. Un año más tarde,
Jonas Salk lo invita al Salk Institute for Biological Studies. Allí, sus
conversaciones con John Hunt y Jacques Monod, y su descubrimiento de la obra de
Gregory Bateson, lo llevan a un replanteamiento epistemológico radical. Al
mismo tiempo Henri Atlan lo inicia en la teoría de los autómatas de John von
Neuman, y en el principio del order from
noise, el "azar
organizador" de Heinz von Foerster.
En todas estas etapas, incluido su paso por
el CIEBAF, puede realizar su vocación de ser "eterno estudiante",
inconformista, multidisciplinario, o como él mismo dice en Ciencia con conciencia "indisciplinar", atraído desde sus
comienzos por un enfoque de los problemas humanos, metodológicos e ideológicos
desde la complejidad, evitando siempre los planteamientos cerrados y
simplificadores. Ese esfuerzo interdisciplinario se desarrolla hasta llegar,
entre 1973 y 1991, a
los cuatro tomos de El método. Morin aclara que en esta obra no
aporta un método, sino que lo busca. El método que propone es, en realidad, un
antimétodo, no pudiendo reducirse a un conjunto de recetas técnicas. Recurre al
origen etimológico de méthodos, "camino", o al concepto
de "viaje" (trip) en el sentido de experiencia de donde se vuelve cambiado.
Su tentativa parte del suelo científico en
convulsión. La crisis que atraviesa la ciencia se nutre de sus progresos: el
enorme progreso del conocimiento científico, paradójicamente, acrecienta la
incertidumbre, que para Morin es insuperable. El surgimiento de lo no simplificable,
de lo incierto, de lo confuso, es inseparable de los nuevos desarrollos de la
ciencia del siglo xx. El
conocimiento ordenado, seguro, evidente, al que aspiraba Descartes, no existe.
Se trata, según Morin, de una nueva conciencia de la ignorancia. Pero no de la
ignorancia común, sino de la ignorancia agazapada, disimulada en el
conocimiento admitido como el más cierto: el conocimiento científico.
Se llega entonces al problema fundamental:
la ciencia debe ser cuestionada. Pero ¿qué es la ciencia? Para Morin esta
pregunta no tiene respuesta científica. No hay ciencia de la ciencia. La
ciencia actual es sin conciencia. Mediante estos términos
Morin alude a la incapacidad de la ciencia para reflexionar sobre sí misma,
para situarse, problematizarse. No hay conocimiento sin conocimiento del
conocimiento. La ciencia actual, a pesar de sus enormes éxitos, adolece de
insuficiencia y mutilación. Es incapaz de concebirse como praxis social;
incapaz, no solamente de controlar, sino de examinar reflexivamente el poder
surgido de su saber.
El planteamiento de Morin supone, en primer
lugar, la exigencia de superar el paradigma cartesiano que ha dominado en
Occidente desde el siglo xvii. Al
recoger la noción kuhneana de paradigma, introduce en El Método IV, el término Arkhe en el sentido de lo que es a la vez "anterior" y
"fundador", subterráneo y soberano, subconsciente y supraconsciente.
Es la invisibilidad del paradigma lo que lo hace invulnerable; por ello, el
paradigma cartesiano, a pesar de haber entrado en crisis, aún sigue vigente.
Morin observa que en el curso de la historia occidental un núcleo paradigmático
profundo rige los principios de organización de la ciencia, la economía, la
sociedad y el estado. Este trazo común se manifiesta, en los distintos ámbitos,
por la misma reducción al orden, el cálculo, la racionalización, la
manipulación, la disociación de la realidad en disyunciones excluyentes. La
ciencia clásica, por su parte, obedecerá al gran paradigma de Occidente
segregando un paradigma de simplificación propio, estableciendo una versión
determinista perfecta de un universo obediente a unas pocas leyes eternas,
excluyendo de la cientificidad todos los ingredientes de la complejidad de lo
real: el sujeto, el desorden, el azar, los antagonismos, las
complementariedades, etc. Este paradigma de simplificación se autojustifica, a
su vez, por la coherencia lógico-deductiva, estrategia de legitimación que
Morin caracteriza como racionalización, simulacro de la razón que se
atribuye a sí misma la imagen de la racionalidad. Se convierte entonces en un
sistema clausurado, se dogmatiza. Como dice en Para salir del siglo xx, se transforma en un sistema frío,
porque deja de liberar calor mediante intercambios dialógicos con el exterior.
Elimina como sinrazón todo lo que no puede controlar mediante su construcción.
Según analiza en Ciencia con conciencia, este problema no es
meramente epistemológico, sino también ético. El pensamiento reductor,
unidimensional, no es inofensivo: tarde o temprano desemboca en acciones
ciegas, que al actuar sobre el tejido de lo real conducen a consecuencias
incontrolables. Por lo tanto, la búsqueda del método supone, no un problema
meramente "metodológico", sino una redefinición del concepto de razón. Morin opone a la razón reduccionista-simplificante-cerrada,
una racionalidad abierta, capaz de abordar la complejidad de lo real. La
complejidad surge allí donde se pierde la distinción de los límites, donde el
desorden, el azar y la incertidumbre irrumpen en los fenómenos, donde el sujeto-observador
y el objeto-observado comienzan a confundirse. La complejidad no es la
complicación. Lo que es complicado puede reducirse a principios simples o a
partículas elementales. La complejidad no, simplemente porque la complejidad está en la base. Lo simple
no es más que un momento arbitrario de abstracción arrancado a la complejidad.
La estrategia propuesta por Morin para
abordar esta hipercomplejidad puede trazarse a partir de tres principios. El principio dialógico: la interrelación simultáneamente
complementaria, concurrente y antagonista de las instancias necesarias en la
organización de un fenómeno. El principio
recursivo: no sólo hay
interacción, sino también retroacción de los procesos en circuito. El principio hologramático: cada punto de un holograma contiene
la presencia del objeto en su totalidad. Se evoca aquí la idea leibniziana de mónada. El holograma manifiesta un tipo asombroso de organización, en
la que el todo está en la parte que está
en el todo, y en la que la parte podría ser más o menos apta para
regenerar el todo. La idea de holograma revela
la inadecuación de cualquier modelo causalista lineal. Los tres principios
anteriores interactúan a su vez, dando lugar a procesos de
"autoecoorganización". Mediante esta propuesta, Morin responde a la
crisis de fundamentos, que se ha agudizado en la epistemología occidental del
siglo xx, con la idea de una epistemología sin fundamento, insinuada
ya por Rescher. En lugar de partir de los enunciados
de base o protocolares, Rescher
considera un sistema reticular cuya estructura no es jerárquica, en el cual no
hay ningún nivel que sea fundamento de los demás. Morin acepta esta idea,
añadiendo el esquema dinámico de bucle
recursivo-rotativo, en el que los fenómenos emergentes
reactúan sobre la base y las partes retroactúan entre sí y con el todo. Este
bucle adquiere la forma de un torbellino, formado por el encuentro de dos flujos en apariencia
antagónicos pero interactuantes que construirán una forma dinámica
autoorganizante. A partir de este modelo será posible para Morin la idea de un
universo que forme su orden y organización en la turbulencia, la inestabilidad,
la improbabilidad. El orden, el desorden, la potencia organizadora deben
pensarse en conjunto, en sus caracteres antagonistas y complementarios.
Llegamos entonces a una idea paradójica: el cosmos se organiza al
desintegrarse.
Por último, el esquema epistemológico de
Edgard Morin exige la superación de la disyunción sujeto-objeto. El aparato
cognitivo del sujeto que impone su estructura al mundo ha sido a su vez
coproducido en el proceso. El sujeto aquí considerado no es el ego
trascendental, ahistórico, sino el sujeto viviente, finito, que introduce la
historicidad en el conocimiento.
El núcleo central de El método será El conocimiento
del conocimiento; su tesis considera que el conocimiento
que no conoce sus límites se automutila, y por esto lo que limita nuestro
conocimiento es lo que lo posibilita. De aquí que una verdad total, exhaustiva,
sea imposible. Cualquier pretensión de totalidad, de fundamentación absoluta se
convierte en no verdad. La inconsciencia de los límites del conocimiento es el
mayor límite del conocimiento. Pero al conocer sus propios límites, la razón
puede inaugurar una dialógica con ámbitos hasta ahora rechazados: la filosofía,
la religión, el mito.
La necesidad de un replanteamiento de la
racionalidad no tiene en Morin un significado meramente epistemológico. Se
trata de responder a una crisis que ya se ha producido, y que afecta a la idea
de ciencia, de progreso, de civilización. Como plantea reiteradamente, estamos
en la Edad Media
planetaria. Edad Media significa época de transición, pero lenta y prolongada.
Nuestra posibilidad de salir de esta etapa es incierta: no estamos en el
momento final de una temporalidad que lleve en sí un provenir radiante. El
futuro es incierto. Vivimos con una noción simplificada del hombre y de la
sociedad, del conocimiento y de la racionalidad. Morin plantea la necesidad de
un nuevo nacimiento de la humanidad, un renacimiento. La gran tragedia de
nuestros tiempos es, sin embargo, el aumento de la improbabilidad de este
segundo nacimiento. Pero todos los grandes cambios en la historia humana han
sido victorias de lo improbable. (Pensar Europa, Para salir del siglo xx, Ciencia con conciencia).
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Link a "Introducción al pensamiento complejo":
ResponderEliminarhttps://cursoenlineasincostoedgarmorin.org/images/descargables/Morin_Introduccion_al_pensamiento_complejo.pdf