Millau (Aveyron), Francia, 1944. Estudió en el Liceo Michelet. Diplomado en
filosofía, enseñó esta disciplina en el Lycée d'Orange entre 1969 y 1971.
Actualmente enseña filosofía en el Liceo Emmanuel Mounier de Grenoble.
Con un bagaje metodológico decididamente multidisciplinario, el pensamiento
de Gilles Lipovetsky gira alrededor de la sociedad y el individuo posmodernos,
su rutilante, contradictoria y fragmentaria identidad, su filiación histórica y
su ambigua proyección futura. En La era del vacío define esta identidad a
partir de los cambios producidos en las formas de socialización global en los
últimos treinta años; y en El imperio de
lo efímero rastrea su procedencia
histórica en base a una reinterpretación de la historia de la modernidad bajo
la categoría o "forma" de la moda, mientras en Le crépuscule du devoir indaga sobre las posibilidades de una ética
"indolora" para después de la quiebra de todos los valores.
Comencemos por el tema de la moda
que para Lipovetsky forma un concepto angular para la inteligencia de la
identidad de la modernidad, que por algo se llama así; un fenómeno que acompaña
en forma históricamente original y única su evolución en Occidente. Si bien se
trata de algo altamente opaco y escurridizo, es perseverante a tal punto que se
convierte en constitutivo de su evolución e identidad. A partir del fin de la Edad Media la
versatilidad de la estética y de la elegancia específicamente, ya no es sólo un
epifenómeno de la evolución histórica, sino un aspecto esencial de su propio
dinamismo: una "institución excepcional, esencialmente estructurada por lo
efímero y la fantasía estética" que se pone a la par de los grandes ejes
de transformación, como el dominio tecnológico de la naturaleza o la conquista
de las libertades. La movilidad frívola como sistema permanente se convierte en
eje constitutivo de la transformación histórica. La moda no es sólo
manifestación de pasiones vanidosas y ambiciones distintivas de clase, sino que
marca la salida decidida del mundo de la tradición: es la "negación del
poder inmemorial de la tradición, la celebración del presente social".
La evolución histórica de la moda
pasa por tres fases. La primera, "el momento aristocrático", surge en
los albores de la modernidad, se circunscribe a las clases dominantes y se
expresa en una cultura cortesana del amor galante que promueve a una caprichosa
estética de la seducción. En pleno auge de la revolución industrial se inicia
"la moda centenaria" que perdura hasta los años sesenta de nuestro
siglo. Se caracteriza por una relativa estabilidad de los diseños y por una
duplicidad en cuanto a la producción y a los destinatarios: la Alta Costura que
monopoliza la innovación para las clases dominantes y la confección industrial
que copia discretamente las tendencias y produce para las masas. La moda se
democratiza sin renunciar a su característica de distintivo de clases. El
tercer momento, la "moda abierta", se inicia en los años cincuenta,
cuando la innovación se funde con la producción industrial y desaparece la
dualidad de Alta Costura y reproducción. La serie industrial sale del anonimato
adoptando una imagen de marca.
Simultáneamente, la moda abandona toda característica de distintivo de
clases, en favor de una estética psicologizante y joven que busca lo personal,
desenvuelto y emancipado, legitimando incluso el desaliño. Ya no hay moda sino
modas y el ideal estético es el "look" que vehicula una imagen y
oponiéndose a las normas convierte la vestimenta en expresión del individuo e
instrumento de seducción.
La historia de la moda se corres
ponde estrictamente con la historia de la modernidad. La invención de la moda y
el descubrimiento del individuo son inseparables. Ahora bien, los cambios
sociohistóricos que produce la revolución individualista que se inicia con el
Renacimiento se concretan en la sociedad "moderna" que Lipovetsky
caracteriza como "democrático-disciplinaria, universalista-rigorista,
ideológico-coercitiva"; esa sociedad burguesa que guarda en su seno la
duplicidad contradictoria de la moda "centenaria" limita la libertad
a lo económico, político, científico y artístico, subordinando lo individual en
todos los casos a reglas racionales colectivas de carácter coercitivo. Coincidente con el advenimiento de la
"moda abierta", se observa desde los años cincuenta una nueva fase
del individualismo que rompe con las limitaciones que le imponía la sociedad
moderna: la individualidad y la libertad irrumpen en campos que hasta ahora les
estaban vedados. Esta evolución había sido anticipada con las mismas
características que el arte y el psicoanálisis desde principios de siglo, pero
sólo en los años cincuenta se inicia un proceso de personalización generalizado
en el cual desaparece la imagen rigorista y abstracta de la libertad para dar paso
a un desenvolvimiento libertario de la personalidad íntima. La libertad se
instala en el árnbito de lo moral, de las costumbres y de lo cotidiano
instrumentando una ética individualista y hedonista de aceptación cada vez más
generalizada.
Este nuevo tipo de socialización
es lo que Lipovetsky llama "cultura posmodernista". Se apoya
estructuralmente en el predominio de lo individual sobre lo universal, en la
diversificación extrema de la conducta y los
gustos, del agotamiento del impulso modernista hacia el futuro y en la
consiguiente banalización de la innovación, en la desaparición de la fe en los
grandes discursos totalizadores, y en la lógica del consumismo. La sociedad
posmoderna no tiene "ni ídolo ni tabú ni tan sólo imagen gloriosa de sí misma,
ningún proyecto histórico movilizador; estamos ya regidos por el vacío, un
vacío que no comporta, sin embargo, ni tragedia ni apocalipsis". El
principal sustento, el alimento de la sociedad y del personaje posmodemos es el
consumismo. Lipovetsky insistió mucho en esto, sosteniendo sin vueltas que
"estamos destinados a consumir". No se trata de buscar un "más
allá del consumo, sino una apoteosis". Ahora, el consumismo posmoderno es
el que ha digerido la crítica hacia "la bulimia cuantitativa" de la
primera sociedad de consumo. El consumo hot
dio paso al consumo cool que busca
calidad de vida y afirmación incondicional de la personalidad, consumación, en
definitiva, de la propia existencia. El individuo –así podríamos interpretar la
posición de Lipovetsky– se realiza consumiéndose en un proceso vertiginoso de
imprecisión existencial y de autofagia permanente que desemboca en el
"vacío en Technicolor". Un vacío, por cierto, que no carece ni de
sentido ni de legitimación. Está apoyado en un valor supremo, incuestionable,
cardinal: el individuo y su derecho a realizarse, valor que se inscribe
consecuentemente dentro de la lógica de la libertad que rige la evolución
histórica desde los inicios de la modernidad. La posmodemidad es ruptura y
continuidad, al mismo tiempo que negación y apoteosis de la modernidad.
A partir del paso del
individualismo "limitado" moderno al individualismo "total"
posmodemo surge un nuevo personaje que Lipovetsky justamente define como
narcisista. Es el individuo no comprometido, irreverente y ávido de juventud,
provisto de una sensibilidad psicológica desestabilizada y tolerante, cuya
socialización se apoya en la indiferencia y una apatía que produce una
alienación ampliada de efectos mucho más trascendentes que los de la alienación
marxista. La concurrencia de los narcisistas genera un narcisismo colectivo que
convierte la indiferencia en sistema de socialización flexible y permite al
capitalismo entrar en su "fase de funcionamiento operacional". El
narcisismo socializa desocializando a partir de la autoseducción. El elemento
coercitivo social no es provocado por ningún tipo de violencia externa o
institucional sino por un exceso de atención hacia sí mismo que actúa sobre el
yo y hace que la identidad del individuo se desustancialice. La hipertrofia del
ego provoca el conformismo social, desprovisto de voluntad. En el horizonte de
su pasado desestructurado y devaluado y de un futuro cuyo único carácter es una
amenaza desdibujada pero permanente, Narciso pierde la dimensión histórica y se
retira sobre el presente como el perro satisfecho de Kojève. En línea con los
teóricos del "fin de la historia", Lipovetsky conoce que "el
movimiento parece del todo irreversible porque corona el objetivo secular de
las sociedades democráticas". Sin embargo rescata la cualidad
socializadora del narcisismo colectivo que lleva a la solidaridad del
microgrupo estructurado por cualquier semejanza de intereses miniaturizados, en
el que se tolera con indiferencia la avidez expresiva del individuo emisor de
mensajes que no interesan sino a él mismo. Así se estructura la convivencia de
los incomunicados dentro de la "lógica del vacío".
La categoría estructurante de la
transformación histórica modernista-posmodema la encuentra Lipovetsky, como
hemos visto, en la forma de la moda. En la posmodernidad, la moda adquiere una
dimensión hegemónica después de la devaluación de los otros grandes ejes
transformadores. Esto implica su expansión a ámbitos cada vez mayores. Es lo
que el autor llama la "moda plena" y que posee tres rasgos
definitorios: lo efímero, la seducción y la diferenciación marginal. Una
estética versátil e inconstante que rechaza el adorno sobreañadido y prioriza
la funcionalidad invade el mundo de lo útil y de lo inútil. La "moda
plena" que no es otra cosa que el consumismo en su fase apoteósica, es el
instrumento de socialización que regula y controla a los Narciso por medio de
la iridiscente inconstancia, la seducción permanente, la posibilidad de
hiprelección incesante y la satisfacción instantánea e ininterrumpida. El "imperio de lo efímero" está
situado en "las antípodas del platonismo" es decir de la corriente
esencialista y totalizadora de la tradición filosófica occidental. El mundo de
las imágenes se emancipa de su cárcel noumenal pero no renuncia por esto ni la
coerción que ejerce con inédita sutileza ni a la racionalidad. Al contrario,
para Lipoyetsky la moda representa en última instancia un "avance de las
luces", un último paso de la estrategia de la racionalidad, ya que
constituye "un vector ambiguo pero efectivo de la autonomía de los
seres". La frivolidad sería pues
una astucia o trampa a la razón, la seducción contendría en sí misma una lógica
racional.
No cabe duda, Lipovetsky se dedica
con una lucidez analitíca increíble a la tarea de Narciso. Alumbra desde
adentro el proceso histórico del que él mismo se siente parte y del que no
puede abstraerse. Esta implicación personal es su ventaja pero ahí radica
también su déficit: la falta de distancia crítica, la ausencia de criterios
para ordenar y dilucidar las mil imágenes que le reflejan los espejos
analíticos que tan hábilmente ha colocado. Lipovetsky es Narciso que
reflexiona, enamorado de sí mismo, sobre su propia fragmentación polifacética
en un proceso hermenéutico circular y caleidoscópico que no busca ni encuentra
punto de apoyo o criterio fuera de sí mismo.
Sin resignar las posiciones
conquistadas en sus dos primeros libros y consecuente en su teoría de la
posmodemidad, Lipovetsky, en Le
crépuscule du devoir, amplía y profundiza el tema de la ética. No es que
haya desencanto, pero el discurso aparece menos festivo, más reflexivo y
preocupado, un tanto más escéptico y por lo tanto más crítico. El libro parte
de la observación de que en los últimos años la ética como tema de debate y
como fuerza social modeladora ha ganado una virulencia y una posición que la
evolución anterior (que había enarbolado exclusivamente el ideal de la
liberación individual y colectiva y había asociado ética con fariseísmo y
opresión burguesa) parecía haberle vedado por mucho tiempo.
La ética tradicionalmente tuvo su
fundamentación en el más allá. La Ilustración moderna ambicionaba emancipar la
ética de sus bases sobrenaturales y fundamentarla racionalmente sustituyendo la
obligación para con Dios por la obligación no menos rigurosa para con una ley
eterna que está en nosotros mismos. El compromiso se constituía bajo la forma
del "deber absoluto". Esta secularización se había quedado a medio
camino y la crisis de la moral en los últimos cuarenta años es la historia del
consecuente desembarazo de la ética del deber, y con ello de toda atadura
metaética. Parecía entonces que con la liquidación del deber había desaparecido
también la ética misma. Pero no fue así y el tema es hoy más candente que
nunca. Ahora bien, no se trata
simplemente de la "vuelta" de la ética, ni se trata de la
reinstauración del reino de la "buena vieja moral", aunque en la
discusión actual se escuche cada vez con más fuerza la voz de los que pretenden
justamente esto. Las bases del discurso ético han cambiado, hay una nueva
manera de relacionarse con los valores, "una nueva regulación social de la
moral tan inédita que instituye una nueva fase en la historia de la ética
moderna". Se trata de una ética esencialmente no fundamentada, disociada
de obligaciones, sacrificios, abnegaciones, deberes y esperanzas de recompensa.
La ética en los tiempos del posdeber, que idealiza el éxito, el placer y la
felicidad egoísta tiene que ser naturalmente débil y minimalista, indolora,
"sin obligación ni sanción". En la sociedad posmoralista, la virtud
no se opone a, "sino se reconcilia con el interés, los imperativos del
futuro, con la calidad de vida". Así, el "efecto ético no se opone a
la cultura posmoralista, sino que es una de sus manifestaciones ejemplares".
La subjetivización y desfundamentación de la ética no ha llevado al caos de una
indisciplina generalizada, sino que ha agudizado y cristalizado el debate,
llevándolo a nivel de masas. No desaparecieron los fundamentalismos y
maniqueísmos éticos, sino que conviven ahora en forma agonal y poco pacífica,
con posiciones más moderadas, pragmáticas y dispuestas al diálogo. Esto por un
lado. Por el otro hay un debate, un conflicto estructural, entre el
individualismo responsable y la irresponsabilidad permisivista y cínica. Porque
sin duda, y Lipovetsky lo reconoce, la extinción de la religión del deber
significa una grave crisis para las democracias. El descrédito de las
instituciones tradicionales de control social, asociado con el individualismo
desregulador y cínico que se manifiesta en las políticas neoliberales, ha
contribuido a fragmentar y dualizar la sociedad democrática de forma crítica,
agudizando los contrastes entre ricos y pobres, integrados y excluidos, entre
"autocontrol higienista y autodestrucción".
Esta crisis de la edad
posmoralista significa un "caos organizador", "donde se
yuxtaponen un proceso desorganizador y un proceso de reorganización a partir de
las mismas normas individualistas". Así confía y espera Lipovetsky. La
tremenda experiencia de los años ochenta lo hace dudar un momento de su propio
razonamiento. La ética que se presenta como tabla salvavidas justo en el
momento de la quiebra de todos los "grandes breviarios ideológicos"
podría ser nada más que una nueva versión desencantada de idolatrías
mitológicas como lo fueron la
Historia y la Revolución. Hay que descartar la ética como
panacea contra todos los males. Y hay que estar muy atento a su propensión a
servir de cosmético y coartada de intereses a veces inconfesables. Tampoco
basta que la ética se apoye en un sentimiento vago y bienintencionado.
Lipovetsky aboga por una ética "inteligente", y ésta es la palabra
clave. Una ética menos preocupada por "intenciones puras" que por
resultados concretos para el hombre, menos "idealista que
reformadora". Una ética minimalista y pragmática que no se desdice de los
intereses personales "pero tiende a su moderacióN", que no busca
"el heroísmo del desinterés sino el compromiso razonable".
No es una "gran ética" a
la que aspira Lipovetsky, pero en el panorama en el que la plantea incluso esa
"pequeña ética" parece esquiva. Después de haber aseverado que la
ética tiene que dejar de buscar fundamentos, a Lipovetsky pareciera que no le
queda otra alternativa que apoyar su esperanza –ya que no se resigna a un quia absurdum– en la tan francesa
confianza en la inteligencia, es decir en la racionalidad. Con ello, por
supuesto, la ética estaría buscando, casi encontrando –contra la voluntad del
autor– su nuevo fundamento metaético.
Bibliografía:
- L'Ere du vide: essai sur
l'individualisme contemporain, 1983
(trad. esp., La era del vacío. Ensayos
sobre el individualismo contemporáneo, 1986).
- L'empire de l'éphémère: la mode et
son destin dans les societés modernes,
1987 (trad. esp., El imperio de lo
efímero, 1990).
- La grande boulange, 1991.
- Le crépuscule du devoir, 1992 (trad. esp., El crepúsculo del deber. La ética indolora
de los nuevos tiempos democráticos,
1994).
- La Troisième femme, 1997.
- Métamorphoses de la culture libérale. Éthique, médias, entreprise, 2002.
- Le luxe éternel, 2003 (con Elyette Roux).
- Les temps hypermodernes, 2004. (con Sébastien Charles).
- Le bonheur paradoxal. Essai sur la société d'hyperconsommation, 2006.
- La société de déception, 2006.
- L'écran global. Culture-médias et cinéma à l'âge hypermoderne, 2007 (con Jean Serroy).
- La Culture-monde. Réponse à une société désorientée, 2008 (con Jean Serroy).
- L'Occident mondialisé : Controverse sur la culture planétaire, 2010 (con Hervé Juvin).
- Écran global : Cinéma et culture-média, 2011.
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