Hasta 1960, pocas
personas habían oído el nombre de Ferdinand de Saussure, dentro o fuera de los
círculos académicos. Pero, a partir de 1968, la vida intelectual europea se
llenó de referencias al padre de la lingüística y el estructuralismo. Que
Saussure fue tanto un catalizador como un innovador intelectual se confirma
porque la obra por la que es actualmente famoso fuera del campo de la
lingüística –el Curso de língüística
general– se recopiló a partir de tres series de apuntes de alumnos durante
los años en los que impartió este curso en la Universidad de
Ginebra, en 1907, 1908-1909 y 1910-1911. Da que pensar el hecho de que
Saussure, lingüista y, para la comunidad académica más amplia y el público
general, un oscuro especialista en sánscrito y lenguas indoeuropeas, se
conviertiera en la fuente de innovación intelectual para las ciencias sociales
y las humanidades. Indica que había ocurrido algo extraordinario en la historia
del siglo xx, que un nuevo modelo
de lenguaje basado en el método estructural de Saussure estaba apareciendo para
convertirse en el modelo de teorización de la vida social y cultural. La teoría
saussuriana tiene su base en la historia de la lingüística y sus repercusiones
se extienden a todas las ciencias sociales. De modo que debemos examinar estos
aspectos.
Saussure nació en
Ginebra el 26 de noviembre de 1857, en el seno de una de las familias más conocidas de la ciudad,
famosa por sus triunfos científicos. Fue contemporáneo directo de Émile
Durkheim y Sigmund Freud, aunque hay pocas pruebas de que entrara jamás en
contacto con ninguno de ellos. Tras un año insatisfactorio de estudios de
física y química en la
Universidad de Ginebra, en 1875, Saussure fue a la Universidad de Leipzig
a estudiar lenguas. Después de dieciocho meses de estudiar sánscrito en Berlín,
publicó, a los veintiún años, su aclamada mémoire, titulada Mémoire sur le système primitif des voyelles
dans les langues indoeuropéennes (Memoria sobre el sistema primitivo de vocales en las lenguas
indoeuropeas). Cincuenta años después de la muerte de Saussure, (ocurrida en Ginebra el 22 de febrero de 1913) el famoso
lingüista francés Émile Benveniste afirmaría, a propósito de esta obra, que fue
un presagio de toda la investigación futura de Saussure sobre la naturaleza del
lenguaje, inspirada por la teoría del carácter arbitrario del signo.
En 1880, después
de defender su tesis sobre el caso genitivo absoluto en sánscrito, Saussure se
trasladó a París, y en 1881,
a los veinticuatro años, fue nombrado lector de alto
alemán gótico y antiguo en la École Pratique des Hautes Études. Durante algo
más de un decenio, Saussure enseñó en París, hasta que le nombraron profesor de
sánscrito y lenguas indoeuropeas en la Universidad de Ginebra.
A pesar de la
aclamación de sus colegas y de su dedicación al estudio del lenguaje, las publicaciones
de Saussure empezaron a disminuir con el paso de los años. Según explicó,
estaba insatisfecho con el carácter de la lingüística como disciplina –su falta
de reflexión, su terminología (1)–, pero se sentía incapaz de escribir un libro
que renovara dicha disciplina y le permitiera continuar con su trabajo de
filología.
La obra tan famosa
actualmente, Curso de lingüística general, compuesta por las notas de varios
cursos de Saussure y los apuntes de sus alumnos, podría considerarse quizá un
cumplimiento parcial de su opinión de que era necesario reexaminar el lenguaje
en sí para trasladar la lingüística a una base más firme.
Dentro de la
historia de la lingüística suele considerarse que el enfoque de Saussure,
patente en el Curso, opuso dos influyentes opiniones contemporáneas
sobre el lenguaje. La primera era la establecida en 1660 por la Grammaire de Port-Royal, de Lancelot y Arnauld, en la que se cree que el lenguaje es un
reflejo de las ideas y se basa en una lógica universal. Para los gramáticos de
Port-Royal, el lenguaje es fundamentalmente racional. La segunda opinión es la
de la lingüística del siglo xix,
en la que se pensaba que la historia de una lengua concreta explicaba el estado
actual de dicha lengua. En este último caso, se creía que el sánscrito, el
idioma sagrado de la antigua India, considerado el más antiguo de todos, era
además el vínculo que conectaba a todas las lenguas, de modo que, en
definitiva, el lenguaje y su historia se hacían uno. La tesis neogramática (así
se llamó el movimiento) de Franz Bopp sobre el sistema de conjugaciones del
sánscrito en comparación con otras lenguas (Über
das Konjugations-system der Sanskritsprache (El sistema de conjugaciones de la lengua sánscrita) inició
la lingüística histórica, y las primeras enseñanzas e investigaciones de
Saussure no contradijeron la postura neogramática sobre la importancia esencial
de la historia para entender la naturaleza del lenguaje. Sin embargo, el
aspecto de la Mémoire
que destacó Benveniste en el quincuagésimo aniversario de la muerte de Saussure
–el papel de la arbitrariedad en la lengua– se siente con enorme fuerza en el Curso.
El enfoque
histórico de la lengua y, en menor medida, el enfoque racionalista, suponen que
el lenguaje es esencialmente el proceso de nombrar –asociar palabras a cosas,
sean éstas, o no, imaginarias– y que existe cierto vínculo intrínseco entre el
nombre y su objeto. Se creía que era posible determinar históricamente –o
incluso prehistóricamente– por qué un nombre determinado llegaba a asociarse a
un objeto o idea particular. Cuanto más nos remontábamos en la historia, más
cerca estábamos, presuntamente, de llegar a la coincidencia entre nombre y
objeto. Como decía Saussure, esta perspectiva supone que el lenguaje es, sobre
todo, una nomenclatura: una colección de nombres para objetos e ideas.
¿Cuáles son, pues,
los elementos clave de la teoría de Saussure, tal como se manifiestan en el Curso? Para empezar, Saussure traslada el centro de atención de la
historia de la lengua, en general, al examen de la configuración actual de una
lengua natural concreta, como el inglés o el francés. Con ello, la historia de
la lengua se convierte en una historia de las lenguas, sin que haya un vínculo a
priori entre ellas, como habían supuesto los lingüistas del siglo xix.
Centrarse en la
configuración actual de (una) lengua es, automáticamente, centrarse en la
relación entre los elementos de esa lengua, no en su valor intrínseco. La
lengua, afirma Saussure, está siempre organizada de una manera concreta. Es un
sistema, o una estructura, en la que ningún elemento tiene significado fuera de
sus límites. En un fragmento muy enérgico e insistente del Curso, Saussure
explica: «En el lenguaje [lengua] no
hay más que diferencias. Aún
más importante: una diferencia, en general, implica unos términos positivos
entre los que se establece la diferencia; pero en el lenguaje existen sólo
diferencias sin términos positivos» (2). Lo importante no es sólo que el valor o el significado se
establezca a través de la relación entre un término y otro en el sistema de la
lengua –de modo que, en el ejemplo usado por Saussure, se puede escribir «t» de
diversas formas y entenderse siempre–, sino que los propios términos del
sistema son producto de esa diferencia: no existen términos positivos
anteriores al sistema. Ello quiere decir que una lengua existe como una especie
de totalidad, o no existe en absoluto. Saussure emplea la imagen del juego de
ajedrez para ilustrar el carácter diferencial del lenguaje. Porque, en el
ajedrez, no sólo ocurre que la configuración actual de las piezas sobre el
tablero es lo único que interesa al recién llegado (no sirve para nada saber
cómo han llegado las piezas a esa colocación), sino que éstas podrían
sustituirse por cualquier tipo de objetos (un botón podría reemplazar al rey,
etc.), porque lo que constituye la viabilidad del juego es la relación
diferencial entre las piezas y no su valor intrínseco. Concebir el lenguaje
como un juego de ajedrez, en el que la posición de las piezas en un momento
concreto es lo que cuenta, es verlo desde una perspectiva sincrónica.
Por el contrario, dar prioridad al enfoque histórico –como hacía el
siglo xix– es juzgar el lenguaje
desde una perspectiva diacrónica. En el Curso, Saussure prefiere el aspecto sincrónico
sobre el diacrónico porque ofrece una imagen más clara de los factores
presentes en cualquier estado de la lengua.
Otro principio que
tiene la misma importancia para captar la peculiaridad de la teoría de Saussure
es el de que el lenguaje es un sistema de signos, y cada signo se compone de
dos partes: un significante (signifiant)
(palabra o pauta de sonido) y un significado (signifié) (concepto). A
diferencia de la tradición en la que se educó, pues, Saussure no acepta que el
vínculo esencial dentro del lenguaje sea el que existe entre la palabra y el
objeto. Por el contrario, el concepto de signo de Saussure indica la relativa
autonomía del lenguaje en relación con la realidad. Más fundamental aún es que
Saussure enuncia lo que se ha convertido, para el público moderno, en el
principio más influyente de su teoría lingüística: que la relación entre el
significante y el significado es arbitraria. Partiendo de este principio, ya no
se supone que la etimología y la filología revelen la estructura básica del
lenguaje, sino que la mejor forma de captarla es entender cómo cambian los
estados del lenguaje (es decir, las configuraciones o totalidades lingüísticas
concretas). La postura «nomenclaturista» pasa a ser, así, una base totalmente
insuficiente para la lingüística.
Quizá los términos
que han provocado más dificultades conceptuales y atraído más críticas en
relación con la teoría de Saussure son langue
(el lenguaje natural particular, concebido como estructura o sistema) y parole (actos de habla individuales, o
actos de lenguaje como proceso). Este par conceptual introduce la distinción
entre el lenguaje que existe como una estructura más o menos coherente de
diferencias y el lenguaje tal como lo practica la comunidad de hablantes.
Aunque Saussure afirmó en el Curso que la estructura lingüística
específica es distinta del habla y que la base del lenguaje, como hecho social,
debe captarse exclusivamente en el plano de la estructura, también es cierto
que nada entra en el ámbito de la estructura lingüística sin hacerse antes manifiesto
en actos de habla individuales. Más importante, el grado de totalidad de la
estructura sólo puede saberse con certeza si se conocen también todos los actos
de habla. En este sentido, el ámbito de la estructura es siempre, para
Saussure, más hipotético que el ámbito del habla. Sin embargo, todo depende de
que se examine el habla desde un punto de vista individual y psicológico o
centrándose en toda la comunidad de hablantes. En el primer caso, una cosa es
concebir el lenguaje a través del habla del individuo como individuo; otra muy
distinta es verlo a través de los actos de habla de toda la comunidad. El
argumento de Saussure es que el lenguaje es fundamentalmente una institución
social y que, por tanto, el enfoque individual resulta insuficiente para el
lingüista.
El lenguaje está
siempre cambiando. Pero no cambia a petición de los individuos; cambia con el
tiempo independientemente de las voluntades de los hablantes. Desde una óptica
saussuriana, el lenguaje forma a los individuos tanto como éstos forman el
lenguaje, y el problema es si esta concepción podría tener repercusiones en
otras disciplinas de las ciencias sociales. De hecho, así lo vieron los
teóricos incluidos en la rúbrica del «estructuralismo» durante los años 60.
Con la aparición
del modelo saussuriano en las ciencias humanas, el investigador trasladó su
atención del hecho de documentar sucesos históricos o registrar los hechos de
la conducta humana hacia el concepto de acción humana como sistema de
significado. Ello fue consecuencia de subrayar, a un nivel social más amplio,
el carácter arbitrario del signo y la idea correspondiente del lenguaje como
sistema de convenios. Si bien, hasta entonces, se había llevado a cabo la
búsqueda de hechos intrínsecos y sus efectos (por ejemplo, cuando el
historiador suponía que los seres humanos necesitan alimentos para sobrevivir,
del mismo modo que necesitan el lenguaje para comunicarse entre sí y, por consiguiente, los hechos se desarrollaron de esta manera), ahora el objeto
de estudio pasa a ser el sistema sociocultural en un momento concreto de la
historia. Se trata de un sistema dentro del cual está también inscrito el
investigador, igual que el lingüista está comprendido en el lenguaje. De modo
que el hecho de ser más reflexivo pasa a tener un interés esencial.
Para muchos
autores, como el antropólogo Claude Lévi-Strauss, el sociólogo Pierre Bourdieu
o el psicoanalista Jacques Lacan, como para Roland Barthes en la crítica
literaria y la semiótica, las hipótesis de Saussure prepararon el camino inicial
para un enfoque más riguroso y sistemático de las ciencias humanas, un método
que intentase tomar verdaderamente en serio la prioridad del terreno
sociocultural para los seres humanos. Igual que Saussure había destacado la
importancia de no estudiar los actos de habla separados del sistema de
convenios que les dan su vigencia. El
foco del estudio es la sociedad o la cultura en un estado de desarrollo
determinado, y no las acciones humanas particulares, pasadas ni presentes. Si
la generación anterior (la generación de Sartre) había intentado descubrir la
base natural (intrínseca) de la sociedad humana en la historia –del mismo modo
que los lingüistas del siglo xix
habían intentado revelar los elementos naturales del lenguaje–, los esfuerzos
de la generación estructuralista se dirigieron a mostrar que las relaciones
diferenciales de los elementos en el sistema –que podría ser una serie de
textos, un sistema de parentesco o el medio de la fotografía de moda– producían
un significado, o significados, y, por tanto, debían «leerse» e interpretarse.
En otras palabras, se piensa que el estudio de la vida sociocultural implica
descifrar los signos centrándose en su valor diferencial, no en su valor
sustancial putativo (con frecuencia equiparado a «natural»), y prestando
atención al plano sintomático de la significación, además del nivel explícito.
Así, pues, la
estructura, inspirándose en la teoría del lenguaje de Saussure, puede referirse
al «valor» de los elementos en un sistema, o contexto, y no sólo a su existencia
física o natural. Ahora se comprende que la existencia física de una entidad es
más compleja debido a las influencias del medio lingüístico y cultural. La
estructura nos recuerda que ninguna cosa social o cultural (incluyendo, por
supuesto, lo individual) existe como un elemento «positivo» y esencial aislado
de todos los demás elementos. Este enfoque es el contrario del adoptado en la
filosofía política de los siglos xviii y
xix, donde se situaba al individuo
biológico en el origen de la vida social. Y, del mismo modo que esta filosofía
no creía que existiese ninguna sociedad antes que el individuo, también negaba
la relativa autonomía del lenguaje.
Seguramente la
principal objeción que puede hacerse a la traducción del énfasis de Saussure
sobre la estructura al estudio de la vida social y cultural es que no deja
espacio suficiente para la práctica y la autonomía individual. El hecho de
concebir la libertad humana como un producto de la vida social, en vez de su
origen o causa, ha causado que varios observadores consideren este enfoque muy
limitado. Una consecuencia de la estructura sería la tendencia conservadora que
niega la posibilidad de cambio. Aunque éste sigue siendo un problema sin
resolver, quizá es importante admitir la diferencia entre la libertad del
individuo hipotético (cuya mera existencia social
equivaldría a limitar la libertad) y una sociedad de individuos libres, en
la que la libertad sería resultado de la vida social entendida como una
estructura de diferencias. O podríamos decir, más bien, que quizá los
investigadores deberían empezar a explorar la idea de que, para parafrasear a
Saussure, la sociedad es un sistema de libertades sin términos positivos. En
esta interpretación, no existiría ninguna libertad esencial o sustancial, ninguna libertad encarnada en el individuo
en estado natural.
NOTAS
1. Cfr. «Cada vez soy más
consciente de la inmensa cantidad de trabajo que requiere mostrar al lingüista lo que está haciendo... la total insuficiencia de la terminología actual, la
necesidad de reformarla y, para ello, demostrar qué tipo de objeto es el
lenguaje, disminuyen continuamente mi placer en la filología», Ferdinand de
Saussure, carta del 4 de enero de 1894, en «Lettres de F. de Saussure à Antoine
Meillet», Cahiers Ferdinand de Saussure,
21 (1964), pág. 95, citado en Jonathan Culler, Ferdinand de Saussure, Ithaca, Nueva York, Cornell
University Press, 1986, pág. 24.
2. Ferdinand de Saussure, Cours de linguistique générale, ed.
de Tullio de Mauro, París, Payot, 1976, pág. 166. Ed. inglesa, Course in General
Linguistics, trad. de Wade
Baskin, Glasgow, Fontana/Collins, 1974, pág. 120.
PRINCIPALES OBRAS DE SAUSSURE
Cours de linguistique générale, ed. crítica de Tullio de Mauro,
París, Payot, 1976.
Cours de linguistique générale, 2 vols., ed, crítica de Rudolf
Engler, Wiesbaden, O. Harrassowitz, 1967-1974.
Curso de lingüística general, Madrid, Alianza,
1994.
OTRAS LECTURAS
BENVENISTE, Émile, «Saussure
after half a century», en Problems in
General Linguistics, trad.
de Mary E. Meck, Miami Linguistics Series núm. 8, Coral Gables, Florida,
University of Miami Press, 1971, págs. 29-40.
CULLER, Jonathan, Ferdinand de Saussure,
Ithaca, Nueva York, Cornell University Press, 1986.
GADET, Françoise, Saussure and Contemporary Culture, trad. de George Elliott, Londres,
Hutchinson Radius, 1989.
HARRIS, Roy, Reading Saussure: A Critical Commentary on
the Cours de linguistique générale, Londres, Duckworth, 1987.
HOLDCROFT, David, Saussure: Signs, System and Arbitrariness, Cambridge, Cambridge University
Press, 1991.
Link al libro "Curso de lingüística general":
ResponderEliminarhttps://www.textosenlinea.com.ar/academicos/Curso%20de%20Linguistica%20General.pdf