Louis Althusser nació en Argelia en 1918 y murió en
París en 1990, tras haber sido encarcelado por estrangular a su esposa. En 1939
fue aceptado como candidato para una agrégation
en filosofía en la prestigiosa École Supérieure Normale (rue d'Ulm). Pero
se produjo la Segunda Guerra Mundial y Althusser cayó prisionero de los
alemanes, con el resultado de que no alcanzó dicho título hasta 1948.
Posteriormente fue nombrado «caimán» en la calle Ulm, un puesto que incluía la
preparación de los candidatos para la agrégation.
Durante casi cuarenta años, la «crema» de la vida intelectual y académica
francesa pasó por las manos de ese caimán. Uno de los candidatos fue, por
ejemplo, Michel Foucault. Derrida fue otro. La influencia de Althusser en el círculo
restringido de la École fue siempre considerable, pero fue en los años 60, con
los artículos publicados sucesivamente en For
Marx, cuando Althusser se hizo un nombre como teórico marxista con
tendencias estructuralistas. En 1966 era ya, junto con Michel Foucault, uno de
los filósofos franceses más citados en la agrégation
(1).
La fama –o notoriedad– de Althusser tenía su origen en
su célebre «antihumanismo». Con él, el lector de El Capital pretendía dar nuevo vigor a un marxismo cristianizado
bajo la influencia de Teilhard de Chardin (2), humanizado por la Escuela de
Francfort y humanizado con carácter historicista gracias a Sartre y Gramsci
(3). Al oponerse a la idea de que los individuos fueran anteriores, en
cualquier sentido, a las condiciones sociales, y al conceptualizar la sociedad
como un conjunto estructurado, compuesto de niveles relativamente autónomos
(legal, cultural, político, etc.) cuyo modo de articulación o «eficacia» lo
determina, «en última instancia», la economía, Althusser sorprendió a muchos
pensadores dentro y fuera del marxismo. La importancia pasó a estar en las
diferencias entre dichos niveles, y no su unidad expresiva, en la que cada
parte o elemento reflejaría la identidad del conjunto. Se acabó el actor
individual que produce conscientemente la relación social implícita en la
estructura y, en cambio, cada sujeto se convierte en agente del sistema.
En la famosa Lire
«Le Capital» (leer «El Capital»), Althusser no sólo «lee» a Marx, sino que
explica con claridad la diferencia entre una lectura «superficial», que sólo se
centra en las palabras del texto, y una lectura «sintomático», que intenta
reunir las piezas de los problemas que impregnan o rigen el
verdadero significado del texto. El énfasis en la lectura permite que Althusser
aleje el centro de atención tanto del economicismo –que consideraría a Marx
como el heredero del marco clásico de la economía política (Smith y Ricardo)–
como de un humanismo e historicismo que había pasado a basarse en la autoridad
de las primeras obras de Marx: Los
manuscritos económicos y filosóficos y las Tesis sobre Feuerbach. Limitarse
a ver a Marx como heredero de la economía política clásica, asegura Althusser,
es atribuirle una noción estrecha y vulgar de la economía que produce el
determinismo económico, porque, como en el caso de Hegel, supone que la
sociedad es una totalidad social formada por elementos que expresan directamente sus relaciones económicas.
Si bien puede
destacarse el lenguaje hegeliano, o de «economía política», en la gran obra de
Marx, El Capital, ello no basta para
demostrar que se le puede situar dentro de la misma problemática que Hegel o la
economía política clásica. Una vez más, cuando los comentaristas señalan la
afirmación explícita que hace Marx de haber invertido la dialéctica de Hegel
–haberla «vuelto cabeza abajo»–, de modo que la base material pasa a ser
prioritaria, por delante del ámbito hegeliano de la idea absoluta, Althusser
explica que esta inversión no significaría, en absoluto, que se planteen
problemas diferentes, ni que, por consiguiente, sea posible escapar a la
influencia de la problemática hegeliana. Porque la problemática traza un
horizonte de pensamiento: es la «forma en la que se plantean los problemas»;
limita el lenguaje y los conceptos que tiene el pensamiento en una situación
histórica concreta; la problemática constituye la «condición absoluta y
categórica de la posibilidad» de una «estructura teórica definida». De modo que
el elemento radicalmente nuevo en Marx sería, tal vez, incapaz de hallar su
expresión en gran parte de sus escritos, porque se veía obligado a utilizar
conceptos y lenguaje derivados de la problemática que le había precedido.
Considerar que Marx adoptó una visión negativa de la economía política clásica
y, por tanto, que defendía a los trabajadores en contra de los especialistas en
economía política, que defenderían a los capitalistas, es semejante al enfoque
que Feuerbach tiene respecto a Hegel. Oponer el humanismo del primero al
idealismo del segundo es permanecer atrapado en la misma problemática
hegeliana, que necesita –para ser
viable– su aspecto negativo (lo que rechaza) tanto como el positivo.
La estrategia de
Althusser consiste, pues, en introducir una práctica lectora capaz de discernir
de qué forma inaugura Marx una revolución teórica basada en un objeto
totalmente nuevo: el modo de producción. En Marx, éste se convierte en la
estructura invisible de la articulación de los elementos en el conjunto social;
ya no pertenece al conjunto de problemas de la filosofía de Hegel y la economía
política clásica. En esta estrategia se encuentra, como parte integrante, una
epistemología que separa la teoría marxista del conocimiento de todas las
demás, pero, especialmente, de todas las formas de empirismo. En consecuencia,
para descubrir el concepto del modo de producción, Marx tuvo que romper con las
formas de conocimiento cuya validez dependía de la obviedad de la experiencia
inmediata. El modo de producción (la estructura de la sociedad) no aparece en
la experiencia inmediata. Tampoco aparece, afirma Althusser, en ninguna forma
de conocimiento que asegure formar parte del objeto real. Toda epistemología
que reúna el conocimiento y el objeto real será incapaz de producir un concepto
aplicable a dicho objeto. Ello ocurre, según Althusser, tanto con el idealismo
hegeliano (lo real = pensamiento) como con el empirismo clásico (lo real como
algo inseparable de la experiencia de los sentidos). Dado que sus predecesores
(y muchos de quienes llegaron después que él) han sido incapaces de evitar el
empirismo –han sido incapaces de romper el vínculo entre conocimiento y objeto
real–, no han podido tampoco «ver» (ofrecer el conocimiento de) el modo de
producción como hizo Marx, y éste, a su vez, fue incapaz de desarrollar el
concepto del modo de producción porque aún dependía del lenguaje del empirismo.
Ésa es la razón de que Marx sólo hable verdaderamente en su nombre en unos
cuantos textos privilegiados (en la Introducción
de 1857, la Crítica del Programa de Gotha y las Notas marginales sobre Wagner). Es decir, el lector actual de Marx debe
hacer una lectura sintomática, capaz de hacer visible el descubrimiento de
Marx. Ello significa suministrar los conceptos para la revolución teórica que
Marx inició.
Una vez neutralizada
la problemática empirista, el conocimiento y el mundo objetivo se separan por
completo. De aquí se deduce que la validez de una teoría no depende de si lo
que afirma corresponde de forma inmediata a la realidad, sino de si sus
premisas tienen coherencia interna. Del mismo modo, una verdad científica no
deriva a posteriori, sino
completamente a priori: la teoría de
la relatividad es totalmente verdadera (o falsa) antes de comprobarla en la
realidad. Partiendo de esta base, Althusser puede decir que Spinoza es el
antecesor directo de Marx, puesto que afirmaba que la ciencia es verdadera
porque tiene éxito, no tiene éxito porque es verdadera. Ésta es la
característica fundamental que, para Althusser, distingue una ciencia de la
ideología. Por tanto, el rasgo diferenciador de la ideología es que asume que
el conocimiento o las ideas se derivan de la forma de ser de las cosas, ya sean
esas «cosas» la obra de Dios, como en la religión, o la obra del hombre, como
en la filosofía de la Ilustración. En resumen, la ideología acepta la (falsa)
obviedad de las cosas; se resiste a las preguntas y evita la tarea de construir
el objeto de conocimiento.
Dada esta
preparación, ¿qué es lo que descubrió Marx? Se nos plantean dos respuestas
posibles que representan dos niveles diferentes de análisis. La primera es que
Marx descubrió el concepto del modo de producción en la historia y, sobre todo,
el modo de producción capitalista (plusvalía, valor de cambio, mercancía); la
segunda respuesta es, según Althusser, que Marx descubrió la ciencia de la
historia, o materialismo histórico, además del materialismo dialéctico, el
marco filosófico no empirista que proporciona el concepto para dicho
descubrimiento. Por el contrario, el historicismo olvida que el marxismo es
también una filosofía y el humanismo olvida que Marx inició una nueva ciencia,
la ciencia de la historia, en la que es preciso entender ésta como la historia
de los modos de producción. Althusser no se cansa nunca de repetir que el modo
de producción es el objeto único del materialismo histórico, un objeto muy
distinto del de las teorías de la economía política clásica y la Ilustración
sobre la historia y la sociedad. Ahora, con Marx, no existe la «sociedad», sólo
los modos de producción que evolucionan en la historia y son siempre inmanentes
a los diversos niveles relativamente autónomos del conjunto social
estructurado.
Si el modo de
producción equivale también, en última instancia, a la determinación de la
economía, ¿cómo se supone que se manifiesta la economía dentro de la formación
social que genera? Y si se producen cambios en la economía, ¿se harán evidentes
en toda la sociedad? Al menos hasta la mitad de los años 30, la respuesta a
tales preguntas era que un cambio en la economía (o infraestructura) se
reflejaría en la sociedad y la cultura (la superestructura). Por consiguiente,
si el capitalismo equivalía a la explotación de los trabajadores mediante la
extracción de la plusvalía, o beneficio, esta relación de antagonismo entre
capitalista y obrero hallaría también su expresión ideológica en la vida
social. En otras palabras, el trabajador y el capitalista adquirirían conciencia de ese antagonismo y
lucharían para decidirlo. Así, la economía
determinaría directamente la vida social y cultural.
Un poco de reflexión
revela que, si esta explicación determinista tuviera validez, no sería
prácticamente necesario acudir a Marx para entenderla; el recurso a la
antropología de Feuerbach (que situaba al «hombre» en el centro del universo) y
a Hegel sería más que suficiente. Para Althusser, el concepto del modo de
producción en Marx no puede interpretarse totalmente desde el plano de la
conciencia o la ideología. Al contrario, como fenómeno estructural, sólo puede
existir de forma superdeterminada en toda la formación social de la que se trate. La «superdeterminación» es una palabra que
Althusser tomó prestada de Freud (que la usó en La interpretación de los sueños para demostrar cómo los
sueños-pensamientos existen de forma desplazada en el contenido manifiesto del
ensueño), con el fin de subrayar que la realidad del plano económico, o el modo
de producción, no se expresa directamente en forma de ideología o en la
conciencia, sino que existe de modo desplazado en la formación social
pertinente. En este sentido, las contradicciones dentro del sistema están
superdeterminadas. No son inmediatamente visibles, sino que deben analizarse,
es decir, hacerse visibles, a través de la ciencia.
Althusser no fue el
primer pensador marxista que se opuso a las simplificaciones excesivas de la
posición económica determinista. Tras el descubrimiento de los Manuscritos económicos y filosóficos de Marx en 1932, el marxismo humanista
desafió no sólo el determinismo económico, sino todas las intepretaciones de la
vida social que negaban al hombre la iniciativa a la hora de modificar las
condiciones sociales. La conciencia, la ideología, la política, se
convirtieron, en los años 60, en las muletillas de numerosas teorías radicales
de la sociedad. Althusser se enfrentó a la idea de que el marxismo era un humanismo,
pero también a la idea de que era un determinismo económico. Ésa es la razón de
que, sobre todo en 1965, escribiera con tanta insistencia sobre la «ruptura
epistemológica» entre el primer Marx y sus obras posteriores (4). El primer
Marx es decididamente humanista, coincide Althusser, decididamente
feuerbachiano; pero Althusser explica que ése no es Marx. El verdadero, como
hemos visto, es el que rompió con la problemática de Hegel y Feuerbach que
regía el determinismo económico y el humanismo. Existe una ruptura
epistemológica que separa al primer Marx, ideológico, del más tardío,
científico.
Sin embargo, si la
ciencia de Marx rompe con la problemática que da prioridad a la ideología en la
explicación social, ¿significa que la ideología es una pura ilusión, una
especie de mito, algo sin base real en la vida social? En 1967, como para
responder a esta pregunta y rectificar, con ello, el modo algo brutal en el que
había arrebatado a la ideología cualquier poder de explicación en su versión
del marxismo, Althusser escribió lo siguiente en el prefacio a la versión
inglesa de Pour Marx (Para Marx): «Yo
no estaba, en absoluto, condenando la ideología como realidad social: como
afirma Marx, es en la ideología donde los hombres "adquieren
conciencia" de su conflicto de clases y "luchan para decidirlo"»
(5). Tres años más tarde, Althusser avanzó aún más en el análisis de la
ideología y, en un famoso ensayo, «Ideología y aparatos ideológicos del Estado»
(6), ofreció una teoría marxista de ella. El Estado –del que se supone, a la
manera leninista, que interviene de forma muy clara en favor de los intereses
de la burguesía y en contra del proletariado– está compuesto de aparatos
ideológicos (iglesias, escuelas, sistema legal, familia, comunicaciones,
partidos políticos, etc.) y aparatos represivos (policía, prisiones, ejército,
etc.), Althusser intenta utilizar su teoría de la ideología para llenar lo que
siempre ha sido una laguna manifiesta en la teoría marxista: la explicación de
cómo se reproducen verdaderamente las relaciones de producción existentes. La
ideología es el mecanismo a través del cual la burguesía puede reproducir su
dominación de clase. A través de ella, las generaciones sucesivas siguen
adaptándose al statu quo. En palabras
de Althusser, la ideología «representa, en su distorsión necesariamente
imaginaria, no las relaciones de producción existentes (y las demás relaciones
que de ellas se derivan), sino, sobre todo, el vínculo (imaginario) de los
individuos con las relaciones de producción y las que de ellas se derivan» (7).
La ideología
suministra el contexto en el que las personas viven su vínculo con la realidad
social en la que están situados. La ideología forma a los sujetos y, al
hacerlo, los sitúa en el sistema de relaciones necesario para mantener las
relaciones de clase existentes. La ideología «interpela» –o «saluda»– a los
individuos como sujetos del sistema: les da la identidad necesaria para el
funcionamiento del estado actual de cosas. Dicha identidad se constituye de
forma material y concreta en diversas prácticas, prácticas rituales como el
darse la mano o el rezo. La «obviedad» –el dar por supuestas las cosas– es
característica de las prácticas ideológicas; y la razón es que dichas prácticas
son inseparables de la forma en la que las personas viven el aspecto espontáneo
e inmediato de su «existencia». Nadie se libra, en este sentido, de la
influencia de la ideología. Ninguna sociedad carece de este plano de existencia
espontáneo y práctico. Todo el mundo está en la ideología; nadie se escapa.
Todo el mundo se constituye como un sujeto en estas prácticas materiales.
Con toda probabilidad
la popularidad de Althusser como marxista declinó porque la popularidad de la
teoría marxista sufrió un descenso a finales de los 70. Quizá la intervención
de Althusser no había sido nunca más que una operación de contención, de modo
que incluso la doctrina social que desarrolló, después de todo, tuvo
dificultades para sacudirse la visión decimonónica del mundo, inspirada por la
industrialización que, en parte, la había producido.
Por otro lado, los escritos de Althusser poseen un
rigor asombroso, si se deja de lado el tono del peregrino marxista y se permite
que salga a la luz la extrema disciplina de la organización y la presentación
del texto. Además, no puede negarse que las estrategias de lectura de Althusser
apartan dicha actividad, tan familiar, de la falsa obviedad de la experiencia
inmediata. Pocos teóricos importantes actuales se unirían al empirismo ingenuo
que tanto dominaba antes de la intervención de Althusser.
Para asumir de nuevo un tono más crítico, la
teorización de Althusser posee un alcance terriblemente estrecho, porque se
aferra al canon del pensamiento marxista. Por consiguiente, aunque Althusser se
interesa de manera muy directa por el concepto de ciencia y asegura que Marx
inició la ciencia de la historia, es prácticamente imposible determinar
exactamente lo que significa esa ciencia, fuera del hecho nada esclarecedor de
que, al contrario que la ideología, la ciencia no posee un sujeto. Además, pese
a que ciertos aspectos del texto de Althusser sobre la ideología contienen
algunas de las mejores cosas que jamás escribió, el vínculo real entre
ideología, reproducción e interpelación no queda suficientemente explícito. Si
la ideología está siempre presente (puesto que es la relación inmediata de la
gente con el mundo), pero es, en el modo capitalista de producción, la forma de
mantener la explotación, ¿cuál es el nexo entre la ideología, en general, y el
modo históricamente específico en el que los individuos se constituyen como
sujetos en el capitalismo? De pronto vemos que, con todo el énfasis en el
descubrimiento científico, por parte de Marx, del modo de producción –un
descubrimiento que deja atrás a la ideología–, se deja en el olvido el propio
carácter de la ideología como inmediatez imaginaria de la relación entre el ser
humano y el mundo. Lo que parece necesario no es sólo una ciencia de los modos
de producción, sino también una ciencia de la naturaleza de la ideología.
Aunque Althusser tiene algo importante que decir sobre la ideología en general,
choca con lo que quiere decir como filósofo marxista preocupado por la
explotación. ¿Qué puede contarnos exactamente una teoría marxista de la
ideología sobre la explotación? Casi nada, si en este punto nos guiamos por
Althusser, pese a que la ideología está inextricablemente unida a la
reproducción del sistema. Gradualmente, empieza a comprenderse que quizá el
mejor libro que Althusser escribió fue su autobiografía. (8)
NOTAS
1. Jean Lacroix, citado por Didier Eribon en Michel Foucault, París, Flammarion, 1989, pág. 183.
2. Ibíd., pág. 189.
3. Véase la ilustrativa observación de Althusser sobre
Gramsci en Reading Capital, trad. de
Ben Brewster, Londres, New Left Books, reimpr. en bolsillo, 1975, pág. 130:
«Está claro que Gramsci tiende a hacer que la teoría de la historia y el
materialismo dialéctico coincidan sólo dentro del materialismo histórico,
aunque forman dos disciplinas distintas».
4. Louis Althusser, For
Marx, trad. de Ben Brewster, Harmondsworth,
Penguin Books, 1969, pág. 33.
5. Ibíd., pág. 11.
6. En Louis Althusser, Lenin and Philosophy and Other Essays, trad. de Ben Brewster, Londres, New Left Books, 1971, págs.
121-173. (Incluye el ensayo «Ideology and ideological state apparatuses».)
7. Ibíd., pág. 155.
8. Louis Althusser, L'Avenir
dure longtemps suivi de les faits, texto establecido por Olivier Corpet y
Yann Moulier Boutang, París, Stock/IMEC, 1992. Ed. inglesa, The Future
Lasts a Long Time, trad. de Richard Veasey, Londres, Chatto & Windus,
1993.
PRINCIPALES
OBRAS DE ALTHUSSER
Montesquieu: La politique et l'histoire, París, Presses Universitaires de France, 1959.
Pour Marx, París,
Maspero, 1965.
Lire le
capital (con Etienne Balibar), 2
vols., París, Maspero, 1965.
Lenine et
la philosophie, París,
Maspero, 1969
Philosophie
et philosophie spontanée des
savants, París, Maspero, 1973.
Eléments
d'autocritique, París,
Hachette, 1974.
Posiciones (1976), Barcelona, Anagrama, 1977.
L'Avenir dure
longtemps suivi de les faits,
texto establecido por Olivier Corpet y Yann Moulier Boutang, París, Stock/
IMEC, 1992.
El
porvenir es largo,
Barcelona, Destino, 1992.
OTRAS
LECTURAS
Benton,Ted: The Rise
and Fall of Structural Marxism, Londres, Macmillan, 1984.
Callincos, Alex: Althusser's
Marxism, Londres, Pluto Press, 1976.
Kaplan, E. Ann y Sprinker, Michael, The Altbusserian Legacy, Londres, Verso,
1993.
Smith, Steven, Reading
Althusser: An Essay on Structural Marxism, Ithaca, Cornell
University Press, 1984.
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