Nació en Atenas, Grecia, el 11 de marzo de 1922. Filósofo, economista y ensayista griego.
Estudió derecho, economía y filosofía en Atenas. Llegó Francia en 1945. Ingresó
en el Partido Trotskista de este país para romper un año más tarde con él y
cofundar, en 1949, la revista Socialisme
ou Barbarie, que dirigió hasta 1966. Hasta 1970 trabajó de economista en la
Secretaría Internacional de la OECD en París. En 1979 fue nombrado director de
la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Murió en París el 26 de
diciembre de 1997.
El pensamiento de Cornelius Castoriadis es propio de aquellos
intelectuales que son irreductibles ante cualquier intento de clasificación o
encasillamiento en prêt-à-porter ideológicos
que puedan en algún determinado momento llevar a la disolución de la crítica.
Indiferente a las
manías posmodernas que dicen acallar los "grandes relatos", el
pensador griego se inquieta principalmente por la incapacidad de las sociedades
contemporáneas para crear nuevas significaciones sociales y para cuestionarse a
sí misma. El rechazo cínico de no cuestionar la situación actual más allá de la
crítica a la metafísica racionalista del pensamiento grecooccidental obliga a
Castoriadis a realizar un análisis de todas las fuerzas efectivas que participan
en el campo de lo social-histórico. Básicamente, su pensamiento se estructura a
partir de sus escritos políticos y su obra filosófico-psicoanalítica. Sus
textos políticos abarcan los ataques al marxismo ortodoxo-soviético, los
estudios acerca de una verdadera idea de lo democrático y la reformulación de
la subjetividad en la era poscomunista. Por otro lado, su filosofía de
raigambre freudiana analiza los fundamentos genéticos básicos que toda sociedad
reproduce para sobrevivir. Las dos caras de su pensamiento se encuentran
íntimamente ligadas. Las fuertes y
tempranas críticas al marxismo soviético surgen al negarle cualquier cualidad
de Estado socialista, incluso ante su versión más degenerada. Aquí hallamos la
originalidad que tuvo el proyecto Socialisme
ou Barbarie como intento de denuncia y protesta ante el surgimiento de un
nuevo modelo de explotación dirigido por una nueva clase dirigente. Esto le
sirve a Castoriadis para descubrir que no sólo ya no se puede ver al movimiento
obrero, al proletariado, como vehículos elegidos para el proyecto
revolucionario, sino que, además, recela del pensamiento de Marx por acarrear
en sí mismo estructuras burocráticas que impiden ver la realidad social y su
posibilidad de pensarla. A partir de aquí, Castoriadis entiende que el marxismo
se halla inscrito en el universo racionalista burgués y que de ahí provendría
su ciega creencia en la Razón de la Historia, que prometió antaño hacer de esta
tierra el mejor de los mundos posibles. Más aún: el concepto de Historia es reformulado
como caos, dispersión, sincretismo y confusión, y todo esto sobre un suelo que
no asegura el camino triunfante de ninguna Verdad.
Esto lleva a
Castoriadis a la ciclópea tarea de re-pensar la sociedad en todos sus aspectos
sociales, políticos y filosóficos. La pregunta que se hace el intelectual
griego es la siguiente: ¿Cuál es la fuente de todo lo que se instituye o se
crea? La respuesta la encuentra en el concepto que él mismo acuña como imaginario radical. Anterior a todas las
estructuras, Castoriadis ubica aquí lo poiético, lo que precede y produce al
sujeto, a la cosa y que a la vez es invisible a éstos. Así lo dice en el
segundo tomo de La institución imaginaria
de la sociedad: "Lo
histórico-social es imaginario radical, esto es, originación incesante de la
alteridad que figura y se autofigura... Lo histórico-social emerge en lo que no
es histórico-social: lo presocial o lo natural. La emergencia está ya inscrita
en la temporalidad presocial o natural. Este término apunta a un ser-así en sí,
a la vez no rodeable e indescriptible, que toda sociedad no sólo presupone,
sino que jamás puede separarse-distinguirse-abstraerse de ella de manera
absoluta".
En lo imaginario
radical Castoriadis encuentra lo lógico y lo "no lógico", lo separado
y lo indiferenciado, lo racional y lo "a-rracional". Como él mismo
dice, es el "magma" portador de todo lo que une y separa. Esto es
fundamental para comprender que nuestra realidad obedece a un paradigma
conjuntista identatario que diferencia, por un lado, lo instituido, y por el
otro lo instituyente, dos niveles recursivos que se necesitan el uno al otro.
La institución de la sociedad es institución de un magma de significaciones que
sólo es posible gracias a la imposición de la organización identatario-conjuntista
a lo que es para la sociedad.
En definitiva, se
trata de romper con la ilusión moderna del "progreso" como proceso de
racionalización, liberarse del "fantasma de la inmortalidad", para
liberar nuestra imaginación creadora y nuestro imaginario social creador. De
esta manera, el itinerario de su pensamiento no sólo arranca el velo a Marx,
sino también a todo el pensamiento occidental desde Platón y Aristóteles. La
razón no ha dejado de ocultar el fondo misterioso de lo imaginario radical al
mismo tiempo que debe plantearse una nueva interacción entre la racionalidad y
lo imaginario.
Realidad, lenguaje,
valores, necesidades, trabajo de cada sociedad especifican en un momento
particular la organización del mundo a partir de las significaciones imaginarias
sociales instituidas por la sociedad en cuestión. Cada sociedad da forma así a
su propia temporalidad a la vez que adquiere existencia como
modo de ser. Esta institución es en cada momento institución del mundo como
representación del mundo para esta sociedad y de esta sociedad, y como
organización-articulación de la sociedad misma.
La institución del
individuo social fundamentalmente creación.
Para Castoriadis, este concepto requiere de mucha importancia, ya que son
las creaciones de los individuos (ejemplificadas en obras de arte, de
pensamiento, institucionales) que van más allá de la esfera privada de los
sujetos para insertarse en una dimensión e identidad colectivas. Si las
instituciones de una sociedad constituyen una colectividad, sus obras serán el
espejo donde puedan mirarse, reconocerse, interrogarse. Su vínculo con el
pasado y el porvenir estará marcado definitivamente por una memoria inagotable
que garantizará la creación venidera.
Llegamos así a un punto central: ¿Cuál será –se pregunta Castoriadis– la
identidad colectiva, el "nosotros" de una sociedad autónoma? Somos los que hacemos nuestras propias leyes,
responde, somos una colectividad autónoma formada por individuos autónomos. Y
podemos miramos, reconocernos e interrogarnos en y por nuestras obras.
Cuestionarse acerca
de la autonomía del sujeto y de la sociedad (y también por qué no la idea de
democracia) encuentra para Castoriadis en el psicoanálisis una insoslayable
fuente donde poder beber. Debemos pensar, dice Castoriadis, que el sujeto, haga lo
que haga, es siempre imaginante y su psique
es imaginación radical. La heterogeneidad de las sociedades actuales
bloquea esa imaginación en repetición. Por lo tanto, la obra del psicoanálisis
es el devenir autónomo del sujeto en un doble sentido, para la liberación de su
imaginación y para la instauración de una instancia reflexionante y deliberante
que dialogue con esa imaginación y juzgue sus productos. Así, el psicoanálisis
daría cuenta del intento, no ya de construir una sociedad perfecta, porque esto
sería absurdo, sino de abrir la posibilidad para que las sociedades no
totemicen sus instituciones, que permita a sus individuos el acceso a un estado
de reflexión que devenga en un proyecto de autonomía social y colectiva.
La enfermedad que
acusan para Castoriadis las sociedades modernas es que esperan que el sentido
de su vida y de su muerte le sea provisto por otra persona, institución o
Estado. El hombre contemporáneo lleva en sí un olvido, una fuga del dato
fundamental de la vida que es la muerte. El consumo, el embrutecimiento massmediático conducen a la dispersión,
a la apatía en la que se queda el ser humano al apagar la televisión y suspirar
pensando que mañana será otro día. Subyace en esta sentencia la incapacidad moderna
acerca de que el sentido de nuestra existencia ya no nos puede ser dado por una
religión o una ideología, sino que somos nosotros mismos los que debemos
crearlo. Lo que se constata en nuestro tiempo es un eclipse que se enmarca en
la apatía y la privatización. Las sociedades modernas se constituyeron
–sostiene Castoriadis– en base a dos proyectos contradictorios, antinómicos:
por un lado la dominación capitalista; por el otro, anterior, es el de las
autonomías individuales y colectivas. Este impulso filosófico iniciado en
Grecia, desaparecido en el Imperio romano, y vuelto con las primeras burguesías
de Europa Occidental, dio vida al Renacimiento y a la Ilustración y fue
recogido por el movimiento obrero que tenía en sus principios un carácter
emancipador antes de caer en las garras del marxismo. Los movimientos
feministas de la segunda década del siglo y los juveniles del Mayo del 68
tuvieron la misma insignia. Hoy asistimos, sin embargo, a la finalización de
toda expectativa posible de autogobiemo y de autovoluntad de gobernarse. La
democracia verdadera pierde su cauce, precisamente, porque, desde el momento en
que le damos a otros el lugar de la representación política, nos olvidamos del
significado real que puede tener el vivir activamente
en una sociedad.
De esta manera
cerramos el viaje volviendo al punto de partida. Una sociedad que se
autoinstituye sabe que las explicaciones en y por las cuales vive son su obra y
no productos necesarios ni contingentes. Sociedad autónoma definida como la
sociedad que literal y profundamente postula su propia ley por sí misma. En
nuestras sociedades, dice Castoriadis, no decimos "No matarás" porque
lo ha dicho Dios; decimos "No matarás" porque ésa es nuestra ley.
Hemos votado por esa ley y eso es tener autonomía.
Una sociedad
autónoma supone dos cosas inseparables. En primer lugar, individuos autónomos
que, cuando actúan de manera responsable, no lo hacen porque sus padres hayan
actuado así ni porque el maestro, el Partido o la Iglesia lo dijera, sino
porque después de pensar y reflexionar entre ellos han llegado a una
conclusión, que puede ser equivocada, pero que es su propia conclusión. En
segundo lugar, individuos que conozcan la ley en cuya adopción, formación y
puesta en vigor hayan podido participar. Sin lugar a dudas, Castoriadis piensa
en la democracia directa, la cual significa que los que llevaran la carga de
implantar una decisión tienen que haber tomado la decisión ellos mismos, o a
través de delegados elegidos por ellos mismos y a quienes se pueda controlar.
Esto, para Castoriadis, debe ser implementado en las sociedades modernas para
lograr así vigorizar la apatía ciudadana que define a nuestra era.
Bibliografía:
L'institution imaginaire de la
societé,
1975, 5ª. ed.
revisada (trad. esp., La institución
imaginaria de la sociedad, 1983).
La société burocratique, 1973 (trad. esp., La
sociedad burocrática, 1976).
Les carrefours du
labyrinthe, 1978, 2ª. ed. revisada (trad. esp., Los dominios del hombre: las encrucijadas del laberinto, 1988).
La experiencia del movimiento obrero, 1979.
Devant la guerre,
1981 (trad. esp., Ante la guerra, 1986).
De la ecología a la autonomía, 1982.
La violencia de la interpretación, 1985.
Le monde morcelé, 1990, 2ª. ed. revisada (trad. esp., El mundo fragmentado,
1993).
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