Como los especialistas en la obra de Walter Benjamin
han empezado a dejar claro, «cualquier intento de establecer una unidad a
partir de textos tan variados como los de Benjamin está siempre condenado desde
el principio» (1). No sólo escribió Benjamin sobre una variedad
extraordinariamente amplia de temas –el teatro trágico alemán, el Romanticismo,
la historia, el lenguaje y la traducción, el cine, París, Baudelaire, el
marxismo y la narración–, sino que estilísticamente se movió entre la prosa, el
fragmento, los aforismos y las citas y, a menudo, se situó entre los géneros de
la narrativa, la crítica literaria, la historiografía y la filosofía. Con
distintas influencias del judaísmo, el marxismo y lo que él consideraba los
aspectos progresistas de la modernidad, Benjamin se encuentra en el umbral de
una nueva era intelectual. Y, sin embargo, transcurrió su vida refugiado en los
avíos de erudito, una forma de existencia que, como el narrador de cuentos al
que tan bien describía él mismo, estaba a punto de desaparecer, quizá para
siempre.
Walter Benjamin nació en Berlín en 1892, hijo de un
marchante de arte judío. Tras asistir a un instituto humanístico, estudió
filosofía y literatura en Friburgo y Berlín. En la universidad llegó a ser
dirigente de los estudiantes radicales judíos y, como su amigo Gershom Scholem,
se vio influido por el pensamiento judío mesiánico y cabalístico (2). La
corriente de sionismo de Scholem, mezclada con simpatías políticas anarquistas,
ejerció una enorme influencia sobre Benjamin. Mientras estudiaba hebreo en
Munich, Benjamin conoció al filósofo utópico Ernst Bloch, y pensó en ir con
Scholem a Palestina en 1924, hasta que interfirió su matrimonio con la actriz
letona, y comunista convencida, Asja Lacis.
Durante la mayor parte de los años 20, Benjamin vivió
la precaria vida del erudito, mantenido principalmente por su padre, con quien
tenía relaciones difíciles. Con el fin de mejorar su situación económica,
empezó a trabajar para obtener un puesto en la universidad –una operación
terriblemente difícil en la época– y, en 1925, presentó una Habilitationschrift, «El origen del
drama barroco alemán». La
Universidad de Francfort rechazó la tesis por su estilo poco
convencional y frecuentemente lírico y personal. El origen del drama barroco alemán fue el único libro completo de
Benjamin, puesto que los demás textos son ensayos, artículos (tanto académicos
como periodísticos), traducciones y fragmentos, muchos de ellos póstumos. A
través de su actividad literaria, que incluyó traducciones de Proust y
Baudelaire, Benjamin pudo ganar algún dinero para él y su familia. Con el
ascenso de los nazis al poder, en 1933, Benjamin fue a París, donde conoció a
Hannah Arendt. Allí vivió de una modesta beca concedida por el Instituto de
Investigaciones Sociales, se relacionó con los surrealistas y, en menor medida,
con miembros del Colegio de Sociología, dirigido por Georges Bataille, y
emprendió un gran estudio de Baudelaire y el siglo xix en el Proyecto Arcades (3). Al estallar la guerra, con
el proyecto inacabado, Horkheimer y Adorno convencieron a Benjamin de huir a
América a través de España. Pero, al llegar a la frontera de Port-Bou, le fue
negado el paso y, aparentemente incapaz de hacer frente a la idea de que le
apresara la Gestapo,
se suicidó en la noche del 25 de septiembre de 1940. A la mañana
siguiente, los guardas fronterizos, a quienes había impresionado su muerte,
permitieron que el grupo con el que viajaba entrase en España. «El suicidio
–había escrito Benjamin en su estudio de Baudelaite– es el triunfo de la
modernidad en el terreno de las pasiones».
Aunque toda la obra de Benjamin está llena de ideas
inspiradas sobre la modernidad, en todos sus aspectos, posiblemente ningún
texto ha llamado más la atención, especialmente en el debate sobre la
postmodernidad, que su ensayo «La obra de arte en la era de la reproducción
mecánica» (4). Aunque ostensiblemente escrito en el tono de un análisis
político sobre la reproducción de la obra de arte, sobre todo en la era del
cine y la fotografía con su acceso de masas, Benjamin ofrece un astuto análisis
de un cambio fundamental en la calidad estética de la obra de arte. Cuando el
aura de autenticidad de ésta se ha desvanecido porque es reproducible, la
percepción de los sentidos cambia junto a todo el modo de existencia de la
humanidad. La técnica de la reproducción aproxima los objetos artísticos a un
público de masas. Más aún, se desarrolla cierta reversibilidad: la obra de arte
reproducida lleva a la obra de arte diseñada para ser reproducida. Como ocurre
siempre con los análisis de Benjamin, no hay un movimiento unilateral entre
posturas o situaciones, sino un movimiento de ida y vuelta entre ellas.
Por tanto, pese al título de su obra, Benjamin
considera que es significante algo más que la mera reproducción de obras de
arte en la era moderna (finales del siglo xix
y siglo xx). En realidad, lo
revolucionario es el proceso de reproducción en sí: por ejemplo, el hecho de
que el negativo fotográfico permite una verdadera multiplicación de
«originales». Con la fotografía, pues, aparece el espectro del simulacro,
aunque Benjamin nunca le da ese nombre. La fotografía como simulacro supera la
simple diferencia entre original y copia. Este rasgo de la obra de Benjamin es
el que tiene una importancia crucial para un teórico como Jean Baudrillard. El
centro de interés de Benjamin no es el simulacro, sino la technik (alemán para técnica; el término tiene también la
connotación de tecnología). Siguiendo con el ejemplo de la fotografía, vemos
que, en ella, la técnica no es una parte accidental sino esencial del arte. Por
eso una obra de arte fotográfica puede no poseer el aura de una pintura clásica
original, consagrada por la tradición, pero tampoco es una mera negación de
dicha aura. Ello no quiere decir que Benjamin no elogie asimismo el potencial
democrático de la reproducción de los objetos de arte clásicos; sino que
sugiere que lo que más te interesan son las nuevas posibilidades estéticas
aportadas por la technik. La
reversibilidad (el efecto sobre el tipo de obra de arte producido), junto a una
nueva concepción de «originalidad», no son más que dos de los aspectos
iniciados por el estudio de Benjamin.
Destacan dos elementos adicionales. El primero es que,
con la posibilidad de la reproducción, una obra de arte puede recibir su
significado de varios contextos diferentes. En un importante ensayo sobre la
cuestión, Gregory Ulmer habla de una obra, o significante, que se «remotiva» en
un contexto nuevo y forma la base del collage
y el montaje postmodernos (5). La intuición de Ulmer es que aparece una
nueva forma de creatividad precisamente donde la gente había pensado que la
reproducción solía provocar la degradación del objeto artístico. El segundo
elemento del ensayo de Benjamin que merece atención es su caracterización del
cine. Si algunos de los primeros comentaristas de cine habían intentado
compararlo con los jeroglíficos egipcios o la pintura clásica, el método de
Benjamin consiste, una vez más, en verlo como una nueva technik de arte, en la que, a diferencia del teatro (donde el
público se identifica con el actor), el público ocupa la misma posición que la
cámara. Esto implica dos cosas. La primera que, al contrario de lo esperable,
el público puede tener un papel bastante activo al contemplar una película y,
la segunda, que el cine puede transformar «nuestro campo de percepción». Igual
que Freud y el psicoanálisis han sensibilizado a la gente sobre los deslices en
el habla y el inconsciente, en general –desde luego existían antes de Freud,
pero pasaban inadvertidas–, así sensibiliza la cámara a la gente (por ejemplo,
con el primer plano) sobre aspectos del entorno que, hasta entonces, no habían
captado.
Aunque Benjamin se vio claramente cautivado por la
modernidad –como muestran el Proyecto Arcades y sus demás escritos–, también se
le ha considerado un teórico de la tradición, que, a primera vista, parecía ser
lo que la modernidad había eliminado. Sin buscar, por ahora, una motivación
judía para este interés, es posible sugerir que el vínculo entre la tradición y
la modernidad en la obra de Benjamin es el concepto de reproducción. Aparece
bajo distintos aspectos en sus textos: en la imagen del narrador de cuentos, en
la concepción de la traducción, en la valoración de la mémoire involontaire de Proust, en el aspecto lírico de la poesía
de Baudelaire y en la noción de transmisión cultural en el Proyecto Arcades.
Veamos cada uno de ellos brevemente.
En el primer texto, «La labor del traductor» (1923),
Benjamin empieza diciendo que la tarea del traductor no está clara si se
observa desde el punto de vista del público. Al contrario, hay que suponer que
«[ningún] poema está dirigido al lector, ningún cuadro al observador, ninguna
sinfonía al que escucha» (6). Es el texto el que debe ser centro de atención.
En este sentido, es preciso tener en cuenta, en principio, la diferencia entre
el «original» y la traducción. Y aquí Benjamin da un paso curioso. Afirma que
no debe creerse que un «original» está, sobre todo, herméticamente cerrado a
traducciones posteriores gracias a una cualidad de pureza. Si fuera así, ningún
texto (e incluso una interpretación es una traducción) sobreviviría al momento
de su elaboración inmediata. El texto, u objeto artístico, tiene una «vida
después de la vida» que lo empuja en la historia a través de la tradición o,
deberíamos decir, a través de la traducción. Para usar el caso concreto del que
habla Benjamin, se trata de ver cómo la poesía francesa de Baudelaire puede
traducirse fielmente al alemán. No intentando una traducción literal, sino con
un «ligero toque del original», es la respuesta. Una traducción literal
«destruye la teoría de la reproducción de
significado y es una amenaza directa contra la comprensibilidad» (7). La
«reproducción del significado» es la traducción del elemento poético de la
obra, que es lo que necesita traducción. Es parte de la obra. La reproducción
es parte de la obra. Éste es el argumento más notable de Benjamin. Para
ilustrarlo, afirma que, igual que los fragmentos rotos de una vasija son
distintos unos de otros y, sin embargo, constituyen la misma vasija, así los
fragmentos diferentes y no literales de una traducción pueden reproducir todo
el original. El principio de la reproducción del sentido (no el significado
literal) está en la palabra. «En el principio fue la palabra», repite Benjamin
a partir del Nuevo Testamento. El principio de la traducción –el principio de
la reproducción– es original, por tanto, y no el objeto reproducido.
En «El narrador de cuentos» (1936) se ve una
estructura semejante. Lo que permite reproducir la historia contada por el
narrador no es su contenido –no la información, como dice Benjamin–, porque
entonces no sobreviviría al momento de su narración inicial. Lo importante es,
más bien, el relato en el recuerdo. El relato es lo que permite que la memoria
retenga el contenido. Es decir, relato y memoria son homólogos con
informaciones y olvido. El relato es el elemento de la transmisión –también
llamada tradición por Benjamin– y la transmisión es fundamentalmente el relato
de una vida tras la muerte. El relato es la «vida después de la vida» de las
personas, igual que la traducción es la vida después de la vida del poema. El
relato, que siempre presupone una comunidad, es lo que convierte a un oyente en
un narrador: «El punto crucial para el oyente sincero es asegurarse de la
posibilidad de reproducir la historia» (8). Aquí vemos que, como principio de
reproducción, el relato contiene también un principio de reversibilidad, cuando
el oyente se convierte en narrador.
De nuevo con la poesía lírica de Baudelaire, como con
la mémoire involontaire de Proust, se
plantea la diferencia entre «remembranza» y «recuerdo». La remembranza deriva
de una experiencia del recuerdo que, para empezar, no era consciente. Como el
inconsciente freudiano, la remembranza produce la experiencia (la madeleine de Proust), pero no es una
experiencia en sí. Lo mismo ocurre con lo lírico en la poesía de Baudelaire:
como conmoción traumática, la lírica se convierte en el principio de la
transmisión de la poesía como una especie de réplica, del mismo modo que la mémoire involontaire empuja la vida
hacia adelante, pese a que la conciencia pueda haber olvidado los sucesos en
cuestión. El sujeto puede haber olvidado la base de la lírica, o el recuerdo,
pero éstos no han olvidado al sujeto. Una vez más, en el acto de reproducir la
experiencia se observa la reversibilidad.
En relación con el Proyecto Arcades, la situación es
mucho más compleja. Los especialistas están empezando ahora a internarse en
esta estructura laberíntica, una estructura que, a juicio de Adorno, sólo
Benjamin podía explicar por completo. Tomemos nota sólo de dos aspectos
importantes del proyecto: el primero es que Benjamin basaba en él la revolución
arquitectónica que el uso del hierro y el cristal había hecho posible. Los
comentaristas han advertido aquí, sobre todo, que Benjamin estaba fascinado por
las nuevas relaciones espaciales entre interior y exterior que permitía el
empleo del cristal; se podía llevar la calle al interior y ese interior estaba
abierto al exterior. La diferencia entre público y privado se iba haciendo
problemática.
En segundo lugar, aunque Benjamin se dedicó a
desarrollar una filosofía de la historia y una historia social y cultural, como
han indicado Buck-Morss y McCole, surge la cuestión del mecanismo por el que,
en opinión de Benjamin, se podía reproducir la modernidad, como la encarnación
efímera de la que hablaba Baudelaire. ¿Cómo podían entender el teórico y el
escritor de la tradición la modernidad en su variante capitalista siempre
cambiante? Parece haber acuerdo sobre el hecho de que, en el sentido más
amplio, Benjamin intentó reconciliar una versión del marxismo con una versión
de la teología judía; el elemento marxista ofrecía un análisis clínico de la
realidad del capitalismo y la teología judía ofrecía una explicación de cómo se
encarnaba la tradición en la más incorpórea de las formaciones culturales. La
clave, sin duda, es entender que, para Benjamin, la historia está incrustada en
la modernidad, no separada de ella, y que el objeto «original», producido en un
momento determinado, contiene la posibilidad de su reproducción dentro de él.
La historia o, más bien, la comprensión histórica, podrían ser la «vida después
de la vida» de la modernidad (9).
Por su parte, Buck-Morss ilustra esta cuestión con
exactitud cuando se refiere a la fascinación de Benjamin por una figura de cera
femenina que se ajustaba el corsé en el Musée Gravin. Buck-Morss observa: «Su
acción efímera está congelada en el tiempo. Es inmutable y desafía a la
degradación orgánica» (10). Lo que está aún por entender es cómo la figura de
cera –o su equivalente estético, visible a través del laberinto de la sociedad–
puede pasar a ser la «vida después de la vida» –la encarnación– de la historia.
Responder a esta pregunta es empezar a desentrañar la esfera de los escritos
más enigmáticos de Benjamin.
NOTAS
1.
Andrew
Benjamin, Art, Mimesis and tbe Avant-garde, Londres y Nueva York,
Routledge, 1991, pág. 143. Véase
también, a este respecto, una visión general de la recepción de Benjamin en
John McCole, Walter Benjamin and the
Antinomies of Tradition, Nueva York, Cornell University Press, 1993, págs. 10-21.
2.
Sobre las
repercusiones intelectuales de la experiencia judía de Benjamin, véase McCole, Walter Benjamin and tbe Antinomies of Tradition, cap. 1, e Irving Wohlfarth, «On some Jewish
motifs in Benjamin», en Andrew Benjamin (ed.), The Problems of Modernity: Adorno and Benjamin, Londres y Nueva York, «Warwick Studies in Philosophy and
Literature», 1991, págs. 157-215.
3.
Para un
estudio más profundo de este proyecto, véase Susan Buck-Morss, The Dialectics of Seeing: Walter Benjamin
and the Arcades Project, Cambridge, Mass., y Londres, MIT Press, 4a. impr.,
1991.
4.
Walter
Benjamin, «The work of art in the age of mechanical reproduction», en Illuminations, trad. de Harry Zohn,
Glasgow, Fontana/Collins, 3a. impr., 1979, págs. 219-253.
5.
Gregory
Ulmer, «The object of postcriticism», en Hal Foster (ed.), TheAnti Aesthetic. Essays on
Postmodern Culture, Seattle, Washington, Bay Press, 6a. impr., 1989, pág.
85.
6.
Benjamin,
«The task of the translator», en Illuminations,
pág. 69.
7. Ibíd., pág. 78. La cursiva es nuestra.
8. Benjamin, «The storyteller», en Illuminations, pág. 97.
9.
John
McCole cita un fragmento de Benjamin que respaldaría esta posibilidad. McCole, Walter
Benjamin and the Antinomies of
Tradition, pág. 248, nota.
10.
Véase
Buck-Morss, The Dialectics of Seeing, pág. 369.
PRINCIPALES
OBRAS DE BENJAMIN
Iluminaciones
(1955), 4 vols., Madrid, Taurus,
1990-1993.
El origen
del drama barroco alemán (1963),
Madrid, Taurus, 1990.
El Berlín
demónico, Barcelona, Icaria, 1987.
El
concepto de crítica del arte en el romanticismo alemán, Barcelona, Ed. 62, 1988.
Diario de
Moscú, Madrid, Taurus, 1990.
Infancia
en Berlín hacia 1900, Madrid,
Alfaguara, 1990.
Historias
y relatos, Barcelona, Ed. 62, 1991.
Discursos
interrumpidos. Tomo I: Filosofía del arte y de la historia, Madrid, Taurus, 1992.
La
metafísica de la juventud, Barcelona,
Paidós, 1993.
Sonetos, Barcelona, Ed. 62, 1993.
OTRAS
LECTURAS
ALTER Robert, Necessary
Angles: Traditions and Modernity in
Kqfka, Benjamin and Scholem, Cambridge, Mass., Harvard University Press,
1991.
BENJAMIN, Andrew, Art,
Mimesis and the Avant-garde, Londres
y Nueva York, Routlege, 1991, caps. 9 y 10.
BENJAMIN, Andrew, Translation
and the Nature of Philosophy, Londres
y Nueva York, Routledge, 1989, cap. 4.
BUCK-MORSS, Susan, The
Dialectics of Seeing: Walter Benjamin and the Arcades Project, Cambridge,
Mass., y Londres, MIT Press, 4a. impr., 1991.
CESAR, Jasiel, Walter
Benjamin on Experience and History: Profane Illumination, Mellen, San
Francisco, Edwin Press, 1992.
FRISBY, David, Fragmentos
de la modernidad, Madrid, Visor, 1992.
HANDELMAN, Susan A., Fragments
of Redemption: Jewish Thought and Literary Theory in Benjamin, Scholem, and
Levinas, Bloomington, Indiana
University Press, 1991.
McCOLE, John, Walter
Benjamin and the Antinomies of
Tradition, Nueva York, Cornell University Press, 1993.
NAGLE, Rainer, Theatre,
Theory, Speculation: Walter Benjamin and the Scenes Of Modernity, Baltimore, Johns Hopskins University Press, 1991.
SMITH, Gary (ed.), Benjamin:
Philosophy, Aesthetics, History, Chicago
y Londres, Chicago University Press, 1989.
WITTE, Bernd, Walter
Benjamin, Barcelona, Gedisa, 1990.
WOHLFARTH, Irving, «Re-fusing theology: Some first
responses to Walter Benjamin's Arcades Project», New German Critique, 39
(otoño de 1986), páginas 3-24.
WOHLFARTH, Irving, «On some Jewish motifs in Benjamin,
en Andrew Benjamin (ed.), The Problems of
Modernity: Adorno and Benjamin, Londres y Nueva York, Routledge, 1989,
páginas 157-215.
Link al libro "Discursos interrumpidos I":
ResponderEliminarhttps://proletarios.org/books/Benjamin-Discursos_interrumpidos_I.pdf