Reino Unido, 1938. Estudió filosofía en la
Universidad de Hull (Inglaterra) y ciencias sociales en la Facultad de
Económicas de la Universidad de Londres. Actualmente enseña sociología en la
Universidad de Cambridge y es Fellow del King's College con sede en dicha
universidad. Como profesor invitado, dicta seminarios en las universidades de
Stanford y de Santa Bárbara (California).
La indagación sociológica reciente da cuenta
de una tensión básica, a menudo irresuelta en la teoría social, entre una
posición objetivista y otra subjetivista. Este movimiento pendular lleva a que
se considere que los procesos sociales están determinados por estructuras que
rigen independientemente de la voluntad de los actores, o bien a sostener que
son estos últimos quienes con sus motivaciones y proyectos están en el origen
de las instituciones y de las transformaciones sociales.
Anthony Giddens se propone responder a este desafío desde el inicio de
sus planteamientos teóricos. Su obra, hasta finales de los años ochenta, se
desarrolla según un itinerario que asume una doble estrategia: suprimir el
dualismo entre estructura y acción, y revitalizar el pensamiento social crítico
en contra de lo que denomina "el consenso ortodoxo", entendiendo por tal
una visión evolucionista y parsoniana en el pensamiento social. El
funcionalismo y el estructuralismo, pero también las teorías accionalistas
tienen defectos que Giddens destaca. Los señalados en primer término dejan poco
espacio para la teoría de la acción. En algunas versiones, los agentes se
transforman en meros soportes de las estructuras, en otras se disuelven en una
serie de signos que ahogan la subjetividad. A su vez, las teorías
interpretativas privilegian al actor, pero deben ser complementadas con un estudio
de los aspectos restrictivos de las propiedades estructurales de los sistemas
sociales.
Su teoría de la estructuración está
constituida alrededor de la idea del carácter fundamentalmente repetitivo de la
vida social y diseñada para expresar la dependencia mutua de la estructura y el
agente en términos de espacio y tiempo. Ello significa que prácticas sociales
ubicadas en un espacio y tiempo se hallan en la raíz de la constitución tanto
del sujeto como del objeto social.
Giddens define la estructura como la
articulación de reglas y recursos implicados de manera recursiva en la
reproducción de las prácticas sociales. Las reglas son procedimientos
generalizables utilizados por los actores; es un "saber de regias al
estilo de Wittgenstein, incorporadas prácticamente, tácitamente entendidas y
constitutivas de sentido, a la vez que sancionan modos de conducta social. Por
lo tanto, la estructura es a la vez el instrumento utilizado por actores en
contextos especificables y el resultado de la reproducción de las prácticas. La
constitución de agentes y estructuras no son pues dos conjuntos de fenómenos
dados independientemente, no forman un dualismo, sino que constituyen una
dualidad: "la dualidad de la estructura".
Sostiene Giddens que las propiedades estructurales
existen sólo en la medida en que la conducta social es reproducida
recurrentemente en el espacio y el tiempo. Las instituciones son los rasgos más
duraderos de la vida social; así, hay formas institucionales que se extienden
por inmensos recorridos de espacio y tiempo conformando sistemas sociales. Las
sociedades son definidas como sistemas donde principios estructurales concurren
a producir una serie de instituciones discernibles en un espacio y un tiempo.
Pero toda reproducción es al mismo tiempo producción,
la semilla del cambio existe en cada acto que contribuye a la reproducción de
cualquier forma ordenada de vida social. Por eso, toda acción implica
lógicamente "poder" en su acepción más amplia, capacidad del agente
para producir una diferencia en el mundo; el poder en sentido restringido,
relacional, es una propiedad de la interacción y puede ser definido como la
capacidad para asegurar resultados, donde la realización de esos resultados
depende de la actividad de otros. Éste es el poder como dominación tal como es
teorizado por Max Weber y que Giddens recoge. En la interacción social, los
agentes aportan cuotas diferenciales de poder, ya sea éste resultado de la
destreza superior lingüística o dialéctica en una conversación; de
conocimientos técnicos; de la movilización de recursos de asignación
–materiales– o de autoridad. Y esto se da también a nivel de las culturas y
sistemas globales. Esta afirmación es de crucial importancia, puesto que
sostiene que en todo marco de significación, esto es, en todo orden simbólico,
están presentes estructuras de dominación. En abierta polémica con Habermas,
argumenta Giddens que al ser dominación y poder inherentes a una acción humana
en cuanto tal, son inerradicables del discurso y de cualquier sociedad conjetural
del futuro.
Importa entonces subrayar, en consonancia con
lo expuesto, la crítica de Giddens a la teoría social: ésta es incapaz de
considerar adecuadamente el papel que desarrollan los actores y su relación con
las instituciones en la reproducción y transformación social; presenta un
tratamiento inadecuado del poder y una teorización distorsionada del tiempo y
del espacio y, con ello, del cambio social. En este sentido insiste
enfáticamente en la necesidad de apropiarse de las categorías de tiempo y espacio
de un modo distinto de como lo ha hecho el evolucionismo en sus vertientes
parsoniana o marxista. En el primer volumen de A Contemporary Critique of
Historical Materialism se
propone una "deconstrucción" del pensamiento de Marx, revalidando la
visión discontinuista de la historia presente en obras como los Grundrisse, o pasajes de El Capital, en que considera el capitalismo
como "lo otro" respecto de cualquier formación anterior y en los que
su reflexión sobre la historia rompe con la idea de un devenir regido
ineluctablemente por el desarrollo de las fuerzas productivas. Sin embargo
–resalta Giddens–, hay en Marx específicas ausencias que en la modernidad
tardía requieren una nueva forma de teoría crítica. Es pues necesario repensar
el fenómeno de los Estados nacionales, del poder militar y de la violencia; en
cuanto al concepto de "explotación" circunscrito a la venta de la
fuerza de trabajo, resulta estrecho en relación con fenómenos como la
explotación étnica o sexual.
El énfasis en la reformulación de la Teoría
social que Giddens propone resulta esencial dentro de su modelo interpretativo,
ya que considera que la Teoría, en tanto que registro reflexivo de la vida
social, tiene un impacto práctico sobre su objeto de estudio; ello significa
que, epistemológicamente, la relación entre Teoría social y su objeto –las
acciones humanas– ha de entenderse en términos de una "doble
hermenéutica": el desarrollo de la Teoría es dependiente de un mundo
preinterpretado en el que los significados desarrollados por sujetos activos
entran en la constitución o producción real de ese mundo; la verstehen es, pues, la condición
ontológica de la sociedad humana tal como es producida y reproducida por sus
miembros. A la vez, el científico social debe ser capaz de "comprender"
penetrando hermenéuticamente en la forma de vida cuyas características quiere
explicar. Por otro lado, las nociones acuñadas en los metalenguajes de las
ciencias sociales reingresan rutinariamente en el universo de los actores legos
modificando su autocomprensión y sus prácticas. Los seres humanos no son,
entonces, meros objetos inertes de conocimiento, sino agentes capaces de –y
dispuestos a– encarnar la teoría social e investigar sobre su propia acción. De
aquí que la teoría social esté imposibilitada de dar leyes universales
inmutables, al modo de las ciencias naturales.
Si
en la etapa que corre hasta finales de los años ochenta Giddens privilegia en
sus análisis la dimensión societal, y con ello la relación agente-estructura, a
partir de la publicación de Consecuencias
de la Modernidad la problemática
de los sistemas intersociales en un mundo globalizado adquiere singular
relevancia. Centrándose en el carácter discontinuista y multidireccional del
cambio social que había señalado en obras anteriores, su análisis institucional
de la modernidad resalta la ruptura que ésta supone respecto de cualquier orden
tradicional. Así, las instituciones modernas se distinguen por su dinamismo, el
grado en que desestiman los usos y costumbres tradicionales y por su impacto
tanto en extensión cuanto en intensidad. Extensivamente han servido para
establecer formas de interconexión social que abarcan el globo terráqueo,
promoviendo mecanismos de desanclaje respecto de contextos locales de
interacción; intensivamente, han alterado algunas de las más íntimas y privadas
características de la cotidianidad, y con ello de la identidad del yo. Pero la
pérdida de la seguridad de tradiciones y costumbres no ha sido sustituida por
la certidumbre del conocimiento racional. Por el contrario, al instalar la duda
radical, la modernidad resalta la provisionalidad y la incertidumbre; es por
ello esencialmente una cultura de la sospecha: "¿cómo justificar nuestro
compromiso con la razón en nombre de la razón?" A este enigma de la circularidad
de la razón que se instala con Nietzsche, se agrega otro hecho, que Giddens
destaca: la modernidad "reciente" es apocalíptica, no porque se
encamine inevitablemente hacia la catástrofe, sino porque implica riesgos de
destrucción masiva que las generaciones anteriores no tuvieron que afrontar.
Sin embargo, riesgo y "fiabilidad" van entretejidos en la modernidad
de un modo específico y así el peligro es contrarrestado por una confianza o fe
en los sistemas abstractos –formas de conocimiento experto– y en las señales
simbólicas –medios de intercambio como el dinero– que prestan "seguridad
ontológica" a los actores respecto de la continuidad de su identidad y de
la de sus entornos sociales o materiales de acción. Giddens entiende que la
acentuación de estas transformaciones –y pese a las consideraciones de los
pensadores posmodernos– no supone haber ido más allá de la modernidad, sino que
se vive su etapa de radicalización en la que sus rasgos se universalizan
formando un genuino marco histórico mundial para la acción y la
experiencia. Consecuente con esta misma
orientación es su tesis de que la globalización no es primariamente un fenómeno
económico ni político, sino que se refiere a una reorganización del espacio y
el tiempo. La capacidad de "acción
a distancia" –que hace que lo local y lo mundial se impacten mutuamente–
en la modernidad reciente se relaciona con la emergencia de medios instantáneos
de comunicación impresos y electrónicos, y con la revolución en los
transportes; éstos crean un mundo único en el que, sin embargo, se generan
nuevas formas de fragmentación, marginación y exclusión. Por ello, la
globalización es un fenómeno complejo que actúa a menudo en sentidos
contradictorios; así, el surgimiento de un "orden social postradicional"
va acompañado de un renacer de los nacionalismos y de identidades arcaicas que
se le oponen. En cuanto a su discusión de la subjetividad, Giddens enfatiza que
la "identidad del yo" debe ser entendida reflexivamente, como
continuidad en el tiempo y el espacio de una biografía que es continuamente
interpretada reflejamente por el agente; ello incluye el control reglado del
cuerpo y de las "actuaciones" efectuadas en situaciones sociales
concretas. Y esta disciplina corporal es, según Giddens, intrínseca al agente social
competente, es una calidad transcultural, más que estar vinculada al poder
disciplinario de la modernidad según la teorización de M. Foucault y que
nuestro autor considera que presenta –respecto del cuerpo y también de la
sexualidad– un tratamiento "esencialmente insuficiente". Pero esta
continuidad biográfica del yo en condiciones de modernidad tardía sufre un
proceso de intervención y transformación constante signada por la reflexividad
dominante; por eso, la planificación de la vida, organizada de forma refleja y
que presupone una ponderación de los riesgos filtrada por el contacto con el
conocimiento de los expertos, se convierte en el rasgo central de la
estructuración de la identidad del yo. Esto transmuta radicalmente las
relaciones personales en lo que Giddens denomina "transformación de la
intimidad", entendiendo que la nueva intimidad se encamina hacia el
desarrollo de "relaciones puras" –que nada tienen que ver con la
pureza sexual– y que en cambio son aquellas en que han desaparecido los criterios
externos y donde la relación existe tan sólo por las recompensas que puede
proporcionar por ella misma. Dichas relaciones nacen ante todo en el terreno de
la sexualidad, el matrimonio y la amistad, aunque es quizás en el primero de
los ámbitos citados donde se expresa con mayor intensidad, debido a que, como
señala Giddens en La transformación de
la intimidad: "...el sexo se proyecta siempre en el dominio público y
–sobre todo– habla el lenguaje de la revolución". Consecuente con esta
afirmación, sus últimas producciones apuntan al desarrollo de una
"política de la vida" interesada en la realización del yo tanto
individual cuanto colectivo y que surge a la sombra de la "política de
emancipación".
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