Nacido el 12 de diciembre de 1931 en Béziers, en el
sur de Bélgica, Christian Metz murió trágicamente el 7 de diciembre de 1993. Metz abrió
paso, en los años 60, a
la instauración de la teoría del cine como nueva disciplina intelectual. Los
artículos de su obra Essais sur la
signification au cinéma (1968), escritos entre 1964 y 1968, prepararon el
camino para la creación de un departamento de estudios de cine en la Universidad de
Vincennes (París VIII).
Junto a otros intelectuales de
su generación que se inspiraron en la corriente estructuralista (cfr. Bourdieu,
Derrida, Genette), Metz asistió a la École Normale Supérieure (rue d'Ulm),
donde alcanzó la agrégation en
«letras clásicas» (francés, griego, latín) después de obtener también un título
en alemán y una maîtrise en historia
antigua. La formación académica de Metz culminó con un doctorat d'état en lingüística general en la Sorbona.
Paralelamente a sus estudios,
Metz se dedicó a las actividades de cinéfilo y animador de cineclubs. Gran
parte de sus conocimientos de historia del cine y películas concretas que, en
ocasiones, sirven de ejemplos para su obra teórica, procede de dichas
actividades. Además, Metz realizó traducciones del alemán y el inglés,
especializado en obras sobre jazz. Extrañamente, quizá, el contacto con esas
obras sobre música no ha dejado ninguna huella visible en su teoría
cinematográfica, y la música es, de hecho, un aspecto olvidado en sus estudios
(y los de otros) sobre cine.
Para valorar la importancia de
la influencia de Metz, necesitamos saber que, hasta mitad de los años 60, había
pocos análisis sobre la naturaleza de las películas (especialmente como imagen)
o la institución del cine (especialmente desde el punto de vista del
espectador). Es decir, aunque no faltaba la crítica cinematográfica, no se
había escrito casi nada sobre el cine como medio. En respuesta a ello, y de
acuerdo con la evolución de su marco teórico, la obra de Metz sigue dos amplias
líneas de investigación: el estudio semiológico de las películas y el estudio
psicoanalítico del cine. El examen de estas dos líneas de trabajo nos permitirá
tener una idea global del trabajo de Metz.
Inspirado por su formación
lingüística (gracias a su doctorat d'état,
Metz impartió cursos de lingüística general [1966-1969] en la École des Hautes
Études en Sciences Sociales antes de enseñar teoría cinematográfica), empezó a
investigar el cine basándose en los trabajos de Saussure sobre lenguaje, sobre
todo en relación con las categorías, en francés, de langage (lenguaje en general o un lenguaje técnico y específico), langue (el llamado lenguaje natural:
francés, inglés) y parole (el plano del habla o discurso). Igual que la
aproximación de Saussure a los textos literarios partía de la opacidad de
dichos textos (su categoría de sistema lingüístico), Metz empezó partiendo de
la opacidad de la película. Casi inmediatamente se vio con claridad que esta
operación no era sencilla; porque, si el analista literario tenía la gramática
y la poesía como puntos de partida para investigar la opacidad o transparencia
de los textos, para el estudio de la película –el medio de la transparencia par excellence– no existían unos
soportes dispuestos para ser utilizados. La transparencia en el cine, vio Metz,
estaba íntimamente unida a su realismo o verosimilitud. No es que el cine sea
más real que el teatro. Al contrario. Los actores sobre el escenario pueden
constituir una presencia real para el espectador, en contraste con la imagen de
celuloide de la película, pero el teatro, en relación con el drama que se representa,
carece del poder ilusorio basado en la verosimilitud que, como destacará Metz,
es la característica del cine como medio. Así ocurre, al menos, excepto si el
público teatral está interesado principalmente en la presencia per se de un gran actor.
En comparación con el teatro, el
verdadero poder del cine deriva de su capacidad de crear una ilusión de
realidad. «Como el teatro es demasiado real –afirma Metz–, las ficciones
teatrales producen sólo una débil impresión de realidad» (1). Paradójicamente,
tal vez, el «realismo» del cine se logra sólo después de cruzar un umbral de
«irrealidad». Este hecho va unido al requisito de que el espectador deje de
lado su incredulidad, porque el cine como medio –como vehículo de
representación– es una ilusión relacionada con la realidad presuntamente
verdadera que se halla al otro lado. Por supuesto, «una película no es más que
una película... pero aún así»: ésta es la actitud en la que se basa la
suspensión de la incredulidad.
Los primeros ensayos de Metz
reflejan, pues, la noción de que el cine, en general, es un tipo específico de
ilusión, que innegablemente logra seducir al espectador para que abandone su
incredulidad. Una vez inmerso en el mundo del cine, una vez aceptado el
principio de que el cine es una ilusión, una «impresión» de realidad, la imagen
asume todo su poder de seducción. No obstante, presentar el cine, en gran
parte, desde el punto de vista del espectador, como acabamos de hacer, es ir
demasiado rápido. Porque los primeros ensayos de Metz no se centraron tanto en
la película tal como la percibe el espectador (dicha orientación vendría más
tarde, con un estudio psicoanalítico del cine), sino en su modo de
significación. En especial, Metz se interesó por cómo el significante película,
en comparación con otros medios –otros significantes–, logra presentar una
narración (diégesis), intriga, descripción, drama, etc. La clave aquí es que el
cine presenta una estructura narrativa, y no el modo en que unas películas
concretas se desarrollan y pueden interpretarse a partir de ese desarrollo. En
otras palabras, lo importante no es interpretar películas (concretas) –en cuyo
caso, el significante película se vuelve secundario–, sino analizar el cine
como estructura de significado.
El cine, en general, tiende a
ser un desafío para el análisis, porque ser una «impresión de realidad» es su
rasgo definitorio. En toda la primera etapa de su obra, Metz tiene en cuenta
que la historia fílmica, la materia, se plasma siempre a través de la imagen
(el significante película), y que esta última, aunque es un elemento esencial
de la fascinación, no es en lo que consiste el cine.
¿Cómo es posible, pues, que una
serie de imágenes presenten una historia que, aunque sea mínimamente, siempre
está narrada (es decir, siempre se presenta mediante una diégesis)? Un
documental puede recurrir a una voz en
off para dar orden y coherencia a las imágenes presentadas de forma
temporal. Es cierto que algunas películas comerciales utilizan el mismo
recurso; pero la mayoría no lo hace. ¿Cuál es la sintaxis básica del desarrollo
de una película de ficción? Igual que en el caso del análisis que hace Greimas
de la estructura básica de significado en las acciones de los textos
literarios, con un intento de construir una sintaxis universal de las acciones,
a Metz le interesa construir la estructura básica o sintaxis de la diégesis
cinematográfica tal como se plasma en imágenes. Ni Greimas ni Metz están
interesados en interpretar un texto concreto (no se limitan a trabajar,
repitamos, en el plano del significado), sino que pretenden alcanzar un
objetivo mucho más desalentador: la descripción del orden sintáctico básico de
cualquier texto posible, sea literario o cinematográfico. Si bien es verdad que
podría arrojarse cierta luz sobre el problema del significante película
mediante un análisis detallado de películas concretas, y aunque tal vez podría
aprenderse algo sobre la estructura del significante cinematográfico mediante
el conocimiento de unas cuantas películas escogidas, la preocupación
fundamental de Metz es el cine en general.
Decir que una película comercial
–una película de ficción– se desarrolla a través de una estructura narrativa,
es decir que es un discurso y que, por tanto, como afirmaba Benveniste, es una
enunciación (énonciation)
realizada por un sujeto de enunciación (sujet de l'énonciation); o, como prefiere
Metz, un «instrumento narrativo» (instance racontante). En efecto, las imágenes
cinematográficas están siempre organizadas de un modo determinado; no se
ofrecen nunca en forma bruta y descriptiva aunque, desde luego, puede haber
secuencias descriptivas dentro de la diégesis de la película. En tanto que
discurso, la película debe interpretarse como parole –o proceso–, y no como langue
o sistema. Por otro lado, Metz explica que las imágenes cinematográficas
corresponden a afirmaciones (énoncés), o actos de habla,
más que a palabras, precisamente porque, a diferencia de estas últimas, las
imágenes tienen un número infinito y están creadas por el cineasta-hablante.
Además, el cine no es un lenguaje (langue), sino un arte que reúne la connotación (al contrario que la
música o la arquitectura) y la expresividad (utiliza objetos naturales que no
evocan un código). «Un concepto significa, mientras que una cosa es expresiva»,
señala Metz (2).
Debido a que se basa en la
presentación de imágenes en el tiempo y el espacio, el cine suele dar
preferencia al eje sintagmático, horizontal, frente al paradigmático o
vertical. Por precaución, debemos preguntarnos cuál es la razón de que sea así.
La respuesta es que, aunque puede parecer que una página de texto gráfico se
desarrolla también como un sintagma, una palabra es, como explicó Lacan, un
nudo de significados (en gran parte convencionales) que da fragilidad al flujo
horizontal del lenguaje. Pero una imagen, repitámoslo, no es una palabra. Está
producida (en el tiempo y el espacio) por el discurso cinematográfico, un
discurso que no sólo se lleva a cabo a través de la dirección de la cámara,
sino también por el procedimiento del montaje, el acto de unir una imagen con
otra mediante la contigüidad. No se trata de negar la existencia de ciertos
estereotipos (el vaquero heroico) en el cine, ni el uso de símbolos para crear
oposiciones (por ejemplo, blanco frente a negro para corresponder al bien
contra el mal). Sin embargo, Metz, al menos en sus ensayos de los años 60,
señala que dichos rasgos paradigmáticos son muy frágiles. Puede venir otro
cineasta que deje obsoleto el estereotipo o símbolo modificando el contenido de
los elementos significantes (negro = mal, por ejemplo).
En cualquier caso, Metz decidió
apoyar su construcción más rigurosa de una sintaxis cinematográfica en el eje
sintagmático de significado. Resumamos brevemente dicha construcción, que él
denomina la grande syntagmatique (la gran cadena sintagmática).
Esta gran cadena se divide en ocho segmentos autónomos:
1.- Plano
autónomo: no es un sintagma, sino un tipo sintagmático. Equivale a exponer
aisladamente un solo episodio de la intriga. Los insertos –por ejemplo, un
«inserto no diegético» (la imagen ajena a la acción de la historia)– pueden ser
también equivalentes a un plano autónomo.
2.- Sintagma paralelo: corresponde a lo que, a menudo, se llama una «secuencia de montaje
paralelo». Aquí no se observa ninguna relación exacta entre sintagmas. Es un
sintagma acronológico.
3.- Sintagma
de acolada: sintagma de evocaciones. Por ejemplo, Metz indica de qué forma
evoca Godard el erotismo en Une femme
mariée, mediante referencias al significado universal. del «amor moderno».
Este sintagma también es acronológico.
4.- Sintagma
descriptivo: aquí, la relación entre todos los elementos presentados
sucesivamente es de simultaneidad. Por ejemplo, un rostro, luego la persona a
la que pertenece, luego la habitación u oficina en la que está esa persona
(Metz ofrece el ejemplo de una vista del campo, trozo a trozo). Un sintagma
descriptivo es cronológico.
5.- Sintagma
alternante: este sintagma corresponde al «montaje de alternancia», «montaje
paralelo», etc. Mediante la alternancia, el montaje presenta varias series de
sucesos que se interpreta que ocurren al mismo tiempo.
6.- Escena:
la escena, propiamente dicha, equivale a un flujo continuo de imágenes sin
ningún hiato diegético; una de las construcciones cinemáticas más antiguas.
7.- Secuencia
por episodios: la discontinuidad se convierte en un principio de la
construcción. Un sintagma lineal provoca una discontinuidad de los hechos. Metz
la denomina «la secuencia propiamente dicha».
8.- Secuencia
ordinaria: la disposición de las elipsis en orden disperso, cuyo ejemplo
son los momentos que saltan y que parecen no tener interés. Lo importante de
cualquier secuencia es que es ajena a las «condiciones reales de percepción».
A mitad de los 70, Metz había
empezado a pensar que el enfoque semiótico del cine solía dar preferencia al
plano de la estructura del discurso fílmico y olvidar las condiciones de
recepción de la película, la posición del espectador. Además, Metz se dio
cuenta de que justificar la dinámica de dicha posición suponía, al mismo
tiempo, explicar el cine como institución; porque el cine no existiría si no
fuera por el deseo de los espectadores de «ir al cine». Este cambio de
orientación, del significado a la recepción de la película, coincidió con su
interés en el estudio psicoanalítico (es decir, freudiano y lacaniano) del
cine.
Metz emplea los conceptos
lacanianos fundamentales de «imaginario» y «simbólico» para explicar la lógica
de la fascinación del espectador ante la imagen. Mediante la evocación de la
«fase del espejo» de Lacan, Metz considera que el hecho de que el espectador
quede cautivado por la imagen equivale a la identificación del niño con su
propia imagen en el espejo. Más importante, dicha identificación produce
placer, un factor reforzado por los estímulos que la institución cinematográfica
ofrece al espectador. Desde luego, esta institución tiene un enorme interés en
asegurar que el expectador experimenta cualquier película individual como –para
utilizar términos de Klein– un «buen objeto»: el objeto imaginario que
frecuentemente constituye la base de una fantasía placentera. Un «mal objeto»,
por el contrario, es lo que el sujeto espectador pretende evitar.
El espectador ha asimilado el
elemento positivo asociado a ir al cine porque también forma parte de la
institución cinematográfica. Es decir, la imaginación del sujeto es parte
integrante de dicha institución. El cine se integra, en efecto, en su deseo. La
pantalla pasa a equivaler a un espejo que ofrece una imagen del propio deseo
del sujeto. Metz demuestra que, puesto que el cine está estructurado de este
modo, el discurso sobre cine forma frecuentemente parte de la institución
cinematográfica. Por lo que sólo en escasas ocasiones puede ser crítico de
ella.
Por el contrario, el teórico
intenta asumir la posición de lo simbólico, pero dicha posición, como reconoce
Metz, es precaria, precisamente porque está involucrada también la imaginación
(léase: deseo) del teórico. En otras palabras, el cine plantea, de forma aguda,
el problema de distinguir un juicio sobre lo que es bueno, u objetivo, de una
expresión de lo que es deseable.
En un estudio psicoanalítico
continuado del significante cinematográfico (es decir, la materialidad del
cine, no lo que significa), Metz intenta comparar el cine con el nivel del
proceso primario en la teoría de Freud, con lo que llama la atención sobre el
aspecto del impulso: el modo en que fascina la imagen, el modo en que la visión
de la película se aproxima al ensueño, y el modo en que la metáfora y la
metonimia se aproximan al pensamiento del proceso primario basado en la
condensación y el desplazamiento. El aspecto del impulso implica, en primer
lugar, que existe placer en percibir lo que ocurre en la pantalla y, además,
debido a la irrealidad de la
película, que el placer del espectador no procede de un objeto propiamente
dicho, sino que es narcisista, imaginario. La irrealidad del significante
cinematográfico invita a la comparación con el ensueño y la imagen en el
espejo. Como el sueño, la película posee una cualidad alucinatoria que, al
mismo tiempo, exige interpretación; como la experiencia prototípica del niño
ante el espejo, relatada por Lacan, las imágenes cinematográficas también
provocan placer. Por supuesto, a diferencia del espejo, el cuerpo del
espectador no está en la pantalla. Y el espectador es muy
consciente de que la imagen es sólo una imagen. Sin embargo, afirma Metz, la
identificación sigue siendo crucial, sólo que ahora el espectador «se
identifica consigo mismo, consigo
como acto puro de percepción» (3).
En la oscuridad del cine, el
espectador desarrolla una serie de situaciones freudianas, derivadas
precisamente del carácter de irrealidad del significante fílmico. Destacan
especialmente la pasión de gran alcance, el voyeurismo y el fetichismo. Cada uno de
ellos estimula impulsos que, hasta cierto punto, no necesitan un objeto real
para lograr satisfacción. El voyeurismo evoca la escena primitiva del
niño que está presente mientras sus padres tienen relaciones sexuales. La
posición del voyeur es pasiva e
implica una separación entre el ojo y el objeto. El fetiche equivale a un
sustitutivo del pene en la castración. Es una forma de negar la ausencia del
pene (= objeto real) y asombrarse ante el cine como gran técnica de ilusión.
¿Hasta el punto del engaño y la alucinación? Así lo indica prácticamente Metz
en algunos momentos, por el interés que tiene en subrayar el hecho de que el
espectador, qua espectador, rechaza la irrealidad cinemática.
Podría decirse del tratamiento
que Metz hace del ensueño y el cine lo mismo que acabamos de decir sobre su tratamiento
del espectador como fetichista. La analogía resulta demasiado completa. Porque,
mientras que el ensueño y la alucinación producen frecuentemente una confusión
entre la realidad y la ilusión (por eso Freud llamó al sueño una psicosis) (4),
la marca diferenciadora del significante cinematográfico, podría afirmarse,
reside precisamente en que se experimenta como ilusión. Es justo el mismo tipo
de placer que Lacan atribuye al trompe
l'oeil en la pintura, que, lejos de engañar, se entrega como lo que es, como
pura apariencia, como ilusión. Muchos pensarán que el análisis de Metz
no concede suficiente importancia a este aspecto. Hasta tal punto, que un autor
(5) ha observado que Metz ha contribuido a la confusión, en la teoría del cine,
entre el sujeto panóptico de Foucault, engañado por una identificación
demasiado enérgica con lo que sucede en la pantalla (la pantalla pasa a ser
equivalente al espejo), y la teoría de Lacan sobre el sujeto de la mirada, que
siempre percibe una ilusión como una ilusión (la pantalla no equivale al
espejo).
NOTAS
- Christian Metz, Film Language: A Semiotics of the Cinema (traducción de Essai sur la signification au cinéma [1968], volumen I), trad, de Michael Taylor, Nueva York, Oxford University Press, 1974, pág. 10.
- Ibíd., pág. 78. Traducción modificada.
- Christian Metz, The Imaginary Signifier: Psychoanalysis and the Cinema, trad. de Celia Britton et al., Bloomington, Indiana University Press, 1982, página 49. La cursiva es de Metz.
- Sigmund Freud, An Outline of Psychoanalysis, trad. de James Strachey, Londres, The Hogarth Press, 1940, ed. rev. 1969, pág. 29. (Trad. esp.: Esquema del psicoanálisis y otros escritos, Madrid, Alianza, 1990.)
- Joan Copjec, «The orthopsychic subject: Film theory and the reception of Lacan», October, 49 (verano de 1989), págs. 58-59.
PRINCIPALES OBRAS DE METZ
Ensayos sobre la significación en el cine, Volumen 1: 1964-1968, Paidós 2002.
Ensayos sobre la significación en el cine, Volumen 2: 1968-1972, Paidós 2002.
El significante imaginario: psicoanálisis y cine. Paidós, 2001
Essais sémiotiques, París, Klincksieck, 1977.El significante imaginario: psicoanálisis y cine. Paidós, 2001
OTRAS LECTURAS
AGIS COZYRIS, George, Christian Metz and the
Reality of Film, Nueva
York, Arno Press, 1980.
COPJEC, Joan, «The orthopsychic subject: Film
theory and the reception of Lacan», October,
49 (verano de 1989), págs. 53-71.
HENDERSON, Brian, Classical Film Theory: Eisenstein,
Bazin, Godard, and Metz, Ann
Arbor, Mich., University Microfilms International, s.a.
ROSE, Jacqueline, «The imaginary», en Sexuality in the Field of Vision, Londres,
Verso, 1986.
Gracias!!
ResponderEliminarLink al libro "El significante imaginario":
ResponderEliminarhttps://semioticaderedes-carlon.com/wp-content/uploads/2018/04/4-Metz-Christian-El-significante-imaginario.pdf