Nació en Nueva York, el 10 de mayo de 1919; murió en Massachusetts el 25 de enero de 2011. Doctor en
Filosofía y Letras por la Universidad de Columbia. Profesor de
Sociología en las universidades de Columbia y Harvard. Profesor
invitado de la Universidad de Cambridge. Miembro de la Sociedad
Estadounidense de Filosofía, de la Academia Estadounidense de Artes y
Ciencias, y del Consejo de Relaciones Exteriores, entre otras numerosas
actividades académicas de primer nivel.
La teoría sociológica de
Daniel Bell parte de la crítica del marxismo (al que se había adherido
en su juventud), o para precisar mejor, de los marxismos surgidos de la
desilusión de algunos intelectuales occidentales con el resultado de la
puesta en práctica de la teoría de Marx en la Unión Soviética, fueran
apologéticos o críticos con el socialismo real resultante. En su primer
libro importante, The End of Ideology (adviértase el uso del término
"ideología" en singular), Bell constata el agotamiento de un tipo de
pensamiento político-sociológico que radica en los racionalismos del
siglo XVIII y los irracionalismos del siglo XIX, que encuentra su
máxima expresión filosófica en el pensamiento de Hegel, su mayor
radicalización en Feuerbach, su más efectiva influencia sobre el
pensamiento y la historia en la teoría de Marx y Engels, y su puesta en
práctica en la Unión Soviética. La "ideología" del título es claramente
el marxismo, aunque Bell se resiste a limitarse tan tajantemente. El
subtítulo del libro –Sobre el agotamiento de las ideas políticas en los
años cincuenta– sitúa y delimita su crítica a un momento histórico; su
título, mucho más discutido y conocido que el contenido, ha dado pie a
toda una historia de recepción confusa y llena de malentendidos
voluntarios e involuntarios. La ideología es para Bell un sistema
científico que intenta dar una visión totalizadora de la sociedad.
Acude a la metáfora de la telaraña, tan frecuente en el pensamiento y
la literatura del siglo XIX. En el pensamiento ideológico todo está
interconectado y regido por un solo principio; por lo tanto, este
pensamiento omnímodo tiende a la acción política radical, y en
definitiva al totalitarismo. En el análisis racional se entremezclan
dos momentos no racionales: 1) el principio totalizador no es resultado
del análisis, sino que es metarracional y 2) para la conversión de la
teoría en acción hace falta un motor irracional que Bell encuentra en
el voluntarismo de la acción. Contundentemente define la ideología como
"voluntad fundida con ideas".
Ahora bien, el argumento principal de
Bell contra la "ideología" no es sólo resultado de su crítica
filosófica, sino del diagnóstico de su inoperancia para el análisis de
la realidad socioeconómica concreta de Estados Unidos en los años
cincuenta. En definitiva, Bell es un sociólogo práctico que siente el
dogma predominante en las ciencias sociales contemporáneas como una
camisa de fuerza y, por lo tanto, se propone reemplazarlo por otra
dogmática más útil y operativa.
Así, analiza la realidad social y
económica estadounidense de los años cincuenta –resultante de las
transformaciones en la estructura social y el sistema capitalista
durante las décadas anteriores– y diagnostica el emergente papel de
árbitro económico que desempeña el Estado; la transformación del
capitalismo familiar en capitalismo anónimo de grandes empresas y
sociedades; la consiguiente diferenciación entre clase pudiente y grupo
dominante (la burocracia de los ejecutivos); la evolución de una
sociedad frugal de valores éticos puritanos hacia una sociedad de
consumo de perfil ético hedonista; y la enorme reestructuración en el
campo ocupacional con una progresiva disminución del sector secundario
(industrial) en favor del sector terciario (de servicios).
Para
aproximarse científicamente a estas realidades es poco útil la visión
causativa y determinista del esquema ideológico que se rige por un solo
principio totalizador. Bell le opone una visión más flexible que
comprende tres órdenes, si bien interconectados, claramente
diferenciados y regidos por ritmos de transformación autónomos y
principios axiales muchas veces contradictorios.
El principio
axial, concepto teórico fundamental en Bell, se define, no como
principio causante, sino como motor energético central y marco
estructurante que rige la teleología de los órdenes, principio que
tiene supremacía lógica sobre todos los otros principios, que se le
subordinan. El acento está puesto en la centralidad más que en la
"principalidad" del principio axial.
Los tres órdenes cuyo conjunto
y amalgama forman la sociedad moderna son: la estructura
tecnoeconómica, el orden político y el ámbito cultural. Éstos se fueron
formando en lo que Bell denomina "la segunda era axial", la historia de
los últimos 200 años, que aporta transformaciones fundamentales
–revolucionarias– a la cultura universal: la revolución del
conocimiento. (La primera era axial, concepto tomado de Karl Jaspers,
se sitúa en la segunda mitad del milenio anterior a Cristo.) En estas
tres revoluciones de la segunda era axial subyacen dos nuevas formas de
pensar en sentido instrumental: la tecnología, que subraya la
racionalidad de todas las relaciones medios-fines, y la idea de
productividad, que inicia la posibilidad de aumentar la cantidad
disponible de riqueza, lo que permite por primera vez definir ésta como
una cantidad de bienes potencialmente infinita. Estas dos nuevas formas
de pensar son las que fundamentan y caracterizan los principios axiales
que rigen los tres órdenes. Así, la eficiencia productiva es el
principio que dinamiza la estructura tecnoeconómica, la idea de la
igualdad la meta rectora en lo político, y la autorrealización el eje
dinámico del ámbito cultural. Si bien los tres principios son el
resultado de un cambio de visión del pensamiento común, cada uno de
ellos es autónomo; no reconocen jerarquía entre sí, se comportan con
ritmos de tiempo e intensidad diferentes, y aunque a veces pueden
reforzarse y potenciarse mutuamente, también pueden en otras
oportunidades contradecirse y combatirse. Estas contradicciones son
justamente las que caracterizan las tensiones y los conflictos sociales
en la segunda era axial.
Si en The End of Ideology el análisis
concreto de la complejidad social de Estados Unidos en los años
cincuenta lleva a Bell a cambiar el modelo sociológico totalizador
"ideológico" por otro más flexible y eficaz, en sus obras siguientes,
El advenimiento de la sociedad postindustrial y Las contradicciones
culturales del capitalismo, se propone, ya con el nuevo modelo
afianzado, un trabajo de prognosis social. Del análisis de lo existente
–las sociedades industriales avanzadas– se puede intentar, dadas
ciertas regularidades y repeticiones de los fenómenos, y ciertas
tendencias visibles y formulables, una visión de su futuro probable
como conjunto de proyecciones. Bell no intenta hacer futurología ni
predicciones sobre acontecimientos, sino que trata de mirar adelante
desde la base privilegiada del análisis prospectivo de la sociedad
industrial avanzada. Esta visión de futuro que Bell denomina "sociedad
postindustrial", hoy en día en parte ya es presente y conforma un
diagnóstico lúcido de la sociedad contemporánea que contrasta
notoriamente con la verificación de los resultados más bien pobres de
las predicciones de los futurólogos contemporáneos a su obra.
El
concepto de "sociedad postindustrial" es una construcción analítica y
no la descripción de una sociedad futura pero concreta. No es, por
ejemplo, la sociedad "sucesora" de la sociedad capitalista o
socialista, sino que de alguna manera atraviesa y transforma ambas. Con
el término "postindustrial", Bell subraya el carácter transitorio e
intersticial de una sociedad inmersa en permanentes cambios de tipo
científico, tecnológico y cultural, cuyo rumbo se puede prever pero
cuyo resultado final, si es que lo hay, todavía se oculta.
Bell
define la sociedad postindustrial en cinco dimensiones características:
1) De una economía productora de bienes se pasa a otra con
preponderancia del sector terciario, productor de servicios. 2) En la
distribución ocupacional hay una preeminencia cada vez más acentuada de
la clase profesional y técnica. 3) El principio axial de la sociedad es
la centralidad del conocimiento teórico como motor de innovación y
formulación política. 4) La orientación futura tiende hacia la
planificación y el control de la tecnología. 5) Las tomas de decisión
se basan en una nueva tecnología intelectual que define la acción
racional e identifica los medios para llevarla a cabo.
La fuente
más importante del cambio estructural de la sociedad es entonces un
cambio en el carácter del conocimiento y en los modos de innovación: la
evolución del conocimiento no se basa ya en la investigación lineal y
asistemática o en el feliz hallazgo que significa el invento, sino que
esta evolución está prevista y controlada en su carácter de crecimiento
exponencial por la investigación sistemática, la codificación del
conocimiento teórico y la nueva tecnología intelectual.
El
fundamento y el límite de la prognosis social están dados por la medida
de consenso y previsibilidad de los sujetos involucrados en las tomas
de decisión; en definitiva, por su racionalidad. Ahora bien, en el
meollo mismo de la revolución que la segunda era axial significa hay
una semilla de irracionalidad que se está convirtiendo crecientemente
en el problema más álgido de la sociedad postindustrial: es la idea de
la autonomía del individuo. El ser metafísico de la persona, partícipe
de una naturaleza común, como lo concibe la filosofía clásica, en el
pensamiento moderno se convierte en un yo, y su preocupación principal
es la autorrealización como individuo auténtico e incomparable. Ya la
Reforma protestante establecía la justificación individual del yo ante
Dios, y el individualismo es, en lo económico, el principio que
posibilita el desarrollo capitalista cuyo afán de lucro no se funda en
la satisfacción de las necesidades, que son limitadas, sino en los
deseos, que son ilimitados. El yo burgués se caracteriza por una
tendencia apetitiva que lo lleva a cumplir ferozmente sus deseos
(Leviatán), que está frenada tan sólo por la ética restrictiva del
protestantismo, que limita su desenfreno al campo económico, y, por
otra parte, por el imperativo de la productividad y la eficiencia,
principio axial del campo que viene a reforzar racionalmente la
restricción que impone la religión.
No son así las cosas en el
ámbito de la cultura. En este campo, la autorrealización actúa como
principio axial desde el comienzo de la era burguesa. La dirección de
este principio es anárquica, antinómica, antiinstitucional, y en el
fondo, irracional, lo que produce el choque permanente con la
racionalidad economicista y tecnocrática del campo tecnoeconómico. En
la era clásica de la burguesía, este impulso estaba domesticado y
circunscripto al ejercicio discrecional pero simbólico de una
restringídísima élite cultural, pero, en el campo de la cultura de la
no élite, la autorrealización estaba frenada por la ética puritana que
obligaba a los individuos a trabajar por su vocación y a cumplir con
las normas de la comunidad, limitándose la autorrealización a la
relación personal entre el yo y Dios. Desde mediados del siglo XIX, el
modernismo va quebrando progresivamente la autoridad religiosa y los
frenos que ésta impone. Pero no es el modernismo quien socava
solitariamente la ética protestante, sino que son la dinámica del
propio capitalismo y su principio axial los que le dan el golpe
definitivo: es la posibilidad del crédito, que elimina la necesidad de
ahorro y hace posible la satisfacción instantánea de los deseos, lo que
acaba con la ética de la posposición. Así, el placer como modo y meta
de vida, la autorrealización consumista irrestricta, el hedonismo
desenfrenado, se han convertido en la última justificación cultural y
moral del capitalismo.
Esta contradicción cultural del capitalismo,
además de otras, como la que surge de la antítesis entre un orden
tecnoeconómico burocrático-jerárquico y un orden político que tiende en
su axialidad hacia la igualdad, o la que se basa en la tensión entre
especialización profesional y autorrealización integral, son en su
potencial y actual conflictividad los límites intrínsecamente impuestos
a la tarea de prognosis social, o sea, a la evolución racional y
previsible de la sociedad. Bell percibe estos puntos críticos, estas
grietas que se abren a la irracionalidad, los formula, los analiza,
casi los conjura. Pero en el fondo confía, como pensador entroncado en
lo mejor de la tradición liberal, en la racionalidad fundamental y
definitiva del ser humano.
Patricio Lóizaga
Bibliografía:
The New American Right, 1955.
The End of Ideology, 1960 (trad. esp., El fin de las ideologías, 1964);
reed.: The End of Ideology. On Exhaustion of Political Ideas in the
Fifties, 1988 (trad. esp., El fin de las ideologías: sobre el
agotamiento de las ideas políticas en los años 50, 1992).
The Radical Right, 1963.
The Reforming of General Education, 1966.
Towards the year 2000, 1968.
Capitalism today, 1971.
The Coming of Post-Industrial Society, 1973 (trad. esp., El
advenimiento de la sociedad post-industrial: un intento de prognosis
social, 1976).
Cultural Contradictions of Capitalism, 1976 (trad. esp., Las contradicciones culturales del capitalismo, 1977).
The Crisis in Economic Theory, 1981 (con Irving Kristol).
The Social Sciences since the Second World War 1981 (trad. esp., Las ciencias sociales desde la Segunda Guerra Mundial, 1984).
The Winding Passage: Essays & Sociological Journeys, 1980.
The Deficits: How Big? How Long? How Dangerous?, 1985 (con Lester Thurow).
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