Charles Sanders Peirce nació en
el seno de una familia de intelectuales el 10 de setiembre de 1839 (en Cambridge Massachusetts, su padre, Benjamin, era
profesor de matemáticas en Harvard) y, en 1859, 1862 y 1863, respectivamente,
obtuvo los títulos de BA, MA y BSc en dicha universidad. Durante más de treinta
años (1859-1860, 1861-1891), Peirce llevó a cabo, sobre todo, trabajos
astronómicos y geodéticos para los reconocimientos de costas de Estados Unidos.
Entre 1879 y 1884, fue profesor de lógica a tiempo parcial en la Universidad Johns
Hopkins. Murió el 19 de abril de 1914 en Milford, Pennsilvania.
Estos méritos y esta experiencia
no expresan verdaderamente la erudición clásica que se transmite en los textos
de Peirce. No sólo tradujo del griego antiguo el término «semiótica», ahora tan
familiar, sino que fue un estudioso de Kant y Hegel, a los que leía en alemán,
y se sintió especialmente cercano a la filosofía de Duns Escoto, sobre todo al
término acuñado por éste, haecceitas, que significa «cualidad de esto»
(1). La haecceitas evoca también la singularidad.
Se ha recordado a menudo que
Peirce fue una mente original que, además de ser considerado el fundador del
pragmatismo, hizo aportaciones importantes a la lógica filosófica y matemática
y, sobre todo, fundó la semiótica. Con menos frecuencia se destaca el hecho de
que Peirce consideraba su teoría semiótica –su trabajo sobre los signos–
inseparable de su trabajo sobre lógica. A su juicio, se considera que la
lógica, en su sentido más amplio, «ocurre siempre mediante signos», equivale a
una «semeiótica [sic] general, que no
se ocupa simplemente de la verdad, sino de las condiciones generales para que
los signos sean signos» (1.444). En pocas palaras, los signos están vinculados
a la lógica porque son los vehículos del pensamiento como articulación de las
formas lógicas. De forma aún más oportuna, Peirce demuestra, en un texto de
1868, cuando tenía veintinueve años, que «el único pensamiento, pues, que puede
conocerse es el que se piensa en signos. Pero el pensamiento que no puede
conocerse no existe. De modo que todo pensamiento debe estar necesariamente en
signos» (5.251). Por consiguiente, para Peirce, la filosofia en general es
inseparable de la articulación e interpretación de los signos. De cualquier
forma, su teoría de los signos es lo que nos interesa aquí; es decir, nuestro centro
de atención será Peirce el semiótico.
Aunque Peirce produjo más de
diez mil páginas impresas, nunca publicó un libro completo sobre ninguna de sus
materias de interés. El resultado es que, en relación con su trabajo sobre los
signos, debe considerarse que las ideas de Peirce están siempre en progresión y
sujetas a modificación y elaboración. Además, Peirce da frecuentemente la
impresión de que juzgaba necesario empezar de nuevo en cada reflexión sobre el
problema, como si, en cada ocasión, se dirigiese a un público nuevo (de ahí la
repetición) y como si la formulación previa del tema tuviera defectos (de ahí
las alteraciones y elaboraciones). Es decir, Peirce no posee un documento
definitivo sobre la naturaleza de los signos; sólo reelaboraciones sucesivas
que repiten tanto como renuevan. ¿Cuáles son los aspectos esenciales de estos
textos?
En el campo de la semiótica se
ha repetido con frecuencia (2) que, en el sentido más amplio, un signo es,
según Peirce, lo que representa algo para alguien (cfr. 2.228). La sencillez de
esta formulación contradice el hecho de que hay una función de signo: el signo
A denota un hecho (u objeto) B, para un intérprete C. Es decir, un signo no es
jamás una entidad aislada, sino que siempre tiene estos tres aspectos. Un signo,
dice Peirce, es una muestra de Primero, su objeto, una muestra de Segundo, y el
interpretativo –el elemento intermedio– es una muestra de Tercero. Peirce
buscaba estructuras ternarias siempre que podía. En el contexto de la
elaboración de signos, Tercero produce asimismo una semiosis ilimitada, en la
medida en que un interpretativo (idea) que lee el signo como signo de algo (es
decir, como representación de un significado o un referente) puede siempre ser
captado por otro. El interpretativo es el elemento indispensable para vincular
el signo a su objeto (inducción, deducción y abducción [hipótesis] constituyen
tres –repetimos, tres– tipos importantes de interpretativos). Un signo, para
existir como tal, debe interpretarse (y, por tanto, tener un interpretativo).
La palabra «S-T-O-P» sobre fondo rojo, en una intersección de tráfico,
significa que hay que detenerse al llegar a dicha intersección. El signo es
/stop/; el objeto es «detenerse», y el interpretativo es la idea que une el
signo a ese objeto concreto. El signo podría indicar también la presencia de
una carretera principal, o una zona densamente poblada. A través de la función
del interpretativo se pone en funcionamiento un proceso de semiosis ilimitada.
Es decir que, como explica Eco, el interpretativo es otra interpretación (3).
Como el signo de función, los
tipos de signos también tienen una forma básica de tríada. Los tres elementos
fundamentales son el ícono, el indicio y el símbolo. Dicho más sencillamente,
un signo icónico es el que, en uno o varios aspectos, es lo mismo que el objeto
significado. En otras palabras, el «significante virtud» de un ícono es su
cualidad. Un retrato es icónico en la medida en que las cualidades de la
representación sean similares a las del sujeto representado. Aunque Peirce
reconoce que los íconos pueden contener elementos convencionales, Eco ha
afirmado que una imagen de espejo es un «ícono absoluto» (4). Un indicio, por
su parte, es un signo físicamente unido a, o influido por, su objeto. Los
ejemplos que da Peirce son un gallo de veleta, un barómetro, un reloj solar.
Los pronombres demostrativos (éste, aquél), un grito de «¡Socorro!» que indica
a alguien que necesita ayuda, o un golpe en la puerta que indica que alguien
quiere entrar, son también ejemplos de signos que sirven de indicios. A
diferencia del ícono, el indicio tiene una relación «dinámica» con lo que
significa. El «símbolo», como recuerda Peirce, significaba inicialmente «algo
que se unía», mediante un contrato o convenio (2.297). En un escenario contemporáneo,
un símbolo se refiere, para Peirce (que se aparta de Saussure en este punto), a
los signos convencionales utilizados, por ejemplo, en el habla y la escritura.
«Un símbolo auténtico –escribe Peirce– es el símbolo que tiene un significado
general» (2.293). La noción de símbolo de Peirce sugiere la concepción de la
relación arbitraria entre significante y significado en Saussure. Porque la
relación de un símbolo con su objeto es de carácter «imputado». Con la noción
de símbolo también se hace más clara la fuerza del concepto de interpretativo.
Porque ningún símbolo, dada su relación imputada o inmotivada con su objeto,
podría ser un símbolo sin ser interpretado. Las expresiones de habla determinan
signos correspondientes (= interpretativos) en la mente de quien escucha. De
modo que símbolo e interpretativo son inseparables.
Peirce siguió analizando esta
división fundamental de los signos durante toda su vida. Basándose en dichos
análisis, comprendió que la pureza de sus formas básicas de signos, ícono, indicio
y símbolo era problemática. Podía pensarse que cualquier caso concreto de ícono
(por ejemplo, un retrato) tenía elementos convencionales. Y si el retrato era
una fotografía, se unían las características de ícono y de índice. Aunque la
división básica y tricotómica del signo que hemos mencionado es la
diferenciación más conocida, Peirce dividió los signos también con arreglo a
otras dos tricotomías, quizá en un intento de añadir cierta flexibilidad a sus
clasificaciones, pero quizá, inconscientemente, porque se sentía inclinado a
ver las cosas en estructuras ternarias. Fuera por lo que fuera, Peirce elaboró
una plétora de tricotomías, hasta el punto de que, en el caso de las divisiones
de signos, produjo (como se ve en el Cuadro 1) una tricotomía básica de
tricotomías.
Con la primera y la tercera de
dichas tricotomías, Peirce añade refinamiento a su división y le da la
capacidad de analizar una diversidad y complejidad mayor en la producción de
signos. Tomando como punto de partida ese núcleo de tres tricotomías, Peirce
fue aún más allá, hacia la elaboración de una nomenclatura analítica para
distinguir entre signos diferentes y propuso 10 clases distintas. Estas 10
clases están formadas por combinaciones de las tricotomías de base. Tomemos un
ejemplo –un frecuente favorito de Peirce–, el de la veleta: es un «Sinsigno
dicente» (una clasificación derivada de las tricotomías 1 y 3). De este signo,
Peirce escribe que
es cualquier objeto de experiencia directa, en la medida en que es un
signo y, como tal, presenta información relativa a su objeto. Ello es posible
sólo si su objeto le afecta realmente: de modo que es necesariamente un
indicio. La única información que puede ofrecer es la de un hecho real. Dicho
signo debe incluir un sinsigno icónico que encarne la información y un sinsigno
temático indicial para señalar el objeto al que se refiere la información. Pero
el modo de combinación de ambos, o sintaxis,
debe ser también significativo (2.257).
Cuadro
1. Sumario
de las tres tricotomías de Peirce
1 Cualisigno Sinsigno Legisigno
[=una cualidad
que [=un
suceso que es [=una
ley que es un
es un signo] un
signo] signo.
Cualquier signo
convencional es
un legisigno]
2 Ícono Índice Símbolo
[=signo que
tiene [=un
signo que denota [=un signo convencional]
la cualidad del un objeto afectado por
objeto que
denota] ese
mismo objeto]
3 Rema Signo dicente Argumento
[=un signo de una [=un signo de la [=un signo de
una ley]
posibilidad
cualitativa existencia
real de un
por ejemplo, representa objeto]
un objeto posible]
Fuente: Basado en Peirce, 2.243-53.
Aquí se demuestra que ningún
caso material aislado de signo corresponde exactamente a una clasificación
determinada. Sólo mediante el perfeccionamiento continuo de la nomenclatura se
logrará la profundidad analítica. Con esta estrategia, Peirce intenta hacer
justicia a la complejidad de la elaboración de signos. En cierto sentido, no
existe una teoría peirceiana de los signos, sólo un cuadro más flexible para su
clasificación.
Del enfoque de Peirce se deducen
dos aspectos cruciales. El primero se refiere al hecho de que rara vez va más
allá de su intento de desarrollar y refinar un cuadro de categorías de signos.
Como ocurre con cualquier cuadro de categorías, se supone que éste es
exhaustivo. Sin embargo, podemos preguntarnos si un cuadro (relativamente)
estático refleja el verdadero dinamismo de la elaboración de signos. Además, el
hecho de que cada signo parezca tener una autonomía relativa frente a los demás
no hace más que aumentar la sensación de que, al final, el sistema de Peirce es
bastante newtoniano. A diferencia de Saussure, Peirce parecía mucho más
interesado por el aspecto físico de los signos materiales, por sí mismos, que
por los signos como elementos en un sistema discursivo. Estos últimos se
incluirían en lo que denomina la categoría de símbolo; y, aunque Peirce no
olvida la naturaleza del símbolo, su interés se centra claramente en los signos
icónicos y de indicio, esencialmente físicos.
Aunque reconoce debidamente los
avances de Peirce en la distinción de signos, Eco ha sido capaz, sin embargo,
de levantar sospechas sobre la posibilidad de una propiedad verdaderamente
natural, tan necesaria para la viabilidad del ícono o el índice en nuestro
autor (5). Según Eco, el signo icónico está siempre codificado por la cultura,
sin ser totalmente arbitrario. Y parecería que tiene que serlo para
ejemplificar el principio de semiosis ilimitada de Peirce. La semiosis
ilimitada –quizá la aportación más original de Peirce a la semiótica– implica
que un signo sea traducible a otro a través de un interpretativo. Ahora bien,
si se distinguiera un ícono que hace de signo de otros signos porque tiene las
mismas cualidades que el objeto significado, el principio de la semiosis
ilimitada parecería estar en peligro.
Para Eco, una salida posible es
reconocer que, en lo que se refiere a una estructura de signos, las cualidades
llamadas físicas están encerradas, de hecho, en una estructura de percepción y,
por tanto, están codificadas. Al estar codificada (es decir, al no ser idéntica
al perceptum), la percepción puede reproducirse o traducirse a otros signos.
Eco propone, pues, que «los signos icónicos no poseen las "mismas"
propiedades físicas que sus objetos, pero sí dependen de la misma estructura de
percepción o el mismo sistema de retaciones» (6). Por otro lado, Eco sugiere
asimismo que un signo icónico es dificil de analizar precisamente porque pone
en tela de juicio el código existente. Es un caso de ratio difficilis, que puede desafiar el código existente y, por
consiguiente, hacerlo más sutil.
Hasta cierto punto, el propio
Peirce se adelantó a las limitaciones que Eco y otros han detectado en sus
textos sobre los signos. Y no sólo en el sentido de un científico positivista
dispuesto a ceder su lugar en la historia a una nueva generación de
investigadores, sino también como alguien que se juzgaba un «pionero o, más
bien, un patán», dedicado a «aclarar y abrir» la «semiótica, es decir, la
doctrina de la naturaleza esencial y las variedades fundamentales de la
semiosis posibles» (5.488). Y, como si se adelantara a la lectura que Bajtin
hace de Dostoievski, Peirce afirmó también, no sólo que todo el pensamiento se halla
necesariamente en signos, sino que «todo el pensamiento tiene forma dialógica»
(6.338), aunque sea un diálogo consigo mismo. Este hilo dinámico en su teoría
del signo hace de Peirce el padre de la semiótica no positivista.
NOTAS
1. Véase Collected
Papers of Charles Sanders Peirce,
8 vols., ed. de Charles Hartshorne y Paul Weiss (vols. 1-6) y Arthur Burks
(vols. 7-8), Cambridge, Mass., The Belknap Press of Harvard University Press,
1931-1958, vols. 1 y 2 en un volumen, 1965, vol. 1, párrafo, 341. En adelante,
el volumen y el número de párrafo aparecen en el texto.
2. Cfr. Umberto Eco, A Theory of Semiotics, Bloomington, Indiana University Press
(ed. Midland Book), 1979; Julia
Kristeva, Language, The Unknown: An Initiation into Linguistics, trad. de Anne Menke, Nueva York,
Columbia University Press, 1989.
3. Eco, A Theory of Semiotics, pág. 68.
4. Umberto Eco, Semiotics and the Philosophy
of Language, Londres,
Macmillan, 1984, pág. 212.
5. Véase Eco, A Theory of Semiotics, págs.
191-201.
6. Ibíd., pág. 193.
PRINCIPALES OBRAS DE PEIRCE
Obra lógico-semiótica, Madrid, Taurus, 1987.
Escritos lógicos, Madrid, Alianza, 1988.
El hombre, un signo, Barcelona, Crítica, 1988.
OTRAS LECTURAS
ECO, Umberto, A Theory of Semiotics, Bloomington, Indiana University
Press, 1979, págs. 68-72 y 195-200.
FISCH, Max, «Peirce's general
theory of signs», en Kenneth Laine Ketner y Christian J.W. Kloesel (eds.), Peirce, Semeiotic and Pragmatism: Essays by Max H. Fisch, Bloomington, Indiana University Press,
1986, págs. 321-355.
KRISTEVA, Julia, Language and the Unknown: An Initiation into
Linguistics, trad. de Anne Menke, Nueva York, Columbia University Press,
1989.
HOOKWAY, Christopher, Peirce, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1985.
SAVAN David, An Introduction to C. S. Peirce's Semiotics, Toronto, Toronto Semiotic Circle,
1988.
No hay comentarios:
Publicar un comentario