Como
Jean-Jacques Lecercle advierte en su excelente libro sobre la filosofía y el délire (1), los escritos
filosóficos de Gilles Deleuze han ido desde obras de historia de la filosofía
(obras sobre Hume, Nietzsche, Kant, Bergson, Spinoza, respectivamente) hasta
trabajos de filosofía crítica y crítica literaria «no convencional», (Différence et répétition, Logique du sens [Lógica del sentido] y, con Félix
Guattari, dos volúmenes de Capitalisme et
schizophrénie, Kafka y Rizoma). Lecercle observa asimismo que Deleuze es,
«en la escena filosófica francesa, un extraño» (2) cuya obra ha merecido escasa
atención crítica en su país, en gran parte porque «ha permanecido al margen de
las relaciones maestro-discípulo en las que tantos de sus colegas están
envueltos» (3).
En los
países de habla inglesa, por el contrario, Deleuze es posiblemente, junto con
Michel Foucault y Jacques Derrida, uno de los pensadores franceses
contemporáneos más mencionados. Ello resulta más asombroso si se tiene en
cuenta que, a diferencia de sus colegas, Deleuze ha viajado raramente fuera de
Francia para exponer sus ideas. Si bien es cierto que Deleuze ha rechazado las
«relaciones de maestro y discípulo», es necesario reconocer el papel de
Nietzsche en su trayectoria filosófica; pese a que, como Nietzsche, Deleuze
tiene pocos imitadores o ninguno, esta relación inimitable posee una lógica
definitiva, la lógica de un pensador cuyo pensamiento es radicalmente
horizontal.
Deleuze
nació el 18 de enero de 1925 y murió el 4 de noviembre de 1995, en París. Se educó en el Lycée Carnot de París y estudió filosofía en la
Sorbona entre 1944 y 1948: allí conoció, entre otros, a Michel Butor, Michel
Tournier y François Chatelet. Sus principales profesores fueron Ferdinand
Aliquié (especialista en Descartes e intérprete de la filosofía del surrealismo),
Georges Canguilhem (supervisor de Foucault) y Jean Hyppolite (especialista en
Hegel). Tras obtener su agrégation en
filosofía en 1948, Deleuze enseñó dicha materia hasta 1957 en varios lycées. Entre 1957 y 1960 impartió
historia de la filosofía en la Sorbona, y durante cuatro años, a partir de
1960, trabajó como investigador en el Centre National de Recherche Scientifique
(CNRS). Desde 1964 hasta su nombramiento, en 1969, como profesor de filosofía
en Vincennes, por designación de Michel Foucault, Deleuze enseñó en la
Universidad de Lyon. También en 1969 defendió su tesis doctoral, Différence et répétition,
y su tesina, Spinoza et le probléme
de l'expression. Se retiró de la enseñanza en 1987.
En
términos generales, el argumento de Différence
et répétition se funda en la opinión de que, en la era contemporánea, el
juego de la repetición y la diferencia ha sustituido al del mismo y la
representación. En efecto, diferencia y repetición son indicios de un avance
hacia el pensamiento no figurativo y radicalmente horizontal; y Deleuze es el
practicante supremo de dichas ideas. Como veremos, la lectura que Deleuze hace
de Nietzsche ofrece un camino en el laberinto de la horizontalidad. Pero antes
de pasar a esto, veamos lo que implica afirmar que el pensamiento de Deleuze es
radicalmente horizontal. Aunque los términos «horizontal» o «vertical», o sus
variantes (el término deleuziano «rizoma» evoca ya la horizontalidad, pero ésta
es de alcance más amplio), no figuran en realidad en ningún sentido explícito
dentro de la oeuvre de Deleuze, sí
tienden a iluminar su estructura y, por tanto, poseen cierto poder explicativo.
El
pensamiento radicalmente horizontal puede compararse con otras formas de
pensamiento sólo con dificultad; porque los medios para traducirlo son
difíciles de formular. Dicho pensamiento actúa, en gran parte, con arreglo a
sus propias normas y conceptos. Por ello Deleuze, significativamente, no ha
asumido jamás la historia de la filosofía tal como la disciplina la ha definido
convencionalmente en Francia. Para él, un filósofo que piensa (es decir, que
crea un hecho en el pensamiento) se aparta de la historia de la filosofía,
entra en el desierto, en palabras de Nietzsche. Tal vez resulta paradójico que
esta horizontalidad radical no lleve a un orden de igualdad (todos en el mismo
plano), sino a la inestabilidad de las diferencias. La horizontalidad radical
es, pues, el cuasi-orden de la diferencia radical, y la base de comparación se
convierte en un problema. El eje horizontal no implica unos límites firmes
entre identidades, como ocurre con el pensamiento figurativo basado en el mismo, sino que produce la permeabilidad de todos los límites y fronteras. Ésa
es la razón de que el pensamiento horizontal evite (sin oponerse a él) el
pensamiento vertical cotidiano, la jerarquía burocrática, el pensamiento que
incluye la consolidación de identidades.
Teniendo
en cuenta la horizontalidad radical, ¿cómo interpreta Deleuze a Nietzsche? ¿El
hecho de que lea verdaderamente a Nietzsche (un filósofo del canon, por así
decir) no hace sospechosa la idea de que es ajeno a la historia de la
filosofía? Aquí es preciso hacer dos aclaraciones. Primero, Deleuze se
considera un filósofo y trabaja con el material que le ofrece la historia (el
canon) de la filosofía. Ser un filósofo es relacionarse con la obra de otros
filósofos. Segundo, Nietzsche es tangencial respecto a la historia de la
filosofía y Deleuze lo interpreta de forma particular, subrayando la
importancia de los conceptos nietzscheanos de «eterno retorno» y «voluntad de
poder».
Aunque
la lectura que Deleuze hace de Nietzsche es demasiado compleja para explicarla
aquí por completo, destacan varios elementos. El primero es el hecho de que,
para Nietzsche –a diferencia de Hegel–, «origen» significa una pluralidad de
diferencias. Esta idea va unida al uso que hace de la noción de genealogía. La
genealogía es la colocación de los antepasados en un momento determinado con el
fin de separarse de ellos. Así, el idealismo de Platón, las críticas de Kant y
la dialéctica de Hegel son importantes para Nietzsche en la medida en que su
filosofía es un distanciamiento positivo de todos ellos, logrado a través de
una reevaluación. Para él, pues, como demuestra Deleuze, la genealogía es, más
que una interpretación, esencialmente una evaluación. La evaluación supone un
distanciamiento; el distanciamiento es el componente de la diferencia.
Nietzsche necesita a los filósofos del pasado sólo en el sentido en el que un
guerrero necesita un enemigo digno para confirmar sus proezas; no hay nada
reverencial en su utilización del pasado. Deleuze afirma que el pensamiento de
Nietzsche es decididamente antidialéctico y sospechoso de todas las
identidades. El objeto contra el que se enfrenta el filósofo de la diferencia
es «la jerarquía de fuerzas» –o intensidades– que lo expresan. Esa jerarquía de
fuerzas es el valor del objeto (4). Si el objeto es siempre, para Nietzsche, un
juego de fuerzas, ello significa que, en realidad, es otro sujeto; o, más bien,
la filosofía de Nietzsche empieza a hacer problemática la distinción entre
sujeto y objeto. Sujeto y objeto son categorías metafísicas; presuponen las
nociones de unidad e identidad. Son categorías de una filosofía «vertical»
(como la de Hegel). La faceta única de toda filosofía vertical es la separación,
dentro de ella, de la verdad del concepto y la realidad a la que se refiere.
Así, para Platón, el concepto «bien» es distinto de toda manifestación material
de ese bien; se supone que el mundo de las apariencias está separado y
diferenciado del mundo de la esencia, o realidad. Por el contrario, el
Nietzsche de Deleuze rechaza tales distinciones. Para él, bien y mal son
valores; no hay bien objetivo, sólo valores subjetivos o, más estrictamente,
sólo hay valores, o sea, diferencias; el mundo aparente, «subjetivo», es el
único mundo que existe. Nietzsche da así un vuelco al eje vertical de la verdad
objetiva en favor del eje horizontal de los valores. Deleuze se siente muy
atraído por ello.
La
horizontalidad en el pensamiento, iniciada en la era moderna por Nietzsche,
abre paso a la mente creativa, como una forma de poesía, tal vez. Y, de hecho,
Nietzsche no sólo es un gran estilista, sino que convierte el exceso de estilo
en parte de su filosofía. Deleuze advierte que los grandes filósofos han sido siempre
grandes estilistas. El estilo confirma el carácter incomparable del filósofo de
la diferencia. El estilo, además, convierte la filosofía en práctica, en el
sentido de que no hay un sujeto filósofo trascendental por encima de los
productos de su filosofía, igual que no existe un actor separado de sus actos
ni una causa separada de sus efectos. «Sujeto», «actor» y «causa» son nociones
metafísicas características del eje vertical. Dicho eje encarna todo lo que
está atrincherado y es relativamente inmutable, mientras que el eje horizontal
está siempre en movimiento.
Deleuze
hace un gran uso del principio de horizontalidad en sus interpretaciones de
Spinoza, Proust, Leibniz y Lewis Carroll. Así, para Spinoza, «expresión» no es
una apariencia mediante la que se expresa una esencia. Tampoco la moralidad es
una serie de ideales a los que puede aspirar alguien. La expresión es un modo
de estar y actuar en el mundo, mientras que la moralidad es «una ética de la
alegría» que perfecciona el poder de actuar (5). En el caso de Proust, el
énfasis está en los signos, no en los signos como representaciones de objetos,
significados o verdad, o –como podría haberse pensado respecto a En busca del tiempo perdido– en los
signos como vehículos para el recuerdo, sino en los signos como entidades que
enseñan algo. En los textos de Proust, interpretar esos signos es atravesar un
proceso fundamental de aprendizaje que, en el caso de la obra de arte, muestra
que están unidos a las esencias y que éstas se constituyen a través de las
diferencias (no son unidades, sino cualidades únicas) en las que los sujetos
están involucrados. Deleuze muestra también que, cuando Leibniz inventó el
concepto de «pliegue» en filosofía –un concepto inspirado por el período
barroco de la historia del arte–, abrió el camino a una nueva forma de
ejercerla como la construcción de figuras disyuntivas. El pliegue es el modo de
unidad de esas figuras (por ejemplo, la mónada). Más exactamente, el pliegue es
la relación de diferencia consigo mismo. Por último, lo horizontal aparece en
la lectura de Lewis Carroll en un libro –The
Logic of Sense– construido o ensamblado en una serie. La serie, por
definición, puede proliferar; y, como señala Lecercle, «la proliferación es
siempre una amenaza para el orden». (6). Lo horizontal sería, por tanto,
equivalente a la proliferación de la serie.
En su
colaboración con Félix Guattari, el principio de horizontalidad que caracteriza
la filosofía de Deleuze es totalmente visible en la crítica de Freud y el
psicoanálisis. Para Deleuze y Guattari, la teoría del complejo de Edipo de
Freud sirve para confirmar el predominio del pensamiento jerárquico, «en
árbol». El principio de Edipo, afirman, conduce inevitablemente a la idea de un
hecho original, o trauma, que los autores del Anti-Edipo juzgan
poco imaginativo y reductivo. A diferencia de Lacan, Deleuze y Guattari
rechazan la teoría del deseo basado en la carencia y, de hecho, rechazan
también el concepto freudiano de represión. Para Freud, la posibilidad de la
distinción entre sujeto y objeto depende del concepto de represión. La
represión se produce en el proceso de separación de la madre y el niño y el
acceso de éste (en palabras de Lacan) al orden simbólico, el orden de la ley y
el «nombre del padre». Nuestros autores rechazan enérgicamente este «principio
paterno», el principio del origen como identidad. Para ellos no existe
distinción entre lo individual –definido por el deseo– y la colectividad,
definida por la ley; sólo existe el deseo social. Como consecuencia, el deseo está
siempre en movimiento, siempre compuesto por elementos diferentes dependiendo
de la situación; es una especie de máquina, más que un teatro de representación
edípica. Las expresiones, «máquinas de deseo» y «cuerpo sin órganos», refuerzan
la horizontalidad de la teoría. Hemos visto que el deseo no está basado en la
carencia –que es negativa–, sino que siempre está en movimiento y en trance de
reformarse: es un proceso afirmativo de flujos y líneas de vuelo. El «cuerpo
sin órganos» (el término está tomado de Antonin Artaud) es, quizá
previsiblemente, no un cuerpo orgánico (un cuerpo con órganos, «el cuerpo de la
reducción edípica»), sino un cuerpo como el político, siempre en proceso de
formación y deformación. El cuerpo sin órganos se produce en una síntesis
conjuntiva, y no es ni una imagen del cuerpo ni una proyección. En otras
palabras, el cuerpo sin órganos es «rizomático» y no engendrado ni en árbol.
En
conjunto, no cabe duda de que Deleuze es uno de los filósofos creativos más
inseguros de la era contemporánea. Aunque escribe desde la posición de alguien
sumergido en la historia de la filosofía, sus ideas parecen haber tocado una
cuerda democrática en numerosos países de habla inglesa. Hay que preguntarse,
no obstante, si la búsqueda radical de la horizontalidad inspirada por
Nietzsche no podría albergar su propia clase de pureza. Porque parece que nos
encontramos, al menos en los textos más abiertamente políticos de Deleuze, con
un nietzscheanismo sin reservas; el «sí» de Nietzsche se eleva a la enésima
potencia y el «no» se elimina. En la prisa por evitar la represión y lo
negativo en beneficio de una creatividad sin trabas, es importante preguntar
si, como han indicado varios psicoanalistas, el resultado de dicha creatividad
podría ser una disminución de la guerra (organizada verticalmente), pero un
incremento en el potencial de violencia. La importancia de la filosofía de
Deleuze exige que se investigue plenamente esta cuestión.
NOTAS
- Jean-Jacques Lecercle, Philosophy through the Looking-Glass: Language, Nonsense, Desire, La Salle, Illinois, Open Court, 1985, pág. 90.
- Ibíd., pág. 91.
- Ibíd.
- Gilles Deleuze, Nietzsche and Philosophy, trad. de Hugh Tomlinson, Nueva York, Columbia University Press, 1983. pág. 8.
- Gilles Deleuze, Spinoza: Practical philosophy, trad. de Robert Hurley, San Francisco, City Lights Books, 1988, página 28.
- Lecercle, Philosophy through the Looking-Glass, pág. 95.
PRINCIPALES OBRAS DE DELEUZE
Empirismo y subjetividad (1953), Barcelona,
Gedisa, 1981.
Nietzsche y la filosofía (1962),
Barcelona, Anagrama, 1994.
Proust y los signos (1964
y 1970), Barcelona, Anagrama, 1972.
El bergsonismo (1966),
Madrid, Cátedra, 1987.
Differénce et répétition, París, Presses
Universitaires de France, 1968.
Lógica del sentido (1969),
Barcelona, Paidós, 1989.
Spinoza: filosofía práctica (1981),
Barcelona, Tusquets, 1984.
La imagen-movimiento: estudios sobre cine, I
(1983), Barcelona, Paidós, 1994.
La imagen-tiempo: estudios sobre cine, II
(1985), Barcelona, Paidós, 1987.
El pliegue: Leibniz y el Barroco (1988),
Barcelona, Paidós, 1989.
Quest-ce que la philosophie? (con
Felix Guattari), París, Minuit, 1991.
Critique et clinique, París, Minuit, 1993.
Conversaciones, Valencia,
Pre-Textos, 1994.
OTRAS LECTURAS
BOGUE, Ronald, Deleuze and Guattari, Londres y Nueva York, Routledge,
1989.
BOUNDAS, C. V. y
OLKOWSKI, D. (eds.), Deleuze and the
Theatre of philosophy, Nueva York, Routledge, 1993.
BURCHELL, Graham,
«Introduction to Deleuze», Economy and
Society, 13 (1984), págs.
43-51.
HARDT, Michael, Gilles Deleuze: An Apprenticeship in Philosophy, Minneapolis, University of Minnesota
Press, 1993,
LECERCLE,
Jean-Jacques, Philosophy through the Looking-Glass, La Salle, Illinois, Open Court,
1985, págs. 86-117 y 160-197.
PATTON,
Paul, «Conceptual politics and the war-machine in Mille Plateaux», Substance (1984), 44/5, vol. XIII, núms. 3-4, págs. 61-80.
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