Nueva York, Estados Unidos, 1940. Graduado en las universidades de
Columbia y Oxford, obtuvo el doctorado en Harvard. Profesor de Ciencias
Políticas en las universidades de Stanford y Columbia. Muere en su ciudad natal el 11 de setiembre de 2013.
Marshall Berman es autor de Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la Modernidad,
que constituyó un aporte de notable penetración y agudeza al estudio de
la vida contemporánea, y del cual el autor declara que de alguna manera
es la historia de su vida, la respuesta a la fascinación que sobre él
ha ejercido desde siempre el significado de la modernidad.
Con ideas fuertes y originales, esplendor literario y cálido
entusiasmo por el tema, Marshall Berman ha estructurado una obra que
John Leonard considera “un libro brillante y exasperante que inventa
los últimos 200 años de la historia intelectual de Occidente”.
El hilo conductor que guía el desarrollo de las ideas de Berman es
que, en la época actual, las posibilidades de crecimiento y expansión
que se nos ofrecen por un lado, e involucran por otro, entran en una
vorágine de perpetua desintegración.
Partiendo de la base de que ser moderno es vivir una vida de
paradojas y contradicciones, se dedica a una investigación de las
ambigüedades e ironías de la vida moderna a través de ciertos lugares,
ciertos textos, ciertos personajes reales y de ficción que asumen
carácter emblemático. Como ha señalado con mucho acierto Beatriz Sarlo,
lo que impresiona en Berman es su forma desprejuiciada de entrar y
salir de la literatura, su manera de asaltar los textos por donde menos
se piensa: “los amasa, los desordena, hace una lectura irrespetuosa”. A
través de ellos penetra en denodado abordaje avanzando tras las
posibles perspectivas –global y personal– que terminan imbricándose y
potenciándose mutuamente.
Berman diferencia en principio el término “modernismo”, que supone
un núcleo de ideas, imágenes y valores que están de alguna manera
vinculados con las vanguardias, del concepto “modernización”, que es
anterior y estuvo determinado por un complejo de factores como los
descubrimientos científicos, la evolución de la técnica, la
industrialización, la caótica expansión urbana, las alteraciones
demográficas, los cada vez más poderosos estados nacionales, la fuerza
de la pujante sociedad de masas. El libro de Berman se propone trabajar
sobre una dialéctica entre modernización y modernismo.
La historia de la modernidad es dividida por el autor en tres fases.
La primera se extiende desde fines del siglo xvi hasta fines del siglo
xviii; la segunda fase se inicia en 1790, momento en que se comienza a
tomar conciencia de vivir una época revolucionaria que genera
reacciones explosivas en todas las dimensiones de la vida personal,
social y política. Este período clave, que se investiga en todo el
libro con originalidad, es considerado por el autor como aquel en el
cual el hombre moderno del siglo xix puede al mismo tiempo recordar lo
que es vivir material y espiritualmente en dos mundos: uno que no es
moderno en absoluto y otro emergente con su insólita novedad. Para
Berman, esta dicotomía, esta sensación de vivir simultáneamente en dos
mundos, da cauce al despliegue de las ideas de modernización y
modernismo. Esta vivencia sin precedentes del ámbito material y
espiritual, captando su carácter bifaz y contradictorio, condiciona la
sensibilidad de personas que todavía tienen muy vivo el recuerdo de
vivir en un mundo premoderno, y por lo tanto puede no convertir esas
contradicciones en antítesis estáticas e inmutables.
La tercera fase, cronológicamente ubicada en el siglo xx,
corresponde a una ilimitada expansión del sector que participa de esa
experiencia y también de su consiguiente fragmentación.
La tensión dialéctica que había nutrido la experiencia clásica de la
modernidad acentúa progresivamente su polarización. Esa diferencia
entre una experiencia ambigua y dialéctica plena de fuerza creadora, y
una modernidad monolítica a la que se llega a denostar o a exaltar
incondicionalmente, determina el paso de una visión abierta a una
visión cerrada de la vida. Actitudes respecto a la modernidad
–condenatoria la una y acrítica la otra– que nos hacen recordar a los
apocalípticos e integrados de Umberto Eco y que suponen una
identificación simplista con la tecnología, con un alto grado de
nostalgia en el primer caso y el espejismo de una utopía en el segundo.
Ambas desconocen la posibilidad de convertirse en participantes activos
que pongan en marcha el proyecto moderno como un intento de renovación
integral de la sociedad y ejerzan su libertad optimizando las
posibilidades individuales.
Berman distingue en la primera fase como voz arquetípica a Jean
Jacques Rousseau, quien percibe y encarna en sus personajes esa
atmósfera hecha de turbulencia y de vértigo, de expansión y
desestructuración en que nace la sensibilidad moderna.
En la segunda fase, el autor hace del Fausto de Goethe la figura emblemática de la tragedia del desarrollo. Lo extraordinario de la concepción goethiana de Fausto es
la afinidad entre el ideal cultural del autodesarrollo y el movimiento
social real hacia el desarrollo económico. La posibilidad de desarrollo
personal es la transformación radical del mundo. Al liberar el
personaje sus energías a través de sus metamorfosis como Soñador,
Amante y Desarrollista, liberará también las de su entorno, que
irrumpirán como potencias infernales más allá de todo control humano.
Su entrada vital y lírica en la acción marca paulatinamente
su ingreso en un mundo de fronteras abiertas donde han desaparecido las
relaciones feudales y patriarcales, pasaje que lo lleva a nuevos campos
de experiencia, pero que, como todo crecimiento, tiene sus precios
humanos. Su último rol conecta sus impulsos personales, como un
aprendiz de brujo, con las fuerzas económicas, sociales y políticas que
mueven el mundo. Sacará a la luz, según Berman, las potencialidades más
creativas y más destructivas de la vida moderna.
El pensamiento de Marx es el hito siguiente de la incursión del
autor por el siglo xix. De Marx toma la frase con que titula el libro y
a él dedica uno de los capítulos más brillantes, ponderando la claridad
que los conceptos del materialismo histórico han arrojado sobre la vida
material moderna. Marx enfatiza la relación entre la cultura modernista
y la economía y la sociedad burguesa de la cual emana. Reconoce a la
burguesía como la primera clase dominante que es hija de sus propias
obras, y le reconoce también la capacidad de liberar el impulso humano
para el desarrollo, el cambio y la renovación de todas las formas de
vida personal y social. Su secreto es que se ha ocultado a sí misma que
es la clase dominante más violentamente destructiva de la historia.
Marx ve el mundo moderno como mágico y milagroso, y también como
demoníaco y aterrador.
Lo interesante de los agudos señalamientos de Berman es la relación
entre este insaciable burgués en perpetua creación y renovación de
todas las esferas de la vida, con el Fausto de Goethe. A
partir de aquí desarrolla su punto de vista: el marxismo se
desintegrará inevitablemente en el aire porque, entre otras razones,
las formas de comunidad surgidas de la industria capitalista no tienen
por qué ser más sólidas que cualquier otro producto capitalista. Los
conceptos de base del marxismo condenan el futuro comunista.
Berman percibe una tensión entre la percepción crítica de Marx y sus esperanzas radicales. Su análisis bucea en la desnudez del Rey Lear
de Shakespeare, en Montesquieu, en Rousseau, en Kierkegaard, Daniel
Bell, Adorno, Octavio Paz, así como en los textos polémicos de Marcuse
y Hanna Arendt, para profundizar y dar cuenta de la riqueza del
pensamiento de Marx sobre la vida moderna. Como el autor afirma, acudió
a él, no buscando respuestas, sino preguntas, ya que lo que Marx puede
ofrecer no es tanto el camino para salir de las contradicciones de la
vida moderna como el mejor camino para penetrar en ellas. La posición
de Berman con respecto a Marx ha originado con Perry Anderson una viva
controversia cuyas respectivas argumentaciones fueron incluidas en el
volumen El debate Modernidad-Posmodernidad (1989).
El tercer hito del siglo xix en el cual se detiene Berman es
Baudelaire, por su originalidad y su valor como profeta y pionero al
referirse a la modernidad. Su discurso se entremezcla con lo que él
llamó escenas modernas primarias, porque son experiencias que surgen de
la vida cotidiana del París de Haussmann, que adquiere así innumerables
connotaciones. No sólo es la innovación urbanística más espectacular
del siglo xix y el paso decisivo hacia la modernización de la ciudad
tradicional, sino que pasa a ser un lugar donde “multitud de soledades”
confluyen para transformarse en pueblo. El bulevar es un sitio
político; se comparten experiencias y puede reunir fuerzas humanas
explosivas; puede ser el lugar donde se comparte el placer, las
diferencias o la novedosa experiencia de la velocidad.
Como a Marshall Berman le complace no solamente encontrar escenarios
y sujetos que le ayuden a articular su discurso sobre la modernidad,
sino relacionarlos continuamente, no deja pasar por alto la
coincidencia entre Marx y Baudelaire en uno de los temas centrales del
arte y pensamiento modernos: la desacralización.
Así como el bulevar Haussmann es el eje de la nueva experiencia
urbana de París, cuando el autor se refiere a San Petersburgo –tomando
la Rusia del siglo xix como arquetipo del incipiente Tercer Mundo del
siglo xx–, la avenida Nevski es el símbolo del modernismo ruso de esa
ciudad que surge un poco fantasmagóricamente como una irrealidad del
mundo moderno. La literatura rusa que se desplegó en aquel tiempo con
vuelo notable le dará acceso a los vericuetos psicológicos y a las
vivencias del hombre cotidiano. Pushkin, Dostoievski, Gógol,
Chernichevski, Mendelstam, nos introducen en las tribulaciones de la
vida que afrontan los protagonistas de ese cambio. Esos choques, su
imaginación y valentía, ofrecerán claves sobre los misterios de la vida
política y espiritual de las ciudades del Tercer Mundo y podrán
inspirar visiones de acciones e interacciones simbólicas que ayuden a
los demás en su conducta personal y cívica.
El modernismo en Nueva York será el emblema de la modernización del
siglo xx. Las autopistas de Robert Moses, esa Grand Concourse que
desangra el Bronx donde transcurrió la infancia de Marshall Berman, dan
a su análisis el carácter de un conmovedor testimonio personal. Esa
dramática ambivalencia de desarrollo y destrucción le hacen recordar a
Dostoievski cuando advirtió repetidamente que la combinación de amor a
la humanidad y odio a las personas reales era uno de los riesgos
fatales de la política moderna.
La postura ética de Berman lleva constantemente a detenerse en casos
personales, como lo hace en el capítulo “Rostros en la multitud”, en su
respuesta a Anderson, o cuando se cuestiona si no sería tal vez más
fructífero, antes que preguntarse si la humanidad es todavía capaz de
producir obras maestras y revoluciones, preguntarse si puede generar
fuentes y espacios de significado, libertad, gozo, solidaridad. Por eso
no sorprende su valoración de los artistas que pusieron la mirada en la
vida cotidiana, en los objetos y desechos urbanos, en acciones y
acontecimientos que enriquecerían la vida espontánea y abierta de las
calles. Si The Death and Life of the Great American Cities de
Jane Jacobs le parece un mensaje inmediato y próximo de la vida en las
calles de la ciudad, una mirada femenina, un macrocosmos que remite a
la diversidad y plenitud del mundo moderno en su conjunto de los años
sesenta, la década siguiente, con su contracción del crecimiento, su
movilidad reducida y sus energías decrecientes obligó a un repliegue
reflexivo y a una nueva articulación operativa. Los modernismos de los
años setenta se vieron obligados a recuperar y extraer vitalidad de su
memoria del pasado. Rumstick Road, de Gray y James
Bierman, tiene para Berman el carácter distintivo de los añossetenta
por la forma en que utiliza el trabajo grupal y las formas artísticas
plurales para explorar las profundidades de la vida individual.
La indagación apasionada y plena de esperanza de Berman avanza
detectando elementos positivos que puedan suscitar nuevos equilibrios
dentro de la vorágine modernista, nuevos diálogos con el presente y con
el pasado, nuevas orientaciones de la energía hacia un mundo de
dignidad, belleza y significado.
Nelly Perazzo
Bibliografía:
The Politics of authenticity, 1970.
All that is solid melts into Air. The Experience of Modernity, 1982 (trad. esp., Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad, 1988).
Link al texto "Todo lo sólido se desvanece en el aire:
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