Theodor Wiesengrund Adorno
nació en 1903. Según Martin Jay, quizá abandonó el Wiesengrund cuando entró en
el Instituto de Investigaciones Sociales de Nueva York, en 1938, porque sonaba
judío. Entre 1918 y 1919, a los quince años, Adorno estudió con Siegfried
Kracauer. Después de completar su enseñanza secundaria, asistió a la
Universidad de Francfort, donde estudió filosofía, sociología, psicología y
música. Recibió el doctorado en filosofía en 1924. En 1925, Adorno fue a Viena
para estudiar composición con Alban Berg y, al mismo tiempo, empezó a publicar
artículos sobre música, especialmente sobre la obra de Schönberg. Tras
desilusionarse con la «irracionalidad» del círculo de Viena, regresó a
Francfort en 1926 e inició una Habilitationschrift
sobre Kant y Freud, titulada «El concepto del inconsciente en la teoría
trascendental de la mente». La tesis fue rechazada, pero en 1931 terminó otra: Kierkegaard: La construcción de lo estético,
que se publicó en 1933, el mismo día del ascenso al poder de Hitier.
Aceptada su tesis, Adorno se incorporó al Instituto de Investigaciones Sociales
de Francfort, después de que nombraran director a Max Horkheimer. Para escapar del nazismo, el Instituto se
trasladó a Zúrich en 1934, y Adorno fue a Inglaterra.
En 1938, Adorno volvió al
Instituto, que ahora se encontraba en Nueva York, y trabajó en el proyecto de
investigaciones sobre radio de Princeton, dirigido por Paul Lazarsfeld. Durante
su estancia en Norteamérica trabajó en varios proyectos distintos, incluido un
trabajo sobre Doktor Faustus con Thomas Mann. En unión de Max
Horkheimer, Adorno emitió una nota pesimista sobre la razón ilustrada en La dialéctica de la Ilustración,
publicada por primera vez en 1947. En 1953, a los cincuenta años, Adorno
dejó Estados Unidos y regresó a Francfort para asumir un puesto en el Instituto
y, en 1959, pasó a ser su director tras la jubilación de Horkheimer. Al
terminar la década siguiente, Adorno se vio envuelto en un conflicto con los
alumnos que ocupaban las oficinas del Instituto. Murió en 1969 en Suiza,
mientras escribía la que muchos consideran su obra más importante, Teoría estética.
El debate actual (1) sobre
la obra de Adorno se ha centrado, en parte, en saber hasta qué punto se
adelanta a aspectos del pensamiento postmoderno y postestructuralista. Se ha
prestado atención especial, a menudo, a la crítica que hace Adorno del
«pensamiento de la identidad» en su Dialéctica
negativa (2). Aunque es necesario comprender lo que
quiere decir aquí, deberíamos recordar también una serie de elementos que
apartan claramente su proyecto de los que inspiró el pensamiento nominalmente
francés.
Empecemos por la ciencia. Si
Julia Kristeva ha dicho que la semiótica de inspiración estructuralista debe
apoyarse en los avances de la física cuántica, y si Jacques Derrida cita
directamente a Gödel al formular su concepto filosófico de «indecibilidad» (3)
–es decir, si bien la semiótica y el postestructuralismo franceses han forjado
vínculos entre las ciencias naturales y las ciencias humanas–, Adorno, como
otros miembros de la Escuela de Francfort, creía que la ciencia moderna era
inherentemente positivista. Como pretendía elaborar un pensamiento dialéctico
que no «positivizara» de ninguna forma, trataba la ciencia en general con las
máximas sospechas, incluso desprecio. La ciencia, en la filosofía de Adorno,
sería incluso la forma de pensamiento a la que más se oponía, dado que, como el
positivismo en general, se considera absolutamente dependiente de la lógica de
la identidad. La filosofía se ha permitido estar aterrorizada por la ciencia,
asegura (4). Pero la verdad filosófica no equivale a la verdad científica, y la
filosofía no debe negarlo. En resumen, «la filosofía no es ni una ciencia ni la
"poesía meditativa" a la que la degradarían los positivistas en un
oxímoron estúpido» (5).
En segundo lugar, Adorno
mantiene –aunque más en sus obras de crítica cultural que en su filosofía– la
distinción entre «esencia» y «apariencia» (una distinción rechazada por el
pensamiento francés contemporáneo, de inspiración postestructuralista), con el
fin de rehusar el carácter superficial de la apariencia en la sociedad
capitalista moderna. Para Adorno, el mundo de las apariencias, como para
Platón, es un mundo de imágenes y meras ficciones, un mundo de relativisnio y,
sobre todo, de cosificación. En esta lectura, cosificación y mercancías, en el
mundo capitalista, son prácticamente idénticas; las mercancías asumen vida
propia independientemente de sus condiciones de producción. Las mercancías
ocultan la verdad de su carácter ilusorio. Sirven para estimular «la conciencia
cosificada» que es «un momento en la totalidad del mundo cosificado» (6).
Además, a diferencia del
pensamiento francés reciente, la ideología sigue cumpliendo un papel importante
en los análisis que hace Adorno de las circunstancias sociales, incluso aunque,
como muestra en Prismas (7), el
análisis de la ideología no pueda ya basarse en el método «trascendente», en el
que el crítico asegura estar alejado del medio que analiza. La diferencia entre
«esencia» y «apariencia» comprende el efecto ideológico de la cosificación.
Porque, detrás de las apariencias cosificadas, reside la verdad de la
«fantasmagoría» de la producción de mercancías. Esta verdad es que los seres
humanos, pese a lo que puedan creer, no son libres; poseen formas de
pensamiento y acción restrictivas, impuestas por las condiciones sociales
existentes de producción capitalista; viven en «la prisión al aire libre en la
que se está convirtiendo el mundo» (8). La gente se adapta a tales condiciones,
en lugar de oponerse a ellas. Por consiguiente, la libertad de la que habla
Simmel en el mismo contexto es un mito. «En sin estado sin libertad –afirma
Adorno–, nadie tiene, por supuesto, una conciencia liberada» (9).
Por último, Adorno hace más
hincapié en el papel de la conciencia que los pensadores franceses
equiparables, como Lacan o Foucault. Aunque pasó cierto tiempo desarrollando
formas de escapar a una visión reductora del individuo «socializado», y aunque
su posición es compleja en otros aspectos, la concepción del inconsciente que
tiene Adorno es muy sencilla. Para empezar, el inconsciente (como la obra de
Freud en general) es objeto de escasa elaboración en su filosofía. En una de
las pocas ocasiones en las que se refiere explícitamente a él, en Dialéctica negativa, explica:
Cuando la
doctrina del inconsciente reduce al individuo a un pequeño número de constantes
y conflictos recurrentes, revela un desinterés misántropo por el yo
desarrollado de forma concreta; y, sin embargo, recuerda al yo la debilidad de
sus definiciones en comparación con las del id y, por tanto, su carácter tenue
y efímero (10).
Aunque «debilidad», «tenue»
y «efímero» indican un alejamiento de la primacía de la conciencia, existe poca
evidencia de que el inconsciente sea un obstáculo real a la filosofía o el
pensamiento.
En otras palabras, Adorno
parece estar aún más apegado a una lógica de la identidad de lo que sugieren
algunos de sus lectores más recientes. Por otro lado, también es cierto que sus
aspiraciones se dirigen hacia un pensamiento que no esté sola y totalmente en
deuda con la lógica de la identidad. Así, cuando empieza a reexaminar la
naturaleza de la filosofía en Dialéctica negativa, Adorno hace dos
afirmaciones esenciales: primera, que la filosofía «sigue viviendo» tras el
fracaso del intento marxista de desacreditarla por ser demasiado idealista; y,
segundo, que la filosofía necesita un sentido de su propia impotencia ante la
materialidad del mundo para poder seguir siendo creativa y abierta a lo nuevo.
La materialidad del mundo es el lado inexpresable de la filosofía. El carácter
esencial de la filosofía consiste en ser demasiado consciente de las
limitaciones de los conceptos con los que trabaja. «El desencanto del concepto
es el antídoto de la filosofía» (11). En efecto, una filosofía verdaderamente
creativa –que, para Adorno, es la filosofía– busca aquellas cosas que
representan un desafío para el propio pensamiento. Dichas cosas pueden
designarse mediante los términos «heterogencidad» o, con más precisión, «no
identidad».
A diferencia del sistema de
Hegel, en el que el elemento heterogéneo sería reclamado dialécticamente,
mediante el principio de la «negación de la negación», Adorno anuncia el
principio de la «dialéctica negativa», un principio que niega todo tipo de
afirmación o positividad, un principio de negatividad absoluta. Por tanto, la
dialéctica negativa es la no identidad. Este elemento clave del pensamiento de
Adorno tiene varios sinónimos además de los ya mencionados: «contradicción»,
«disonancia», «libertad», «lo divergente» y «lo inexpresable». Pese a la
importancia de la no identidad, Adorno afirma también que ningún pensamiento
puede expresarla realmente: porque «pensar es identificar». El pensamiento de
identidad sólo puede concebir una contradicción pura, es decir, como otra
identidad. Entonces, ¿dónde y cómo deja el pensamiento de la no identidad su
huella en el pensamiento? En otras palabras, ¿cuál es la base material de la
dialéctica negativa en el pensamiento?
En primer lugar, el aspecto
material no es la filosofía como poesía o como arte. La filosofía como arte
equivale a la eliminación de la filosofía. Y a ésta tampoco se le permite, a
juicio de Adorno, ceder al impulso estético. Ello no impide experimentar en la
presentación de nuevos conceptos, desde luego, un proceso que puede conducir a
la poesía, del mismo modo que el arte más vanguardista puede ser una
conceptualización inmanente. Sin embargo, la filosofía debe «vaciar su
esteticismo». «Su afinidad con el arte no le da el derecho de aprovecharse del
arte», y aquí Adorno continúa el argumento en el tono por el que se ha hecho
famoso: «[...] sobre todo, no con arreglo a las intuiciones que los bárbaros
consideran prerrogativas del arte» (12). Todo lo que la filosofía puede hacer
en tales circunstancias es seguir como filosofía. Darse por vencida ante la
imposibilidad de expresar la no identidad implicaría que la filosofía había
malinterpretado el carácter heterogéneo y disonante de la no identidad; en
otras palabras, ceder en este sentido es malinterpretar que la no identidad es
impura, no es, ni siquiera, una contradicción pura. «Los pensamientos que
pretenden concebir lo inexpresable abandonando las ideas falsifican ese
inexpresable» (13). La no identidad es probablemente el telos negativo y oculto de la filosofía. Por tanto, fue un error de
Marx concebir el fin de la filosofía precisamente en esos términos.
El otro sentido en el que la
filosofía podría llegar a su fin es si asumiera la forma (como en Hegel) del
conocimiento Absoluto. Entonces todos los problemas a los que se enfrenta la
filosofía –especialmente su relación con el mundo material– se resolverían
mediante el principio afirmativo de la negación de la negación, que produce una
afirmación.
A través de una sorprendente
serie de vuelcos, Adorno convierte las limitaciones potenciales de la filosofía
en un gesto filosófico cuyas connotaciones sólo estamos, quizá, empezando a
apreciar ahora. «En principio –confirma Adorno–, la filosofía puede siempre ir
a la deriva, que es la única razón por la que puede ir hacia delante» (14). Por
consiguiente, la filosofía es una dialéctica negativa en el sentido más
enérgico; es precisamente la no identidad que intenta conceptualizar. La
función del lenguaje se vuelve crucial, porque el lenguaje equivale a la
presentación de la «falta de libertad» de la filosofía como imposibilidad de
conceptualizar la no identidad. Si el lenguaje dejara de ser importante para la
filosofía, ésta «se parecería a la ciencia».
Las declaraciones de Adorno
en Dialéctica negativa necesitan
leerse conjuntamente con su trabajo sobre estética y crítica literaria. A este
respecto, Minima Moralia,
escrita durante la Segunda Guerra Mundial en estilo aforístico, se opone,
como Kierkegaard (sobre quien también escribió Adorno), a la teoría dialéctica
de Hegel que «al aborrecer todo lo aislado, no puede admitir los aforismos»
(15). En sus reflexiones sobre diversos temas, Adorno intenta –prácticamente,
podemos suponer– hacer una afirmación filosófica que asuma el lugar de la
heterogeneidad de la experiencia humana.
Igualmente, la atracción de
Adorno hacia la música y el arte de vanguardia, especialmente la música de
Schönberg, Webern y Berg, estaba causada, en gran medida, por el deseo de ver
cómo las obras vanguardistas desafiaban a los efectos hornogeneizadores de la
comercialización (léase cosificación) del arte, que reducía los objetos
artísticos a su valor de cambio. La subjetividad se reduce a la condición de
«mero objeto» por ese valor de cambio. Hay en Adorno, pues, un deseo de
conservar la santidad, como si dijéramos, de la subjetividad encarnada en el
objeto artístico contra la embestida del mercado en el que el valor se equipara
al precio. Mediante un estilo paratáctico (la yuxtaposición de afirmaciones en la
que está explícito el nexo entre ambas) y otros mecanismos, la presentación que
hace Adorno de su teoría de la estética en Teoría
estética participa en un
esfuerzo por superar la reducción del arte y el pensamiento a la industria de
la cultura. A diferencia de sus colegas franceses, que tienden a comprometerse
con el valor de cambio para subvertirlo desde dentro, Adorno elogia el arte y
la filosofía difíciles; porque, a su juicio, sólo a través de la lucha para entender es posible otorgar
al valor sus derechos genuinos. El modernismo, como movimiento que encarna la
renovación del valor, sería entonces esencialmente la vanguardia en la que la
obra de arte –«hasta la más sencilla»– se convierte en un complejo tour de force (16). Esta estrategia
vanguardista es el punto de resistencia a la reapropiación por parte del
sistema de mercado.
Algunos autores (como
Lyotard) han llegado a juzgar el enfoque de Adorno como un último intento
desesperado de mantener límites entre el arte superior y la cultura popular precisamente
cuando la base lógica y social de dicho límite se está haciendo insostenible en
virtud de los valores políticos (por ejemplo, la oposición al marxismo
convencional) a los que se adhería el propio Adorno. Además, partiendo del
trabajo de Bataille, es evidente que el valor de cambio puede subvertirse tanto
por los elementos «inferiores» (obscenidad) de la vida social como por los
productos superiores y más espirituales de la vanguardia. Ambos pueden tener el
distanciamiento suficiente como para contrarrestar la inmediatez efímera del
placer de consumo. Quizá lo «inferior» aún más que lo «superior»; porque, en
definitiva, el arte «superior» depende del juicio de la crítica sobre su
naturaleza y su calidad, se incorpora al juego de conceptos. En otras palabras,
el arte de vanguardia y la filosofía se hacen interdependientes, sobre todo –si
se sostiene una analogía con la Dialéctica
negativa– en la medida en que el objeto artístico se hace inseparable de su
materialidad (no identidad). Captar la fuerza y significación del arte de
vanguardia requiere el uso de conceptos que nunca pueden hacer justicia a una
obra; porque la materialidad de la obra constituye su carácter único, y esto es
un reto para la conceptualización. Como ha subrayado Peter Osborne, «de esta
crítica del pensamiento de la identidad es de donde surge la concepción básica
de experiencia estética en Adorno, como experiencia de lo "no
idéntico"» (17).
En conjunto, la Teoría estética de Adorno lucha por alcanzar un compromiso entre el arte de vanguardia,
en peligro de ser «normalizado» y cosificado en la sociedad capitalista, y la
autonomía radical esencial de los objetos artísticos que, como tales, están en
especial desajuste con las condiciones sociales (incluida la crítica) que les
permite hablar. Sin embargo, la cuestión tiene otro aspecto, que tal vez Adorno
olvida. Se trata de que el propio instrumento de conceptualización puede
empobrecerse por el rechazo continuo de su valor y su eficacia. Si el detalle
del arte que desafía al sistema porque desafía a la conceptualización es
fundamental, la conceptualización también puede serlo. En otras palabras, lo
que Adorno no reconoce inmediatamente es que cierto grado de filosofía de la
identidad es tan importante como la no identidad material.
NOTAS
- Véase, por ejemplo, los capítulos de Peter Dews y Peter Osborne en Andrew Benjamin (ed.), The Problems of modernity: Adorno and Benjamin, Londres, Routledge, 1991.
- Theodor W. Adorno, Negative Dialectics, trad. de E. B. Ashton, Londres, Routledge, 1973 (reimpr. en bolsillo 1990).
- Véase Jacques Derrida, Dissemination, trad. de Barbara Johnson, Chicago, Universiry of Chicago Press, 1981, página 219. (Trad. esp.: Madrid, Fundamentos, 1975.)
- Adorno, Negative Dialectics, página 109.
- Ibíd.
- Adorno, Negative Dialectics, página 95.
- Theodor Adorno, Prisms, trad. de Samuel Weber, Cambridge, Mass., MIT Press, 1981, 4a. impr. 1988, págs. 30-34.
- Ibíd., pág. 34.
- Adorno, Negative Dialectics, página 95.
- Ibíd., pág. 352.
- Ibíd., pág. 13.
- Ibíd., pág. 15.
- Ibíd., pág. 110.
- Ibíd., pág. 14.
- Theodor Adorno, Mininia Moralia,trad. de E. F. N. Jephcott, Londres, Verso, 1978, 3ª. impr. 1985, pág. 16.
- Theodor Adorno, Aesthetic Theory, trad. de C. Lenhardt, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1984, pág. 155.
- Peter Osborne, «Adorno and the metaphysics of modernism: The problem of a "postmodern" Art», en Andrew Benjamin (ed.), The Problems of Modernity: Adorno and Benjamin, Londres, Routledge, ed, de bolsillo, 1991, pág. 28.
PRINCIPALES OBRAS DE ADORNO
La
dialéctica de la Ilustración (1947) (con Max Horkheimer), Madrid, Trotta, 1994.
Minima
Moralia (1951),
Madrid, Taurus, 1987.
Dialéctica
negativa (1966), Madrid, Taurus, 1992.
Teoría
estética (1970),
Madrid, Taurus, 1992.
Reacción y
progreso, Barcelona,
Tusquets, 1984.
Terminología
filosófica, 2
vols., Madrid, Taurus, 1987 y 1991.
Tres
estudios sobre Hegel, Madrid, Taurus, 1991.
Actualidad
de la filosofía, Barcelona, Paidós, 1992.
La
ideología como lenguaje, Madrid, Taurus, 1992.
Sobre
Walter Benjamin, Madrid, Cátedra, 1995.
OTRAS LECTURAS
BUCK-MORSS, Susan: The Origins of Negative Dialectics, Sussex, Harvester Press, 1977.
JAMESON, Frederick: Late Marxism, or the Persistence of the Dialectic, Londres,
Verso, 1990.
ROSE, Gillian: The Melancholy Science,Londres, Macmillan, 1985.
Link al libro "Dialéctica de la Ilustración", junto a Max Horkheimer:
ResponderEliminarhttps://comunicacionyteorias1.files.wordpress.com/2011/08/horkheimer-m-y-adorno-t-w-dialectica-de-la-ilustracion.pdf