Para algunos, Julia Kristeva es conocida, sobre todo, como teórica del
feminismo. Y, si bien es cierto que la orientación psicoanalítica de su trabajo
le ha inducido a reflexionar sobre la naturaleza de lo femenino (que considera
la fuente de lo innombrable y lo inexpresable), siempre ha mantenido un interés
claro en la naturaleza del lenguaje y sus manifestaciones. En 1990 demostró ese
interés de manera muy práctica, mediante la publicación de un roman à clé titulado Les Samouraïs. Como Les Mandarins de
Beauvoir, cuyo título recuerda, Les
Samouraïs (Los samurais) es también
una clara vivisección de las vidas y los amores de la vanguardia intelectual
parisina. En esta ocasión es la generación de Kristeva –la inmediatamente
posterior a Sartre– la que se convierte en centro de atención.
Julia Kristeva nació en 1941 y salió de Bulgaria en 1965 para ir a París
como estudiante. Inmediatamente se sumergió en la vida intelectual de la
ciudad, asistió a los seminarios de Roland Barthes y empezó a relacionarse con
los autores e intelectuales que giraban en torno a la revista literaria de
vanguardia Tel Quel,
dirigida por Philippe Sollers. En los últimos años 60, dicha revista se
convirtió rápidamente en la fuerza impulsora de la crítica de la representación
–tanto en la literatura como en la política–, y esta influencia resultó
duradera para Kristeva.
La característica predominante en el trabajo de Kristeva es su
preocupación por analizar lo no analizable: la alteridad inexpresable,
heterogénea y radical de la vida individual y cultural. Aunque ello podría
abrir la vía hacia el misticismo, Kristeva muestra un interés equiparable por
la apropiación simbólica de este campo no analizable. Sus escritos posteriores,
sobre todo, aluden con claridad a la locura de todo abandono a la alteridad.
Kristeva empezó a ser conocida a finales de los 60 como intérprete de la
obra del formalista ruso Mijaíl Bajtin (1). Destacó la teoría de Bajtin sobre
la novela «dialógica» y su concepto de «carnaval». Poco después, Kristeva se
estableció como importante teórica del lenguaje y la literatura por derecho
propio, con el concepto de «semanálisis» (2). El semánalisis, intentaba
demostrar, se centra en la materialidad del lenguaje (sus sonidos, ritmos y
distribución gráfica), y no simplemente en su función comunicativa. Aunque la
lógica de esta última puede incluirse en los procedimientos científicos
convencionales que, sobre todo, se esfuerzan por eliminar la contradicción, la
base material del lenguaje no puede explicarse dentro de los límites de esa
lógica científica convencional. El lenguaje poético, como encarnación de la
materialidad del lenguaje, no puede formalizarse utilizando ese marco, sino que
necesita uno que sea mucho más flexible y perfeccionado. Dado su carácter esencialmente
heterogéneo, el lenguaje poético (como en las obras de Joyce o Mallarmé)
desafía a la forma de lenguaje homogénea y comúnmente aceptada por ser
únicamente un vehículo de significado y comunicación. El lenguaje poético
interrumpe el significado o, al menos, permite toda una variedad de nuevos
significados e incluso nuevas formas de comprensión. Por tanto, no ser capaces
de entender, al principio, el lenguaje poético, es el primer indicio perceptible de sus muy palpables
efectos.
El interés de Kristeva en
intentar analizar el carácter heterogéneo del lenguaje poético mientras era aún
estudiante en París, a finales de los 60 y principios de los 70, la distinguió
de otros semióticos que estaban más interesados por formalizar el
funcionamiento convencional del lenguaje. Le dio el interés por captar el
lenguaje en sus formas dinámicas, transgresoras y prácticas, y no en forma de
un instrumento estático, como implicaban los análisis de numerosos lingüistas.
La concepción estática del lenguaje, aseguraba Kristeva, está ligada a la idea
de que el lenguaje es reducible a las dimensiones (como las proposiciones
lógicas) que la conciencia puede aprehender, con exclusión de la dimensión
material, heterogénea e inconsciente. El interés por el inconsciente hace que
Kristeva desarrolle su teoría del sujeto como sujeto en proceso. Es decir, el
sujeto no es nunca sólo el fenómeno estático capturado en una forma imaginaria
u otra, que puede comunicarse a otros; es también su forma inefable,
innombrable, que sólo se conoce a través de sus efectos.
La preocupación por la conexión
entre el lenguaje y su importancia en la formación del sujeto llevó a Kristeva
a elaborar, en 1974, una teoría de lo «semiótico» (le sémiotique) en su tesis doctoral, La révolution du langage poétique (La revolución del lenguaje
poético). Kristeva distingue le sémiotique
de la sémiotique (la semiótica convencional) y lo «simbólico», el
ámbito de las representaciones, las imágenes y todas las formas de lenguaje
plenamente articulado. En el plano textual explícito, lo semiótico y lo
simbólico corresponden respectivamente a lo que llama el «genotexto» y el
«fenotexto». El genotexto, explica, «no es lingüístico», «es, más bien, un
proceso» (3). Es el fundamento del lenguaje. El «fenotexto», en cambio, corresponde
al lenguaje de la comunicación. Es el nivel en el que normalmente leemos cuando
buscamos el significado de las palabras. Pero ni el genotexto ni el fenotexto
existen aislados. Siempre aparecen juntos en lo que Kristeva denomina «el
proceso de significación».
En su obra magna, La révolution du langage poétique, Kristeva
no sólo muestra que autores de vanguardia del siglo xix, como Mallarmé y Lautréamont, explotan la base semiótica
del lenguaje (sus sonidos y ritmos, sus múltiples bases de enunciación), sino
que demuestra que el lenguaje poético tiene efectos dentro de una formación
histórica y económica específica, la Francia de la Tercera República. En esta
obra, además, Kristeva continúa su elaboración de una teoría del sujeto como
sujeto en proceso; pero ahora recurre de forma muy explícita a la teoría
psicoanalítica lacaniana. La semiótica pasa a equipararse a la chora femenina, que es, en términos
aproximados, el lugar irrepresentable de la madre. Es una especie de origen,
pero que no es nombrable, porque entonces estaría claramente situado en el
ámbito de lo simbólico y nos daría una idea falsa. Como el elemento femenino en
general, la chora se encuentra en el lado de la
dimensión material y poética del lenguaje.
La disposición semiótica del lenguaje puede observarse en la obra
de poetas como Mallarmé, pero es importante reconocer que lo que el artista
hace explícito se manifiesta también durante la adquisición del lenguaje por
parte del niño. En los gritos,
el canto y los gestos, en el ritmo,
la prosodia y los juegos de palabras, o en la risa, el niño presenta la materia
prima que va a utilizar el poeta de vanguardia. Se trata de una dimensión
extralingüística vinculada a una práctica de significación: es decir, una
práctica capaz de sacudir una forma existente, quizá osificada, de lo
simbólico, para que pueda desarrollarse otra forma nueva.
Kristeva ha escrito numerosos
ensayos y artículos, a menudo complejos y elaborados, sobre los temas
mencionados, y en 1977 los reunió en una colección denominada Polylogue. Pero en 1980 el tono de su trabajo cambió. Desaparecieron los
complicados intentos de desarrollar una teoría general del sujeto y el lenguaje
y, en su lugar, surgió un interés por analizar experiencias personales y
artísticas concretas (tanto suyas como de sus analizandos), experiencias que
pudieran, al mismo tiempo, ofrecer una comprensión más profunda de la vida
social y cultural. Así, en Poderes del
horror: Ensayo sobre la abyección, Kristeva demuestra que lo abyecto,
como punto de ambigüedad superior a lo que el individuo o la sociedad pueden
afrontar conscientemente, se evoca en la persona que vomita porque le
desagradan ciertos alimentos, o en rituales sociales relacionados con la
contaminación, o en obras de arte que intentan expresar o reprimir lo abyecto
como horror y ambigüedad.
Posteriormente, Kristeva ha
elaborado estudios sobre el amor (Relatos
de amor), la melancolía y la depresión (Sol negro) y la historia y experiencia de ser extranjero (Extranjeros para nosotros mismos). A diferencia de sus obras
anteriores, predomina la importancia de que el sujeto particular logre acceder
a lo simbólico. Por ejemplo, el amor es imposible sin la capacidad de
idealización e identificación. Dicha capacidad es el requisito necesario para
la formación de la identidad y depende de una separación bien hecha entre el
niño y la madre: es decir, de que se logre asumir la autonomía individual. Con
una actitud más religiosa, sería más fácil para nosotros valorar el papel que
cumplía, en otro tiempo, el concepto de Dios como amor (ágape) en la formación de la subjetividad. Ágape es el poder
que procede del «exterior», la primera fuente tentativa de identificación, el
primer intento de separación de la madre. Sin ágape, eros se convierte en un impulso ciego en la vía hacia la destrucción.
Kristeva da, al equivalente de ágape en
su teoría psicoanalítica del sujeto, el nombre de «padre de la prehistoria
individual»: la base más elemental indispensable para la formación de la
identidad. El mensaje no es, quizá, que la identidad sea todo –como parecían
implicar varios de los primeros semióticos–, sino que es preciso lograr una
especie de armonía entre la identidad y los elementos heterogéneos,
potencialmente poéticos y capaces de romperla. A diferencia del amor, la
melancolía equivale a un grave impedimento para la constitución de las
capacidades simbólicas e imaginarias. Normalmente, quien está gravemente
afectado de melancolía es incapaz de amar porque es incapaz de construir las
idealizaciones necesarias. Los melancólicos y los depresivos viven en una
especie de luto perpetuo por la madre. Como dice Kristeva: «El habla de los
deprimidos es, para ellos, como una piel ajena; las personas melancólicas son
extranjeros en su lengua materna» (4).
La obra de Kristeva durante la
última década puede considerarse una serie de elaboraciones concretas de una
teoría del sujeto. No puede haber una elaboración definitiva. Porque Kristeva
presenta un sujeto que nunca es totalmente analizable, sino siempre incompleto:
el sujeto como impulso para una serie infinita de elaboraciones.
El espacio en el que Kristeva
sitúa el desarrollo de la dinámica de la subjetividad es el espacio artístico.
Es importante ver en qué sentido ocurre esto, porque distingue a Kristeva de
otros muchos críticos y semióticos. Si bien toda obra artística debe mostrar
indicios de un control y orden humano para poder identificarla como tal, no hay
un sujeto completo anterior a esa obra. El trabajo artístico constituye al
sujeto tanto como el sujeto constituye la obra de arte. Además, debido a la
íntima relación entre el arte y la formación de la subjetividad, Kristeva ha
creído siempre que el arte es una base especialmente fructífera para el
análisis. La poesía de Mallarmé pone de relieve la «disposición semiótica»,
mientras que Romeo y Julieta indica
la dinámica del amor y Dostoievski, la estructura del sufrimiento y el perdón
en relación con una actitud melancólica. En el caso de una actitud abierta, los
receptores del mensaje artístico, o los resultados artísticos, pueden ver
ampliadas sus capacidades simbólicas e imaginarias; es decir, una obra de arte
puede convertirse en la base de una experiencia auténtica capaz de abrir la vía
a un cambio de personalidad. El problema actual, sugiere el trabajo de Kristeva,
es que la vida social se caracteriza, cada vez más, por sujetos que no tienen
acceso a las cualidades de las obras de arte que no se ajustan a prejuicios y
estereotipos. O bien la gente se limita a estar fascinada y seducida por el
juego de imágenes o actos –por el objeto– sin ser capaz de desarrollar nuevas
cualidades simbólicas que permitan que el objeto sea un nuevo ingrediente en la
vida social. El objetivo, pues, es producir una situación en la que la
subjetividad sea un «sistema abierto» o una «obra en progreso», un «abrirse al
otro» que, al mismo tiempo, pueda generar una forma revisada de la propia
identidad.
Kristeva demuestra estar aún
vinculada a una teoría vanguardista del arte y la sociedad. Es vanguardista
porque reclama la formación de nuevas identidades, no la destrucción de la
identidad, algo que, a su juicio, puede tener graves consecuencias sociales en
forma de violencia insidiosa y la imposibilidad de que las personas se separen
individual y autónomamente de su entorno. Por el contrario, las personas se
arriesgarían a quedar totalmente subsumidas en el ambiente. Hay que subrayar
que no se trata de retroceder a una concepción estática del individuo como una
identidad anterior a las relaciones sociales, sino de una visión que nos
recuerda la necesidad de garantizar que las necesarias transformaciones de lo
simbólico no implican su destrucción.
NOTAS
1. Véase Julia Kristeva, «Word, dialogue,
novel», en Toril Moi (ed.), The Kristeva
Reader, Oxford, Basil
Blackwell, 1986, págs. 34-61.
2. Véase Julia Kristeva, Séméiotiké. Recherches pour une sémanalyse, París, Seuil, 1969; y Julia Kristeva, «The system and the
speaking subject», en Moi (ed.), The
Kristeva Reader, págs.
24-33.
3. Julia Kristeva, Revolution in Poetic Language, trad. de Margaret Waller, Nueva
York, Columbia Universiry Press, 1984, pág. 87.
4. Julia Kristeva, Black Sun, trad. de
Leon S. Roudiez, Nueva York, Columbia Universiry Press, 1989, pág 53.
PRINCIPALES OBRAS DE KRISTEVA
Semiótica (1969), 2 vols., Madrid,
Fundamentos, 1981.
El texto de la
novela (1970),
Barcelona, Lumen, 1982.
La Révolution du langage poétique, París, Seuil, 1974.
Polylogue, París, Seuil, 1977.
El lenguaje ese desconocido, Madrid, Fundamentos, 1987.
Soleil noir.
Depression et mélancolie, Paris, Denoël, 1987.
Les Samouraïs, París, Fayard, 1990
Extranjeros para
nosotros mismos (1988), Barcelona, Plaza & Janés, 1991.
Las nuevas enfermedades del alma, Madrid, Cátedra, 1995.
OTRAS LECTURAS
GROSZ, Elizabeth, Sexual Subversion. Three
French Feminists: Julia Kristeva, Luce
Irigaray, Michèle Le Doeuff,
Sidney, Allen & Unwin, 1989.
FLETCHER, John y BENJAMIN, Andrew (eds.), Abjection, Melancholia and Love: The Work of Julia Kristeva, Londres y Nueva York, Routledge,
Warwick Studies in Philosophy and Literature, 1990.
LECHTE, John, Julia Kristeva, Londres y Nueva York, Routledge, 1990.
OLIVER, Kelly, Reading Kristeva, Bloomington, Indiana University Press, 1993.
Link al libro de Kristeva "El lenguaje, ese desconocido":
ResponderEliminarhttps://introduccionlenguaje2010.files.wordpress.com/2010/09/kristeva-julia-el-lenguaje-ese-desconocido.pdf
Link al libro de Kristeva "Sol negro. Depresión y melancolía":
ResponderEliminarhttps://campostrilnick.org/wp-content/uploads/2017/09/Sol-negro.-Depresi%C3%B3n-y-melancol%C3%ADa.pdf