Alain Touraine es un sociólogo a quien afectaron profundamente los
sucesos de mayo de 1968 en París. Como profesor en la Universidad de Nanterre,
Touraine vio que la acción política estudiantil en 1968 había dejado de ser una
reacción, ya no estaba contenida en las formas políticas y las relaciones de
poder existentes. Se había convertido en una forma de comportamiento
diferenciada por su carácter transformador: unos aspectos fundamentales de la
estructura social estaban en proceso de transformación debido a lo que Touraine
llamaría un «movimiento social». Pese a sus numerosos estudios sobre obreros y
estudiantes y un examen oportuno del sistema académico norteamericano, además
de libros y artículos sobre Latinoamérica, la conceptualización y el estudio
que hace Touraine constituyen, sin duda, el rasgo aislado más importante de su
sociología de la vida política. El elemento clave del movimiento social es la
acción: la acción contra el sistema social. Su ambición, especialmente en su
obra más tardía, es demostrar que ese énfasis en la acción no tiene por qué
conducir inevitablemente al voluntarismo o el individualismo. Ni uno ni otro
ofrecen una percepción del sujeto de
la acción.
Alain Touraine nació el 3 de agosto de 1925 en Hermanville-sur-Mer, Francia. Su padre era un médico que procedía de una
larga línea de ejercicio de la medicina. Aunque iba destinado a una carrera
académica al entrar en la École Normale Supérieure, donde obtuvo su agrégation, Touraine decidió romper con la tradición familiar después de
la guerra y fue a trabajar en una mina de carbón en el norte de Francia. Esta
experiencia alimentó su interés por la sociología y, en 1950, se asoció al
sociólogo Georges Friedmann en el Centre National de la Recherche Scientifique
(Centro Nacional de Investigaciones Científicas). El primer gran trabajo de
investigación de Touraine fue un estudio del trabajo en la fábrica de coches
Renault de París, y se publicó en 1955. Su siguiente libro importante, Sociologie de l'action, es de
diez años después. En 1952 Touraine dejó Francia y fue a estudiar a
Norteamérica con Talcott Parsons y Paul Lazarsfeid. También impartió clases en
varias universidades norteamericanas, entre ellas UCLA. Ello le convierte en
uno de los escasos sociólogos franceses con conocimiento de primera mano de la
sociología norteamericana. En gran parte, la teoría de la acción social de
Touraine es una crítica de la teoría del sistema social de Parsons. Desde 1960,
Touraine es profesor en la École des Hautes Études en Sciences Sociales.
La experiencia de Touraine en mayo de 1968 le confirmó en la opinión de
que una teoría rígida que concibe la sociedad como un conjunto orgánico y
funcional, caracterizado esencialmente por su interés en reproducirse, era
insuficiente. Porque no explicaba cómo se transformaban las sociedades, ni daba
el peso debido a las diversas formas de acción social. Aunque se opone al
primer Foucault y a versiones dogmáticas del estructuralismo, Touraine, en un
estudio reciente sobre la modernidad (1), ha reconocido la importancia de las
obras posteriores de aquél sobre la historia de la cárcel y la sexualidad, por
haber reintroducido la materia en el estudio de la vida social.
Aunque Touraine destaca la importancia de la acción social, no se olvida,
en absoluto, de los efectos de la estructura y la «historicidad» sobre los
actores. La sociedad no se limita a ser el resultado de acciones o hechos
aislados, que ella pone en su lugar. Al contrario, para que la acción produzca
nuevos elementos de la estructura social (a través de la cual se reproduce la
sociedad), debe trabajar a través y en contra de las instituciones existentes y
las formas culturales relativamente permanentes. Por otro lado, sería difícil
subestimar la importancia que Touraine otorga a la acción en la constitución de
la sociedad. Para comprenderlo, no tenemos más que recordar el argumento
planteado poco después de 1968 en La
producción de la sociedad, donde
Touraine afirma que la sociedad no es más que la acción social, porque «el
orden social no tiene garantía metasocial de su existencia» (2). En sus
trabajos de principios de los 70, Touraine sigue usando el término «sociedad» y
la sociología sigue siendo el estudio de la sociedad, como había sido para
Durkheim, pero con la variación de que ahora se considera que la sociedad es un
sistema capaz de transformarse. Para Durkheim, en cambio, la sociedad era un
sistema orgánico cuyo estado normal era de equilibrio. Más adelante, sobre todo
en los años 80, Touraine pregunta si la sociología puede hacer justicia a las
nociones de acción y transformación y seguir siendo el estudio de la sociedad.
Su respuesta es que no puede, y que debe convertirse en el estudio del cambio a
la luz de los avances en las ciencias naturales sobre aspectos como el sistema
abierto. Más profundamente, desde el punto de vista de la sociología, Touraine
afirma que la clase –como ejemplar de una serie de condiciones determinadas–
debe dar paso al reconocimiento de que las acciones, y no las condiciones
reconocidas, revelan las relaciones de dominación y subordinación y que, por tanto,
la «clase», como categoría explicatoria, debe dejar paso al «movimiento social»
(3). Sin embargo, esta atención al cambio no debe crear la opinión de que ya no
existen problemas estructurales; la acción asume su verdadero significado sólo
en relación con la estructura. Más exactamente, ¿cómo define Touraine la
naturaleza de los «movimientos sociales»?
En primer lugar, vincula su análisis (4) a la designación de tres formas
de conflicto social: 1) conducta colectiva defensiva, en la que podría exigirse
una reforma concreta; 2) luchas sociales que pretenden modificar las
decisiones, o incluso un sistema de decisiones; y 3) movimientos sociales. En
el ejemplo de la fábrica, que Touraine da para ilustrar estas tres formas, la
acción colectiva se manifestaría en la demanda de que las diferencias
salariales entre personas con las mismas calificaciones queden abolidas. Se
trata de una reforma concreta relacionada con una estructura ya existente. La
lucha social se produciría si los trabajadores reclamaran un papel más
importante en la toma de decisiones. Por último, el intento de provocar una
transformación de las relaciones sociales de poder en la fábrica y, por tanto,
en el conjunto de la sociedad, correspondería a la aparición de un movimiento
social.
En general, un movimiento social es una fuerza activa, más que reactiva,
a diferencia del comportamiento colectivo, que es siempre reactivo. Los
movimientos sociales suelen luchar por el control de la «historicidad». Este
término se refiere a las formas y estructuras culturales generales de la vida
social. Si el término «sociedad» se refiere a la integración social,
«movimiento social» implica una acción conflictiva que se opone a una forma
existente de integración social. Ese desafío a la integración social actual no
es, en absoluto, lo mismo que una crisis de la sociedad y el derrumbe de su
organización. Por consiguiente, los cambios producidos por la acción social no
pueden considerarse patológicos ni «disfuncionales», para utilizar los términos
de Parsons. Una sociología de los movimientos sociales es, pues, muy diferente
de un estudio de la sociedad como sistema orgánico en el proceso de evolución
gradual de una a otra forma; por ejemplo, la evolución de la sociedad
occidental de la tradición a la modernidad.
Una sociología que toma en serio el concepto de acción como base de la
vida social considerará ahora que las clases sociales son actores, y no la mera
concreción de una situación marcada por la tradición. Al contrario que Marx,
Touraine afirma que no existe la clase por sí sola, porque no existe sin una
conciencia de clase. «La clase social es la categoría en cuyo nombre actúa un
movimiento» (5). Como ejemplo de movimiento social, Touraine señala el
movimiento feminista. En él, el objetivo no es sólo reaccionar ante las
desigualdades inexistentes apelando a los valores liberales, sino trabajar para
cambiar las normas y los valores de la vida cultural y social. Con la eficacia
del movimiento feminista se hace posible que los hombres asuman una posición
distinta en el hogar y las mujeres tengan nuevas oportunidades en la vida
pública. El movimiento de mujeres es ejemplar también porque no puede reducirse
a ninguna forma política previa como un partido político. Un movimiento social
siempre trasciende la política de partidos.
Para Touraine, el surgimiento de los movimientos sociales coincide con la
desaparición de las sociedades muy estratificadas y jerárquicas. Ello no quiere
decir que se haya logrado la igualdad total, sino que ha habido un enorme
crecimiento de la clase media en las sociedades industrializadas de Occidente,
y las barreras sociales se ven constantemente derribadas, precisamente, porque
el tipo de formación social que se ve ahora puede intervenir para modificar su
propia estructura. Junto a la desaparición de las sociedades de clases y
jerarquías rígidas, se han desvanecido las condiciones objetivas que determinan
la acción; por ejemplo, a la manera de la relación marxista entre
infraestructura y superestructura. Dado que ahora la acción determina las
condiciones, el sociólogo debe admitir que es imposible estudiar los
movimientos sociales sin verse involucrado en ellos. Como dice Touraine, la
fría objetividad no es capaz de entrar en contacto con el calor del movimiento
social. La acción debe estudiarse desde dentro, pero ello no significa que el
investigador adopte la ideología de los actores. Justo al contrario. El
objetivo es llegar a una «inversión», que Touraine denomina «conversión». El
investigador lo aplica, en primer lugar, a sí mismo, y después lo prueba con
los actores, para aproximar al investigador y a los actores lo más posible, con
el fin de extraer el máximo significado posible del conflicto.
Más recientemente (1992), Touraine ha renovado el estudio de la
modernidad. Para empezar, ello ha supuesto un regreso a las definiciones
predominantes de la modernidad, formuladas en los comienzos de la era moderna
con Descartes y la Ilustración. Incluso en esta lectura, resulta claro para
Touraine que la modernidad es esencialmente de orientación secular y excluye
toda finalidad. Sin embargo, en su compromiso con el progreso, la modernidad no
excluye un posible fin de la historia, pese a que dicha posibilidad parecería
anulada por el predominio de la racionalidad instrumental. Esta última –la zweckrationnalität de Weber, o racionalidad de medios y fines–
lleva a la valoración de los medios; los medios (tecnológicos, científicos,
lógicos, etc.) se convierten en fines. La racionalidad instrumental predomina
mientras siguen en vigor los valores de razón, libertad, método, universalismo
y progreso de la Ilustración. Igualmente, el yo o individuo, concretado en el
ciudadano, se convierte en el centro de la acción política y social y da a la
era moderna su constitución histórica distintiva.
Con la llegada de la Escuela de Francfort, la obra del primer Foucault y,
últimamente, los «postmodernos», la razón, tanto instrumental como universal,
el sujeto, las ideologías y la noción de valores definitivos están sometidos a
grandes presiones. Se considera que la modernidad produce las opresiones que
está intentando superar; la razón instrumental parece engendrar una
trivialización de la vida, y se ve al sujeto como el producto de la ideología,
o de una configuración epistemológica concreta que ahora está a punto de
desaparecer.
Como respuesta, Touraine afirma que la crítica no reconoce que la
modernidad está dividida en contra de sí misma: es «autocrítica» y
«autodestructiva». Los escritos de Nietzsche y Freud son la mejor prueba de esa
división, los mismos textos que se han usado, con frecuencia, en la crítica de
la modernidad, incluyendo las que están presentes en los textos
postmodernos. Además, y con especial
referencia a la Escuela de Francfort –que, a su juicio, es insoportablemente
elitista–, Touraine destaca que está muy bien denunciar la racionalidad
tecnológica en nombre de un fin universal, pero que siempre existe el riesgo de
que la empresa obtenga un resultado totalitario. En cualquier caso, continúa,
La
debilidad de nuestras sociedades no procede de la desaparición de los fines
destruidos por la lógica interna de los medios técnicos, sino, por el
contrario, de la descomposición del modelo racionalista, roto por la propia
modernidad y, por tanto, por el desarrollo separado de la lógica de la acción, que
ya no se refiere a la racionalidad: la búsqueda del placer, el nivel social, el
beneficio o el poder (6).
En una reinterpretación de Freud, Nietzsche y, en menor medida, Foucault,
Touraine halla el medio para un posible «reencantamiento» del mundo. Porque lo
que hacen estos tres pensadores es elaborar una crítica casi incontestable, no
tanto del sujeto como del «yo», la versión socialmente consagrada del sujeto.
Es decir, tanto en su teoría como en su práctica, estos antimodernistas
reconocen la singularidad que constituye el sujeto –el actor puro–, la entidad
que no puede reducirse a una serie convencional de comportamientos o formas
simbólicas.
Partiendo de esta revitalización del sujeto actuante, Touraine presenta
asimismo un argumento apasionado en contra de la opinión de que la sociología
es reductiva. Sobre todo, en las figuras de Nietzsche, Simmel y Weber, se está
fabricando una sociología antiutilitaria. Las pistas que han lanzado están
esperando a que alguien las recoja. Del mismo modo, en los textos que Foucault
escribió sobre el sujeto hacia el final de su vida, Touraine detecta un giro
respecto a la idea de que la subjetividad equivale a una forma de estar
sometido a la idea de que el sujeto es capaz de transformarse a sí mismo.
Existe la necesidad de «reinventar» la modernidad sobre la base de estas
teorías dispersas. Existe la necesidad de encontrar un nuevo principio de
integración social que no posea los aspectos negativos de la forma anterior de
modernidad. Con la «nueva modernidad» de Touraine, el sujeto y la razón pasan a
ser conductos para los aspectos más amplios de la existencia social («vida»,
«consumo», «nación» y «empresa»). En lugar de ser el principio unificador, como
ocurría en la Ilustración, el sujeto es el testigo que «reconstruye el terreno
cultural fragmentado» (7). Lejos de estar cerrado en sí mismo –como ocurre con
el yo puramente narcisista–, el sujeto se convierte en el intento de unificar
los deseos y las necesidades dentro de una conciencia que pertenece a la nación
o la empresa. De una concepción centralizada del yo, pasamos a una concepción
bipolar; ésa es la razón de que el sujeto no pueda reducirse a ninguno de los
fragmentos de la totalidad social.
Sobre todo, Touraine desea reintroducir a un sujeto como actor y como
movimiento, que sustituya, como determinante clave de la acción, a las nociones
de clase y situación reconocida. La movilización de las convicciones, unida a
aspectos morales y personales, sustituye a la importancia del lugar de trabajo
y la dirección del partido en la política. En general, el objetivo es
reinventar la esperanza, no en el sentido populista de reinventar los orígenes,
sino en el sentido de la acción que produce la elaboración de nuevas formas
sociales y la reproducción necesaria para la integración.
Toda valoración de la nueva modernidad de Touraine debe admitir que es un
antídoto poderoso para el pesimismo a
priori que, tan a menudo, caracteriza la experiencia llamada postmoderna.
Del mismo modo, mediante minuciosa atención a los matices que separan el sujeto
como actor del yo como reactor, Touraine ha logrado sacar a la luz los
problemas de la acción y la libertad de una forma que, hace menos de una
década, parecía escasamente creíble. La pregunta que se plantea todavía,
teniendo en cuenta las hipótesis de Touraine, es cómo debemos entender el paso
del yo normalizado al sujeto activo. ¿Cuál es exactamente el principio sobre el
que reside este movimiento? ¿Es la teoría de Touraine la que ofrece la base
para una nueva reflexividad? ¿O son las condiciones materiales; es decir, la
propia acción?
NOTAS
1.
Alain Touraine, Critique de la modernité, París, Fayard, 1992,
páginas 198-201.
2.
Alain Touraine, The Self-Production
of Society, trad. de Derek Coltman, Chicago, University of Chicago Press,
1977, pág. 2. La edición francesa se titula Production de la société,
París, Seuil, 1973. La traducción de production
como «autoproducción» resulta confusa porque, en su obra posterior,
Touraine se esfuerza por explicar que el «yo» es el producto de una forma
social determinada, mientras que la acción hace referencia a un sujeto o una
entidad caracterizados por una singularidad que no procede de las formas
sociales.
3.
Alain Touraine, «Is sociology still the study of society?», trad. de Johan
Arnason y David Roberts, Thesis Eleven, 23 (1989), pág. 19.
4.
Alain Touraine, «Social movements: Special area or central problem in
sociological analysis?», trad. de David Roberts, Thesis Eleven, 9
(julio de 1984), páginas 5-15.
5. Ibíd., pág. 9.
6.
Touraine, Critique de la modernité, págs. 125-126.
7. Ibíd., pág. 256.
PRINCIPALES OBRAS DE TOURAINE
L'Évolution du travail ouvrier aux usines
Renault, París, CNRS, 1955.
Sociologie de l'action, París, Seuil, 1965.
Cartas a una estudiante, Barcelona, Kairós, 1977.
Movimientos sociales hoy, Barcelona, Hacer, 1990.
Crítica de la modernidad (1992),
Madrid, Temas de Hoy, 1993.
¿Qué es la democracia?, Madrid,
Temas de Hoy, 1994.
OTRAS LECTURAS
SCOTT,
Alan, «Action, movement, and intervention: Reflections on the Sociology of
Alain Touraine», Canadian Review of Sociology and anthropology, 2, 8 (febrero de 1991), págs.
30-45.
https://www.pagina12.com.ar/556725-murio-el-sociologo-frances-alain-touraine
ResponderEliminar