Nació en Düsseldorf, Alemania, el 18 de junio de 1929. Estudia en
Gottinga y en Bonn, doctorándose con una tesis sobre Schelling. Es ayudante de
Adorno de 1956 a 1959 en el Instituto de Investigación Social de Francfort.
Profesor en Heidelberg de 1961 a 1964, profesor titular de Sociología y
Filosofía en Francfort de 1964 a 1971, dirige a partir de este último año el
Instituto Max Planck de Starnberg, volviendo a Francfort en 1983.
Tomada en su conjunto, la obra de Jürgen
Habermas resulta de difícil acceso. La variedad de los intereses, el rigor de
sus planteamientos teóricos, junto con la continua referencia y aprovechamiento
de investigaciones de áreas diversas, obligan a una lectura lenta y minuciosa y
al mismo tiempo lo revelan como un pensador atento y dispuesto a participar y
polemizar en un diálogo real con sus contemporáneos. Su temática es tanto
sociológica y filosófica cuanto científica y política. Influido por el
Heidegger de Ser y tiempo y los
jóvenes hegelianos, el Lukács de Historia
y conciencia de clase lo pone en contacto con los "temas de
izquierda". Lee a Marx y a los sociólogos del conocimiento, agregando en
Francfort a sus lecturas los textos de Bloch, Benjamin, Marcuse y naturalmente
los de Horckheimer y Adorno. Espantado por el nazismo, posible consecuencia de
la irracional racionalidad instrumental –la que atiende a medios descuidando
el análisis de los fines– y quizá la expresión más dolorosa del proyecto
moderno, se esfuerza desesperadamente por encontrar en el ámbito intersubjetivo
de la comunicación la clave que permita reanudar ese proyecto, reinterpretarlo
y realizarlo. Por sus estudios en sociología entra en contacto con trabajos
empíricos de comunicación de masas y socialización política, y con la obra de
Durkheim, Weber y Parsons. En esa época escribe Historia y crítica de la opinión
pública y Teoría y praxis, en un intento de
proseguir el marxismo hegeliano y weberiano de los años veinte. Se interesa
también por la hermenéutica de Gadamer. De forma simultánea se dedica
intensivamente a la filosofía del lenguaje y a la teoría analítica de la
ciencia. Considera el pragmatismo americano -Peirce, Dewey, Mead– como una
interesante propuesta para compensar las debilidades de la teoría marxiana de
la sociedad. Todo ello, incluido el programa de Chomsky, la teoría de la acción
lingüística de Austin sistematizada por Searle, lo conducirán a la idea de una
pragmática universal desarrollada ampliamente en su Teoría de la acción comunicativa.
En Ciencia y técnica como ideología y en Conocimiento
e interés, del mismo año,
distingue la acción racional con orientación utilitaria –el trabajo– de la
acción comunicativa o interacción simbólicamente mediada. Esta distinción
apunta al desarrollo de una teoría de la
comunicación más que a una reformulación de la heredada teoría crítica de
los francfortianos. De Hegel rescata la noción de "reconocimiento del
otro" para fundar el concepto de una razón
dialógica cuyo ámbito sea el lenguaje, único lugar donde se efectúa la
síntesis yo-naturaleza, yo-mundo. Deja en claro además que es tarea de una
crítica de la ciencia que escape a las trampas del positivismo, admitir el
carácter "interesado" de la ciencia: no hay conocimiento neutral. Más
aún, hay diversos intereses científicos: uno es el técnico de las ciencias empíricas; otro, el práctico, orientador de la acción por su
comprensión de sentidos, de las ciencias histórico-hermenéuticas; y el tercero,
el emancipador de la teoría crítica
de la sociedad.
En
1976 recurre a la teoría de la comunicación para lograr una
"reconstrucción" del materialismo histórico. Reconstrucción, esto es,
descomposición y recomposición en forma nueva de una teoría con el fin de ver y
alcanzar mejor su meta. Aceptada la diferencia entre trabajo e interacción
simbólicamente mediada, la crítica del marxismo se deduce fácilmente: tiene que
ver con su énfasis en lo económico y su descuido de lo superestructural. Antes,
en 1973, se ha enfrentado con la misma teoría a los problemas de legitimación
del capitalismo tardío, administrado, burocratizado, organizado (la "jaula
de hierro" de Weber). Más que nada, ese texto, de 1973, apunta a las
contradicciones y tendencias a la crisis de ese capitalismo, las cuales
derivan, en términos del modelo discursivo de la razón práctica, de la falta de
consenso racional con respecto al principio de organización de la sociedad
vigente, es decir, apunta a la consideración de lo particular en detrimento de
lo argumentativamente generalizable. Sin embargo, es una censura moral con la
cual un Habermas no puede contentarse. Hay que tener en cuenta sobre todo las
tendencias empíricas a la crisis del capitalismo, las cuales se ubican no sólo
en el plano económico y administrativo, sino también en el sociocultural de las
motivaciones y legitimaciones. Por otro lado, no se puede concluir con certeza
la autosupresión del principio capitalista de organización, ni tampoco predecir
la necesidad de una crisis. Todo queda reducido a una cautelosa e hipotética
argumentación, que arma una lúcida visión de nuestra contemporaneidad.
En
1981 publica su monumental Teoría de la
acción comunicativa. Es una
obra sociológica, una teoría global de la sociedad, su origen, su evolución y
sus patologías, que abandona el paradigma de la filosofía de la conciencia o
del sujeto y se ubica en el de la intersubjetividad comunicativa o del
entendimiento lingüístico. Por lo tanto, si su preocupación básica es encontrar
los elementos que permitan reanudar el programa interdisciplinario de la
Escuela de Francfort, no se trata de continuarlo sin más ni más: al cambio de
paradigma citado se agrega la necesidad de asegurar a la teoría crítica una
adecuada fundamentación normativa. Desde este punto de vista, considera entre
otras cosas que el modelo de acuerdo con el cual hay que pensar la acción
social no es ya el de una acción subjetiva orientada por fines egoístas de
sujetos individuales –la acción teleológica de Hobbes y Weber, por ejemplo–,
sino el de una acción orientada al entendimiento en el cual los sujetos
coordinan sus planes de acción sobre la base de acuerdos motivados
racionalmente, a partir de la aceptación de pretensiones de validez,
susceptibles de crítica o examen. La pragmática
universal intenta identificar y reconstruir las condiciones universales de
todo entendimiento posible en el medio específico del habla.
Junto con el concepto de acción comunicativa,
Habermas introduce una noción complementaria: el mundo de la vida, único
horizonte desde el cual y sobre el cual puede producirse la reproducción
simbólico-social en acciones lingüísticamente mediadas. Sin embargo, esta
perspectiva no basta. Una teoría sociológica no puede reducirse a mera teoría
de la comunicación; se requiere además una teoría sistémica. La sociedad queda
así enfocada como mundo de la vida por un lado, como sistema por otro. Si antes
se apoyó en las teorías de Mead y Durkheim, ahora lo hace en los análisis de
Luhman y Parsons. Con estos elementos puede afrontar el carácter paradójico del
proyecto ilustrado: la creciente racionalización del mundo de la vida corre
paralela a la creciente complejidad sistémica. Esta última desborda su esfera
propia y "coloniza" el mundo de la vida: de ahí la pérdida de sentido
y libertad.
En los años ochenta se instaura en los medios
académicos el debate modemidad/posmodemidad, del que Habermas se hace cargo en El discurso filosófico de la modernidad y en El pensamiento posmetafísico.
En el primero califica la llamada "filosofía posmoderna" de
neoconservadora, y aboga por una nueva apropiación crítica del proyecto
moderno, teniendo en cuenta problemas que la modernidad no resolvió, como la
citada colonización del mundo de la vida por los sistemas económicos y
administrativos. Interesado sobre todo por las críticas a la razón del
neoestructuralismo "deconstructivo", al cual no "condena"
exactamente, sino que más bien acerca a la dialéctica negativa de Adorno y a la
crítica de la ideología, concluye que lo agotado no es hoy la racionalidad
moderna, sino el paradigma del sujeto o de la conciencia, y que el
"espíritu moderno" sigue aún vigente en el vivir la historia como
proceso marcado por la crisis, en la actualidad como relámpago que alumbra
difíciles encrucijadas, y en el futuro como apremio de lo no resuelto. En el
segundo texto nombrado señala la necesidad de tomar "en serio" el
prefijo "pos" y de tener en cuenta los motivos del pensamiento
actual. Nombremos dos: el carácter situado de la razón y la superación del logocentrismo.
Mientras tanto y de 1981 en adelante, su
interés parece centrarse en la filosofía práctica: moral, ética, derecho,
justicia. En Conciencia Moral y acción
comunicativa y en Moralidad y
eticidad, de 1986, intenta
fundamentar una ética en un universalismo normativo y afrontar así el
escepticismo de nuestro tiempo. La noción clave es la idea regulativa –en el
sentido kantiano– afirmada contrafácticamente de "comunidad ideal de
comunicación", libre de coerciones de intereses particulares. En ese
concepto está supuesto que la moral individual es una abstracción, como ya
dijera Hegel, pues siempre está
involucrada en la eticidad concreta de un concreto mundo de la vida, y esto es
incumbencia de la sociología. Se entiende así que también la ética sea para
Habermas una ciencia reconstructiva que no deja a un lado elementos
histórico-culturales, indirectamente comprobables. La cuestión es cómo concilia
el universalismo normativo con las tradiciones vivientes a las que alude el
término "eticidad".
Digamos en primer término que el universalismo
relativiza la propia forma de existencia, la tradición propia, y da lugar a
otras formas de vida, a los otros, a los extraños, que no resultarán tales si
no nos ofuscarnos en la defensa de la universalización de la propia identidad.
Ésta es la universalidad abstracta, que como la demanda abstracta de libertad
por parte de la Ilustración desemboca en terror. Pero hay otro tipo de
universalidad, no la de Kant, sino la de una comunidad en la que los
participantes comparten un sentido de la vida, lo que da lugar a la moral y la
política en toda su concreción. Sin embargo se percibe aquí un peligro: las
democracias deben reconocer las comunidades pero sin permitir por ello la caída
en nacionalismos totalitarios: esto es lo que teme Habermas, aunque sea cierto
que la Ilustración sólo vio el aspecto de la universalización que homogeniza.
Por eso confía en la estrategia de lo que llama "ética del discurso":
el discurso representa una forma de comunicación exigente en la medida en que
su fin es lograr el entendimiento entre los hombres, por lo cual apunta a un
más allá de las formas de vida singulares, es decir se extiende a la ya
mencionada , comunidad ideal de comunicación", que incluye a todos los
sujetos capaces de lenguaje y acción. Se garantiza así una formación de la
voluntad común, transparente para sí misma, que da satisfacción a los intereses
de cada individuo sin que se rompa el lazo social sustancial que une a cada uno
con todos. La justicia en un sentido moderno se refiere a la libertad subjetiva
de individuos "únicos", en cambio la solidaridad nos remite a la
felicidad de individuos involucrados en una forma de vida intersubjetivamente
compartida: no se pueden ni se deben separar ambos aspectos. Pero la
vulnerabilidad del individuo y de sus formas de vida socioculturales exigen a
su vez el control moral de una razón
"ampliada" que ha pasado a denominarse, para liberarla de
connotaciones indeseadas, "procedimental", en tanto regula
procedimientos para la resolución imparcial de conflictos. La ética de Habermas
motivada por Hegel, se construye kantianamente. Y aunque no se mantiene en el
plano deontológico de la justicia a la manera de Kant –la formalidad del
"tú debes"– extendiéndose a la totalidad concreta de las formas de
vida, no cae en lo que para su perspectiva son las tenazas de la metafísica del
neoaristotelismo de un McIntyre, por ejemplo.
Embarcado en un camino cuyo propósito es
asegurar la validez y no sólo la
vigencia de las normas éticas y del derecho, tiene que aceptar un momento de idealidad, que se agrega a la facticidad del derecho positivo y a la
constitución fáctica de los estados de derecho democráticos. Esta necesidad de
"moralizar" la política no supone confundir esferas diferentes: la
pretensión de legitimación del derecho positivo no puede agotarse en la validez
moral. Una norma jurídica es tal en la medida en que se agrega un componente
empírico, el de su imposición a todas
las personas por igual. Queda justificado así el poder político y sus
instituciones, claro que generando nuevos conflictos derivados del contraste
entre una idealidad deseada y una pragmática factible.
Bibliografía:
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Technik und
Wissenschaft als
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Legitimationsprobleme
im Spätkapitalismus, 1973 (trad. esp., Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, 1975).
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Teoría de la
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Sobre Nietzsche y
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esp., Teoría de la acción comunicativa, 1987).
Moralbewusstsein
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Die neue
Unübersichtlichkeit: Kleine politische Schriften V,
1985.
Der philosophische Diskurs der Moderne, 1986
(trad. esp., El discurso filosófico de la
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Kleine politische Schriften VI, 1987.
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1988.
Nachmetaphysisches
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Kleine politische Schriften VII, 1990
(trad. esp., La necesidad de revisión de
la izquierda, 1991)
Escritos sobre
moralidad y eticidad, 1991.
Erläuterungen zur
Diskursethik, 1991.
The Past as Future, 1994.
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