Alessandria (Piamonte), Italia, 1932. Doctorado por la Universidad de Turín con una tesis sobre la estética en Santo Tomás de Aquino, ha sido profesor en esa misma universidad y en las de Florencia y Milán, dictando asimismo cursos en varios centros y universidades de todo el mundo. Director literario de la editorial Bompiani y de la revista VS-Quaderni di Studi Semiotici, y secretario general de la International Association for Semiotic Studies, es actualmente catedrático de filosofía en la Universidad de Bolonia. Recientemente se ha hecho cargo en el Collège de France de la cátedra de Semiología Literaria, vacante desde la muerte de Roland Barthes, su anterior titular.
Umberto Eco no sólo es, tras el antecedente de Benedetto
Croce, el filósofo italiano más conocido en el mundo, sino uno de los
poquísimos pensadores cuya fama ha trascendido al gran público más allá del
perímetro en el que suelen circunscribirse la indagación científica y la
filosófica. Esta inusual proyección de una personalidad que ha desarrollado una
reflexión altamente rigurosa y especializada, se ha visto propiciada por una
intensa divulgación de ideas y una permanente actitud de crítica militante
comprometida con el aquí y el ahora, preocupaciones siempre concordantes con el
trasfondo de la concepción del mundo del filósofo y semiótico piamontés.
Discípulo de Luigi
Pareyson (autor de una ajustada teoría de la formatividad y del pensamiento
hermenéutico), desde joven Eco parece abandonar su pasión de medievalista para
sumergirse, no sin notabilísimo éxito, en los problemas culturales de la época.
Hijo de su tiempo, partícipe de la desinhibida vanguardia intelectual y
artística italiana, descree de un Fundamento y Verdad únicos, renuncia a un
Orden estable del universo y busca, en su reemplazo, coordenadas del pensar
capaces de justificar la complejidad y variación de la experiencia, su carácter
histórico y matriz comunicativa.
Es justamente esta naturaleza comunicacional de la
interacción humana –por ende, de la artística– la que lo lleva a proponer (con
temprana oportunidad, según se percibirá luego) el punto de vista del receptor
en Obra abierta. El volumen, que alcanza amplia
repercusión, traducido sucesivamente a numerosos idiomas, marca época. Su
autor, al oponerse a la tradición idealista de la unicidad de la obra, traza un
puente entre ciencia y praxis artística. Son analizados los aportes del
informalismo pictórico, de la nueva música, ejemplos de narrativa, de poesía,
de cine, así como la poética de Joyce, junto a actuales categorías de la
física, de la teoría de la información y de la filosofía merleaupontyana, entre
otras. Eco descubre y puntualiza la indeterminación y ambigüedad estéticas que
en las realizaciones contemporáneas requieren, programáticamente, la activa
participación del destinatario sin la previsión de un sentido acabado e
inalterable. Resalta la metodología nueva, aún presemiótica, y a la vez ya una
fijación de límites (de gran repercusión teórica): los mensajes
"abiertos" no dejan de estar regidos por textuales constricciones,
proponiéndose el equilibrio entre la libertad interpretativa, que se auspicia,
y la fidelidad a la obra. Eco, en efecto, insiste en la "manera de
formar" como búsqueda de conexiones y propiedades estructurales, indagación
que canalizará muy pronto en un sentido técnico-lingüístico.
Por el momento, en el clima eufórico de un
experimentalismo emergente (creación del Grupo 63), prosigue su discurso
polémico al enfrentar Apocalípticos e integrados. Habiendo
trabajado en la RAI con incansable interés por los múltiples aspectos
cotidianos de la cultura de masas ante su formidable bombardeo informativo,
subraya que los que no practican el disenso utilizan, no menos que los
apocalípticos, un concepto fetiche de "masa". El señalamiento, que
extrema las precauciones metodológicas, discute estas posturas antinómicas y
denuncia, en ambos casos, un peligro. La convicción, explícita u oculta, de que
no es posible cambiar nada.
Mientras tanto, la aventura estructuralista ya estaba
en marcha. Nada menos que la configuración de un nuevo mapa del saber. Ahora
menos que nunca importan las esencias, sólo los significados, los
significantes, las estructuras, el código. En el boom semiológico de los años
sesenta, cuando un primer avance teórico de Roland Barthes alterna esquemas de
Saussure, de Hjelmslev y del formalismo ruso, Eco pronto llega a ser un
interlocutor privilegiado que asimila –y sopesa– los resultados de la
lingüística, de Roman Jakobson, de la antropología estructural de Lévi-Strauss,
sabiendo que lo que está en juego es, simplemente, uno de los métodos más
fecundos del siglo en el área de las ciencias del hombre.
Aporta a semejante contexto un nutrido volumen, La estructura ausente, aún hoy testimonio único de
momentos extraordinariamente ricos en discusiones y polémicas tendentes a
consolidar lo que entonces aparecía como una nueva "ciencia" (de
indisimulada proyección totalizante). Entre tanto, su vital personalidad, que
une a las competencias pertinentes una notable capacidad organizativa, ve
crecer día tras día su prestigio internacional.
Sin pausas en el trabajo intelectual, tras Le forme del contenuto, arriba a su fundamental Tratado de semiótica general,
convirtiéndose en uno de los fundadores de la moderna teoría de los
signos. De tratamiento despejado y voluntad sistematizadora, el libro exhibe
muchas de sus características personales, el desinterés por la crítica
unilateral, la aptitud para detectar verdades parciales, para articular
constructivamente orientaciones con frecuencia divergentes, reelaborándolas con
aportes propios, en un encuadre a la vez complejo y unitario. Así concilia las
posiciones –hasta el momento opuestas– de la semiología de la comunicación y de
la significación, mientras coordina su doctrina en dos grandes secciones que
reúnen la más completa teoría de los códigos y la búsqueda de los "modos
de producción sígnica". La última, al abrir un horizonte pragmático
imprescindible, ya perfila su incondicional adhesión a la genial semiótica del
norteamericano Charles Sanders Peirce, cuyo impacto se hace sentir en Europa en
los años ochenta.
Esta incidencia relevante se acusa en Lector in fabula, algo más que un nuevo jalón. Con magistrales análisis, se
implementa una pragmática de la lectura que aprovecha los logros de avanzada de
las gramáticas textuales y de la teoría de los mundos posibles, entre otros. El
resultado de la compleja síntesis es una meditada concepción del texto que
instala en la propia inmanencia los "simulacros" del Autor y Lector
modelos. No sujetos empíricos sino polaridades internas a la obra, cuyos
procedimientos entrelazados apelan al ritmo de un tablero de ajedrez con sus
avances y réplicas. El autor (empírico), al solicitar la colaboración del
destinatario, diseña sus posibles pasos futuros y los involucra en la propia
producción, que así ofrece una construcción comunicativo plagada de
estrategias, de escasa inocencia. En la contraparte, fundamental en el volumen,
el lector activa su colaboración interpretativa jugando su apuesta no sin
balanceos y tensiones, bajo el signo de la conjetura. Así, Eco entiende hacer
avanzar la semiótica, recuperando aquel horizonte de la recepción inaugurado
veinte años antes en Obra abierta,
con un renovado andamiaje conceptual sustentado ahora en la lección de
Peirce, significativamente un semiótico que es filósofo.
Desde fines de los años setenta, más allá del febril
entusiasmo pionero, Eco se dedica a una profunda implementación de sus saberes
filosóficos, nunca abandonados, lo cual le permitirá elaborar una concepción
comprensiva no sólo del presente, sino de la entera tradición de Occidente. En
un importante conjunto de ensayos reunidos en Semiótica y filosofía del lenguaje declara sin vacilaciones el
carácter filosófico de una semiótica general, a diferencia de las
"semióticas particulares", más científicas y analíticas. Asimismo
predica un necesario esclarecimiento de conceptos mediante una práctica
arqueológica antigua, aristotélica, que recomienda acudir al origen de los
términos.
Disciplina reciente, la semiótica es también
milenaria. Existe una semiótica antigua, y se nos invita a su reconocimiento a
lo largo del desarrollo del conocimiento filosófico. Se echa luz sobre las
reiteradas marginaciones que el signo ha sufrido, la última impulsada por el
influyente postestructuralismo francés que en los mismos años sesenta produce
todavía su eclipse. Por el contrario, convencido de la trascendencia de esta
noción decisiva, el pensamiento de Eco, argumentativo y dialogante, nada
temeroso de rectificaciones en la marcha, sustrae el concepto a la limitativa
definición saussuriana, que asociaba el significado y el significante según una
relación de correspondencia biunívoca. Recordando que ya los estoicos operaban
con un modelo inferencial, restituye a Peirce, para quien un signo es algo que
está en lugar de alguna otra cosa para alguien, bajo cierto aspecto o
capacidad. Esta relación triádica del signo no es de equivalencia sino de
implicación; posibilita mediaciones sin término, una semiosis ilimitada que es
real progreso del pensamiento, susceptible de ingerencias creativas que
proceden sin regla previa, donde conocer es saber siempre algo más que una
cadena de definiciones con engarces continuos del sentido. Sentido que es
siempre interpretable.
Los problemas suscitados, es evidente, no remiten
únicamente a cuestiones de semiótica narrativa. De lo que se trata es de
calibrar la capacidad razonante de la humanidad, de una "crítica" en
sentido kantiano. Preciso es decirlo, desde el principio Eco ha tomado partido
por una racionalidad no categórica, sino basada en el consenso, en el acuerdo
de una comunidad de hombres que formulan reglas no eternas a los fines de la
comprensión y el conocimiento. Es el carácter contractual, civil, social, y
también moral de la experiencia. De aquí el interés de dos modelos que propone,
el de una interpretabilidad racional, siempre falible, y otra irracional. En el
primero, con atentas relecturas, podrían ubicarse Aristóteles, Kant, Peirce; en
el segundo cunde lo hermético. Éste hunde sus raíces en la antigüedad, y surge
en la Pax Romana del siglo ii, de
combustión subterránea. Un espectacular rastreo, que llega hasta nuestros días,
consigna, junto a filósofos ilustres, ritos africanos y sectas demoníacas. El
acercamiento de universos espirituales tan disímiles es autorizado por un mismo
mecanismo: el deslizamiento imparable del sentido. Conocer no sería avanzar
continua y creativamente hacia "otra cosa", sino hacia "lo
Otro". El modelo racional acorde a límite y medida se atiene al modus ponens griego, donde conocer es conocer por causas y por principios
lógicos. Lo hermético desfonda el límite, lo excede, lo anula. La práctica
deconstruccionista, que a diferencia de este modelo no se basa en una Presencia
última sino en una Ausencia, es también irracional, según Eco. Más que la de
Derrida –en quien puntualiza el gesto filosófico–, critica la de sus
seguidores, que especialmente en el ámbito de la crítica norteamericana
producen la explosión del sentido al sustraer al lenguaje su poder comunicativo.
O sea, para Eco existen los "derechos del texto", y la lectura debe
proceder en clave de intertextualidad y enciclopedia.
En conexión con esto, ideas sobre la gnosis, el
secreto, el complot y la teoría social de la conspiración pueblan una
investigación para la cual establecer las condiciones, Los límites de la
interpretación, en el vasto
trasfondo de la irracionalidad contemporánea, es un deber intelectual que Eco
se impone. Por último, es notorio que esta personalidad multifacética, sin
dejar de insistir, con motivaciones teóricas y personales, en la perspectiva
del Intérprete, ha querido también situarse al otro lado de la experiencia
creativa (de roles indisociables, como debió de aprender de Borges, ya conocido
en la juventud). Y la praxis narrativa emprendida entrega, con su escritura,
sus saberes, sus obsesiones y sus modelos.
Si en el exitoso El
nombre de la rosa aparece el
laberíntico medioevo, siempre amado, ocasión de la conjetura metafísica de una
racionalidad alerta, en crisis, en el polémico y mal leído Péndulo de Foucault, aún
más barroco si cabe, explora el universo del lenguaje en el cruce de dos vías.
Por un lado, se trata del desbordante crecimiento
paródico e incontrolado de la pasión hermética, que en la búsqueda del secreto
desencadena la catástrofe y se impone a lo real; por el otro, es el despliegue,
intermitente, de un lenguaje como forma de vida que se explaya en la
comprensión de una hermenéutica existencial. El poder de la vida y el del texto
fabulatorio se encuentran en un discurso desdoblado que termina exorcizando las
palabras para concluir en el silencio, invitando a "ver". La
oscilación que la ficción introduce no es aquí fortuita, porque es la de un
pensador que parece haber logrado su equilibrio entre el autor y el lector,
entre la intención del intérprete y la de la obra, entre la actualidad y un
pasado aún presente. Hoy por hoy, Umberto Eco emerge como figura paradigmática,
concitador de saberes en el campo del pensamiento contemporáneo, con
proyecciones que repercuten constantemente en los más diversos niveles de la
recepción.
Rosa María Ravera
Bibliografía:
Il problema estético in San Tommaso,
1956; ed. revisada, Il problema
estético in Tommaso d'Aquino, 1970.
Opera aperta, 1962 (trad. esp., Obra
abierta, 1965); nueva ed. revisada, 1967,
revisada nuevamente, 1971 (nueva trad. esp., 1979).
Diario minimo, 1963 (trad. esp., Diario mínimo, 1964; 2ª. ed.
aumentada, 1995, con el título de Segundo
diario mínimo).
Apocalittici e integrati, 1964 (trad. esp., Apocalípticos
e integrados, 1968).
Le poetiche di Joyce, 1965 (trad. esp., Las poéticas de Joyce, 1993).
La definizione dell'arte, 1968 (trad. esp., La definición del arte, 1971).
La struttura assente, 1968 (trad. esp., La
estructura ausente. Introducción a la
semiótica, 1973).
Le forme del contenuto, 1971.
Il costume di casa, 1973 (trad. esp. en La estrategia de la ilusión, 1986).
Il segno, 1973 (trad. esp., Signo, 1976).
Trattato di semeiotica
generale, 1975 (trad. esp., Tratado de semiótica
general, 1977).
Dalla periferia dell'Imperio, 1977 (trad. esp. en La estrategia de la ilusión, 1986).
Come si fa una tesi di laurea,
1977 (trad. esp., Cómo se hace una tesis, 1982).
Il superuomo di massa, 1977 (trad. esp., El superhombre de masas, 1995).
Lector in fabula, 1979
(trad. esp., Lector in fábula, 1981).
De bibliotheca, 1981.
Sette anni di desiderio, 1983 (trad. esp. en La estrategia de la ilusión,
1986).
Semeiotica e filosofia del
linguaggio,
1984 (trad. esp., Semiótica y filosofía del
lenguaje, 1990).
Sugli speechi e altri saggi, 1985 (trad. esp., De los espejos y otros ensayos,
1988).
I limiti dell'interpretazione, 1990 (trad. esp., Los
límites de la interpretación,
1992).
La búsqueda de la lengua perfecta
en la cultura europea, 1994.
OBRAS DE FICCIÓN:
Il nome della rosa, 1980 (trad. esp., El
nombre de la rosa, 1982).
Il pendolo de Foucault, 1988 (trad. esp., El
péndulo de Foucault, 1989).
L'isola del giorno prima, 1994 (trad. esp., La isla del día de antes, 1995).
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