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viernes, 2 de noviembre de 2012

Simmel, Georg




Como Georg Simmel es contemporáneo directo de Ferdinand de Saussure, Sigmund Freud y Émile Durkheim, muchas tendencias dentro de sus ideas se cruzan con temas de los pensadores de su tiempo. Sus escritos sobre la sexualidad, en los que considera que la objetividad es masculina, evocan las preocupaciones feministas de Irigaray; sus textos sobre dinero e intercambio reproducen algunos de los intereses de Mauss y Bataille; y su teoría del suceso y la crítica del realismo en la modernidad recuerda al primer Barthes.
Aunque muchos de sus contemporáneos le consideraban un académico idiosincrásico y una afrenta para la universidad por su estilo de ensayo indocumentado y su elección de materias «prosaicas», visto retrospectivamente, Simmel resulta un pensador innovador y original que vio la necesidad de analizar los fenómenos sociales contemporáneos y estar informado filosóficamente. Aún más; para Simmel, escribir sobre la sexualidad, el dinero y la sociabilidad era también un modo de vivir dichos fenómenos. A través de sus análisis –sobre todo, Philosophie des Geldes (La filosofía del dinero) y «La metrópolis y la vida mental»–, Simmel se hizo famoso por su retrato sociológico de la conciencia en la modernidad, una conciencia que se sabía individualidad autónoma.
Nacido en Berlín en 1858, Simmel fue el menor de siete hijos. A lo largo de su vida insistió en que nadie, en casa de sus padres, tenía idea de una cultura genuinamente intelectual, y que fue un amigo cercano de la familia, el editor musical Julius Friedländer, quien le mantuvo durante gran parte de su vida académica. En la Universidad de Berlín, a la que llegó en 1876, Simmel estudió psicología, historia, filosofía e italiano. En 1881 obtuvo su doctorado con un ensayo titulado «Descripción y valoración de distintas opiniones de Kant sobre la naturaleza de la materia». Durante quince años, hasta 1900, Simmel enseñó como Privatdozent en la Universidad de Berlín, con los honorarios de sus alumnos como base de ingresos. Aunque concursó para una serie de puestos en la universidad (uno de ellos, en la Universidad de Heidelberg, donde le apoyó Max Weber), una conjunción de antisemitismo y conservadurismo académico provocó que hasta los últimos tiempos de su carrera, en 1914, no le llegara el nombramiento para la cátedra de filosofía en la Universidad de Estrasburgo, a los cincuenta y seis años. Cuatro años más tarde moría.
En «La metrópolis y la vida mental», Simmel ofrece un esbozo analítico de la interacción entre conciencias individuales y la ciudad moderna. Como Ferdinand Tönnies y otros antes que él, Simmel llama la atención sobre cómo contrasta la vida urbana, en su sentido moderno, con la tradición. En la ciudad, los lazos formales entre los individuos sustituyen a los vínculos efectivos más tradicionales; con el ascenso de la burocracia y la ciencia, la vida se hace muy diferenciada, ya no tiene un contenido fijo, sino que se caracteriza por formas abstractas, de las que la principal es el dinero. Antes de entrar en más detalles, advirtamos que, en la metrópolis, el dinero, como instrumento de intercambio, permite la transferencia de la mayor variedad imaginable de mercancías porque representa una medida común a todas ellas; por tanto, es un gran elemento nivelador.
Con el dinero como ejemplo, el ensayo de Simmel sugiere que la ciudad está, en principio, tejida por formas y mediaciones de todo tipo. Los vínculos efectivos en y entre grupos dejan paso a lazos formales entre individuos; y Simmel cree que ello permite una mayor libertad.  Porque, del mismo modo que el vendedor de productos puede traer al mercado gran variedad de mercancías cuando el dinero sustituye a las transacciones de trueque, así el impulso intelectualizado permite que el individuo se constituya mediante una variedad de acciones e interacciones y, por tanto, no se limite a las rutinas y los rituales fijos de la tradición. Aunque quizá Simmel concede un nuevo sabor y un nuevo aire a la ruptura con la tradición, ése no es el factor por el que resulta más original. Su principal aportación es, más bien, proponer que la vida urbana genera una actitud psicológica fundamentalmente nueva: el estar «de vuelta de todo». Ello se debe a que, una vez liberada del tiempo reversible de la tradición –en el que se considera que la vida es eminentemente repetitiva–, la conciencia individual se sumerge en el flujo del tiempo irreversible de la ciudad. La experiencia pasa a estar dominada por la expresión de Baudelaire: «Lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente».
Aunque Simmel no lo sitúa exactamente en esos términos, claramente implica que la experiencia moderna es inseparable de una transformación de la conciencia en la que el yo se hace casi hipersensible a cada detalle de la existencia, y la conciencia se basa en el carácter transitorio de la existencia. Por tanto, de una forma extraña, la conciencia moderna es una conciencia de la muerte, no como un suceso definitivo que se repite, sino como algo desplazado, mediado a través de las múltiples facetas de la existencia efímera. Esta hipersensibilidad ante la vida moderna y su complejidad, afirma Simmel, produce la necesidad de no dejar pasar más que un volumen controlable de estímulos intelectuales y sensoriales. Más allá de cierto punto, el mecanismo psíquico deja de responder al estímulo y ejemplifica la actitud «hastiada» del paisaje urbano moderno. Después de dejarse arrebatar por todo tipo de distinciones, dicha actitud se convierte en «una indiferencia» ante ellas (1). Empieza a descender sobre la ciudad una especie de monotonía, cuando inicialmente (¿históricamente?, ¿psicológicamente?; Simmel no lo explica) había un sentido de fascinación y participación.
Como Marx y Durkheim, Simmel reconoce la aparición de la división del trabajo y la correspondiente diferenciación económica y social. Sin embargo, a diferencia de Marx, intenta perfilar sus efectos culturales. En concreto, Simmel llama la atención sobre lo que llama «el predominio del espíritu objetivo sobre lo subjetivo» en la sociedad moderna. En términos generales, el «espíritu objetivo» equivale al impulso de cosificar la vida social. La cosificación es el resultado de las mediaciones, desde el dinero, las leyes y la escritura hasta el crecimiento de los medios de comunicación. Cosificar un objeto es liberarlo de su contexto «original» y traducirlo a varias formas simbólicas. Para Simmel, por tanto, la diferenciación es inseparable de la cosificación y, en menor medida, de la representación.
En el libro de Simmel La filosofía del dinero, que pasamos ahora a revisar, la cosificación se explica con referencia al arte. En un contexto tradicional, el arte se encarna casi por completo en una técnica (artesanal). Con la modernidad, en cambio, aparece el objeto artístico, el objeto separado de la técnica que lo ha producido. Sólo como objeto puede tener la obra de arte un valor monetario o de cambio. Y tener valor de cambio significa, en el sentido más general, que el arte –como tantas otras cosas en la vida moderna– entra en el ámbito de la ley de lo Mismo. Porque el dinero es el instrumento de la equivalencia: el valor de cambio –lo que Simmel llama también la reducción de la calidad a la cantidad– es un principio general que destruye la «forma» específica del objeto. Por esta razón, es frecuente que a la gente no le agrade que se dé valor monetario a una gran obra de arte (la Mona Lisa, por ejemplo). O, al menos, si hay que atribuir un precio a una obra genial, debe ser tan alto que resulte casi inimaginable. Porque el carácter extraordinario y original de la obra constituye la base de su importancia. Su naturaleza irreproducible es lo que la distingue de un objeto artesanal, en el que la peculiaridad reside en la técnica. Pero lo que resulta oportuno para el terreno del arte sirve también para otros ámbitos de la vida moderna, en relación con el dinero.
Por ejemplo, en su conocido estudio de la prostitución, Simmel dice que evoca la degradación humana porque los seres humanos se convierten en un medio (cuando Kant afirma que el imperativo categórico es que siempre hay que tratar a las personas como un fin en sí mismas) y porque lo que, en esencia, debería ser la posesión más personal de una mujer en una relación humana, se convierte, en realidad, en propiedad pública. Simmel reconoce, no obstante, que puede existir un aspecto cultural a la hora de entender la prostitución, porque ésta no tiene en todas partes el carácter negativo que ha adquirido en Occidente. Desde un punto de vista ligeramente distinto, podríamos preguntar en qué sentido la economía muy desarrollada puede hacer que la prostitución se convierta en modelo de las relaciones humanas. Esta noción parece excesiva: se basa en la idea de que toda relación impersonal es, en potencia, una relación de medios, mientras que otra forma de abordar la cuestión es decir que el concepto de profesionalización –vivir gracias al propio talento– es un proceso general igualmente plausible y producido por la economía de dinero.
Dentro de un gran volumen de referencias históricas, etnográficas y psicológicas, Simmel destaca las que considera características fundamentales del dinero. Lo más importante es que el dinero, como ya hemos dicho, es el principio de equivalencia o mediación, que por sí solo no tiene valor. Su significado se halla en lo que puede comprar. Ello no quiere decir que el dinero, mal empleado, no pueda convertirse en un fin. Pero una economía monetaria plenamente desarrollada es la que está siempre en movimiento, y en la que rara vez se acumula el dinero.
Otro rasgo clave del dinero en el análisis de Simmel es que, como principio de equivalencia, es totalmente abstracto, una pura forma. Como tal, puede tener infinitos contenidos. En este sentido es un instrumento de libertad, porque, al contrario que en una situación de trueque, muchas cosas diferentes pueden tener el mismo valor de cambio. Como el dinero es también una forma de cosificación, es un conocimiento del valor a través del precio.
El dinero sirve también para nivelar. Destaca lo que las cosas tienen en común. Por consiguiente, puede conducir a la actitud hastiada en la que se ha perdido el sentimiento del valor: «Aquel de quien se ha apoderado el hecho de que la misma cantidad de dinero puede procurar todas las posibilidades que ofrece la vida puede también acabar de vuelta de todo» (2).
Por la misma razón, también es posible el cinismo, la sensación de que no existen valores elevados. Es típica de la actitud cínica la convicción de que todo se puede comprar.
Como el dinero está privado de cualidades, actúa de estímulo para todo tipo de posibilidades. En el escenario moderno, éste es el sentido en el que el dinero permite una mayor libertad. Como instrumento liberador, el dinero produce la despersonalización porque tiende a arrancar a las personas de los profundos lazos efectivos que les hacen más conscientes de su «libertad personal». Paradójicamente, Simmel dice que la independencia de los lazos efectivos que inicia el dinero provoca también cierta dependencia respecto a los demás. Porque el dinero «nos ha dado la única posibilidad de unir a las personas excluyendo todo lo personal» (3). Así, aunque hay cierta sensación de soledad en la ciudad moderna, engendrada por la ruptura de los lazos afectivos, informales y sociales, cuando se lleva el individualismo a su forma más compleja y desarrollada, incrementa el contacto con los demás y, por tanto, puede aumentar la probabilidad de que se formen vínculos emocionales con un círculo de gente más amplio.
Con el desarrollo de la economía monetaria, la condición de la mujer se transforma. Con la eliminación del carácter cerrado de la vida familiar, las mujeres pueden entrar en la esfera pública como trabajadoras remuneradas. El auge del movimiento feminista, afirma Simmel, se debe indudablemente al hecho de que los avances tecnológicos, acompañados de una división del trabajo más intensa, han hecho que gran parte del trabajo de las mujeres en el hogar sea redundante. En efecto, cuanto más se diferencian las tareas en el conjunto de la economía, menos justificada está la división del trabajo en función del sexo. Aunque Simmel (siguiendo una vieja tradición) cree que las mujeres están más cercanas a la «naturaleza», que los hombres, las «formas y costumbres fijas de la vida matrimonial que se imponen a los individuos van en contra del desarrollo personal de la pareja» (4). Dado que el matrimonio sigue incluyendo elementos de la tradición (es decir, dado que todavía hay mucho que cosificar), limita el desarrollo personal de las mujeres, especialmente, porque ellas, más que los hombres, se han visto obligadas a soportar la carga de ser las transmisoras de la tradición.
Como queda perfectamente claro en sus otros textos, Simmel creía que las mujeres debían obtener su libertad, igual que los hombres; aquí hay que interpretar libertad en el sentido moderno de libertad de los vínculos tradicionales. A este respecto, Simmel afirma que las mujeres deben ser capaces de incorporarse a la cultura objetiva. Aunque ésta asume el aspecto de la cultura en general y, por tanto, se considera neutral en materia de sexos, Simmel no duda en designarla como masculina. De hecho, la oposición que muestran a veces las mujeres contra la ley no debe, asegura Simmel, interpretarse como una oposición contra la ley en sí, sino contra la ley que ha acabado por encarnar eficazmente los intereses masculinos. La ley sigue teniendo vestigios de un propósito reconocido detrás de ella, pese a que debería ser, en su calidad de instrumento abstracto, una forma pura como el dinero.
En términos generales, pues, el apoyo que Simmel da a las mujeres –en la familia, en relación con la ley y la justicia, en el arte, el amor y la economía– es inseparable de una concreción total del proyecto de la modernidad. No obstante, su sutileza consiste en proponer que las mujeres se incorporen a la esfera pública en sus propios términos, en función de sus capacidades específicas como mujeres. Así, las mujeres son mejores en el diagnóstico médico que los hombres porque tienen la capacidad de empatía con otros. Por el contrario, la ceguera de Simmel es quizá que, para atribuir a las mujeres una identidad que sea sólo suya, con frecuencia naturaliza sus cualidades, con lo que corre el riesgo de elaborar una psicología femenina (por ejemplo, la periferia de la naturaleza de una mujer está supuestamente más conectada con su centro; la naturaleza de la mujer es más homogénea que la del hombre, etc.). A pesar de ello, tendríamos que preguntar si se puede acceder a las limitaciones de Simmel por otra vía que no sea la raíz de la cosificación que él señala. Después de todo, es también el teórico de la sociedad conflictiva y heterogénea, temas que expresan el tono de los tiempos postmodernos al acabar el siglo xx.
Una limitación más grave del método de Simmel que la que muestra su análisis de la condición femenina es su insistencia en la oposición entre tradición y vida moderna. Como consecuencia, la libertad, la ciudad, el dinero, la sexualidad y el amor, el trabajo, etc., se consideran modernos (es decir, opina que son predominantemente formas de mediación) porque se han liberado de las restricciones tradicionales. Sin embargo, ahora han surgido dudas sobre si hay casos empíricos de sociedades en las que las mediaciones, en el sentido moderno, no existan previamente. En otras palabras, lo que hay que preguntar a Simmel es si la propia modernidad no es más mítica (y, por tanto, tradicional) que real.



NOTAS

1. Georg Simmel, «The metropolis and mental life», trad. de Edward A. Shils en Donald Levine (ed.), Georg Simmel, On Individuality and Social Forms, Chicago y Londres, University of Chicago Press, 1971, pág. 329.
2. Georg Simmel, The Philosophy of Money, trad. de Tom Bottomore y David Frisby, Londres, Routledge, 2ª. ed. 1990, pág. 256.
3. Ibíd., pág. 345.
4. Ibíd., pág. 464.


PRINCIPALES OBRAS DE SIMMEL

Sociología, 2 vols., Madrid, Alianza, 1986.
Philosophie des Geldes, Leipzig, Duncker und Humblot, 1900.
Hauptprobleme der philosophie, Leipzig, Göschen, 1910.
Das Problem der historischen Zeit, Berlín, Reuther und Reichard, 1916.
Der Konflikt der modernen Kultur: Ein Vortrag, Munich, Duncker und Humblot, 1918.
El individuo y la libertad: ensayos de crítica de la cultura, Barcelona, Ed. 62, 1986.
Sobre la aventura: ensayos filosóficos, Barcelona, Ed. 62, 1988.



OTRAS LECTURAS:

FRISBY, David, Fragmentos de la modernidad, Madrid, Visor, 1992.
Benjamin, Cambridge, Polity Press, 1985.

FRISBY, David, Georg Simmel, Londres, Tavistock, «Key Sociologists», 1984.

KAREN, Michael et al. (eds.), Georg Simmel and Contemporary Sociology, Dordrecht, Boston, Kluwer Academic Publications, 1990.

RAY, Larry (ed.), Formal Sociology: The Sociology of Georg Simmel, Brookfield, Edward Elgar Publishing Co., 1991.

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