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jueves, 1 de noviembre de 2012

Fukuyama, Francis


 
Chicago, Estados Unidos, 27 de octubre de 1952. Realizó sus estudios en las universidades de Harvard y Yale, doctorándose en Filosofía y Letras. Ha sido Director Adjunto de Planificación Política en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Estados Unidos. Actualmente es asesor residente de la Corporación Rand, en Washington.

Las reflexiones que Francis Fukuyama hace alrededor de la Historia parten de la experiencia vivida en los últimos quince años: el fin de los regímenes dictatoriales de derecha, el colapso casi total del comunismo, y la victoria rotunda de la democracia liberal que ha quedado sin ningún rival que le dispute su lugar en el plano político y económico, o que la discuta en el plano ideológico. El convulsionado siglo termina en cuanto a las ideas y en cuanto a los hechos políticos con la hegemonía prácticamente absoluta del liberalismo económico y la democracia política, una evolución que pocos habían previsto.
El pensamiento sobre la Historia que caracteriza toda la discusión sobre el tema en los dos últimos siglos, y que forma parte de nuestro bagaje intelectual común, es el historicismo de Hegel, sin duda uno de los filósofos más influyentes de todos los tiempos. Apoyado en la interpretación de Alexandre Kojève, Fukuyama concibe el historicismo hegeliano como una teoría sobre un proceso único, evolutivo y coherente, "con un comienzo, un curso medio y un fin": la Historia. Ella es el camino de la humanidad a través de una serie de etapas de conciencia que se concretan en formas correspondientes de organización social cuyas contradicciones internas a su vez generan nuevas conciencias que chocan con las establecidas y provocan nuevas formas de organización, y así sucesivamente. Hasta que la Historia culmina en un momento absoluto, en el cual deviene en victoriosa una forma final y racional de Sociedad y Estado: la identidad de Idea Absoluta –guía rectora del proceso histórico– y Estado Absoluto. En la Fenomenología del Espíritu, Hegel sostenía que ese momento del fin de la Historia había llegado con la victoria de Napoleón en la batalla de Jena, en 1806; el Antiguo Régimen había sido derrotado por los ideales de la Revolución francesa y los estados particulares se disolverían poco a poco en un Estado Universal regido por los principios de igualdad y libertad. Claro que Hegel posteriormente nunca volvió a insistir sobre la fecha que había proclamado en un momento de exultación; incluso en su madurez llegó a identificar el Estado Absoluto con el Estado prusiano, bastante reaccionario por cierto, surgido después de la derrota definitiva de Napoleón, dejando a un lado sus anteriores invocaciones liberal-democráticas.
En realidad no hay una interpretación única del concepto de fin de la Historia en la obra de Hegel, e incluso hay pasajes que sugieren que la Historia es un proceso dialéctico infinito y que por lo tanto tal fin no llegará.
En todo caso, Kojève y Fukuyama se atienen al pasaje de la Fenomenología que identifica el fin de la Historia con la victoria de los ideales de la Revolución francesa. Kojève sostiene (¡contemporáneo de Hitler y Stalin!) que el diagnóstico de Hegel era esencialmente correcto, que la batalla de Jena significó, aunque fuera simbólicamente, el punto en que "la vanguardia de la humanidad actualizó los principios de la Revolución francesa" y que los principios básicos de la idea que había triunfado, la democracia liberal, no podían ser mejorados.
Para Kojève-Fukuyama, Jena significa una victoria simbólicamente decisiva en una guerra que inevitablemente tenía que ganarse. Y el momento histórico que le toca vivir a Fukuyama es el momento en que esta inevitable victoria final se concreta.
El "Estado Absoluto" de Hegel, el "Estado homogéneo universal" de Kojève, o sea, la democracia liberal, significan la forma final de gobierno, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y por lo tanto el "fin de la Historia". Todos estos conceptos son para Fukuyama idénticos y cada uno realza aspectos de una realidad coincidente. Entiende el "fin" no como fin de los acontecimientos que llenan los diarios, sino como el del proceso ideológico que motivaba la evolución histórica. Las ideologías ceden a la Idea Absoluta que finalmente se realiza, se impone y se encarna en la democracia liberal. Mientras todas las demás formas anteriores de gobierno adolecían de graves contradicciones internas y de defectos e irracionalidades que inevitablemente conducían a su colapso, la democracia liberal está libre de esas contradicciones, mejor dicho resuelve todas las contradicciones anteriores, reconoce y protege el derecho del hombre a la libertad y existe por el consenso libre e igualitario de los gobernados. En definitiva, satisface todas las necesidades humanas. Esto se logra porque la democracia liberal, después de haber satisfecho por ella misma los anhelos más profundos y fundamentales de la humanidad (la libertad y la igualdad), se asocia inevitablemente con el liberalismo económico, que es capaz de crear una cantidad infinita de bienes, los que pueden a la vez satisfacer y crear una cantidad infinita de necesidades.
La concepción fukuyamiana del fin de la Historia no puede dejar a un lado, por supuesto, el pensamiento del hegeliano Marx sobre el tema. El concepto de fin de la Historia es fundamental en Marx y a su respecto éste es mucho más concluyente que su maestro, y tanto como Fukuyama: el fin de la Historia surgirá después de la superación de las contradicciones de la democracia liberal, que Marx llama capitalismo, fundamentalmente la contradicción entre trabajo y capital; y este estado final –el comunismo– satisfará finalmente todas las necesidades humanas. Pero más acá de estas conclusiones, Marx critica los fundamentos del idealismo hegeliano y reclama como mérito propio "haber puesto a Hegel cabeza arriba", es decir, dentro de la misma concepción historicista, haber sustituido la primacía de la Idea por lo real, el idealismo por el materialismo.
Contra este "prejuicio materialista" arguye Fukuyama una interpretación minuciosa de la caída del fascismo y del comunismo –últimos grandes rivales de la democracia liberal– como consecuencia del agotamiento de sus ideas e ideales en la confrontación con la realidad. El fascismo perdió todo su atractivo después de la derrota militar del Eje, lo que no es necesariamente una explicación idealista de su desaparición. Y el comunismo fue perdiendo su atractivo en la medida en que las contradicciones del capitalismo señaladas por Marx se iban disolviendo, mientras la ideología marxista-leninista se iba convirtiendo en una invocación mágica cada vez más distante de la realidad política, económica y social de las sociedades existentes de socialismo real. Las contradicciones ideológicas del comunismo mismo han llevado a su inevitable caída. Este análisis es esencialmente correcto y demuestra que Marx se equivocó en cuanto a las consecuencias de su concepción, y más aún el marxismo-leninismo en su praxis, pero esto en ningún momento invalida la crítica marxista al idealismo hegeliano ni su fundamento materialista. La duda que queda es si Fukuyama realmente recupera el idealismo hegeliano o si sólo lo invoca en forma más mágica que científica. En todo caso, él mismo no puede dejar de recurrir al "prejuicio materialista", como cuando explica la futura estabilidad de la democracia con el argumento idealista de la realización de los principios de la Revolución francesa, más el argumento menos idealista de la satisfacción de todas las necesidades materiales mediante una cultura de consumo universal. La fórmula contundente, pero no por eso menos problemáticamente híbrida, es "democracia liberal... con fácil acceso a vídeos y estéreos".
Para explicar la actuación coherente del Weltgeist hegeliano en la Historia, es decir para poder replantear –después de Hitler e Hiroshima– la posibilidad de una historia universal direccional y optimista, Fukuyama emprende dos caminos que corresponden a la fórmula que acabamos de comentar.
El primero es la explicación del carácter orientador de la Historia por medio de la actuación de la ciencia natural moderna. Esta ciencia que culmina en la tecnología sería el estado de realización último de la racionalidad como rectora del proceso histórico, y su carácter sería a la vez orientador y acumulativo. En la medida en que confiere "la ventaja militar decisiva" sobre otras sociedades, y la posibilidad de acumulación ilimitada de riquezas –y por lo tanto la satisfacción de una cantidad ilimitada de deseos humanos a las sociedades que la poseen– la tecnología tiene un efecto uniforme y uniformador sobre ellas y las lleva a una cultura universal de consumo, creando un mercado global y desactivando y borrando estructuras y creencias tradicionales.
Esta primera explicación de la actuación coherente del Weltgeist no puede satisfacer sino una parte de lo que quiere abarcar; puede explicar el lado material, es decir el triunfo del liberalismo económico, pero no el de la libertad y la igualdad como categorías políticas. Para esto Fukuyama recurre una vez más a la Fenomenología de Hegel y a su concepto de la "lucha por el reconocimiento" que se remite al thymos (ánimo, coraje) de La República de Platón. Esta fuerza, que no es netamente racional sino que incurre en la irracionalidad, es dentro del hombre el motor que mueve la Historia, o dicho de otra manera, la realización psicológica del Weltgeist.
El hecho de que el hombre quiere que lo reconozcan en su calidad de ser humano, en su dignidad y su valor, es lo que lo diferencia del animal y lo que impulsa la Historia, más allá de la simple lucha por alimento, abrigo y seguridad; es la ambición que busca el prestigio personal y el del grupo social lo que embarca a la humanidad en esa sangrienta epopeya llamada Historia. Pero como el prestigio de uno siempre choca y se contradice con el desprestigio del otro, la solución sólo puede llegar con una sociedad igualitaria que reconozca la dignidad de todos los individuos que la integran, y un sistema universal de sociedades que se reconozcan mutuamente: la democracia liberal y el estado homogéneo universal disuelven en última instancia toda lucha por el reconocimiento, toda contradicción. Para Hegel-Fukuyama, en contraste con la tradición anglosajona, los derechos por lo tanto no son sólo medios sino fines en sí mismos, porque la última satisfacción del ser humano no es la prosperidad material sino el reconocimiento recíproco entre los congéneres.
Al final de su famoso artículo "The End of History", Fukuyama no puede dejar de reconocer que "el fin de la historia será un tiempo muy triste". Como la lucha por el reconocimiento habrá terminado, no habrá ni coraje, ni imaginación, ni idealismo, ni filosofía; sólo cálculo económico y "vigilancia del museo de la historia humana". La interpretación optimista de la historia universal termina pues en la ambivalencia, en la duda, en el pesimismo y en la esperanza de que "la historia comience una vez más". En su libro The End of History and the Last Man, Fukuyama profundiza este particular. La cuestión que se plantea después de haber diagnosticado que la democracia liberal se ha quedado sin rivales, y que es perfectamente capaz de solucionar los problemas que la acosan y que previsiblemente la acosarán en el futuro, es la de la bondad inherente a la democracia y la de su perdurabilidad, e incluso si es deseable –o no– que perdure. Hegel –y con él Kojève– daban por supuesto que con la democracia el hombre quedaría "completamente satisfecho". Satisfecho, pero desprovisto de lo que había constituido su humanidad, de lo que lo había diferenciado de los otros animales y lo había motivado en los milenios de la Historia: el thymos. El hombre del fin de la historia tendrá que ser inevitablemente un hombre "sin pecho", sin aspiraciones más allá de la satisfacción de lo material, un hombre castrado de su humanidad. Tocqueville advirtió esto muy temprano pero se resignó a su inevitabilidad y a su condición de mal menor. Hasta el ultrahegeliano Kojève no podía dejar de verlo, y lo formuló con toda crudeza y arrojo; el hombre volvería a ser lo que antes de la Historia siempre había sido: un animal, ahora definitivamente satisfecho. Nietzsche en cambio, el más acre de los críticos de Hegel y un declarado enemigo de la democracia, se rebela contra la perspectiva de que nos convirtamos en lo que él llama "el último hombre", que, satisfecho como un perro tirado al sol, no sólo se resigna a no seguir siendo humano sino que todavía se ufana de ello.
Así Fukuyama termina sus consideraciones, aparentemente tan optimistas y tan confiadas en el Weltgeist, con una profunda duda y una serie de interrogantes, temores y esperanzas que de alguna manera invalidan, o al menos cuestionan, todo su discurso anterior. Más que en el hecho de haber reflotado el optimismo fatalista de Hegel en un momento históricamente oportuno, el mayor mérito de Fukuyama es haberlo puesto de nuevo, y radicalmente, en duda.



Bibliografía:  

The End of History and the Last Man, 1992 (trad. esp., El Fin de la Historia y el último hombre, 1992).
Trust. The Social Virtues and the Creation of Prosperity, 1995. 
The Great Disruption: Human Nature and the Reconstitution of Social Order, 1999. 
Our Posthuman Future: Consequences of the Biotechnology Revolution, 2002. 
State-Building: Governance and World Order in the 21st Century, 2004. 
After the Neocons: America at the Crossroads, 2006.




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