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lunes, 22 de octubre de 2012

Castoriadis, Cornelius




Nació en Atenas, Grecia, el 11 de marzo de 1922. Filósofo, economista y ensayista griego. Estudió derecho, economía y filosofía en Atenas. Llegó Francia en 1945. Ingresó en el Partido Trotskista de este país para romper un año más tarde con él y cofundar, en 1949, la revista Socialisme ou Barbarie, que dirigió hasta 1966. Hasta 1970 trabajó de economista en la Secretaría Internacional de la OECD en París. En 1979 fue nombrado director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Murió en París el 26 de diciembre de 1997.

El pensamiento de Cornelius Castoriadis es propio de aquellos intelectuales que son irreductibles ante cualquier intento de clasificación o encasillamiento en prêt-à-porter ideológicos que puedan en algún determinado momento llevar a la disolución de la crítica.
    Indiferente a las manías posmodernas que dicen acallar los "grandes relatos", el pensador griego se inquieta principalmente por la incapacidad de las sociedades contemporáneas para crear nuevas significaciones sociales y para cuestionarse a sí misma. El rechazo cínico de no cuestionar la situación actual más allá de la crítica a la metafísica racionalista del pensamiento grecooccidental obliga a Castoriadis a realizar un análisis de todas las fuerzas efectivas que participan en el campo de lo social-histórico. Básicamente, su pensamiento se estructura a partir de sus escritos políticos y su obra filosófico-psicoanalítica. Sus textos políticos abarcan los ataques al marxismo ortodoxo-soviético, los estudios acerca de una verdadera idea de lo democrático y la reformulación de la subjetividad en la era poscomunista. Por otro lado, su filosofía de raigambre freudiana analiza los fundamentos genéticos básicos que toda sociedad reproduce para sobrevivir. Las dos caras de su pensamiento se encuentran íntimamente ligadas.  Las fuertes y tempranas críticas al marxismo soviético surgen al negarle cualquier cualidad de Estado socialista, incluso ante su versión más degenerada. Aquí hallamos la originalidad que tuvo el proyecto Socialisme ou Barbarie como intento de denuncia y protesta ante el surgimiento de un nuevo modelo de explotación dirigido por una nueva clase dirigente. Esto le sirve a Castoriadis para descubrir que no sólo ya no se puede ver al movimiento obrero, al proletariado, como vehículos elegidos para el proyecto revolucionario, sino que, además, recela del pensamiento de Marx por acarrear en sí mismo estructuras burocráticas que impiden ver la realidad social y su posibilidad de pensarla. A partir de aquí, Castoriadis entiende que el marxismo se halla inscrito en el universo racionalista burgués y que de ahí provendría su ciega creencia en la Razón de la Historia, que prometió antaño hacer de esta tierra el mejor de los mundos posibles. Más aún: el concepto de Historia es reformulado como caos, dispersión, sincretismo y confusión, y todo esto sobre un suelo que no asegura el camino triunfante de ninguna Verdad.
    Esto lleva a Castoriadis a la ciclópea tarea de re-pensar la sociedad en todos sus aspectos sociales, políticos y filosóficos. La pregunta que se hace el intelectual griego es la siguiente: ¿Cuál es la fuente de todo lo que se instituye o se crea? La respuesta la encuentra en el concepto que él mismo acuña como imaginario radical. Anterior a todas las estructuras, Castoriadis ubica aquí lo poiético, lo que precede y produce al sujeto, a la cosa y que a la vez es invisible a éstos. Así lo dice en el segundo tomo de La institución imaginaria de la sociedad: "Lo histórico-social es imaginario radical, esto es, originación incesante de la alteridad que figura y se autofigura... Lo histórico-social emerge en lo que no es histórico-social: lo presocial o lo natural. La emergencia está ya inscrita en la temporalidad presocial o natural. Este término apunta a un ser-así en sí, a la vez no rodeable e indescriptible, que toda sociedad no sólo presupone, sino que jamás puede separarse-distinguirse-abstraerse de ella de manera absoluta".
    En lo imaginario radical Castoriadis encuentra lo lógico y lo "no lógico", lo separado y lo indiferenciado, lo racional y lo "a-rracional". Como él mismo dice, es el "magma" portador de todo lo que une y separa. Esto es fundamental para comprender que nuestra realidad obedece a un paradigma conjuntista identatario que diferencia, por un lado, lo instituido, y por el otro lo instituyente, dos niveles recursivos que se necesitan el uno al otro. La institución de la sociedad es institución de un magma de significaciones que sólo es posible gracias a la imposición de la organización identatario-conjuntista a lo que es para la sociedad.
    En definitiva, se trata de romper con la ilusión moderna del "progreso" como proceso de racionalización, liberarse del "fantasma de la inmortalidad", para liberar nuestra imaginación creadora y nuestro imaginario social creador. De esta manera, el itinerario de su pensamiento no sólo arranca el velo a Marx, sino también a todo el pensamiento occidental desde Platón y Aristóteles. La razón no ha dejado de ocultar el fondo misterioso de lo imaginario radical al mismo tiempo que debe plantearse una nueva interacción entre la racionalidad y lo imaginario.
    Realidad, lenguaje, valores, necesidades, trabajo de cada sociedad especifican en un momento particular la organización del mundo a partir de las significaciones imaginarias sociales instituidas por la sociedad en cuestión. Cada sociedad da forma así a su propia temporalidad a la vez que adquiere existencia como modo de ser. Esta institución es en cada momento institución del mundo como representación del mundo para esta sociedad y de esta sociedad, y como organización-articulación de la sociedad misma.
    La institución del individuo social fundamentalmente creación. Para Castoriadis, este concepto requiere de mucha importancia, ya que son las creaciones de los individuos (ejemplificadas en obras de arte, de pensamiento, institucionales) que van más allá de la esfera privada de los sujetos para insertarse en una dimensión e identidad colectivas. Si las instituciones de una sociedad constituyen una colectividad, sus obras serán el espejo donde puedan mirarse, reconocerse, interrogarse. Su vínculo con el pasado y el porvenir estará marcado definitivamente por una memoria inagotable que garantizará la creación venidera.  Llegamos así a un punto central: ¿Cuál será –se pregunta Castoriadis– la identidad colectiva, el "nosotros" de una sociedad autónoma?  Somos los que hacemos nuestras propias leyes, responde, somos una colectividad autónoma formada por individuos autónomos. Y podemos miramos, reconocernos e interrogarnos en y por nuestras obras.
    Cuestionarse acerca de la autonomía del sujeto y de la sociedad (y también por qué no la idea de democracia) encuentra para Castoriadis en el psicoanálisis una insoslayable fuente donde poder beber. Debemos pensar, dice Castoriadis, que el sujeto, haga lo que haga, es siempre imaginante y su psique es imaginación radical. La heterogeneidad de las sociedades actuales bloquea esa imaginación en repetición. Por lo tanto, la obra del psicoanálisis es el devenir autónomo del sujeto en un doble sentido, para la liberación de su imaginación y para la instauración de una instancia reflexionante y deliberante que dialogue con esa imaginación y juzgue sus productos. Así, el psicoanálisis daría cuenta del intento, no ya de construir una sociedad perfecta, porque esto sería absurdo, sino de abrir la posibilidad para que las sociedades no totemicen sus instituciones, que permita a sus individuos el acceso a un estado de reflexión que devenga en un proyecto de autonomía social y colectiva.
    La enfermedad que acusan para Castoriadis las sociedades modernas es que esperan que el sentido de su vida y de su muerte le sea provisto por otra persona, institución o Estado. El hombre contemporáneo lleva en sí un olvido, una fuga del dato fundamental de la vida que es la muerte. El consumo, el embrutecimiento massmediático conducen a la dispersión, a la apatía en la que se queda el ser humano al apagar la televisión y suspirar pensando que mañana será otro día. Subyace en esta sentencia la incapacidad moderna acerca de que el sentido de nuestra existencia ya no nos puede ser dado por una religión o una ideología, sino que somos nosotros mismos los que debemos crearlo. Lo que se constata en nuestro tiempo es un eclipse que se enmarca en la apatía y la privatización. Las sociedades modernas se constituyeron –sostiene Castoriadis– en base a dos proyectos contradictorios, antinómicos: por un lado la dominación capitalista; por el otro, anterior, es el de las autonomías individuales y colectivas. Este impulso filosófico iniciado en Grecia, desaparecido en el Imperio romano, y vuelto con las primeras burguesías de Europa Occidental, dio vida al Renacimiento y a la Ilustración y fue recogido por el movimiento obrero que tenía en sus principios un carácter emancipador antes de caer en las garras del marxismo. Los movimientos feministas de la segunda década del siglo y los juveniles del Mayo del 68 tuvieron la misma insignia. Hoy asistimos, sin embargo, a la finalización de toda expectativa posible de autogobiemo y de autovoluntad de gobernarse. La democracia verdadera pierde su cauce, precisamente, porque, desde el momento en que le damos a otros el lugar de la representación política, nos olvidamos del significado real que puede tener el vivir activamente en una sociedad.
    De esta manera cerramos el viaje volviendo al punto de partida. Una sociedad que se autoinstituye sabe que las explicaciones en y por las cuales vive son su obra y no productos necesarios ni contingentes. Sociedad autónoma definida como la sociedad que literal y profundamente postula su propia ley por sí misma. En nuestras sociedades, dice Castoriadis, no decimos "No matarás" porque lo ha dicho Dios; decimos "No matarás" porque ésa es nuestra ley. Hemos votado por esa ley y eso es tener autonomía.
    Una sociedad autónoma supone dos cosas inseparables. En primer lugar, individuos autónomos que, cuando actúan de manera responsable, no lo hacen porque sus padres hayan actuado así ni porque el maestro, el Partido o la Iglesia lo dijera, sino porque después de pensar y reflexionar entre ellos han llegado a una conclusión, que puede ser equivocada, pero que es su propia conclusión. En segundo lugar, individuos que conozcan la ley en cuya adopción, formación y puesta en vigor hayan podido participar. Sin lugar a dudas, Castoriadis piensa en la democracia directa, la cual significa que los que llevaran la carga de implantar una decisión tienen que haber tomado la decisión ellos mismos, o a través de delegados elegidos por ellos mismos y a quienes se pueda controlar. Esto, para Castoriadis, debe ser implementado en las sociedades modernas para lograr así vigorizar la apatía ciudadana que define a nuestra era.


Bibliografía:  
L'institution imaginaire de la societé, 1975, 5ª. ed. revisada (trad. esp., La institución imaginaria de la sociedad, 1983).
La société burocratique, 1973 (trad. esp., La sociedad burocrática, 1976).
Les carrefours du labyrinthe, 1978, 2ª. ed. revisada (trad. esp., Los dominios del hombre: las encrucijadas del laberinto, 1988).
La experiencia del movimiento obrero, 1979.
Devant la guerre, 1981 (trad. esp., Ante la guerra, 1986).
De la ecología a la autonomía, 1982.
La violencia de la interpretación, 1985.
Le monde morcelé, 1990, 2ª. ed. revisada (trad. esp., El mundo fragmentado, 1993).




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