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miércoles, 17 de octubre de 2012

Bell, Daniel



    Nació en Nueva York, el 10 de mayo de 1919; murió en Massachusetts el 25 de enero de  2011. Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Columbia. Profesor de Sociología en las universidades de Columbia y Harvard. Profesor invitado de la Universidad de Cambridge. Miembro de la Sociedad Estadounidense de Filosofía, de la Academia Estadounidense de Artes y Ciencias, y del Consejo de Relaciones Exteriores, entre otras numerosas actividades académicas de primer nivel.
    La teoría sociológica de Daniel Bell parte de la crítica del marxismo (al que se había adherido en su juventud), o para precisar mejor, de los marxismos surgidos de la desilusión de algunos intelectuales occidentales con el resultado de la puesta en práctica de la teoría de Marx en la Unión Soviética, fueran apologéticos o críticos con el socialismo real resultante. En su primer libro importante, The End of Ideology (adviértase el uso del término "ideología" en singular), Bell constata el agotamiento de un tipo de pensamiento político-sociológico que radica en los racionalismos del siglo XVIII y los irracionalismos del siglo XIX, que encuentra su máxima expresión filosófica en el pensamiento de Hegel, su mayor radicalización en Feuerbach, su más efectiva influencia sobre el pensamiento y la historia en la teoría de Marx y Engels, y su puesta en práctica en la Unión Soviética. La "ideología" del título es claramente el marxismo, aunque Bell se resiste a limitarse tan tajantemente. El subtítulo del libro –Sobre el agotamiento de las ideas políticas en los años cincuenta– sitúa y delimita su crítica a un momento histórico; su título, mucho más discutido y conocido que el contenido, ha dado pie a toda una historia de recepción confusa y llena de malentendidos voluntarios e involuntarios. La ideología es para Bell un sistema científico que intenta dar una visión totalizadora de la sociedad. Acude a la metáfora de la telaraña, tan frecuente en el pensamiento y la literatura del siglo XIX. En el pensamiento ideológico todo está interconectado y regido por un solo principio; por lo tanto, este pensamiento omnímodo tiende a la acción política radical, y en definitiva al totalitarismo. En el análisis racional se entremezclan dos momentos no racionales: 1) el principio totalizador no es resultado del análisis, sino que es metarracional y 2) para la conversión de la teoría en acción hace falta un motor irracional que Bell encuentra en el voluntarismo de la acción. Contundentemente define la ideología como "voluntad fundida con ideas".
    Ahora bien, el argumento principal de Bell contra la "ideología" no es sólo resultado de su crítica filosófica, sino del diagnóstico de su inoperancia para el análisis de la realidad socioeconómica concreta de Estados Unidos en los años cincuenta. En definitiva, Bell es un sociólogo práctico que siente el dogma predominante en las ciencias sociales contemporáneas como una camisa de fuerza y, por lo tanto, se propone reemplazarlo por otra dogmática más útil y operativa.
   Así, analiza la realidad social y económica estadounidense de los años cincuenta –resultante de las transformaciones en la estructura social y el sistema capitalista durante las décadas anteriores– y diagnostica el emergente papel de árbitro económico que desempeña el Estado; la transformación del capitalismo familiar en capitalismo anónimo de grandes empresas y sociedades; la consiguiente diferenciación entre clase pudiente y grupo dominante (la burocracia de los ejecutivos); la evolución de una sociedad frugal de valores éticos puritanos hacia una sociedad de consumo de perfil ético hedonista; y la enorme reestructuración en el campo ocupacional con una progresiva disminución del sector secundario (industrial) en favor del sector terciario (de servicios).
   Para aproximarse científicamente a estas realidades es poco útil la visión causativa y determinista del esquema ideológico que se rige por un solo principio totalizador. Bell le opone una visión más flexible que comprende tres órdenes, si bien interconectados, claramente diferenciados y regidos por ritmos de transformación autónomos y principios axiales muchas veces contradictorios.
   El principio axial, concepto teórico fundamental en Bell, se define, no como principio causante, sino como motor energético central y marco estructurante que rige la teleología de los órdenes, principio que tiene supremacía lógica sobre todos los otros principios, que se le subordinan. El acento está puesto en la centralidad más que en la "principalidad" del principio axial.
    Los tres órdenes cuyo conjunto y amalgama forman la sociedad moderna son: la estructura tecnoeconómica, el orden político y el ámbito cultural. Éstos se fueron formando en lo que Bell denomina "la segunda era axial", la historia de los últimos 200 años, que aporta transformaciones fundamentales –revolucionarias– a la cultura universal: la revolución del conocimiento. (La primera era axial, concepto tomado de Karl Jaspers, se sitúa en la segunda mitad del milenio anterior a Cristo.) En estas tres revoluciones de la segunda era axial subyacen dos nuevas formas de pensar en sentido instrumental: la tecnología, que subraya la racionalidad de todas las relaciones medios-fines, y la idea de productividad, que inicia la posibilidad de aumentar la cantidad disponible de riqueza, lo que permite por primera vez definir ésta como una cantidad de bienes potencialmente infinita. Estas dos nuevas formas de pensar son las que fundamentan y caracterizan los principios axiales que rigen los tres órdenes. Así, la eficiencia productiva es el principio que dinamiza la estructura tecnoeconómica, la idea de la igualdad la meta rectora en lo político, y la autorrealización el eje dinámico del ámbito cultural. Si bien los tres principios son el resultado de un cambio de visión del pensamiento común, cada uno de ellos es autónomo; no reconocen jerarquía entre sí, se comportan con ritmos de tiempo e intensidad diferentes, y aunque a veces pueden reforzarse y potenciarse mutuamente, también pueden en otras oportunidades contradecirse y combatirse. Estas contradicciones son justamente las que caracterizan las tensiones y los conflictos sociales en la segunda era axial.
   Si en The End of Ideology el análisis concreto de la complejidad social de Estados Unidos en los años cincuenta lleva a Bell a cambiar el modelo sociológico totalizador "ideológico" por otro más flexible y eficaz, en sus obras siguientes, El advenimiento de la sociedad postindustrial y Las contradicciones culturales del capitalismo, se propone, ya con el nuevo modelo afianzado, un trabajo de prognosis social. Del análisis de lo existente –las sociedades industriales avanzadas– se puede intentar, dadas ciertas regularidades y repeticiones de los fenómenos, y ciertas tendencias visibles y formulables, una visión de su futuro probable como conjunto de proyecciones. Bell no intenta hacer futurología ni predicciones sobre acontecimientos, sino que trata de mirar adelante desde la base privilegiada del análisis prospectivo de la sociedad industrial avanzada. Esta visión de futuro que Bell denomina "sociedad postindustrial", hoy en día en parte ya es presente y conforma un diagnóstico lúcido de la sociedad contemporánea que contrasta notoriamente con la verificación de los resultados más bien pobres de las predicciones de los futurólogos contemporáneos a su obra.
El concepto de "sociedad postindustrial" es una construcción analítica y no la descripción de una sociedad futura pero concreta. No es, por ejemplo, la sociedad "sucesora" de la sociedad capitalista o socialista, sino que de alguna manera atraviesa y transforma ambas. Con el término "postindustrial", Bell subraya el carácter transitorio e intersticial de una sociedad inmersa en permanentes cambios de tipo científico, tecnológico y cultural, cuyo rumbo se puede prever pero cuyo resultado final, si es que lo hay, todavía se oculta.
    Bell define la sociedad postindustrial en cinco dimensiones características: 1) De una economía productora de bienes se pasa a otra con preponderancia del sector terciario, productor de servicios. 2) En la distribución ocupacional hay una preeminencia cada vez más acentuada de la clase profesional y técnica. 3) El principio axial de la sociedad es la centralidad del conocimiento teórico como motor de innovación y formulación política. 4) La orientación futura tiende hacia la planificación y el control de la tecnología. 5) Las tomas de decisión se basan en una nueva tecnología intelectual que define la acción racional e identifica los medios para llevarla a cabo.
    La fuente más importante del cambio estructural de la sociedad es entonces un cambio en el carácter del conocimiento y en los modos de innovación: la evolución del conocimiento no se basa ya en la investigación lineal y asistemática o en el feliz hallazgo que significa el invento, sino que esta evolución está prevista y controlada en su carácter de crecimiento exponencial por la investigación sistemática, la codificación del conocimiento teórico y la nueva tecnología intelectual.
    El fundamento y el límite de la prognosis social están dados por la medida de consenso y previsibilidad de los sujetos involucrados en las tomas de decisión; en definitiva, por su racionalidad. Ahora bien, en el meollo mismo de la revolución que la segunda era axial significa hay una semilla de irracionalidad que se está convirtiendo crecientemente en el problema más álgido de la sociedad postindustrial: es la idea de la autonomía del individuo. El ser metafísico de la persona, partícipe de una naturaleza común, como lo concibe la filosofía clásica, en el pensamiento moderno se convierte en un yo, y su preocupación principal es la autorrealización como individuo auténtico e incomparable. Ya la Reforma protestante establecía la justificación individual del yo ante Dios, y el individualismo es, en lo económico, el principio que posibilita el desarrollo capitalista cuyo afán de lucro no se funda en la satisfacción de las necesidades, que son limitadas, sino en los deseos, que son ilimitados. El yo burgués se caracteriza por una tendencia apetitiva que lo lleva a cumplir ferozmente sus deseos (Leviatán), que está frenada tan sólo por la ética restrictiva del protestantismo, que limita su desenfreno al campo económico, y, por otra parte, por el imperativo de la productividad y la eficiencia, principio axial del campo que viene a reforzar racionalmente la restricción que impone la religión.
    No son así las cosas en el ámbito de la cultura. En este campo, la autorrealización actúa como principio axial desde el comienzo de la era burguesa. La dirección de este principio es anárquica, antinómica, antiinstitucional, y en el fondo, irracional, lo que produce el choque permanente con la racionalidad economicista y tecnocrática del campo tecnoeconómico. En la era clásica de la burguesía, este impulso estaba domesticado y circunscripto al ejercicio discrecional pero simbólico de una restringídísima élite cultural, pero, en el campo de la cultura de la no élite, la autorrealización estaba frenada por la ética puritana que obligaba a los individuos a trabajar por su vocación y a cumplir con las normas de la comunidad, limitándose la autorrealización a la relación personal entre el yo y Dios. Desde mediados del siglo XIX, el modernismo va quebrando progresivamente la autoridad religiosa y los frenos que ésta impone. Pero no es el modernismo quien socava solitariamente la ética protestante, sino que son la dinámica del propio capitalismo y su principio axial los que le dan el golpe definitivo: es la posibilidad del crédito, que elimina la necesidad de ahorro y hace posible la satisfacción instantánea de los deseos, lo que acaba con la ética de la posposición. Así, el placer como modo y meta de vida, la autorrealización consumista irrestricta, el hedonismo desenfrenado, se han convertido en la última justificación cultural y moral del capitalismo.
    Esta contradicción cultural del capitalismo, además de otras, como la que surge de la antítesis entre un orden tecnoeconómico burocrático-jerárquico y un orden político que tiende en su axialidad hacia la igualdad, o la que se basa en la tensión entre especialización profesional y autorrealización integral, son en su potencial y actual conflictividad los límites intrínsecamente impuestos a la tarea de prognosis social, o sea, a la evolución racional y previsible de la sociedad. Bell percibe estos puntos críticos, estas grietas que se abren a la irracionalidad, los formula, los analiza, casi los conjura. Pero en el fondo confía, como pensador entroncado en lo mejor de la tradición liberal, en la racionalidad fundamental y definitiva del ser humano.

Patricio Lóizaga

Bibliografía:
The New American Right, 1955.
The End of Ideology, 1960 (trad. esp., El fin de las ideologías, 1964); reed.: The End of Ideology. On Exhaustion of Political Ideas in the Fifties, 1988 (trad. esp., El fin de las ideologías: sobre el agotamiento de las ideas políticas en los años 50, 1992).
The Radical Right, 1963.
The Reforming of General Education, 1966.
Towards the year 2000, 1968.
Capitalism today, 1971.
The Coming of Post-Industrial Society, 1973 (trad. esp., El advenimiento de la sociedad post-industrial: un intento de prognosis social, 1976).
Cultural Contradictions of Capitalism, 1976 (trad. esp., Las contradicciones culturales del capitalismo, 1977).
The Crisis in Economic Theory, 1981 (con Irving Kristol).
The Social Sciences since the Second World War 1981 (trad. esp., Las ciencias sociales desde la Segunda Guerra Mundial, 1984).
The Winding Passage: Essays & Sociological Journeys, 1980.
The Deficits: How Big? How Long? How Dangerous?, 1985 (con Lester Thurow).

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