Uboldo (Varese), Italia, 29 de marzo de 1927. Doctorado en Filosofía y Jurisprudencia,
hizo estudios de perfeccionamiento en Alemania, en las universidades de
Friburgo y Bonn. Fue profesor titular de Teoría del Estado en la Universidad de
Trieste, donde dirigió la
Facultad de Ciencia Política. Promovió la fundación de la Asociación Italiana
de Teoría del Estado y organizó los primeros congresos nacionales que se
llevaron a cabo en Italia sobre temas de esta especialidad. En 1981 fue elegido
miembro del Consejo Superior de la Magistratura, donde actuó como presidente de la Comisión Especial
para la Reforma
Judicial y Administración de la Justicia. Fue profesor titular en la
Universidad de Génova hasta su muerte el 1 de noviembre de 2003.
Zampetti es autor de gran cantidad de libros, ensayos y artículos que han
sido publicados en varios idiomas. Toda su obra está dedicada a la construcción
de un modelo participativo que intenta dar una explicación integral del hombre,
la sociedad y el Estado. El eje de ese modelo es el concepto de Democracia participativa. Delineado en etapas sucesivas, refleja la evolución
intelectual del autor, que recorrió el universo jurídico y el político
institucional hasta llegar al ético-social. Así, la democracia participativa no es un concepto político sino un término
abarcativo de las dimensiones económicas, políticas, sociales y espirituales de
la vida del hombre. El objetivo final es la creación de un nuevo sistema que
permita a la persona desarrollar todas sus potencialidades
en un clima de libertad y de valores morales.
La noción de persona
humana –núcleo vital de la teoría participativa– comienza a ser analizada
en sus primeros trabajos sobre Filosofía del Derecho, cuando aún estaba
absorbido por la problemática jurídico-política. Siguiendo a santo Tomás,
sostiene que la persona es un ser dotado de autoconciencia y de autodominio.
Como humanista, Zampetti observa con preocupación la
estructura organizativa del Estado moderno que aprisiona al ser humano e impide
su desarrollo integral. Esta idea es el punto de arranque a partir del cual
elabora su crítica al sistema representativo. La representación –concepto
ideado en el siglo xviii para
superar la crisis del Absolutismo– consiste en delegar en otros el ejercicio
del poder. Los derechos políticos de los hombres se agotan en el ejercicio del
voto, o sea en la elección de los candidatos. Por lo tanto el sistema
representativo no constituye para Zampetti una verdadera democracia. En esto
coincide con Rousseau: el régimen democrático conlleva una relación estrecha
entre electores y elegidos. La soberanía no puede ser representada porque no
puede ser enajenada: se da o no se da. La soberanía popular y la representación
se excluyen mutuamente. La transformación de la voluntad popular en voluntad
del Estado sólo es posible en un nuevo sistema: el participativo, el único al que considera
verdaderamente democrático.
La voluntad popular sólo puede ser formada por representantes
y representados conjuntamente. Constituye el inicio de una nueva manera de
gestión del poder. En el sistema participativo el representante adquiere una
nueva función: actuar de común acuerdo con el pueblo, del que más que
representante es exponente.
La democracia participativa otorga una nueva forma al concepto
de representación. Los representantes, una vez elegidos, tienen que ejercer su
mandato con el consenso de los electores. La democracia participativa no es la
sustitución sino la ampliación de la democracia representativa, mediante la
estructuración de un régimen mixto.
Zampetti no quiere construir una utopía. Para ello diseña un
Estado en el que puede concretarse la participación de todos en el poder: el Estado participativo. Prescribe la creación de
instituciones que permitan la participación de las distintas categorías
productivas –los agricultores, los obreros, los estudiantes, los profesionales,
entre otros– en el proceso de toma de decisiones.
Propone entonces fundar una nueva cámara, la "Cámara de la Programación",
en lugar del Senado, donde se concentren los exponentes de los grupos más
significativos del país. La función más importante de este nuevo órgano
consistiría en superar los intereses sectoriales a través de un plan programado
de la producción, de los bienes, los consumos y los servicios, conformado a la
luz de una visión global de la sociedad. Mientras en la Primera Cámara o
Cámara de Diputados se consolidaría el respeto por los individuos en cuanto
personas –el momento de las garantías– en la Segunda Cámara o
Cámara de la Programación
se realizaría la acción concreta: el momento participativo. El gobierno debería
estar conformado por miembros de las dos. En un sistema parlamentario esto
significa que los ministros de Defensa, de Interior, de Justicia y de
Relaciones Exteriores deben ser elegidos en la Primera Cámara,
mientras que todos aquellos que manejan temas sectoriales –Economía, Educación,
Agricultura, entre otros– deben ser seleccionados por la Segunda Cámara.
Este Estado no puede basarse sobre el sistema de partidos
políticos tradicionales. Zampetti propicia la creación de un nuevo tipo de
partido: el partido de electores, que debería sustituir al viejo
partido de afiliados, de fuertes tendencias oligárquicas. El nuevo partido
posibilitaría que todos los electores, y no solamente una élite, tuvieran
derecho a la elección de los candidatos y al ejercicio del poder. El nuevo tipo
de partido político constituiría una verdadera "correa de
transmisión" de la voluntad popular en voluntad del Estado.
El nuevo estado sería liberal y democrático. Liberal, al conservar en su seno instituciones del sistema
representativo, y democrático al
permitir la participación de todos en el ejercicio del poder. Zampetti
sintetiza los elementos fundamentales del nuevo Estado de este modo:
"Sociedad sin clases, derecho al trabajo como derecho político, gobierno
del pueblo".
Este programa requiere una modificación de las relaciones
entre política y economía que prevalecían con anterioridad. La intervención del
Estado en la economía, como consecuencia de la aplicación de las fórmulas
keynesianas a partir de la crisis de 1930, llevó a que asumiera el deber de
redistribuir la renta y de asignar recursos a través del gasto público. Esto
posibilitó el surgimiento de un Estado asistencial y una sociedad de consumo,
la que actualmente se encuentra en crisis en la mayoría de los países
industrializados del mundo.
En cambio la sociedad que sustenta al Estado Participativo es
una sociedad participativa,
a la que Zampetti prefiere llamar posconsumista en lugar de la
postindustrial de Bell y Touraine. La sociedad participativa privilegia el
trabajo sobre el consumo. El derecho al trabajo como derecho político permite
el surgimiento de una nueva figura: el trabajador políticamente activo.
La sociedad participativa no está basada en las clases
sociales sino en los roles sociales, esto es, en las actividades que realizan
los hombres en el proceso productivo. Se expresa en una economía participativa
o en un capitalismo popular, porque el capital humano tiene
prioridad respecto del financiero y la producción es anterior al consumo. Este
autor cita como ejemplo del nuevo capitalismo a la transferencia de empresas
públicas que se realizó en Inglaterra.
La sociedad disecada por Zampetti privilegia la educación,
pues allí el hombre no es solamente propietario de su fuerza de trabajo sino
también de sus habilidades y aptitudes.
La concepción filosófica que envuelve al nuevo orden de la
sociedad es el espiritualismo histórico, la verdadera filosofía de la
participación. Intenta ser una opción válida frente a los materialismos que
predominan en el siglo xx: el
hedonista, propio de la sociedad capitalista, y el histórico, típico del
socialismo. Tanto uno como otro han contribuido a transformar al hombre en un
esclavo, en un verdadero objeto de las decisiones de otros. El espiritualismo
histórico, en cambio, hace al hombre constructor de la sociedad y del Estado.
Espíritu es sinónimo de libertad, y esta nueva filosofía es expresión de una
sociedad y un Estado de hombres libres en la medida en que pueden dominar sus
propios actos.
En sus últimas obras, este autor abandona el criterio
primordialmente jurídico-político con el que había edificado su modelo, para
ahondar en los fundamentos filosóficos del mismo. Así entiende que la
participación posibilita al hombre ser el principio y el núcleo motor de la
historia. El hombre que participa tiene conciencia del rol que ejerce en la
historia personal, social y política.
Zampetti afirma la existencia de
estrechas correlaciones entre participación y cristianismo, considerando a la
sociedad participativa como profundamente cristiana. Solamente un hombre
sumergido en ese universo de valores puede colaborar en la superación de la
crisis que afecta a todo Occidente. Zampetti es optimista respecto de las
posibilidades del hombre para salvar al mundo de la catástrofe que se avecina
con el siglo xxi. Cita los casos
de los trabajadores de Polonia, reunidos para fundar Solidarnosc, y de los
obreros italianos en 1980, desafiando el centralismo sindical, como ejemplos
demostrativos de que la participación de todos en el ejercicio del poder puede
contribuir a la construcción de un sistema más justo.
En síntesis, el modelo diseñado por Zampetti recupera al
hombre como persona humana en los valores del cristianismo, permitiendo que
todos se relacionen entre sí en una sociedad de roles que posibilita la
participación en las decisiones económicas, políticas y sociales a través de
los canales abiertos en el Estado Participativo. Con los alcances de su
propuesta, Zampetti cree haber respondido al desafío lanzado por Juan Pablo II
en la Redemptor Hominis: al desorden moral que emerge de la
situación mundial, hace falta oponer soluciones audaces y creativas conformes a
la auténtica dignidad del Hombre.
Bibliografía:
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liberal al Estado de partidos,
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Vangelo di mia mamma, 1985 (trad. esp., El Evangelio de mi
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della catastrofe?, 1988.
Profezia di Fatima e il crollo del comunismo, 1990 (trad. esp., La profecía de Fátima y el derrumbamiento
del comunismo, 1992).
La società
partecipativa. L’idea che ha fatto crollare il comunismo e che farà crollare il
consumismo, 1994.
La democrazia
partecipativa e il rinnovamento delle istituzioni, 1995.
La sovranità della
famiglia e lo Stato delle autonomie. Un nuovo modello di sviluppo, 1996.
Partecipazione e
democrazia completa. La nuova vera via, 2002.
La dottrina sociale
della chiesa. Per la salvezza dell’uomo e del pianeta, 2003.
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